Instrucciones para matar al padre
Miguel ?ngel Oeste opta por el testimonio exento de ficci¨®n en ¡®Vengo de ese miedo¡¯, un autorretrato desgarrado pero entorpecido por una escritura sin pulir
Llevamos una temporada (de a?os) comprobando c¨®mo una vivencia traum¨¢tica se convierte en raz¨®n para vertebrar toda una novela autobiogr¨¢fica o con apariencia de serlo. Estas autoficciones del trauma no comportan a nativitate ning¨²n valor literario, porque este, en todo caso, no reside en el asunto del texto, sino en complejos mecanismos combinados de memoria e imaginaci¨®n que libran su materia a la labor siempre ardua del lenguaje. Son las palabras y su aureola simb¨®lic...
Llevamos una temporada (de a?os) comprobando c¨®mo una vivencia traum¨¢tica se convierte en raz¨®n para vertebrar toda una novela autobiogr¨¢fica o con apariencia de serlo. Estas autoficciones del trauma no comportan a nativitate ning¨²n valor literario, porque este, en todo caso, no reside en el asunto del texto, sino en complejos mecanismos combinados de memoria e imaginaci¨®n que libran su materia a la labor siempre ardua del lenguaje. Son las palabras y su aureola simb¨®lica las que instituyen lo literario, no la experiencia, atroz o no, que les sirve literalmente de pretexto. El testimonio de una infancia espantosa, vulnerada por la brutalidad de unos padres violent¨ªsimos, alcoh¨®licos y drogadictos, puede ser una cr¨®nica escalofriante del mal en el mundo o un informe terap¨¦utico ordenado por un psicoanalista, pero para convertirse en literatura requiere un tratamiento verbal espec¨ªfico. No dudo que Miguel ?ngel Oeste lo sabe muy bien, porque en su ¨²ltima novela, Arena, para contar una historia truculenta, cre¨® a un narrador ficticio, Bruno ¡ª?con mucho de ¨¦l, no obstante¡ª, que mientras recuerda su vac¨ªa juventud de surf, droga y nihilismo va desvelando la ra¨ªz del trauma. Ahora, sin embargo, en este Vengo del miedo ha optado por el testimonio despojado de ficci¨®n, por una pintura en bruto de su familia que es, ciertamente, un autorretrato desgarrado de una bravura anonadante, pero en el que se echa de menos la depuraci¨®n del texto, la tensa vigilancia contra la inclinaci¨®n del lenguaje hacia el clich¨¦, hacia la reiteraci¨®n sobrante, hacia la sintaxis primaria, hacia las impropiedades y negligencias l¨¦xicas.
Esta aparente falta de conciencia ling¨¹¨ªstica en nada mitiga el pu?etazo testimonial del libro. El descenso al infierno se realiza en sucesivas inmersiones en la figura b¨¢rbara del padre (el cl¨¢sico monstruo j¨¢nico: un tipo simp¨¢tico con ¨¦xito social que ha hecho de su hogar una mazmorra de tortura), en la familia desestructurada, en la madre (la joven modelo que fue arrastrada a la degradaci¨®n por el monstruo), en la relaci¨®n reparadora del narrador con sus dos hijas (y el miedo latente a reproducir con ellas patrones violentos) y, por fin, en el careo eludido del hijo con el padre. En las inmersiones en el pasado, el narrador se apoya en los recuerdos ajenos, de parientes y amigos, que va citando en un collage de opiniones de fiabilidad diversa y que complementan desde fuera el retrato de los progenitores, politoxic¨®manos, narcisistas, adictos al sexo duro, ¨¦l traficante condenado a una temporada a la sombra, ella aniquilada por ¨¦l, reducida a un ap¨¦ndice suyo sin voluntad propia.
En este viaje alucinante al horror, Oeste ha decidido verter toda la carga emocional posible para sustanciar la magnitud del miedo y la destrucci¨®n que sufri¨® en su casa, aunque no esconde que acaso sea posible otra actitud ante aquel espanto, como la de su hermano, m¨¢s conciliador, quiz¨¢ m¨¢s maduro o cobarde. Y deja abierto un interrogante sobre la naturaleza de este libro: ?una purga cat¨¢rtica o una autolesi¨®n como las que se inflig¨ªa de ni?o? El odio sin cansancio que expresa el autor (¡°Quiero matar a mi padre¡±, primera frase y leitmotiv) percute a lo largo de todo el texto, sin m¨¢s variaci¨®n que la intensidad de su rencor y aborrecimiento, convertido en temblor perdurable y de fondo.
Oeste acierta en la graduaci¨®n de los perfiles m¨¢s afligentes del maltrato, anuncia episodios bestiales sobre los que luego se muestra ¡ªy hace bien¡ª discreto (el episodio de las Acacias o el del padre tras salir de la c¨¢rcel) y acierta al representar metadiscursivamente el proceso de elaboraci¨®n del libro desde que empez¨®, en 2010, sin saber ¡°qu¨¦ voy a contar ni c¨®mo voy a hacerlo¡±: su avance a tientas, las cambiantes justificaciones de ese buceo en la oscuridad. As¨ª, es posible seguir la evoluci¨®n de la dolorosa reconstrucci¨®n del pasado y de las razones de este exorcismo radical, a pesar de que todas ellas apuntan a la necesidad irracional de obtener una explicaci¨®n racional de lo sucedido. En definitiva, una vuelta al padre que nunca aconteci¨®.
Su b¨²squeda de explicaciones me recuerda el reci¨¦n aparecido Volver al padre (Pepitas de Calabaza), del artista performativo Abel Azcona ¡ªcon exposici¨®n visitable en Logro?o¡ª, un retorno perturbador pero objetivado a trav¨¦s de la documentaci¨®n a una infancia no menos astillada que la que aqu¨ª se constata. Pero en el esfuerzo de Oeste por desentra?ar el origen turbulento de su identidad es patente un designio literario (una suma de prop¨®sito y dise?o) que no acaba de cuajar, entorpecido por una escritura sin desbastar que ped¨ªa decantaci¨®n y reposo.
Vengo de ese miedo?
Tusquets, 2022
304 p¨¢ginas. 19 euros
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