El sue?o de escapar al sur
Nos hemos acostumbrado a una forma de hacer pol¨ªtica que, en t¨¦rminos est¨¦ticos y ¨¦ticos, podr¨ªamos calificar como fea y orientada al consumo
El fin del per¨ªodo legislativo impone una pausa en la pol¨ªtica. La suspensi¨®n de las sesiones parlamentarias abre una tregua y algunos podr¨¢n salir de vacaciones. Probablemente todos sintamos la necesidad, cuando no la urgencia, de buscar alg¨²n destino.
En muchos casos, los ojos y las mentes se vuelven hacia el sur y el campo chileno. M¨¢s all¨¢ de su dimensi¨®n tur¨ªstica, esta a?oranza revela lo que Kathya Araujo ha identificado como un fen¨®meno social significativo: el deseo de encontrar, aunque sea temporalmente, un espacio ajeno a las l¨®gicas urbanas y su demanda permanente.
El deseo trasciende lo meramente geogr¨¢fico. El sur chileno se ha ganado su lugar en el imaginario nacional no solo por sus paisajes imponentes, donde el verdor se fusiona con el cielo, sino por representar una forma de vida alternativa ¡ªquiz¨¢s inalcanzable¡ª, pero no por ello menos deseada. En estos espacios, uno puede reconectarse con la magnitud de la naturaleza y recordar nuestra peque?ez ante un mundo que merece ser preservado.
Esta b¨²squeda persistente de escapar refleja, en parte, las deficiencias de nuestros espacios urbanos, dise?ados con frecuencia priorizando la funci¨®n sobre el bienestar de quienes los habitan. Nuestras ciudades no nos invitan. Aunque no es solo funcionalidad: la vida contempor¨¢nea tiene pocos espacios para la belleza (la ciudad muchas veces la excluye, desde luego), parece haberla olvidado por no ser ¨²til. A lo sumo es una opci¨®n para el consumo privado, algo a lo que se dedica el tiempo libre.
Quiz¨¢s esta persistente b¨²squeda de belleza en el sur no es casual. Roger Scruton, uno de los grandes fil¨®sofos contempor¨¢neos, hablaba precisamente de la uglification, o la progresiva extensi¨®n de la fealdad en la vida moderna. El fil¨®sofo advert¨ªa sobre un fen¨®meno inquietante que le segu¨ªa: la gradual supresi¨®n del juicio est¨¦tico en el espacio p¨²blico. Ya no nos atrevemos a decir esto es bello o esto es feo. Esta autocensura est¨¦tica no es trivial: cuando perdemos la capacidad de discernir entre lo bello y lo feo, tambi¨¦n se erosiona nuestra habilidad para distinguir entre lo bueno y lo malo.
Esta p¨¦rdida tiene manifestaciones concretas en nuestra vida social. No es casualidad que anhelemos el sur como escape, buscando en sus paisajes una belleza que parece haberse extraviado en nuestras ciudades cotidianas. Pero quiz¨¢s lo m¨¢s preocupante es c¨®mo la masificaci¨®n de la fealdad ha permeado nuestra vida pol¨ªtica: la estridencia se ha normalizado, el insulto se ha vuelto moneda corriente y la confrontaci¨®n vac¨ªa ha reemplazado al debate sustantivo.
Nos hemos acostumbrado a una forma de hacer pol¨ªtica que, en t¨¦rminos est¨¦ticos y ¨¦ticos, podr¨ªamos calificar como fea y orientada al consumo. Algo as¨ª como comida chatarra, pero en clave de representaci¨®n. Una conexi¨®n r¨¢pida, somera, utilitaria, en ¨²ltimo t¨¦rmino poco nutritiva. La inmediatez digital solo ha acelerado esta degradaci¨®n del discurso p¨²blico, le puso esteroides. En Chile, adem¨¢s, esta tendencia se ha agudizado por el continuum electoral en que nos hallamos inmersos desde que se abriera el primer proceso constituyente. Nada hace prever que el a?o que comienza ser¨¢ particularmente generoso en cuanto a belleza, ni que ning¨²n candidato lo tenga situado entre sus planes.
No es extra?o, entonces, que tambi¨¦n en la pol¨ªtica busquemos alg¨²n sur, un espacio donde podamos recuperar lo que el mismo Scruton llamaba el sentido de lo sagrado en la vida p¨²blica. Este anhelo refleja una necesidad m¨¢s profunda: la de encontrar formas de convivencia pol¨ªtica que nutran los v¨ªnculos que nos constituyen como comunidad, que reconozcan que la pol¨ªtica no es solo administraci¨®n de recursos, sino tambi¨¦n preservaci¨®n de algo valioso. Como suger¨ªa Scruton, la p¨¦rdida de la belleza en la esfera p¨²blica va de la mano con el olvido de nuestra naturaleza como seres que habitamos un lugar y un tiempo espec¨ªficos, con responsabilidades hacia el pasado y el futuro.
El mundo humano, y en consecuencia, el pol¨ªtico, no est¨¢ hecho solo de materialidad. Es m¨¢s que ¨¢rboles, lagos, monta?as, paisaje. Se construye, en buena medida, mediante la palabra y el gesto. Cuidar ambas cosas podr¨ªa ayudar a que, aunque sea por un tiempo, encontremos en el espacio cotidiano un sur, un espacio agradable, acogedor, al menos habitable. Aunque quiz¨¢s es mucho pedir para estos tiempos.