Las cosas, las compras, las modas
La decimosexta entrega de ¡®El mundo entonces¡¯ trata del alud de cosas: en 2023 todo rebosaba de cosas, objetos que deb¨ªan ser cambiados y reemplazados sin descanso, modas y m¨¢s modas que llenaban la Tierra de basura
En esos d¨ªas, los hombres y las mujeres viv¨ªan anegados por las cosas: hab¨ªa cosas y m¨¢s cosas y m¨¢s cosas. Un autor de entonces la llam¨® ¡°la civilizaci¨®n de los miles de cosas¡±: podr¨ªa haber dicho cientos de miles y habr¨ªa sido m¨¢s exacto. En los Estados Unidos ¡ªdonde m¨¢s obsesivos se pon¨ªan con estas cuentas¡ª un estudio dec¨ªa que en la casa de una familia media hab¨ªa unas 300.000 cosas, ¡°desde clips hasta...
En esos d¨ªas, los hombres y las mujeres viv¨ªan anegados por las cosas: hab¨ªa cosas y m¨¢s cosas y m¨¢s cosas. Un autor de entonces la llam¨® ¡°la civilizaci¨®n de los miles de cosas¡±: podr¨ªa haber dicho cientos de miles y habr¨ªa sido m¨¢s exacto. En los Estados Unidos ¡ªdonde m¨¢s obsesivos se pon¨ªan con estas cuentas¡ª un estudio dec¨ªa que en la casa de una familia media hab¨ªa unas 300.000 cosas, ¡°desde clips hasta tablas de planchar¡±. Y que aquella gente se pasaba una media de diez minutos por d¨ªa buscando cosas que perd¨ªan: eso supon¨ªa, en una vida, unos 200 d¨ªas dedicados a la b¨²squeda. Casi nada, comparados con los 2.000 que se gastaban comprando cuando la compra presencial todav¨ªa era mayoritaria.
Muchos hombres y mujeres ten¨ªan cosas y m¨¢s cosas, pero muchos no ten¨ªan casi nada: el 12 por ciento de la humanidad, Europa y Estados Unidos, consum¨ªa el 60 por ciento de los bienes del mundo ¡ªcinco veces m¨¢s que lo que les tocaba¡ª, mientras que el 30 por ciento m¨¢s pobre, africano, asi¨¢tico, sudamericano, consum¨ªa el 3 por ciento ¡ªdiez veces menos que su parte.
Para ellos, las cosas segu¨ªan teniendo un valor importante: el que siempre hab¨ªan tenido. Durante siglos, las pocas cosas fueron objetos ¨²nicos que era muy dif¨ªcil reemplazar. Y todav¨ªa en 2022, para los m¨¢s pobres, un cuchillo pod¨ªa durar toda una vida, acompa?ar a una persona para siempre. Para los ricos, en cambio, cada cosa no significaba gran cosa: era desechable, reemplazable, no val¨ªa la pena cuidarla o repararla porque ¡ªhechas en serie vaya a saber d¨®nde por vaya a saber qui¨¦n¡ª abundaban, y era m¨¢s f¨¢cil y m¨¢s barato comprar una nueva que cuidar la vieja. Y nada les daba tanto gusto como comprar nuevas. Las modas, la supuesta renovaci¨®n, los dizque avances t¨¦cnicos, la calidad escueta, la obsolescencia programada y otras bagatelas similares favorec¨ªan la superproducci¨®n de cosas.
