¡®Caperucita en Manhattan¡¯, un fen¨®meno tambi¨¦n en el teatro

?Qu¨¦ fen¨®meno fue y sigue siendo Carmen Mart¨ªn Gaite! Antes de que el Teatro de la Abad¨ªa de Madrid estrenara la semana pasada la adaptaci¨®n esc¨¦nica de su libro Caperucita en Manhattan ya estaban agotadas todas las localidades hasta el 23 de febrero, fecha final de las funciones. M¨¢s todav¨ªa: no queda tampoco ni una entrada para la versi¨®n de El cuarto de atr¨¢s que se representar¨¢ en el mismo escenario del 27 de febrero al 16 de marzo.

El gozo con el que se est¨¢ c...

?Qu¨¦ fen¨®meno fue y sigue siendo Carmen Mart¨ªn Gaite! Antes de que el Teatro de la Abad¨ªa de Madrid estrenara la semana pasada la adaptaci¨®n esc¨¦nica de su libro Caperucita en Manhattan ya estaban agotadas todas las localidades hasta el 23 de febrero, fecha final de las funciones. M¨¢s todav¨ªa: no queda tampoco ni una entrada para la versi¨®n de El cuarto de atr¨¢s que se representar¨¢ en el mismo escenario del 27 de febrero al 16 de marzo.

El gozo con el que se est¨¢ celebrando el centenario del nacimiento de esta autora fundamental de la segunda mitad del siglo XX constata algo que va m¨¢s all¨¢ de su vigencia literaria: su capacidad para conectar emocionalmente con los lectores contempor¨¢neos. Muchos creadores traspasan ¨¦pocas, pero no tantos despiertan esa empat¨ªa en generaciones posteriores. Un calor que se siente en el patio de butacas durante las funciones de Caperucita en Manhattan. El p¨²blico se va a casa con un buen subid¨®n de libertad y muchas ganas de abrazarse. ¡°?Ay¡­ c¨®mo era Carmen!¡±, dec¨ªa una espectadora a la salida el s¨¢bado pasado. Como si la hubiera conocido de toda la vida.

La misma cercan¨ªa se desprende de la adaptaci¨®n que ha hecho Luc¨ªa Miranda de Caperucita en Manhattan. Transmite con fidelidad el esp¨ªritu del relato y trata con tanto amor a los personajes que los deja correr libres por el escenario. Como habr¨ªa querido su autora.

Recordemos que esta es la historia de una Caperucita contempor¨¢nea. Sara Allen, una ni?a que vive con sus padres en Brooklyn y sue?a con Manhattan: esa isla llena de luces junto a la estatua de la Libertad. Ah¨ª vive su abuela, una antigua estrella de music hall noct¨ªvaga, librepensadora y poco hogare?a, todo lo contrario que sus normativos padres. Pero mientras que en el cuento tradicional abuela y nieta acaban devoradas por el lobo por salirse del ¡°camino correcto¡±, la versi¨®n de Mart¨ªn Gaite invita a lo contrario. En su escapada de Brooklyn a Manhattan, Sara Allen descubrir¨¢ que no hay un ¡°camino correcto¡±. Tambi¨¦n el significado de la palabra libertad: algo que ¡°se siente por dentro y no se puede decir¡±. Una sensaci¨®n tan poderosa c¨®mo fr¨¢gil, como demuestra su tergiversaci¨®n pol¨ªtica actual.

Esa idea de libertad como sentimiento vital impregna el espect¨¢culo ideado por Luc¨ªa Miranda. El canto a la libertad que emana del texto de Mart¨ªn Gaite se traduce en un tratamiento juguet¨®n de los personajes, trajes coloridos, pelucones estrafalarios y una est¨¦tica general que parece la materializaci¨®n de una ilustraci¨®n de un libro de cuentos. El escenario est¨¢ ocupado por lavadoras que simbolizan el universo dom¨¦stico en el que se siente encerrada Sara Allen: a lo largo de la funci¨®n se transformar¨¢n en otras cosas, en paralelo al proceso de autodescubrimiento de la ni?a.

Cuatro actrices y un m¨²sico asumen con un punto gamberro una veintena de personajes. Carolina Yuste interpreta a Sara Allen con su habitual poder¨ªo esc¨¦nico: es tambi¨¦n la Matilda de Roald Dahl y la Alicia de Lewis Carroll. Miriam Montilla y Carmen Navarro est¨¢n divertid¨ªsimas en sus variados papeles. Mamen Garc¨ªa emociona en su encarnaci¨®n de la libertad y de la propia Mart¨ªn Gaite. Y el contrabajista Marcel Mihok llena el ambiente con el sonido de Manhattan: garitos de jazz, m¨²sica negra.

En Madrid est¨¢ todo vendido, pero la producci¨®n saldr¨¢ de gira por Espa?a a partir de marzo. Una sugerencia: si van con una ni?a de la edad de Sara Allen, esp¨ªen sus reacciones con el rabillo del ojo. Lo disfrutar¨¢n.