El ancho y escabroso mundo de Pierre Lemaitre
Historias de amor, esc¨¢ndalos, corrupci¨®n y asesinatos son los ingredientes de la nueva novela del premio Goncourt, ¡®El ancho mundo¡¯, una saga familiar que se mueve entre el L¨ªbano, Francia e Indochina. Hoy llega a las librer¨ªas espa?olas tras su ¨¦xito en Francia. ¡®Babelia¡¯ publica un fragmento en exclusiva
Beirut, marzo de 1948. Ya que has decidido irte
A lo largo del tiempo, la procesi¨®n familiar que recorr¨ªa la avenue des Fran?ais hab¨ªa adoptado una variedad de formas, pero nunca la de un cortejo f¨²nebre. Ese a?o, sin embargo, parec¨ªa acompa?ar a su ¨²ltima morada a la se?ora Pelletier, pese al peque?o detalle de que estaba viva y bien viva. Como era habitual, su marido encabezaba la marcha con paso solemne y ella lo segu¨ªa a duras penas, deteni¨¦ndose cada dos por tres para dirigir a su hijo ?ti...
Beirut, marzo de 1948. Ya que has decidido irte
A lo largo del tiempo, la procesi¨®n familiar que recorr¨ªa la avenue des Fran?ais hab¨ªa adoptado una variedad de formas, pero nunca la de un cortejo f¨²nebre. Ese a?o, sin embargo, parec¨ªa acompa?ar a su ¨²ltima morada a la se?ora Pelletier, pese al peque?o detalle de que estaba viva y bien viva. Como era habitual, su marido encabezaba la marcha con paso solemne y ella lo segu¨ªa a duras penas, deteni¨¦ndose cada dos por tres para dirigir a su hijo ?tienne la mirada de una moribunda que suplica que abrevien su sufrimiento. Tras ellos caminaba Jean, alias el Gordito, envarado como buen primog¨¦nito, del brazo de su esposa Genevi¨¨ve, que, bajita como era, se ve¨ªa obligada a trotar. Cerraban la marcha Fran?ois y H¨¦l¨¨ne, los menores, codo con codo.
En la cabecera del cortejo, el se?or Pelletier sonre¨ªa a los vendedores ambulantes de sand¨ªas y pepinos y saludaba con la mano a los limpiabotas como si se dirigiera a su coronaci¨®n, lo que no estaba muy lejos de la realidad.
La ¡°peregrinaci¨®n de los Pelletier¡± se celebraba el primer domingo de marzo hiciera el tiempo que hiciese. Los hijos no hab¨ªan faltado nunca: te pod¨ªas librar de la boda de un vecino, la cena de Nochevieja, el cordero de Pascua, pero faltar al aniversario de la jaboner¨ªa era impensable. Ese a?o el se?or Pelletier incluso les hab¨ªa pagado los billetes de ida y vuelta desde Par¨ªs a Fran?ois, a Jean y a la esposa de este ¨²ltimo para asegurarse de que estuvieran presentes.
El ritual se divid¨ªa en cuatro actos:
Acto I. El lento desfile hasta la f¨¢brica, dirigido principalmente a vecinos y conocidos.
Acto II. La visita a las dependencias, que todos conoc¨ªan como la palma de su mano.
Acto III. El regreso por la Avenue des Fran?ais con un alto en el Caf¨¦ des Colonnes para tomar el aperitivo.
Acto IV. La comida familiar.
¡ªAs¨ª nos aburrimos cuatro veces en vez de una ¡ªdec¨ªa Fran?ois.
Y hay que reconocer que, tras volver de la f¨¢brica y sentarse en el caf¨¦, resultaba bastante tedioso o¨ªr al se?or Pelletier rememorando ante sus oyentes ¡ªque s¨®lo lo escuchaban porque pagaba las rondas¡ª los principales hitos de la saga familiar, una historia edificante que iba del primer Pelletier conocido (cuya presencia junto al mariscal Ney estaba, al parecer, avalada por testigos) hasta ¨¦l mismo y la Casa Pelletier e Hijo, que, a su modo de ver, eran el culmen de la dinast¨ªa.
