Rosas rojas para la Sard¨¤
La actriz brind¨® muchos grandes momentos esc¨¦nicos en una vida llena de funciones inolvidables
Lo que se recuerda en estos momentos son muchos rostros, y en el caso de las grandes actrices, multiplicaciones que rozan el v¨¦rtigo. Se impone atrapar fragmentos porque el tren pasa muy aprisa por demasiadas estaciones. Una noche de verano en su casa de Camallera, cenando con la Sard¨¤, con mi mujer, con Papitu Benet y con Carme Can¨¦. La Sard¨¤ se levanta, vuelve con un pu?ado de folios, y comienza a leer. Esta noche le apetece, nos dice, leer algunos textos, fragmentos de ¡°obra...
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Lo que se recuerda en estos momentos son muchos rostros, y en el caso de las grandes actrices, multiplicaciones que rozan el v¨¦rtigo. Se impone atrapar fragmentos porque el tren pasa muy aprisa por demasiadas estaciones. Una noche de verano en su casa de Camallera, cenando con la Sard¨¤, con mi mujer, con Papitu Benet y con Carme Can¨¦. La Sard¨¤ se levanta, vuelve con un pu?ado de folios, y comienza a leer. Esta noche le apetece, nos dice, leer algunos textos, fragmentos de ¡°obras todav¨ªa sin t¨ªtulo, para c¨®mo suenan¡±. No suenan con la ferocidad de tantas piezas, memorizadas o pura improvisaci¨®n. Suenan con una claridad transparente, como si acabaran de brotar, una dulzura inusitada. No recita para lucirse. Tardo un poco en caer en la cuenta de que nos estaba haciendo un regalo.
Volvemos atr¨¢s en el tiempo. Y en la multitud de rostros. El que regresa m¨¢s veces es el de Carol Burnett: risa ¨¢cida, ojos empapados. La primera vez que la vi con las dos caras de Burnett fue en 1979, en el Lliure, dirigida por Pasqual, uno de sus grandes gu¨ªas. El espect¨¢culo que aquella noche me atiz¨® como un doble lingotazo fue Rosa i Maria. Dos mon¨®logos, dos mujeres, dos nombres. Una entrega de humor, y una historia, de golpe, te part¨ªa el coraz¨®n. No recuerdo lo que improvisaba, ni lo que llevaba escrito. Recuerdo un pasaje centroeuropeo, una balada de Brecht, un poema de Mart¨ª i Pol, y dir¨ªa que un galope de risa libre y vodevilesca con el toque de Terenci Moix. Hablando de parejas, c¨®mo echo de menos lo que ya no veremos: Sard¨¢ y Machi, pareja ideal. Funciones en las que Sard¨¢ se dio a conocer, a mitad de los sesenta: su debut en Cena de matrimonios de Paso, con la compa?¨ªa de Carlos Lucena y Dora Santacreu, y su lanzamiento, en el 69, con El Knack, de Ann Jelliscoe, dirigida por Ventura Pons. Su lista de piezas de teatro es inacabable. Y la de cine arranca tarde, en 1980, y ya no para. Sus trabajos en televisi¨®n siguen un patr¨®n semejante.
He de elegir, no hay otra opci¨®n. En la d¨¦cada de los 2000 borda un ¨¦xito tras otro. Me quedo con la joya de humor amargo y l¨¢grimas en el rol de la doctora Vivan Bearing, enferma terminal, valiente como pocas, en Wit (2004) de Margaret Edson. Y el mano a mano con N¨²ria Espert (Bernarda Alba) y la Sard¨¤ como Poncia, uno de los grandes momentos de Pasqual. Otro Pasqual de a¨²pa: Crecenunsold¨¨u y Dona no reeducable, dos mon¨®logos de Stefano Massini (el primero de Sard¨¢, el segundo de Miriam Iscla), abriendo la temporada del Lliure en 2015. Por ese entonces arranc¨® la enfermedad, contra la que combati¨® como una jabata. Recuerdo de golpe, y entiendo ahora, quiz¨¢s, el golpe de llanto de Pasqual, una tarde en su casa de paseo de Gracia, mientras atardec¨ªa, evocando una funci¨®n lejana pero llena de vida. La obra creo que era Roses roges per a mi, de Sean O¡¯Casey. Que para ti sean esas rosas, Sard¨¢.