Insomnio y ligereza del odio
Lo visto en el caso George Floyd lo describi¨® Wislawa Szymborska en ¡®El odio¡¯: ¡°Qu¨¦ bien se conserva / en nuestro siglo el odio./ Con qu¨¦ ligereza vence los grandes obst¨¢culos"
¡°No puedo respirar¡±. George Floyd, bajo una rodilla ruin, en Minneapolis. No puede respirar. Escribe en El odio Wislawa Szymborska: ¡°Qu¨¦ bien se conserva / en nuestro siglo el odio./ Con qu¨¦ ligereza vence los grandes obst¨¢culos./ Qu¨¦ f¨¢cil para ¨¦l saltar, atrapar¡±. Spike Lee mira hacia sus rodillas. Pod¨ªa ...
¡°No puedo respirar¡±. George Floyd, bajo una rodilla ruin, en Minneapolis. No puede respirar. Escribe en El odio Wislawa Szymborska: ¡°Qu¨¦ bien se conserva / en nuestro siglo el odio./ Con qu¨¦ ligereza vence los grandes obst¨¢culos./ Qu¨¦ f¨¢cil para ¨¦l saltar, atrapar¡±. Spike Lee mira hacia sus rodillas. Pod¨ªa estar recitando a la poeta polaca (al odio ¡°el insomnio no le quita fuerzas, se las da¡±) mientras ve salir a la calle a Donald Trump con una Biblia de atrezzo. No puede respirar George Floyd, ahora respira por ¨¦l el mundo.
¡°Arrastra solo el odio¡, que sabe lo suyo¡±. Ese poema asustado de Szymborska. Hitler le re¨ªa las gracias al que invent¨® un peri¨®dico para ense?ar a odiar a los ni?os jud¨ªos. ¡°?De d¨®nde sacar¨¢ este hombre esas ideas, jajaja?¡±. La carcajada dio permiso a matanzas posteriores. Fernando del Rey (historiador) ha escrito Retaguardia roja y, en colectivo, Pol¨ªticas de odio. El primero es ¡°una radiograf¨ªa de la violencia del lado republicano en Ciudad Real¡±, su tierra. Lo que escuch¨® de chico convertido en dolor y en libro. Hitler, Mussolini, Franco, l¨ªderes pol¨ªticos, ¡°alimentaban el odio, la crispaci¨®n, la destrucci¨®n de las instituciones¡±. Ese ¡°alimento del odio¡± prosper¨® aqu¨ª, en la Rep¨²blica y m¨¢s all¨¢: ¡°Se buscaba desde los extremismos la ocupaci¨®n de la calle¡±. El ¡°ariete desestabilizador¡± llev¨® a esl¨®ganes (¡°la dial¨¦ctica de los pu?os y las pistolas¡±) en una ¨¦poca en la que, adem¨¢s, ¡°los diputados llevaban pistola¡±.
El diputado y maestro Labordeta afront¨® el desd¨¦n de los pocos diputados que lo escuchaban. ¡°Me dijo¡±, cuenta su amigo Paco Uriz, poeta, ¡°que le zahirieron de tal manera que al final de aquella desverg¨¹enza ¨¦l les grit¨®: '?Co?o, joder, iros a la mierda!"
¡°Iros a la mierda¡±. Este mi¨¦rcoles, cuando el presidente S¨¢nchez dec¨ªa que veneno viene de virus y ahora es odio, Del Rey exclama sobre el ruido del ambiente: ¡°?Nos estamos volviendo locos? ?No a la violencia verbal, no al odio!¡±. A?os antes, en ese Parlamento, el diputado y maestro Labordeta afront¨® el desd¨¦n de los pocos diputados que lo escuchaban. ¡°Me dijo¡±, cuenta su amigo Paco Uriz, poeta, ¡°que le zahirieron de tal manera que al final de aquella desverg¨¹enza ¨¦l les grit¨®: '?Co?o, joder, iros a la mierda!". Uriz le dedic¨® un poema, Un beduino en el hemiciclo. ¡°Revoltosos, insolentes, vientres sentados,/ atrincherados en plomiza y an¨®nima grisura,/ la bullanguera muchachada, cual barra brava/ ultramarina,/ intentaba acallar con su ingenio retrechero/ la soberana pero inc¨®moda, por ajena, libertad de expresi¨®n./ Y el ¡®co?o joder iros a la mierda¡¯/ son¨® como el evang¨¦lico latigazo contra los mercaderes¡±.
¡°C¨®lera, ira¡±. Irene Vallejo (El infinito en un junco) ha rastreado toda la literatura. Este es el origen del ¡°ruido y la furia¡± que halla su asiento de fuego en el odio como subrayado literario. Est¨¢ en la primera palabra de La Iliada: ¡°m¨¦nin, que significa c¨®lera, ira¡ La Iliada mira de frente el dolor que provocan las guerras, el odio transformado en muertes¡±. Tuc¨ªdides recoge lo que embajadores atenienses dijeron para rechazar un arreglo innoble: ¡°Vuestra amistad se interpretar¨¢ como una prueba de debilidad; vuestro odio es prueba de nuestra fuerza¡¡±.
Y Catulo escribe sobre ¡°el amor que, a veces, es un territorio fronterizo del odio¡±: ¡°Odio y amo./ Quiz¨¢ te preguntes c¨®mo puedo hacer eso./ No lo s¨¦./ Pero es lo que siento, y me torturo¡±. El maestro Emilio Lled¨® tiene dicho: ¡°El lenguaje pone en los labios la esperanza de que no sea la fuerza ¡ªreflejo del poder gratuito¡ª la que remedie la miseria, la rivalidad, el odio¡±. El odio es esa rodilla que, arrojada contra el cuello, deja sin respiraci¨®n, asesina.