Todo en ¨¦l emanaba una energ¨ªa serena y una especie de discreta satisfacci¨®n: hab¨ªa triunfado. Era cierto: en la d¨¦cada de 1920 hab¨ªa adquirido una modesta jaboner¨ªa que hizo crecer ¡°combinando la calidad artesanal y la eficacia industrial¡± (le encantaban los esl¨®ganes)
Louis Pelletier era un hombre tranquilo, de esos a los que no se les calienta la sangre con facilidad. Su bigotillo entrecano, sobre una boca perfectamente delineada que hab¨ªa legado a todos sus hijos, parec¨ªa una muestra de su cabellera, que llevaba siempre bien recortada y de la que estaba muy orgulloso (¡±?Todos los hombres de la familia estaban calvos a los cuarenta!¡±, recordaba con altivez, como si conservar el pelo confirmara que, con ¨¦l mismo, su linaje hab¨ªa alcanzado el acm¨¦)... Sus estrechos hombros contrastaban con unas caderas ensanchadas por los a?os (¡±Podr¨ªa ser modelo de Saint-Galmier¡±, bromeaba a veces, aludiendo a aquellas botellas de agua con gas de cuello fino que se engrosaban irresistiblemente hacia la base). Todo en ¨¦l emanaba una energ¨ªa serena y una especie de discreta satisfacci¨®n: hab¨ªa triunfado. Era cierto: en la d¨¦cada de 1920 hab¨ªa adquirido una modesta jaboner¨ªa que hizo crecer ¡°combinando la calidad artesanal y la eficacia industrial¡± (le encantaban los esl¨®ganes). En su mente, aquella f¨¢brica, situada a tiro de piedra de la plaza des Canons, estaba destinada a convertirse en la principal industria de la ciudad: en unos a?os los Pelletier ser¨ªan para Beirut lo que los Wendel eran para Lorena, los Michelin para Clermont-Ferrand o los Schneider para Le Creusot. Luego hab¨ªa rebajado un poco sus pretensiones, pero se jactaba de estar ¡°al mando de uno de los buques insignia de la industria libanesa¡±, lo que nadie se habr¨ªa atrevido a negar. A lo largo de los a?os siempre hab¨ªa innovado, a?adiendo aceite de copra, de palma o de algod¨®n a las f¨®rmulas tradicionales, afinando las cantidades de ¨¢cidos oleicos, perfeccionando las condiciones de secado...
Los a?os treinta fueron provechosos para la Casa Pelletier, que compr¨® varias f¨¢bricas peque?as en Tr¨ªpoli, Alepo y Damasco. Sin duda, la fortuna de la familia era mucho mayor de lo que su tren de vida, bastante modesto, permit¨ªa suponer.
Aunque hab¨ªa confiado la gesti¨®n de las filiales a distintos gerentes, Louis Pelletier no delegaba en nadie la tarea de velar por la calidad de la fabricaci¨®n. Consideraba su deber visitar las sucursales, llegando a veces a presentarse sin avisar para tomar muestras, analizarlas y modificar los procesos de producci¨®n.
Aseguraba que no le gustaba demasiado viajar (¡±Soy bastante casero¡±, dec¨ªa en tono de excusa) y, aunque ciertas responsabilidades en una federaci¨®n de ex combatientes lo obligaban a desplazarse de vez en cuando a Par¨ªs, parec¨ªa evidente que aquello no ten¨ªa mucho peso en su existencia porque toda su energ¨ªa, talento y orgullo estaban volcados en la fabricaci¨®n y la calidad de ¡°sus jabones¡±. Nada lo hac¨ªa m¨¢s feliz que ver humear las calderas ¡ªcuya temperatura se controlaba las veinticuatro horas del d¨ªa¡ª y admirar los conductos que llevaban el jab¨®n l¨ªquido hasta los moldes. El proceso de corte en barras, bloques o pastillas le llenaba los ojos de l¨¢grimas. ¡°Voy a sustituirlo un rato¡±, le dec¨ªa a veces, inopinadamente, al empleado del final de la cadena, y entonces pod¨ªa verse al mism¨ªsimo propietario de la f¨¢brica empu?ar un mazo delante de la m¨¢quina de corte que deslizaba hacia ¨¦l las pastillas de verde jab¨®n y, con un golpe ni demasiado suave ni demasiado fuerte, estampar en ellas el logo de la Casa Pelletier, con la silueta de la f¨¢brica entre dos hojas de cedro. La se?ora Pelletier dirig¨ªa al personal, supervisaba la llegada de los productos y la salida de los camiones y llevaba las cuentas. Los dominios de su marido se centraban ¨²nica y exclusivamente en el proceso de fabricaci¨®n. No era raro que, en plena noche, cogiera la bicicleta (nunca hab¨ªa intentado siquiera conducir un autom¨®vil) y se fuera a la f¨¢brica para realizar muestreos que luego pod¨ªa comentar con el maestro jabonero de guardia hasta primeras horas de la ma?ana.
