El 'blues' de Danays
El accidente que le seg¨® un brazo en el metro conmocion¨® a la ciudad hace a?o y medio La artista invidente, que lleg¨® de Cuba para abrirse camino, se qued¨® sin su guitarra pero mantiene la voz Ma?ana cantar¨¢ en el Festival de Jazz de Madrid
-?Eh, mi Chini! Vamos a gosal!
Se r¨ªe. T¨ªmida. Leve.
Mi Chini es ella. Danays Bautista. Antes guitarrista, compositora y cantante. Ahora, y de momento, solo voz. Y lo de gosal ("gozar" dicho con deje cubano) no resulta exagerado. Para Danays (La Habana, 1973), la m¨²sica es el goce, el aire, el alimento. Cuando empieza el ensayo, pegada al micr¨®fono de v¨¢lvulas que est¨¢ caliente, levita, se eleva por encima del sof¨¢, de los enormes telones negros que amortiguan el ruido de una habitaci¨®n llena de instrumentos.
"Ce una strada solo mia da trovare..." ["Hay un camino, solo m¨ªo, que encontrar"], entona muy flojito. La canci¨®n es Ora, de Chiara Civello. Suena el primer tema que ensaya con otros tres m¨²sicos cubanos del repertorio que interpretar¨¢n juntos en el Festival de Jazz, ma?ana domingo, en la sala del Conde Duque. Un tema apasionado y a medida, que habla de "quien vive y quien muere sin tener errores que recordar" y evoca una maleta "llena de miedos".
A Danays le ha martilleado en la cabeza la misma imagen durante meses. Ella cayendo, despacito, despacito, al and¨¦n y despu¨¦s un tren que le corta casi de cuajo el brazo. Un d¨ªa, 17 de mayo de 2010, en el que termin¨® una vida y empez¨® otra. La de la maleta que poco a poco se vac¨ªa de miedos. "Me encantar¨ªa aprender a vivir exactamente aqu¨ª y ahora", desea esta mujer menuda con una sonrisa muy amplia. Buscar el camino, ese camino solo suyo.
Aquel d¨ªa, cuando ca¨ªa casi a c¨¢mara lenta, solo pensaba en una cosa: "?Qu¨¦ putada darle este dolor a mi familia otra vez!".
La segunda vez tras el accidente que le dej¨® ciega de ni?a. La oscuridad de entonces la sorte¨® con la m¨²sica, con la guitarra que empez¨® a tocar con 15 a?os y que, a decir de su amigo Ju¨¢n P¨¦rez (que hace hoy de lazarillo y de fot¨®grafo del grupo), tocaba "como el mism¨ªsimo Wes Montgomery", leyenda de la guitarra de jazz.
En la adolescencia de Danays en La Habana (Cuba), el jazz "era como el abec¨¦, algo que est¨¢ en la sangre de los m¨²sicos". En 2001 empez¨® a dirigir un grupo del g¨¦nero, con el que llen¨® decenas de noches los locales de las callejuelas de la capital cubana. Pero decidi¨® dar el salto, buscar el sue?o m¨¢s all¨¢ del Malec¨®n. Y en 2008 se traslad¨® a Espa?a para abrirse camino, para vivir de la m¨²sica.
En esas andaba, buscando su hueco piano piano, cuando baj¨® aquella ma?ana de primavera al and¨¦n. Caminaba con su bast¨®n ("mi Ferrari", lo llama ella) y entr¨® por donde no hab¨ªa puerta. Cay¨® entre el tercer y el cuarto vag¨®n de la estaci¨®n de Nueva Numancia, cerca de casa.
Todo sucedi¨® r¨¢pido. Chirrido del freno de emergencia. Gritos. Viaje en la ambulancia al hospital Gregorio Mara?¨®n. Una operaci¨®n frustrada de 13 horas para intentar reimplantarle el brazo. Visitas. Muchas visitas de ¨¢nimo mezcladas con las alucinaciones que le produc¨ªa la medicaci¨®n y que le hicieron pensar que se estaba volviendo loca. Los dolores. La noticia de la tragedia que parec¨ªa que iba a truncar su carrera lleg¨® a todas partes.
