En la huerta del Bot¨¢nico
Tras el encierro colectivo de 2020, Antonio Mu?oz Molina asisti¨® desde su balc¨®n al despertar de la nueva normalidad mientras revisaba sus recuerdos de infancia. ¡®Volver a d¨®nde¡¯ es una mirada a la Espa?a actual a trav¨¦s de la memoria de su familia a lo largo del ¨²ltimo siglo. ¡®Babelia¡¯ adelanta un fragmento del libro, que llega a las librer¨ªas este mi¨¦rcoles
De la noche a la ma?ana ha empezado una inmersi¨®n anticipada en el oto?o. Las noticias sobre el virus en Madrid vuelven a ser aterradoras. El d¨ªa amanece fresco despu¨¦s de la lluvia de anoche. Hab¨ªa rel¨¢mpagos lejanos pero no se o¨ªan truenos. Me levant¨¦ y me asom¨¦ al balc¨®n a las tres de la ma?ana. En la oscuridad del dormitorio hab¨ªa estado oyendo la lluvia. Entraba fresco de la calle pero el calor de los d¨ªas de verano duraba en el interior de la casa. Por la ma?ana las plantas permanec¨ªan muy erguidas en el aire limpio y h¨²medo, como en estado de alerta, con una ligera vibraci¨®n en los tall...
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De la noche a la ma?ana ha empezado una inmersi¨®n anticipada en el oto?o. Las noticias sobre el virus en Madrid vuelven a ser aterradoras. El d¨ªa amanece fresco despu¨¦s de la lluvia de anoche. Hab¨ªa rel¨¢mpagos lejanos pero no se o¨ªan truenos. Me levant¨¦ y me asom¨¦ al balc¨®n a las tres de la ma?ana. En la oscuridad del dormitorio hab¨ªa estado oyendo la lluvia. Entraba fresco de la calle pero el calor de los d¨ªas de verano duraba en el interior de la casa. Por la ma?ana las plantas permanec¨ªan muy erguidas en el aire limpio y h¨²medo, como en estado de alerta, con una ligera vibraci¨®n en los tallos y en las hojas. La casa estaba sumergida en un gris oto?al que induc¨ªa al letargo. Para espabilarme sal¨ª a la calle, con una cazadora sobre la camisa, por primera vez desde el comienzo del verano. Llevaba en la conciencia el rumor insalubre de las noticias de la radio, el aumento acelerado de los contagios, el colapso cercano de la atenci¨®n primaria, el porcentaje de camas de hospital ocupadas otra vez por enfermos de covid-19, la incuria y la sa?a y la sinvergonzoner¨ªa de la mayor parte de la clase pol¨ªtica, cada d¨ªa m¨¢s da?ina en su parasitismo y su sectarismo, en su escandalosa inoperancia: ¡°El bullicioso escuadr¨®n de los majaderos y de los malvados¡±, dice Gald¨®s.
En el Bot¨¢nico me domina siempre la congoja del tiempo. Me vuelve el recuerdo de mi padre, el de mis abuelos, y cae sobre m¨ª la conciencia de la edad que tengo, y de lo lejos que se ha quedado todo, tan r¨¢pido
Cruc¨¦ el Retiro y me fui al Bot¨¢nico. En los d¨ªas de lluvia es m¨¢s misterioso porque suele haber poca gente. En el Bot¨¢nico me domina siempre la congoja del tiempo. Me vuelve el recuerdo de mi padre, el de mis abuelos, y cae sobre m¨ª la conciencia de la edad que tengo, y de lo lejos que se ha quedado todo, tan r¨¢pido. En la huerta del Bot¨¢nico me asombraba hoy el tama?o de las hojas y de las flores amarillas de las calabazas, flores desmesuradas como de Georgia O¡¯Keeffe. En el estanque se ha abierto una constelaci¨®n de nen¨²fares. Las hojas de las coliflores preservan en su superficie impermeable gotas de agua que brillan en la luz como piedras preciosas. Me acuerdo del nombre que ellos les daban a esas hojas: berzotes. Parece que hay una correspondencia exacta entre la palabra y lo que designa. La huerta del Bot¨¢nico es mi t¨²nel del tiempo. Veo al ni?o que fui en la huerta de mi padre, y los veo a ellos, mi t¨ªo Juan, mi abuelo Antonio, la gente de las huertas vecinas, con sus apodos estramb¨®ticos, Guindilla, Chimenea, Gangrena, Comepaja, Allanacerros.
