Libros para presumir que no hace falta leer
Estanter¨ªas de pega, camisetas con portadas famosas, pavoneo literario en redes sociales... la ¨²ltima tendencia de la era digital se llama ¡®bookishness¡¯ y pasa por exhibir la parte m¨¢s fetichista de la lectura
La influencer francesa Maddy Burciaga salt¨® a los titulares de la prensa en enero de este a?o por publicitar unas cajas imitaci¨®n de libros de lujo a 19,99 euros las dos unidades; sus fake books (libros falsos) no tienen p¨¢ginas y, como puede verse en el v¨ªdeo que public¨® al efecto, son tan buenos para decorar una habitaci¨®n como cualquiera de los muchos papeles de pared s¨ªmil biblioteca que se encuentran en Amazon: por men...
La influencer francesa Maddy Burciaga salt¨® a los titulares de la prensa en enero de este a?o por publicitar unas cajas imitaci¨®n de libros de lujo a 19,99 euros las dos unidades; sus fake books (libros falsos) no tienen p¨¢ginas y, como puede verse en el v¨ªdeo que public¨® al efecto, son tan buenos para decorar una habitaci¨®n como cualquiera de los muchos papeles de pared s¨ªmil biblioteca que se encuentran en Amazon: por menos de 70 euros, el cliente puede presumir de la posesi¨®n de numerosos y muy respetables libros sin la necesidad de comprarlos, adquirir estanter¨ªas y, por supuesto, leerlos.
Los fake books de Burciaga (2,6 millones de seguidores en Instagram, 153.000 suscriptores en YouTube, m¨¢s de 61.300 en Twitter) son una manifestaci¨®n m¨¢s de bookishness o adicci¨®n a los libros, un nicho de mercado y una subcultura que la profesora asociada de Ingl¨¦s y Literatura Comparada de la Universidad Estatal de San Diego Jessica Pressman describe en un libro publicado en abril y titulado Bookishness. Loving Books in a Digital Age como una suma de ¡°actos creativos que se relacionan con la materialidad del libro dentro de una cultura digital¡±, un pu?ado de pr¨¢cticas no muy variadas que incluye la publicaci¨®n en redes sociales de una portada sobre un fondo est¨¦ticamente aceptable, la puesta en escena del acto de lectura, el festejo de ciertas librer¨ªas, el comentario superficial pero entusiasta de las emociones suscitadas por una obra, el registro fotogr¨¢fico de pilas de libros en entornos hogare?os en los que estas casan en virtud de su color y/o de alg¨²n otro aspecto sin relaci¨®n con su contenido y, por supuesto, la adquisici¨®n y exhibici¨®n de bolsas de tela, llaveros, marcap¨¢ginas, estuches, mu?ecos, cojines con citas, joyer¨ªa, camisetas, juguetes y l¨¢pices.
Para Pressman, ¡°existe una urgencia y hay una especie de intensidad en ese apego y afiliaci¨®n a los libros en la era digital¡±; en el mejor de los casos, sostiene, su exhibici¨®n en redes sociales ser¨ªa una forma de resistencia contra una cultura digital que habr¨ªa llevado a algunos a creer obsoleta la literatura. La popularidad de plataformas como Instagram, YouTube y TikTok y el inter¨¦s de la industria editorial por coparlos, para lo que ya est¨¢ dise?ando estrategias de comunicaci¨®n y portadas (en este ¨²ltimo caso, con la premisa de que estas deben verse claramente en un tuit, en una publicaci¨®n de Instagram o en la ventana de Amazon), podr¨ªan considerarse un esfuerzo continuado por promover la lectura entre los m¨¢s j¨®venes y contribuir a su vigencia en asociaci¨®n con nuevos actores como los booktubers y los booktokers (personas que rese?an libros en YouTube o en TikTok).