Afirmaba que la Casa Pelletier hab¨ªa nacido en realidad el d¨ªa en que se hab¨ªa encendido el primer ¡°gran caldero¡±, al que bautiz¨® como la Ninon ¡ªseg¨²n ¨¦l por paronimia con la Ni?a, la primera de las tres carabelas de Col¨®n¡ª y cuyo nombre hizo grabar en una placa de bronce que se fij¨® en la base. La se?ora Pelletier frunci¨® el ce?o cuando, dos a?os despu¨¦s, llam¨® al segundo tanque la Castiglione porque no ve¨ªa relaci¨®n alguna con el descubrimiento de Am¨¦rica. La instalaci¨®n del tercero, bautizado como la Palleva, la sumi¨® en la m¨¢s absoluta perplejidad, as¨ª que decidi¨® preguntarle a Fran?ois, considerado el intelectual de la familia porque hab¨ªa acabado el bachillerato antes de la edad habitual.
¡ªSon nombres de mantenidas, mam¨¢: la Ninon es por Ninon de Lenclos y la Castiglione por Virginia de Castiglione. La Palleva es el mote de una tal Esther Lachmann, por eso de: ¡°Paga y ll¨¦vatela¡±.
La se?ora Pelletier se qued¨® boquiabierta.
¡ª?Eso eran, nombres de mantenidas?
¡ªS¨ª, mam¨¢ ¡ªconfirm¨® Fran?ois tranquilamente¡ª, eso eran.
¡ª?Pues claro que no eran mis mantenidas! ¡ªprotest¨® el se?or Pelletier al ser preguntado¡ª. Eran simples cortesanas, Ang¨¨le: les he puesto as¨ª a los calderos porque eran mis amiguitas, nada m¨¢s...
¡ªY unas golfas...
¡ªS¨ª, tambi¨¦n... pero no tanto por eso...
A la se?ora Pelletier le gustaba contribuir a que su marido tuviera reputaci¨®n de hombre infiel: deb¨ªa de halagarla. Louis nunca la hab¨ªa enga?ado, en realidad, pero ella no perd¨ªa ocasi¨®n de condenar en p¨²blico una mala conducta que sab¨ªa puramente imaginaria. Un ejemplo: cuando su marido viajaba a Par¨ªs se hospedaba siempre en el H?tel de l¡¯Europe, as¨ª que, al volver, a menudo elogiaba la c¨¢lida acogida de la propietaria, la se?ora Ducrau, a quien, en consecuencia, ella describ¨ªa como ¡°la amante de mi marido¡± o, si hablaba con sus hijos, ¡°la amante de vuestro padre¡±.
Cuando su marido viajaba a Par¨ªs se hospedaba siempre en el H?tel de l¡¯Europe, as¨ª que, al volver, elogiaba la c¨¢lida acogida de la propietaria, la se?ora Ducrau, a quien ella describ¨ªa como ¡°la amante de mi marido¡± o, si hablaba con sus hijos, ¡°la amante de vuestro padre¡±
Louis siempre protestaba:
¡ª?Pero si la se?ora Ducrau debe de tener 200 a?os, Ang¨¨le! ¡ªdec¨ªa.
Y su mujer respond¨ªa con un gesto de la mano que significaba: ¡°?Eso cu¨¦ntaselo a otra!¡±
Durante la peregrinaci¨®n, sin embargo, la se?ora Pelletier estaba preocupada por algo que nada ten¨ªa que ver con las amantes de su marido o los nombres de los tres grandes tanques de jab¨®n: sobrevivir.