Y mientras, postrada en la cama, ella se enfrentaba al choque de la realidad. Abri¨® los ojos, abri¨® el entendimiento y pens¨®: "Ostras, me qued¨¦ sin el brazo". Orden¨® que sacaran sus tres guitarras de la habitaci¨®n. Luego se arrepinti¨®: "Di una contraorden". Prest¨® dos y guarda una tercera bajo la cama, lista "por si se presenta alguien a ensayar".
C¨®mo la ech¨® de menos durante aquel primer concierto. Se subi¨® al escenario un mes despu¨¦s de pasar "40 d¨ªas y 500 noches" (carcajada evocando a Sabina) sedada y postrada en el hospital. "?Uff, chungo, chungo! Me faltaba algo. Yo entend¨ªa la m¨²sica desde la guitarra", dice ella. Ya no la a?ora tanto: "Me va gustando lo de cantar, tienes la mente menos diluida y atiendes m¨¢s la voz".
En esta primera tarde de ensayo la mima, la voz. Canta muy flojito para no forzarla antes del concierto que le pone nerviosa lo justo: "Me estresa m¨¢s tener listos los arreglos, preparar los ensayos con tiempo y, sobre todo la promoci¨®n". Hay que dar a conocer la actuaci¨®n, publicitarla, porque el pago este a?o va a taquilla. Tanto vendes, tanto vales.
Justo ahora que no es f¨¢cil ganarse la vida, admite. "No tengo un perfil laboral ampl¨ªsimo y he pasado meses sanando lesiones". El tren se llev¨® el brazo y le destroz¨® las costillas. "Todo est¨¢ roto, por dentro tengo una f¨¢brica de titanio, de placas y tornillos, soy Robocop". A menudo echa mano del humor, quiz¨¢ un pel¨ªn negro. Como cuando le llam¨® un amigo al hospital para preguntarle qu¨¦ tal estaba: "Aqu¨ª, preparando la competici¨®n de remo". Los demonios los guarda para los ¨ªntimos. "Ni me interesa andar cont¨¢ndoselo al mundo ni tampoco ir de chica dura". Ni v¨ªctima ni hero¨ªna, repite varias veces.
Hasta la fecha ha vivido de las donaciones que le hicieron conocidos y an¨®nimos tras el accidente. Sus amigos celebraron varios conciertos para recaudar dinero. "La vida est¨¢ hecha a la medida de tu coraje... que no pare tu m¨²sica ni tu voz", evocaba otro m¨²sico en uno de los recitales que se cerr¨® con ella en cartel antes del accidente y que se mantuvo para rendirle homenaje. La sala, con capacidad para 50 personas, se desbord¨®.
Su madre y su hermana, Hilda y Damaris, llegaron en esos d¨ªas desde Cuba. Pasaron cinco meses las tres juntas en el piso que la cantante comparte con una familia y una ni?a, Alex, que tambi¨¦n quiso darle ¨¢nimos: "Estoy practicando para ponerme la camisa con una sola mano, Danays, yo te ense?ar¨¦ y te compraremos zapatos sin cordones". Ahora, con los dolores suavizados y "humanamente tolerables", puede hacerlo. Se viste sola, cocina, pasea. A¨²n le cuesta bajar sola a la estaci¨®n, eso s¨ª. Siempre hay alguien cerca.
Mantiene un tira y afloja con Metro desde el accidente. Le ofrecen la cobertura del seguro de viaje (unos 30.000 euros, seg¨²n un portavoz de Metro) y su abogada pelea por una indemnizaci¨®n. Admitir ese concepto supondr¨ªa un ingreso mayor para Bautista, un colch¨®n m¨¢s c¨®modo para dedicarse a la m¨²sica. La empresa rechaza entrar en ese terreno porque significar¨ªa admitir que tuvieron parte de responsabilidad en el accidente de la cantante.