El resultado de estas estrategias, sin embargo, es simplemente la promoci¨®n de la compra de libros por su potencial decorativo, para obtener el respeto y el capital simb¨®lico que quienes no tienen por costumbre leer otorgan a quienes s¨ª lo hacen (en consideraci¨®n de la idea ficticia de que leer los habr¨ªa hecho ¡°mejores¡±) y/o para celebrar la existencia y los logros creativos de los escritores del pasado. Y adem¨¢s no se produce en el ¨¢mbito de la literatura sino en el digital, que refuerza. Como si todas las camisetas (Haruki Murakami acaba de colaborar con la empresa Uniqlo en la creaci¨®n de unas inspiradas en sus libros), las tazas con portadas y los calcetines con frases de libros fueran los restos del naufragio de una literatura que alguna vez no fue solo su forma, que tambi¨¦n tuvo un contenido y contribuy¨® a la b¨²squeda de significado del mundo en el que vivimos.
Quiz¨¢s la bookishness sea la ¨²nica aproximaci¨®n a la literatura posible para los integrantes de una sociedad agotada y confinada que se relacionan solo a trav¨¦s de pantallas; como atestiguan decenas de libreros y libreras, no han sido pocos los clientes que en el ¨²ltimo a?o, para transformar una habitaci¨®n de su vivienda en un puesto de teletrabajo, les han pedido libros por metro o por color, encuadernados en pasta o de aspecto m¨¢s informal, dependiendo del tipo de imagen que quer¨ªan proyectar. Una editora ¡°independiente¡± se quejaba un tiempo atr¨¢s de que una cantidad importante de los pedidos que recibe en su tienda virtual no eran de los t¨ªtulos que publica (en su mayor¨ªa, excelentes) sino de los p¨®steres y postales que cre¨® un tiempo atr¨¢s para promoverlos, que sus clientes prefieren por sobre los libros. Pero las grandes editoriales llevan ya alg¨²n tiempo prestando una atenci¨®n casi excluyente a la comercializaci¨®n de una literatura que circula y es promovida en unas redes sociales que solo tienen inter¨¦s en su aspecto material: presionadas por la exigencia de un rendimiento que haga posible sostener estructuras desmesuradas en relaci¨®n con el consumo real de literatura, esas grandes editoriales apuestan deliberadamente por el kitsch de la ¡°adicci¨®n a los libros¡± del que habla Pressman en su obra.
En palabras de sus editores, ¡°Bookishness explica c¨®mo los libros siguen dando sentido a nuestras vidas en la era digital¡±, pero el tipo de discusi¨®n que estos animan en las redes sociales y su uso con fines est¨¦ticos (para ¡°construir y proyectar identidad a trav¨¦s de la posesi¨®n y la presentaci¨®n de los libros¡±, como resume Pressman) parecen hablar de que el ¡°sentido¡± de la vida est¨¢ siendo buscado y producido en otro sitio, por ejemplo en la adquisici¨®n de libros que no se tiene intenci¨®n de leer y su exhibici¨®n. Un tiempo atr¨¢s esto era llamado ¡°esnobismo¡±, pero la palabra se destina en la actualidad a aquello que cuestiona las pr¨¢cticas de una mayor¨ªa atrapada en la habitual y deliberada confusi¨®n entre influencers y expertos, entre lectores y compradores de libros. La cultura letrada no ha perdido del todo su atractivo, al parecer; o, como sugiere el ensayista ingl¨¦s Simon Reynolds en Retroman¨ªa, ha adquirido otro, el de aquello que ha terminado, como la inventiva y la extraordinaria energ¨ªa que tuvo alguna vez la m¨²sica pop, de la que s¨®lo quedan la nostalgia y el consumo. Los propietarios de Zoom no parecen ser ajenos a todo ello, ni a las demandas de sus usuarios, y la plataforma ya ofrece varios fondos virtuales que representan una estanter¨ªa cargada de libros. Parafraseando a Reynolds, quiz¨¢s la Galaxia Gutenberg no termine con un sonoro ¡°bang¡±, sino con su transformaci¨®n en post aspiracional y decoraci¨®n de interiores.