Hab¨ªa, en la producci¨®n globalizada de esos a?os, dos caracter¨ªsticas que se destacaban entre muchas: lo superfluo, lo ef¨ªmero. Es imposible hacer un c¨¢lculo preciso, pero se dir¨ªa que la gran mayor¨ªa de los bienes fabricados en esos a?os eran innecesarios. Aunque, por supuesto, la idea de necesidad sea tan discutible: qui¨¦n define qui¨¦n necesita qu¨¦, qui¨¦n no lo necesita (ver cap.13). Pero si intent¨¢ramos trazar una l¨ªnea entre los productos indispensables para la vida y los que no lo son, a¨²n siendo muy amplios es probable que nos pusi¨¦ramos de acuerdo en que nadie necesitaba diez juegos de s¨¢banas ni cambiar sus aparatos con cada nuevo lanzamiento ni su vestuario con cada estaci¨®n ni tirar un tercio de los alimentos que compraba. Por eso empez¨® a quedar claro que el ¨¦xito de un producto ¡ªmaterial o virtual¡ª no consist¨ªa en responder a una necesidad ¡ªque ya hab¨ªan sido tan colmadas¡ª sino en crear una nueva: triunfaba quien convenciera a muchos de que no pod¨ªan vivir sin eso sin lo cual hab¨ªan vivido siempre (ver cap.17). Se trataba de persuadir a millones de que les faltaba algo importante: los riqu¨ªsimos de la Tercera D¨¦cada lucraban con esa sensaci¨®n de incompletud y esa avidez por la novedad, millones y millones convencidos de que, para seguir siendo ¡°personas de su tiempo¡± deb¨ªan adoptar m¨¢s temprano que tarde esas innovaciones (ver cap.19). Hab¨ªan creado una cultura basada en la insatisfacci¨®n permanente: la convicci¨®n generalizada de que siempre habr¨ªa algo mejor que lo que uno ten¨ªa ¡ªy que uno deber¨ªa tenerlo pero.
El sobresalto de que siempre te faltaba algo.
A lo innecesario se sumaba lo ef¨ªmero: eso que entonces se llam¨® ¡°obsolescencia programada¡±. La obsolescencia es la condici¨®n de cualquier objeto o ente que va a dejar de funcionar, de ser: los animales, sin ir m¨¢s lejos, son obsolescentes en la medida en que no viven para siempre; las personas, menos. Pero, durante siglos, los bienes se produjeron con la pretensi¨®n de durar todo lo posible: en eso consist¨ªa su calidad y su renombre, hasta que ciertos industriales entendieron, a principios del XX, que eso no era bueno para los negocios y decidieron empezar a fabricar cosas que no duraran tanto. Cuentan que en 1924 los mayores fabricantes de bombillas del mundo se reunieron en Ginebra y en secreto y se confabularon para no producir ninguna que pudiera brillar m¨¢s de mil horas: no era f¨¢cil, y requiri¨® muchos experimentos, mucho control, mucha mala leche.
(En Livermore, California de Estados Unidos, se conservaba todav¨ªa en 2020 una que llevaba m¨¢s de 120 a?os encendida ¡ªy cuando cumpli¨® su primer siglo un millar de personas le cant¨® el feliz cumplea?os. Y es curioso que el primer ejemplo conocido de producto voluntariamente malo fueran precisamente las bombillas, que los dibujantes y otros guasones sol¨ªan usar como s¨ªmbolo de ideas e innovaci¨®n: ¡°Se me encendi¨® la lamparita¡±, dec¨ªan entonces.)
Hacia 1950 a otro cr¨¢neo se le encendi¨® la lamparita breve y se le ocurri¨® llamar a esa estafa ¡°obsolescencia programada¡± ¡ªplanned obsolescence. La noci¨®n tard¨® en llegar al gran p¨²blico: peque?os esc¨¢ndalos, como el descubrimiento de que las bater¨ªas de un nuevo gadget famoso en esos a?os estaban programadas para agotarse al cabo de 18 meses ¡ªy, as¨ª, obligar a los consumidores a cambiar el aparato¡ª, confirmaron que los grandes fabricantes quer¨ªan producir bienes que debieran ser reemplazados al cabo de un lapso m¨¢s y m¨¢s breve.
Los productores obligaban a ese reemplazo de maneras diversas: que los materiales no resistieran m¨¢s que cierta cantidad de usos, que alg¨²n chip limitara ese n¨²mero, que las cargas de energ¨ªa se agotaran al cabo de equis, que sus pro-gramas se desfasaran definitivamente. Produc¨ªan objetos que no estaban hechos para servir sino unos pocos a?os y, sobre todo, instalaban la obligaci¨®n social de disponer de los ¨²ltimos modelos: ese objeto tan apetecido poco antes era tan ¡°superado¡± por uno nuevo que usarlo se volv¨ªa un desdoro. As¨ª lograron que los pa¨ªses ricos consumieran mucho m¨¢s que lo que necesitaban y que el mundo se llenara de despojos: hacia 2020 la ¡°obsolescencia programada¡± ya era parte de casi todos los productos. Era curioso que toda una civilizaci¨®n aceptara alegremente que sus objetos m¨¢s deseados estaban dise?ados para fallar. Por mucho menos, cr¨ªticos definieron otras sociedades como ¡°culturas del fracaso¡±.
