?Por qu¨¦ el ¡®progresismo¡¯ se volvi¨® una mala palabra?
Mientras no exista conciencia sobre lo mal que est¨¢ sonando la palabra ¡®progresismo¡¯, y a nadie le interese preguntarse por las razones de este fen¨®meno de sentido, la ruta est¨¢ pavimentada para la extinci¨®n
Tras los resultados de la ¨²ltima elecci¨®n parlamentaria alemana de este domingo, en la que el Partido Socialdem¨®crata (SPD) registr¨® su peor desempe?o hist¨®rico y la extrema derecha de Alternative f¨¹r Deutschland (AfD) su mejor resultado desde la d¨¦cada del treinta del siglo XX, es importante detenerse una vez m¨¢s sobre una pregunta inquietante: ?por qu¨¦ el ¡®progresismo¡¯ se ha transformado en una mala palabra? La pregunta es terrible ya que describe una situaci¨®n generalizada de declive electoral de la socialdemocracia en los pa¨ªses europeos, en donde tan solo los Partidos Socialistas de Espa?a, Portugal y el Partido Laborista ingl¨¦s est¨¢n escapando de esta tendencia: la pregunta es por qu¨¦.
?Hay una amenaza de extinci¨®n? No lo sabemos, pero hay que actuar como si un evento de destrucci¨®n masiva de todas las izquierdas estuviese ocurriendo.
Para responder esta pregunta tan dif¨ªcil, es importante tomar nota de variaciones entre pa¨ªses, adem¨¢s de diferencias entre continentes: resulta ser un enigma pol¨ªtico (aunque algo sabemos de las razones electorales involucradas) la situaci¨®n del Partido Socialista Obrero Espa?ol (PSOE), un partido que no enfrenta una competencia seria por su izquierda y que aun bordea el 30% de los votos. En cuanto al Partido Socialista portugu¨¦s, nunca ha enfrentado una amenaza real por el lado de nuevas izquierdas (que existen: el Bloco de Esquerda), como tampoco el Labour (la disidencia de izquierdas se ha dado en su interior, en donde el ¨²ltimo episodio fue Jeremy Corbin que termin¨® muy mal). Hasta no hace tanto, lo mismo se pod¨ªa decir del SPD alem¨¢n: sin embargo, al d¨ªa de hoy se observa un fortalecimiento de dos partidos por su izquierda, sorprendentemente Die Linke y esa fuerza rara y personal que es la alianza Sarah Wagenknecht. La pregunta es, entonces, sobre las razones que explican el surgimiento de fuerzas que desaf¨ªan a la socialdemocracia por la izquierda y que no tienen ni tendr¨¢n destino (en tal sentido, la extrema personalizaci¨®n de La Francia Insumisa en su l¨ªder Jean-Luc M¨¦lenchon y la radicalizaci¨®n en clave anti-socialista de su partido no auguran nada bueno).
Lo anterior no quiere en absoluto decir que la ausencia de competencia por la izquierda explica la robustez relativa de Partidos Socialistas y Laboristas: ser¨ªa demasiado f¨¢cil y mec¨¢nico, y no se entienden las razones de por qu¨¦ en algunos pocos pa¨ªses surgen nuevas izquierdas y en otros no. Pero el hecho es que no ocurren las mismas cosas cuando la socialdemocracia es hegem¨®nica (aunque declinante) a que cuando es desafiada.
El problema se encuentra en otro lugar: en la cultura y en la aproximaci¨®n pol¨ªtica de la econom¨ªa del capitalismo.
All¨¢ por los a?os 2007-2008, en plena crisis financiera, varios pensamos que ese era el momento catalizador de las izquierdas para transformar el capitalismo y salir de una vez por todas del neoliberalismo. Nada de eso ocurri¨®. Si bien el auge de la extrema derecha se viene originando desde bastante antes de la crisis financiera (en Francia desde 1983), el hecho es que esa crisis catapult¨® a la extrema derecha al estrellato de la novedad pol¨ªtica: por razones que aun necesitan ser estudiadas de modo detallado, los rescates de la banca y el uso de pol¨ªticas no convencionales (por ejemplo, el quantitative easing) no fueron le¨ªdos por los pueblos en clave de izquierda, tampoco keynesiana (hay toda una agenda de investigaci¨®n emp¨ªrica sobre c¨®mo esas pol¨ªticas no convencionales moldearon las preferencias de los electorados). Estas pol¨ªticas fueron asumidas en los pa¨ªses del Norte como pol¨ªticas anti-populares, las que eran reforzadas por todos los partidos socialdem¨®cratas al dirigirse hacia electorados de clase media alta y educados. Dicho de otro modo, aun se est¨¢n pagando los costos de las pol¨ªticas de abandono de las clases populares, las que se refugian en el abstencionismo o votan (dependiendo de las coyunturas de los pa¨ªses) por fuerzas anti-sistema, especialmente de derecha radical, nativista o de extrema derecha (como quiera que las llamemos).
