Entre adultos y sin sentido
El cine actual sigue aplicando viejos esquemas narrativos del porno atribuyendo a las mujeres fantas¨ªas masculinas
Recuerdo haberle le¨ªdo hace tiempo a Maruja Torres que su generaci¨®n aprendi¨® a besar durante el franquismo en la ¨²ltima fila de aquellos viejos cines de barrio de sesi¨®n doble, copiando hasta el menor detalle la forma en la que se besaban en la pantalla los actores y actrices que protagonizaban las pel¨ªculas que estaban viendo. Qu¨¦ duda cabe que, al respecto, los besos de Casablanca, De aqu¨ª a la eternidad o Esplendor en la hierba constituyen hitos memorables.
Parece claro que hoy d¨ªa el cine ha perdid...
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Recuerdo haberle le¨ªdo hace tiempo a Maruja Torres que su generaci¨®n aprendi¨® a besar durante el franquismo en la ¨²ltima fila de aquellos viejos cines de barrio de sesi¨®n doble, copiando hasta el menor detalle la forma en la que se besaban en la pantalla los actores y actrices que protagonizaban las pel¨ªculas que estaban viendo. Qu¨¦ duda cabe que, al respecto, los besos de Casablanca, De aqu¨ª a la eternidad o Esplendor en la hierba constituyen hitos memorables.
Parece claro que hoy d¨ªa el cine ha perdido esa condici¨®n pedag¨®gico-introductoria en tales menesteres. Lo ha hecho, como se sabe, en beneficio de la pornograf¨ªa, consumida masivamente a trav¨¦s de Internet por los m¨¢s j¨®venes. Han sido muchas las voces que se han lamentado de que el aprendizaje, no ya solo de la forma de besar, sino de la sexualidad por entero, lo realicen nuestros adolescentes en la Red, con todas las consecuencias que ello implica para sus comportamientos de pareja futuros, en especial en la tocante a la imagen de la mujer que ah¨ª se transmite.
Quiz¨¢ lo que el cine actual est¨¦ haciendo, abandonada la pedagog¨ªa de la cosa, sea expresar algunos de los cambios que en estos asuntos se vienen produciendo en nuestra sociedad. Aunque tal vez resultara m¨¢s preciso decir que en ocasiones los cambios que aparecen en gran parte de las pel¨ªculas recientes parece que muestran, m¨¢s que lo que ha cambiado en la realidad, lo que el guionista y el director creen, con discutible criterio, que ser¨ªa bueno que cambiara.
As¨ª, se ha convertido en bastante habitual que, casi invirtiendo mec¨¢nicamente la t¨®pica secuencia narrativa del cine porno (que, a escasos segundos de iniciada cualquier escena, ya est¨¢ mostrando una felaci¨®n), en el cine comercial actual las escenas de contenido sexual se inicien tambi¨¦n por el sexo oral, solo que en esta ocasi¨®n practicado por el var¨®n sobre la mujer (representaci¨®n en la que fue pionera, entre otras, Instinto b¨¢sico). Se da por descontado de esta forma que la sexualidad femenina funciona exactamente de la misma manera que la masculina, y que las mujeres comparten la proverbial fantas¨ªa masculina de empezar, de buenas a primeras, por dicha pr¨¢ctica, un supuesto que, de acuerdo con el testimonio de muchas de ellas, carece por completo de fundamento real.
Id¨¦ntica aplicaci¨®n mec¨¢nica de los viejos esquemas, solo que presuntamente invertidos o ampliados (quiere decirse, incorporando a la mujer), se da en esas secuencias, que asimismo se han tornado t¨®picos visuales, en las que, para destacar la formidable intensidad del deseo por el que se ven pose¨ªdos los amantes, estos se desnudan mutuamente con desordenada prisa y aturullada torpeza para poder dar salida cuanto antes a sus anhelos sexuales reprimidos por las circunstancias. Lo llamativo del caso es que esta premura de los protagonistas por aliviarse suele ser presentada no como una precaria o deficiente forma de desahogo sexual, sino como la apoteosis de lo placentero.
Dif¨ªcilmente uno puede evitar la sensaci¨®n de que se ha terminado por presentar como modelo lo que durante mucho tiempo se nos dijo que era justo lo que hab¨ªa que corregir, en la medida en que expresaba una concepci¨®n de las relaciones sexuales, adem¨¢s de sesgada (por vencida claramente del lado de la satisfacci¨®n del var¨®n, siempre tan apremiado por resolver su apetito, a la manera de Jack Nicholson en la famosa escena de la cocina en El cartero siempre llama dos veces), insuficiente del todo. Se supon¨ªa que las prisas eran propias de quien no ha entendido, no ya que la relaci¨®n amorosa es mucho m¨¢s que la relaci¨®n sexual, sino que la relaci¨®n sexual es mucho m¨¢s que la perentoria penetraci¨®n.
Pues bien, ahora parece resultar que no, que el anta?o tan denostado ¡°aqu¨ª te pillo, aqu¨ª te mato¡± constituye la mejor manera de resolver determinadas urgencias. Por lo visto, ha pasado a representar un perfecto anacronismo echar a faltar nada, ni tan siquiera tiempo, en esa apresurada forma de relaci¨®n sexual. Por supuesto que alguien, llegados a este punto, podr¨ªa preguntarnos por el contenido del reproche que se le puede formular a una forma as¨ª, m¨¢s all¨¢ de la se?alada inconsecuencia entre lo que antes se condenaba y ahora se presenta como aceptable.
Quede claro que acepto sin reservas el conocido principio de que no hay nada que objetar a ning¨²n comportamiento en estos ¨¢mbitos, si es entre adultos y consentido. Pero no deja de resultar revelador lo que nos muestran las palabras cuando se las disecciona. As¨ª, ¡°consentido¡± no es lo mismo que con sentido (del mismo modo, por cierto, que tampoco ¡°consentimiento¡± equivale a con sentimiento). La sabidur¨ªa popular nos ense?a que cada cosa se toma su tiempo y Heidegger se encarg¨® de elaborar la idea distinguiendo el tiempo objetivo de los relojes, el tiempo f¨ªsico, del tiempo de la experiencia humana, a su vez rica y plural. Pues bien, tambi¨¦n el deseo tiene su tiempo y quien se empe?e en no conced¨¦rselo solo obtendr¨¢ el escaso bot¨ªn del alivio y la descarga, pero no el del placer en sentido propio y fuerte. El que nos coloca en la frontera de la felicidad.