La capacidad de vender lo innecesario tan finito se apoyaba en grandes tejidos publicitarios que convencieron a millones de que sin esos aparatos no eran nada, y en un sistema de cr¨¦dito que permit¨ªa vender cosas que muchos, en principio, no pod¨ªan pagar. Pero hab¨ªa un puntal decisivo: la satisfacci¨®n de comprar. Comprar era demostrar ¡ªy sobre todo demostrarse¡ª que uno lo estaba haciendo bien, que cumpl¨ªa con las expectativas. ¡°Si la felicidad dependiera del nivel de consumo deber¨ªamos ser absolutamente felices, porque consumimos 26 veces m¨¢s que hace 150 a?os¡±, dec¨ªa un defensor del ¡°decrecimiento¡± (ver cap.13).
Frente a los pocos que propon¨ªan esa opci¨®n y criticaban la proliferaci¨®n de los objetos como un vicio que estaba destruyendo el planeta, agotando sus recursos, los conservadores ¡ªliterales: los que quer¨ªan conservar la forma establecida¡ª les contestaban que as¨ª era el sistema capitalista: que necesitaba que se ¡°necesitaran¡± cada vez m¨¢s cosas porque viv¨ªa de fabricarlas. Que de esa producci¨®n desenfrenada depend¨ªa la supervivencia de cientos de millones de personas cuyo trabajo consist¨ªa en hacerlas, transportarlas, venderlas: que dejar de comprarlas era, de alg¨²n modo, una terrible falta de empat¨ªa, de solidaridad con todos esos millones que viv¨ªan de eso. El argumento parec¨ªa s¨®lido mientras no se imaginaran otras formas de asegurar la subsistencia de todas esas gentes. Algunos, por supuesto, ya empezaban a pensarlas.
Se hablaba, por un lado, de las formas de distribuci¨®n de la riqueza cada vez mayor producida por tanta producci¨®n (ver cap.15). Y, tambi¨¦n, de que compartir objetos entre grupos ser¨ªa una forma de aminorar su peso y su presencia y, al mismo tiempo, armar redes, lazos. Algunos agregaban un argumento est¨¦tico que todav¨ªa no era com¨²n pero asomaba: que era vulgar precisar tanta basura para vivir mejor, que la sabidur¨ªa consist¨ªa en no tenerla. Les hac¨ªan poco caso.
(La basura era uno de los grandes productos de aquel mundo: pocas cosas se fabricaban en mayor cantidad. En 2020 se calculaba que las personas produc¨ªan unos 2.200 millones de toneladas de ¡°residuos s¨®lidos¡± al a?o. All¨ª tambi¨¦n hab¨ªa, por supuesto, diferencias: cada norteamericano contribu¨ªa con m¨¢s de dos kilos de basura s¨®lida al d¨ªa ¡ªmientras que cada chino no alcanzaba los 700 gramos y muchos africanos no llegaban a 100. La paradoja funcionaba tambi¨¦n aqu¨ª: los que m¨¢s peroraban contra el deterioro que esos residuos causaban en el medio ambiente eran, de lejos, los que m¨¢s lo arruinaban.
Con trampitas: para ensuciarse menos, esos pa¨ªses exportaban su mugre a pa¨ªses pobres de Asia, ?frica y Am¨¦rica, que funcionaban como basureros. Les mandaban sobre todo el ¡°pl¨¢stico¡±, muy dif¨ªcil de reciclar, y les pagaban ¡ªpoco¡ª por recibirlo y devastar sus ecosistemas. En 2022, ciertos pobres ya se hab¨ªan rebelado y dejaban de aceptarlo; otros todav¨ªa no. El ¡°pl¨¢stico¡± terminaba a menudo en los mares, donde amenazaba buena parte de la vida; un informe de esos d¨ªas dec¨ªa que las empresas que m¨¢s contaminaban eran tres gigantes de la alimentaci¨®n de entonces: CocaCola, PepsiCola y Nestl¨¦. El ¡°packaging¡± ¡ªempaquetado¡ª se hab¨ªa vuelto decisivo para la venta de sus productos, que a menudo costaban menos que sus envoltorios, y esos envoltorios, tan importantes para sus beneficios, estaban llenando tierra y mar de mierda.)