Lo sorprendente en este desastre de izquierdas es que llevamos 15 a?os desarrollando el diagn¨®stico, y son pocos los partidos que se lo han tomado en serio: una parte de la explicaci¨®n reside en el divorcio entre intelectuales progresistas (ellos mismos volcados a acentuar a cualquier precio la identidad de izquierda) y partidos progresistas de izquierda blanda cada vez m¨¢s atrapados por el mantra de Thatcher: ¡°no hay alternativa¡±, repetido una y otra vez por las derechas radicales, cuyas pol¨ªticas se radicalizan d¨ªa tras d¨ªa debido a la influencia global de Donald Trump y de Elon Musk.
Este es el estado del mundo en los pa¨ªses del Norte: no sacamos nada con leer y entender los estudios electorales de la ciencia pol¨ªtica que relativizan el ¡®fen¨®meno¡¯ (en circunstancias que el ¡®fen¨®meno¡¯ est¨¢ produciendo consecuencias globales en todo orden de cosas): que en-realidad-los-obreros-no-votan-extrema-derecha, que el problema est¨¢ en un segmento de las clases medias que votan por candidatos anti-sistema que suelen coincidir con la derecha radical, que el mundo de la derecha radical no es homog¨¦neo (lo que es cierto) pero logra entenderse en ¨²ltima instancia, que todas estas cosas se explican por la polarizaci¨®n afectiva, y un largo etc¨¦tera. Hay un verdadero problema con la ciencia pol¨ªtica: sus estudios pueden ofrecer pistas sobre lo que est¨¢ ocurriendo, pero despolitizan la realidad al explicarla como si fuese un objeto natural.
En todo este cuadro, Am¨¦rica Latina proporciona un llamativo contraste. En este continente, las izquierdas resisten y ganan elecciones: ese fue el caso del Frente Amplio uruguayo, lo que ser¨¢ muy probablemente refrendado en Ecuador por la candidata de la Revoluci¨®n Ciudadana Luisa Gonz¨¢lez. En Brasil gobierna Lula, en Colombia Gustavo Petro y en Chile Gabriel Boric, todos con grandes problemas, pero gobernando. Un caso an¨®malo es Venezuela, que de izquierda no tiene nada y de dictadura tiene todo, con una gran capacidad para intoxicar a la izquierda comunista.
Si la pregunta, en los pa¨ªses del Norte, es por la excepci¨®n que representan los partidos de izquierdas en Espa?a, Portugal y el Reino Unido, la interrogante en los pa¨ªses sudamericanos es por lo que explica la resiliencia de las izquierdas.
El denominador com¨²n en todos los pa¨ªses es la creciente mala fama que rodea a la palabra ¡®progresismo¡¯: ?c¨®mo explicarlo? Pues bien, por las mismas razones que en los pa¨ªses del Norte, pero con varios a?os de atraso. El abandono de las clases desfavorecidas y populares en beneficio de las clases medias educadas receptivas al lenguaje identitario y al sistema de ideas que ve en muchos grupos situaciones de dominaci¨®n, ha mermado la capacidad universalizadora que hist¨®ricamente ha caracterizado a las izquierdas. Esto es lo que explica que el progresismo sea cada vez m¨¢s una fuerza que representa a grupos particulares, y no a mayor¨ªas sociales y pol¨ªticas que siguen resintiendo el agravio de la explotaci¨®n y de la desigualdad econ¨®mica. El problema es especialmente delicado en Chile, en donde las izquierdas bregan por seleccionar, a secas, un candidato presidencial sin ninguna idea relevante, en la m¨¢s completa ignorancia por los grupos a los que se debe representar (sobre esto, mucho tienen que ver las caracter¨ªsticas de los candidatos). Mientras no exista conciencia sobre lo mal que est¨¢ sonando la palabra ¡®progresismo¡¯, y a nadie le interese preguntarse por las razones de este fen¨®meno de sentido, la ruta est¨¢ pavimentada para la extinci¨®n.