Y, en su opini¨®n, no estaba nada claro que pudiera conseguirlo.
Acababan de pasar la mezquita de Medjidi¨¦ y la f¨¢brica le parec¨ªa un horizonte inalcanzable.
¡ªD¨¦jame, ?tienne, voy...
Hab¨ªa estado a punto de decir ¡°voy a morirme aqu¨ª mismo¡±, pero una brizna de lucidez y sentido del rid¨ªculo (no dejaban de encontrarse con gente conocida) se lo impidi¨®, de modo que se limit¨® a aflojar el paso y a apretarse el pa?uelo contra las sienes. La brisa marina envolv¨ªa la ciudad en una frescura primaveral, nadie sudaba, ni siquiera ella; sin embargo, le hizo se?as a ?tienne de que parara a un vendedor de bebidas frescas que hac¨ªa sonar sus campanillas para comprarle un vaso de agua de tamarindo que se bebi¨® con cara de resignaci¨®n, como si fuera cicuta. No ten¨ªa otra forma de mostrar su agotamiento; eso y levantarse el sombrero para pasarse un dedo por la frente. Se detuvo de nuevo boqueando y con una mano sobre el coraz¨®n. ?tienne se volvi¨® y le dirigi¨® una mueca de resignaci¨®n a H¨¦l¨¨ne: no hab¨ªa nada que hacer. Las sucesivas partidas de los hijos hab¨ªan sido, cada una en su momento, como clavos en el coraz¨®n de su madre.
Pero, Ang¨¨le, nuestros hijos ya son mayores... ¡ªhab¨ªa razonado el se?or Pelletier¡ª. Es normal que quieran irse de casa...
¡ªNo se van de casa, Louis, ?huyen!
El se?or Pelletier acababa rindi¨¦ndose siempre: su esposa dispon¨ªa de un arsenal casu¨ªstico que ¨¦l jam¨¢s conseguir¨ªa emular.
¡ªAnda, anda, no te preocupes por m¨ª, ?tienne... ¡ªdijo la se?ora Pelletier entre jadeos.
Y ?tienne, resignado, se content¨® con apretarle ligeramente el brazo para animarla a seguir a pesar del agotamiento: paso a paso acabar¨ªan llegando. La tarea de apoyar a su madre le correspond¨ªa porque esta vez ¨¦l era el infractor, el culpable de la situaci¨®n.
Los precedentes a¨²n estaban en el recuerdo de todos.
Dos a?os antes Fran?ois hab¨ªa anunciado que quer¨ªa marcharse a Par¨ªs para ingresar en la Escuela Normal Superior, y la se?ora Pelletier se hab¨ªa derrumbado cuan larga era en el suelo de la cocina.
¡ªEs sorprendente... ¡ªse aventur¨® a decir el doctor Doueiri, que no hab¨ªa tratado m¨¢s que insolaciones y bronquitis (era un hombre bastante memo y siempre se quedaba estupefacto ante los problemas de salud de sus pacientes; s¨®lo brillaba jugando a la belote).
Fran?ois tuvo que quedarse todo un d¨ªa junto a la cama de su madre, oy¨¦ndola lamentarse hasta en sue?os de tener un hijo tan ingrato y repitiendo una y otra vez que aquella familia iba a matarla.
¡ªY t¨² callado, como siempre... ¡ªle reproch¨® a su marido.
¡ªEs que... la Escuela Normal... ¡ªaleg¨® el se?or Pelletier vagamente, pero no tard¨® en coger la bici y marcharse a la f¨¢brica.
Cuando la se?ora Pelletier consinti¨® finalmente en levantarse, Fran?ois tuvo que soportar otra prueba tanto o m¨¢s dolorosa que la anterior, consistente en ver a su madre ¡°preparar sus ba¨²les¡±.
¡ªYa que has decidido irte... ¡ªrezongaba ella diez veces al d¨ªa mientras juntaba, seleccionaba y apilaba ropa y provisiones para el viaje.
El ancho mundo. Pierre Lemaitre. Traducci¨®n de Jos¨¦ Antonio Soriano Marco. Salamandra, 2023. En librer¨ªa el 12 de enero.
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