El sistema de consumo incesante fue el gran triunfo ideol¨®gico de los Estados Unidos en su ¨¦poca de dominio cultural: conseguir que el resto del mundo se plegara a esa idea del derroche creciente que lanzaron despu¨¦s de ganar la guerra en 1945 y que, durante veinte o treinta a?os, produjo la ilusi¨®n de un mundo feliz. Fue presentado como la contracara del otro modelo ¡ªel ¡°comunista¡±¡ª que no ofrec¨ªa la libertad de comprar y comprar, y su poder de convicci¨®n fue fuerte: convirti¨® esa libertad en una de las m¨¢s apetecidas. Con las l¨®gicas diferencias que cada contexto impon¨ªa, el modelo se impuso en casi todo el globo.
Entre esas cosas que abundaban, ninguna mostraba con mayor claridad los mecanismos ¡ªla falta de necesidad, la obsolescencia¡ª que eso que entonces se llamaba ¡°ropa¡±. Eran aquellos trozos de telas o tejidos de colores organizados para cubrir la mayor parte del cuerpo salvo, en general, la cara o la cabeza. Cada quien eleg¨ªa y usaba cada trozo y sus combinaciones como un modo de decir qui¨¦n era, cu¨¢l era su posici¨®n econ¨®mica, cu¨¢les sus opciones culturales y sociales, qu¨¦ estaba haciendo, qu¨¦ intenciones ten¨ªa: tantas cosas que las personas, en general, le¨ªan sin saber que le¨ªan ¡ªpero con cierta precisi¨®n.
(La ropa era uno de los aspectos donde la diferencia de g¨¦neros resist¨ªa mejor. Habl¨¢bamos de la construcci¨®n de identidades, de individualidades: c¨®mo la falta de un cuerpo social, un cuerpo com¨²n, hizo que tantas atenciones se desviaran hacia el cuerpo propio (ver cap.4). Eran tiempos en que la primera persona en que cada persona pensaba primero era la primera persona, su yo, ella misma. Tiempos de individualidad extrema que, por supuesto, se manifestaba de formas tan distintas seg¨²n el lugar social, cultural, econ¨®mico de cada quien. Pero hab¨ªa algo que todos compart¨ªan: el primer relato que cada persona exhib¨ªa sobre s¨ª misma era su ¡°ropa¡±.
No sabemos cu¨¢ndo empezaron las personas a usar trozos de pieles o plantas sobre el cuerpo. Los prehistoriadores dicen, sin gran pudor, que debe haber sido alg¨²n momento entre los 500.000 y los 100.000 a?os atr¨¢s. S¨ª sabemos que, a trav¨¦s de tiempos y lugares, esos revestimientos se fueron complicando y simplificando y complicando y simplificando hasta llegar a nuestra soluci¨®n actual.
Pero en 2022 la ropa textil era pr¨¢cticamente imprescindible: aunque pueda parecer extra?o, casi nadie, entre los 8.000 millones, dejaba de portarla salvo para ba?arse y, a veces, para dormir o fornicar de cuerpo presente. Pero empezaba una tendencia que, finalmente, derivar¨ªa en la situaci¨®n actual: tras haberla usado durante milenios como uno de los principales elementos para distinguir sexos, la costumbre empezaba a romperse.
