Elizabeth Siddal, mucho m¨¢s que una musa
La portuguesa H¨¦lia Correia trasciende el g¨¦nero biogr¨¢fico en un libro sobre la poeta y pintora que inspir¨® a los grandes artistas de la vanguardia victoriana, como Rossetti o Millais
La vida de la poeta, pintora y musa prerrafaelita Elizabeth Siddal fue arrebatadora, de un sufrimiento majestuoso, no porque lo dijera la historia ¡ªque m¨¢s bien le escatim¨® los dos primeros calificativos¡ª, sino por la facultad de una determinada escritura para elaborar un mito particular que provoque nuestro inter¨¦s. Pertenece a H¨¦lia Correia (Lisboa, 1949), de quien apenas conoc¨ªamos su existencia en Espa?a. La editorial La Umbr¨ªa y la Solana acaba de poner en las librer¨ªas a este unicornio en ca...
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La vida de la poeta, pintora y musa prerrafaelita Elizabeth Siddal fue arrebatadora, de un sufrimiento majestuoso, no porque lo dijera la historia ¡ªque m¨¢s bien le escatim¨® los dos primeros calificativos¡ª, sino por la facultad de una determinada escritura para elaborar un mito particular que provoque nuestro inter¨¦s. Pertenece a H¨¦lia Correia (Lisboa, 1949), de quien apenas conoc¨ªamos su existencia en Espa?a. La editorial La Umbr¨ªa y la Solana acaba de poner en las librer¨ªas a este unicornio en campo abierto, y vivan las diosas que, si todav¨ªa el esp¨ªritu de Harold Bloom pudiera a?adir una l¨ªnea a su canon occidental, astuta y anacr¨®nicamente colar¨ªa el nombre de H¨¦lia Correia entre los de Algernon Swinburne, Alfred Lord Tennyson o Henry James, como queriendo decir que su literatura es victoriana a m¨¢s no poder.
Tiene su ¨²nico t¨ªtulo en castellano, Dolencia, la fuerza de los de Jane Austen, su escritura la sensibilidad de James, el ritmo y esteticismo apocal¨ªptico de Virginia Woolf; y por encima de todos, el genuino romanticismo de Emily Bront?. Hasta aqu¨ª nuestro entusiasmo y la prueba, casi algebraica, de que la literatura tiene unas leyes de excelencia no escritas, por las que algunos escritores hiperpromocionados deber¨ªan guardar la pluma o el ordenador, resignados por no poder alcanzar el nivel que err¨®neamente ansiaban.
En esta biograf¨ªa novelada, Elizabeth Siddal se halla extra?amente representada entre todas las personas que tuvieron que ver en su descubrimiento como modelo de la fraternidad prerrafaelita, su ¡°dolencia¡± (morbo ser¨ªa un t¨¦rmino m¨¢s justo) y su muerte. En aquel movimiento conocido como ¡°vanguardia victoriana¡± estaban William Rossetti, ¨¢rbitro de la leyenda de esta hermandad cristiana; la poeta Christina Rossetti, y los pintores Dante Gabriel Rossetti, William Holman Hunt, John Everett Millais. Y, claro, la mujer siempre al borde de la tragedia, Elizabeth Siddall (Gabriel Rossetti le sugiri¨® que abandonara la segunda ¡°l¡± del apellido), con su pelo ¡°que ten¨ªa el color de esos fugaces momentos del oto?o en los que el follaje, presintiendo la muerte, con toda su desesperaci¨®n se agarra a la luz¡±. Siddal fue devorada por el mito prerrafaelita que casi no la distingue del personaje de Hamlet. Del febril retrato pintado por Millais (Ophelia, Tate Britain) de una mujer ahogada en un r¨ªo, el escritor Th¨¦ophile Gautier dijo que parec¨ªa ¡°una mu?eca en una ba?era¡±.