Los veo, casi los vislumbro entre los ¨¢rboles frutales y las plantas de la huerta, en la umbr¨ªa de los granados, caminando en¨¦rgicamente por las veredas con el ruido que hac¨ªa el roce de los pantalones de pana, sentados bajo una higuera, como en una antigua foto colectiva, congregados en torno a un lebrillo de ensalada reci¨¦n hecha, a la hora que ellos llamaban del almuerzo, el descanso hacia las diez de la ma?ana, cada uno con un trozo de pan y una navaja, partiendo con ella rodajas de embutido, clavando un trozo de pan para mojarlo en el aceite de la ensalada. Y me veo a m¨ª tambi¨¦n, desde la perspectiva de entonces, no el ni?o que rondaba en torno a ellos, y al que ense?aban a trabajar a su lado, sino el hombre que soy ahora, con el pelo entre gris y blanco, mucho mayor de lo que era mi padre entonces, un fantasma entre los fantasmas de un mundo extinguido. A la entrada del Bot¨¢nico la taquillera me ha preguntado si soy mayor de 65 a?os. La cara que ve ella, con su mirada de juventud, no es la que yo veo en el espejo. La melancol¨ªa est¨¢ mezclada de dulzura. En la huerta maduran exactamente igual que entonces los frutos de septiembre: las uvas, las calabazas, las granadas, los caquis. Hasta el tr¨¢fico del paseo del Prado suena atenuado, como si lo estuviera oyendo desde mucho m¨¢s lejos.
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Mi padre me contaba cosas de su ni?ez, casi siempre con el ¨¢nimo de que yo tomara ejemplo, de que me hiciera ¨¢gil, esforzado, ma?oso, que aprendiera a trabajar y a ganarme la vida tan precozmente como ¨¦l, con sangre, sin pereza, sin enso?aciones ni fantas¨ªas de libros
Pero la palabra berzote, tan rotunda, ha despertado un recuerdo, o m¨¢s bien, el eco de un recuerdo de otro, mi padre, cuando me contaba cosas de su ni?ez, casi siempre con el ¨¢nimo de que yo tomara ejemplo, de que me hiciera ¨¢gil, esforzado, ma?oso, que aprendiera a trabajar y a ganarme la vida tan precozmente como ¨¦l, con sangre, sin pereza, sin enso?aciones ni fantas¨ªas de libros. Me contaba que de ni?o ten¨ªa una yegua blanca y la montaba a pelo, y sub¨ªa a ella de un salto, y galopaba sobre ella sin m¨¢s auxilio que la brida y la fuerza de sus piernas apretando el lomo desnudo, por los caminos del campo. Me contaba que para ganarse un poco de dinero sembraba matas de hierbabuena a la orilla de las acequias y se las vend¨ªa a los moros de Franco que segu¨ªan acuartelados en la ciudad en los primeros tiempos despu¨¦s de la guerra. Se hab¨ªa fijado en que los moros echaban hierbabuena al t¨¦, y con una cesta llena de ella iba a la puerta del cuartel, y se la quitaban de las manos. Hab¨ªa que buscar al t¨ªo Ma?as, dec¨ªa ¨¦l, lo dec¨ªan todos, afilar el ingenio, ganar algo como se pudiera, como en los tiempos de la guerra, en los a?os mucho peores del hambre que vinieron despu¨¦s. La hierbabuena crec¨ªa muy r¨¢pido a la orilla del agua. ?l la segaba y se la vend¨ªa en manojos a los moros. Con lo que ganaba gracias a su sagacidad y a su esfuerzo, mi padre compraba las entradas para ir a los toros durante la feria, o al Teatro Ideal, a gallinero, a ver a las compa?¨ªas de revista, todav¨ªa casi un ni?o y ya gan¨¢ndose la vida, midi¨¦ndose con los hombres. No como yo, su hijo, me estaba diciendo impl¨ªcitamente, que no ser¨ªa capaz nunca de montarme de un salto en un caballo, ni en un burro, que me quedaba distra¨ªdo y no prestaba atenci¨®n a los trabajos de la huerta, ni pon¨ªa empe?o en aprender, y andaba siempre como adormilado, perdido en fantas¨ªas de libros y tebeos.
Est¨¢bamos un d¨ªa cortando hojas de coliflor para forraje de las vacas y mi padre se acord¨® de algo m¨¢s que hac¨ªa de ni?o para ganarse unas monedas. Cargaba en la huerta el ser¨®n de un burro con berzotes y los llevaba a un antiguo palacio que todav¨ªa existe, en una plazuela cercana al mercado de abastos. Aquellas cargas de berzotes se destinaban no a alimento de ganado sino de hombres. Mi padre, que cumpli¨® 11 a?os reci¨¦n terminada la guerra, llegaba con su burro a la puerta de aquel palacio que se hab¨ªa convertido en c¨¢rcel y estaba lleno de presos republicanos. Se acordaba de ver los brazos saliendo por las rejas de las ventanas. Unos guardias le abr¨ªan la puerta del palacio y mi padre ve¨ªa las caras y las manos de los presos arracimados detr¨¢s de una alambrada en el patio. Volcaba el ser¨®n, y descargada los berzotes en el suelo. Los hombres hambrientos extend¨ªan las manos entre los barrotes y las mallas de alambre queriendo alcanzarlos. Con eso los alimentaban. Antes de irse mi padre los ve¨ªa disputarse aquellas hojas duras y grandes, y se acordaba del olor a mierda humana que ven¨ªa del patio, porque aquel alimento de rumiantes les hinchaba el vientre y les provocaba tremendas diarreas.
Volver a d¨®nde
Autor: Antonio Mu?oz Molina.
Editorial: Seix Barral, 2021.
Formato: 352 p¨¢ginas. 20,90 euros.
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