Era as¨ª porque cada vez m¨¢s mujeres, en cada vez m¨¢s pa¨ªses, usaban pantalones, esos dos tubos para las piernas ¡ªver im¨¢genes¡ª que, durante siglos, hab¨ªan sido exclusivamente masculinos. Las polleras o faldas ¡ªun tubo ¨²nico m¨¢s ancho, ver¡ª eran casi exclusivamente femeninas en Occidente; en la India y el sudeste asi¨¢tico muchos hombres las usaban todav¨ªa en su forma tradicional ¡ªuna tela atada a la cintura que les ca¨ªa hasta el tobillo¡ª y en los pa¨ªses musulmanes muchos llevaban una t¨²nica ¡ªver¡ª entera. Sin embargo, en el resto del mundo las indumentarias regionales hab¨ªan cedido ante la simplificacion occidental ¡ªpantalones, faldas, camisas y camisetas, zapatillas¡ª y un viajero ya no pod¨ªa saber, por la ropa de las personas, si estaba en Idaho o Cracovia o Guangdong o Nairobi. Nunca antes hab¨ªa sucedido. Esa unificaci¨®n est¨¦tica era uno de los grandes logros de la Edad Occidental: era curioso comprobar c¨®mo unos pocos ¡°creadores¡± consegu¨ªan que sus productos fueran adoptados por multitudes en todos los rincones, que consiguieran uniformar de esa manera al mundo. Era, podr¨ªamos pensar, un primer paso ¡ªpero siempre es un error analizar un momento hist¨®rico a la luz de los que lo suceden.)
Queda dicho: ciertos detalles de indumentaria y apariencia segu¨ªan siendo decisivos para diferenciar g¨¦neros. Se manten¨ªa, por ejemplo, mayoritaria la idea de que los hombres deb¨ªan usar ¡ªy usaban¡ª sus pelos recortados y las mujeres, en cambio, sus pelos m¨¢s largos, hasta los hombros o media espalda o m¨¢s. Del mismo modo, muchas mujeres usaban todav¨ªa zapatos con suplementos en toda la planta o solo en el tal¨®n ¡ªllamados, respectivamente, plataformas o tacos¡ª y casi ning¨²n hombre. Y muchas mujeres se maquillaban la cara ¡ªse la cubr¨ªan con diversos polvos y pinturas de colores¡ª y casi ning¨²n hombre. En cambio, ciertos adornos ya se estaban volviendo m¨¢s comunes: por ejemplo, las u?as pintadas con colores que los cuerpos no suelen producir ¡ªun recuerdo de rituales tribales m¨¢s antiguos que desentonaba con la ideolog¨ªa de la naturalidad que entonces se impon¨ªa¡ª, hab¨ªan sido durante siglos exclusivamente femeninas pero eran, entonces, cada vez m¨¢s usadas por los hombres.
Y ¡°la moda¡±, pese a todo, segu¨ªa teniendo m¨¢s peso entre las mujeres que entre los hombres. La moda era la forma original de obsolescencia programada con mecanismo propio. En sus inicios esta obsolescencia era puro capricho y hab¨ªa servido como un elemento de distinci¨®n: los privilegiados portaban cierta prenda para demostrar que lo eran y, cuando los empezaban a copiar personas m¨¢s ¡°vulgares¡±, esa prenda ya no demostraba nada y se apuraban a cambiarla. Pero en el siglo XX el mecanismo se ritualiz¨®: los fabricantes de indumentaria consiguieron imponer la idea de que sus prendas deb¨ªan cambiar cada a?o ¡ªo cada estaci¨®n¡ª, porque ese era su ritmo natural, como si fueran huertos de alcachofas. Y en aquellos d¨ªas, una porci¨®n importante de las mujeres del MundoRico todav¨ªa segu¨ªan sus dictados con una sumisi¨®n que hab¨ªan dejado felizmente atr¨¢s en tantos otros aspectos de sus vidas.
(As¨ª, en esos d¨ªas, gracias a esos cambios programados que llamaban moda, pocos elementos eran m¨¢s ¨²tiles para fechar una imagen ¡ªquieta o en movimiento¡ª que las ropas de sus protagonistas: el observador, al verlas, pod¨ªa saber de qu¨¦ per¨ªodo se trataba. Resultaba m¨¢s f¨¢cil.)
