A favor del placer de leer

Miguel Mun¨¢rriz se ha pasado la vida leyendo, por el placer de leer. Este libro suyo es un breviario de su entusiasmo, que inaugur¨® en Oviedo, su patria natal, abri¨¦ndose a todas las iniciativas que tuvieran al libro como protagonista, atrayendo a personajes por los que pas¨® la herida literaria en los a?os cincuenta y m¨¢s ac¨¢. Hasta el punto que convirti¨® su ciudad, de tan buenas librer¨ªas, de tan buena relaci¨®n con la literatura, en la capital de los que quedaban vivos de la generaci¨®n del 50, uno de cuyos capitanes fue s...

Miguel Mun¨¢rriz se ha pasado la vida leyendo, por el placer de leer. Este libro suyo es un breviario de su entusiasmo, que inaugur¨® en Oviedo, su patria natal, abri¨¦ndose a todas las iniciativas que tuvieran al libro como protagonista, atrayendo a personajes por los que pas¨® la herida literaria en los a?os cincuenta y m¨¢s ac¨¢. Hasta el punto que convirti¨® su ciudad, de tan buenas librer¨ªas, de tan buena relaci¨®n con la literatura, en la capital de los que quedaban vivos de la generaci¨®n del 50, uno de cuyos capitanes fue su paisano ?ngel Gonz¨¢lez.

Hac¨ªa todo lo que hizo (en Oviedo, en Madrid, donde le llamara el fuego de leer) como jugando; seriamente, pero como jugando, pues no hizo nada que no fuera, adem¨¢s, en sus l¨ªmites precisos, un espect¨¢culo. As¨ª fue juntando ese placer con el rigor de leer, que practica en este libro que tiene parte de su nacimiento en lo que escribe, como si hiciera un diario de su pasi¨®n, en la revista Zenda, fundada por Arturo P¨¦rez-Reverte y dirigida por Leandro P¨¦rez.

La mirada es miscel¨¢nea, guiada siempre por la admiraci¨®n por los mejores escritores a los que ha dedicado su inteligencia y sus ojos. Algunos de estos textos, los dedicados a Onetti o a Cort¨¢zar, son autobiograf¨ªa de su alegr¨ªa de encontrarlos y de seguirlos, pero ah¨ª est¨¢n tambi¨¦n personajes como Faulkner, Salinger o Coetzee. En el lado m¨¢s pr¨®ximo de su coraz¨®n de lector, y de su coraz¨®n humano, son rescates que hace de la memoria que le regalaron Jaime Gil de Biedma o Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, as¨ª como el maestro de todos los que alg¨²n d¨ªa, desde Oviedo o desde cualquier parte, ten¨ªa la caja de herramientas de la cultura de los libros, el inolvidable Juan Cueto.

Este libro es como una selecci¨®n internacional de la mejor literatura que ha pasado por su carpeta de lector, con sus porteros (por cierto, el padre de Mun¨¢rriz fue un buen portero de f¨²tbol) y con sus mejores delanteros, entre los cuales resulta emocionante leer lo que tiene que recordar de John Berger, de su amigo Orhan Pamuk (que se hizo la siesta en su despacho de Alfaguara) o del olvidado y ahora rescatado (en Argentina) Daniel Moyano.

No es s¨®lo la experiencia de leer, o el placer que produce. Es sobre todo la nostalgia de lo le¨ªdo, pues cada p¨¢rrafo, cada sugerencia, cada vivencia contada, parece estar ah¨ª como una l¨¢grima de alegr¨ªa y como el deseo de querer repetirla en esta o en cualquier vida que se le ponga por delante. Las fotograf¨ªas de Daniel Mordzinski son, en el libro, la pasi¨®n pintada del recuerdo de los autores le¨ªdos. Hay la lectura y la envidia de la lectura. Eso siente cualquier lector. Ante este libro de Mun¨¢rriz est¨¢ tambi¨¦n la explicaci¨®n de por qu¨¦ jam¨¢s se le ve triste. Es porque viene de haber le¨ªdo.

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