Siddal fue devorada por el mito prerrafaelita que casi no la distingue del personaje de Ofelia, del febril retrato pintado por Millais de una mujer ahogada en un r¨ªo
Aunque nada en esta historia es manido, Correia no falla a la hora de narrar el conocido episodio de la tortuosa experiencia de la musa mientras posaba, soportando horas tumbada en una ba?era, de manera que la temperatura del agua descendi¨® preocupantemente ¡ªmientras Millais, absorto, conjuraba con sus pinceles a Shakespeare¡ª provoc¨¢ndole una hipotermia que casi acaba con su vida. Siddal vivi¨® unos cuantos a?os m¨¢s, hasta los 32, cuando por fin alcanz¨® el ¨¦xtasis ¡°por un exceso de amapolas¡±. Si Botticelli quiso que cuando le llegara la hora le enterraran a los pies de su musa Simonetta Vespucci, su admirador Dante Gabriel Rosetti, menos devoto, pidi¨® que sepultaran a su esposa junto a su padre, Gabriele, en el cementerio de Highgate, y mand¨® poner dentro del f¨¦retro un librito de versos que acababa de escribir para ella. Siete a?os despu¨¦s cambi¨® de opini¨®n e hizo que exhumaran el cuerpo para poder recuperar su obra y publicarla. Lo que encontr¨® en la caja era la misma belleza indultada por los gusanos.
La peregrina raz¨®n por la que la hija de un ferretero que trabaja en una tienda de sombreros de Cranbourn Street acab¨® siendo la musa por excelencia y una poeta m¨¢s que aceptable fue su ¡°famoso cuello, que se dibujaba como una estructura m¨¢s de decoraci¨®n que de soporte. Su sistema de reproducci¨®n se adaptaba a aquella sangre d¨¦bil, obligada a subir hasta el rostro, impulsada por la timidez y por la contenci¨®n de los sentimientos¡±. Pero Siddal ten¨ªa dotes art¨ªsticas, sin las ventajas de otras artistas femeninas del momento, como Henrietta Ward, Elizabeth Thompson o Barbara Bodichon. El se?or del gusto en Inglaterra, John Ruskin, no solo exalt¨® su imagen (¡°se parec¨ªa a una florentina del siglo XVI m¨¢s que todas las que hab¨ªa visto antes¡±), tambi¨¦n fue su mecenas, una protecci¨®n que obstinadamente ella rechazar¨ªa. Escribe Correia que la bondad de Ruskin era conmovedora, ¡°como el ni?o que ahoga a un p¨¢jaro y no entiende por qu¨¦ deja de moverse¡±.
Adem¨¢s de pintar su imagen obsesivamente, Rossetti la convirti¨® en alumna y la apoy¨® en su deseo de crear, incluso demasiado, seg¨²n argumenta la experta en el grupo Jan Marsh, cuyas fuentes visita Correia. Cuando Siddal ya hab¨ªa fallecido, la pint¨® como la amada muerta de Dante en Beata Beatrix, con su porte m¨ªstico congelado en el momento de la transfiguraci¨®n, ¡°un p¨¢jaro muerto sin memoria¡±.
Adem¨¢s de excelente, la escritura de Correia es eficaz, especialmente en los juegos de ruptura temporales y en los pasajes donde describe el avance de la ¡°morbidez autoinducida¡± de la musa que ¡°la protegi¨® del ciego pozo masculino y femenino que la rodeaba¡±, un proceso que, como el Orlando de Woolf, reemplazaba la realidad er¨®tica por un fantasma. Solo hubo una persona que la acept¨® en su propia naturaleza, y fue Lewis Carroll. Dolencia, concluye Correia, es ¡°la historia de una barbarie y de sus ejecutores, como si la ciudad hubiese publicado un anuncio para despedazar a una mujer que aceptaba el trabajo de modelo¡±. Y si ¡°ella era el cuadro, ?c¨®mo intervenir?¡±.
Dolencia?
La Umbr¨ªa y la Solana, 2021
388 p¨¢ginas. 18,50 euros.
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