Prosigue el ensayo. Bautista susurra Calendario, de Marta Vald¨¦s: "Octubre fue solo un camino, me puse a andar hasta noviembre...". El tiempo sigue su curso, el tiempo pasa, hace entender. "Primero pens¨¦ que se hab¨ªa acabado todo", reflexiona con la cara triste bajo los mechones rizad¨ªsimos. "Luego empec¨¦ a entender que hab¨ªa que seguir, que no quedaba otra, no se puede vivir eternamente en la UCI".
Un amigo le llev¨® al hospital una mel¨®dica (un peque?o teclado que suena al soplar por la obertura, como una flauta). "Maestra, t¨² tienes la m¨²sica en la cabeza, hazla salir", le dijo. Y en esas anda. Dice que no quiere volver a componer hasta que no sea capaz de trasladar los sonidos de su interior a alg¨²n instrumento sin ayuda externa.
Luis Guerra hace escalas en el piano a menos de un metro del sof¨¢ en el que se sienta la cantante. El anfitri¨®n de la vivienda y local de ensayo es "cubano-canadiense" por su trayectoria antes de acabar en Madrid, en este piso con el amplio sal¨®n cubierto de telones negros. A sus 28 a?os, Guerra mantiene la cara de ni?o. Vive de la m¨²sica de su piano desde hace una d¨¦cada. "?El nombre del grupo? Es Danays Bautista. Nosotros solo acompa?amos", explica. Danays le llama "mi mano izquierda". ?l le ayuda en los arreglos, le anima a ensayar escalas y a aplicarse con el piano, a practicar aunque sea con una mano para ayudarla a sacar fuera de su cabeza nuevas creaciones, a volver a componer.
Guerra bromea guas¨®n entre tema y tema. "La polic¨ªa nos va a echar por tanto ruido". Y ella responde, otra vez tirando de humor negro: "Ah, no, a m¨ª no, que soy discapacitada". Carcajada coral. El bater¨ªa Michael Olivera se revuelve en su sitio y echa un vistazo por el balc¨®n. ?l y Danays se conocieron a?os ha, en Cuba. Han tocado juntos muchas veces. Michael es el ¨²ltimo en sumarse a este grupo de compatriotas que ma?ana irrumpe en el Festival de Jazz. Lleg¨® hace dos meses para ampliar el repertorio del caj¨®n con sones flamencos e incorporarlos a la bater¨ªa.
El bajista, con sus elegantes cejas escondidas bajo una gorra, cumple ahora sus dos primeros a?os en Espa?a. Iv¨¢n Ruiz, tambi¨¦n cubano, vivi¨® 17 a?os en Viena. "Me pudo el fr¨ªo y me vine hac¨ªa ac¨¢ buscando lo latino". Los cuatro se conocen, se entienden con pocas palabras entre acorde y acorde. Ya han trabajado juntos. El jueves por la tarde, en ese primer ensayo en la calle de la Cava Baja, se centraron en repasar el repertorio viejo al que ya le tienen cogido el truco.
A Bautista le gustan m¨¢s los ensayos que los conciertos. Aqu¨ª se puede parar y rebobinar. Repetir el tema una y otra vez. Arreglar los errores. Pasarlos por alto.
La cantante a¨²n no se cree del todo que participar¨¢ en el Festival de Jazz. "All¨ª estaba yo, en la rueda de prensa, entre tanto monstruo". Le anim¨® su m¨¢nager, Isabel Pl¨¢, "la embajadora de Cuba en Espa?a".
Incluir¨¢ uno de sus temas, Serena, que antes tocaba con la guitarra y ahora solo tararea siguiendo el comp¨¢s con la mano y los pies. La tarde de risas y ensayos pasa r¨¢pido. La luz que entra por el balc¨®n se va apagando. Quedan para el d¨ªa siguiente en el mismo sitio, a la misma hora.
El amigo Juan Ruiz le acompa?a por las callejuelas hasta el metro, ese al que a¨²n no es capaz de enfrentarse sola. Camina despacito. Su lazarillo, que no ha dejado de tomar im¨¢genes en toda la sesi¨®n de ensayo, solo quiere una cosa: "Lo importante es que vuelva a ser feliz". Danays Bautista es como el jazz, que se reinventa siempre.
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