La industria de la ropa era de las m¨¢s abusivas: los fabricantes ¡ªy las grandes marcas del MundoRico¡ª utilizaban la necesidad de millones de personas del MundoPobre para hacerlos trabajar por pagas ¨ªnfimas en f¨¢bricas atestadas, inseguras, indignas. Gracias a esa explotaci¨®n la industria de la ropa pudo ofrecer aquellas cantidades enormes de mercader¨ªa a precios bajos: millones de personas ¡ªj¨®venes, sobre todo¡ª compraban la ropa ¡°de moda¡± sabiendo que no querr¨ªan usarla un a?o m¨¢s tarde y que, adem¨¢s, por su pobre calidad, seguramente no podr¨ªan. Las proporciones parec¨ªan muy invertidas: a menudo, lo ¡ªrelativamente¡ª duradero costaba menos que lo ¡ªabsolutamente¡ª ef¨ªmero. Por el precio de una comida com¨²n, por ejemplo, una persona pod¨ªa comprarse dos o tres camisetas. Era lo que sus cr¨ªticos empezaron a llamar el ¡°fast fashion¡±, hamburguesas para el adorno corporal. Como consecuencia, la producci¨®n mundial de ropa se hab¨ªa duplicado entre 2000 y 2015.
Gracias a esa mezcla de hiperproducci¨®n y explotaci¨®n la industria de la indumentaria ¡ªropa, calzado, accesorios¡ª era, entonces, una de las m¨¢s poderosas del mundo: hab¨ªa movido, en 2021, unos dos millones de millones de euros y no paraba de crecer. Los pa¨ªses ricos consum¨ªan una media de 900 euros al a?o en ropa nueva; mientras, mil millones de personas no alcanzaban a juntar ese dinero para todos sus gastos anuales. Mil millones de ciudadanos de pa¨ªses ricos gastaban en estar a la moda lo que mil millones de pobres no consegu¨ªan para vivir, comer, cubrirse, curarse. Y algunos millones de estos mil trabajaban en la fabricaci¨®n de esas ropas.
La industria indumentaria empleaba a m¨¢s de 400 millones de personas, uno de cada diez trabajadores del planeta, que produc¨ªan entre 100.000 y 150.000 millones de objetos por a?o. Entre ellos, por ejemplo, 2.000 millones de camisetas. Cada camiseta necesitaba, para su producci¨®n, unos 3.000 litros de agua: la cantidad que beb¨ªa una persona en tres a?os. A ese ritmo, advert¨ªan algunos, las reservas del mundo no aguantar¨ªan demasiado. La industria de la moda era, adem¨¢s, la segunda m¨¢s contaminante del mundo, despu¨¦s de la producci¨®n de energ¨ªa.
Nunca hab¨ªa habido en el mundo tanta ¡°ropa¡±. Y, dado el desarrollo de ese campo, no volver¨ªa a haberla nunca.
Lo propio de la moda, entonces, era cambiar sin cesar dentro de un orden. Pero, a juzgar por fotos, videos, pel¨ªculas, dos estilos muy utilizados en esos d¨ªas resist¨ªan sin grandes variaciones: el corporativo oficinesco o ¡°corpo¡±, el delincuente callejero o ¡°delinca¡±. Ambos eran tributarios de tradiciones anglo: el corpo consist¨ªa en un ¡°traje¡±, conjunto de pantal¨®n y chaqueta de dos o tres botones ¡ªy a veces un chaleco, ver¡ª de color azul o gris o marr¨®n sobre una camisa blanca o azul claro adornada con una tira de tela que colgaba del cuello, zapatos negros o marrones. En las mujeres el estilo se manifestaba en ¡°trajes¡± de chaqueta y pollera, pero aceptaba m¨¢s variantes ¡ªincluidos pantalones¡ª siempre que guardaran un aire de recato y tedio.
El ¡°delinca¡± era el resultado de la imitaci¨®n que ciertos m¨²sicos negros norteamericanos hab¨ªan hecho de sus vecinos m¨¢s o menos gangsteriles: sublimaci¨®n de la marginalidad urbana hecha violencia. Se compon¨ªa, en general, de unos zapatos de deportes con suelas trabajadas, unos pantalones muy anchos o muy ajustados negros o azules o gris claro ¡ªa veces interrrumpidos en la rodilla¡ª, una camisa o camiseta de cualquier color y, sobre todo, una gorra consistente en una copa redonda y una visera recta dise?ada para proteger los ojos del sol pero que usaban, seg¨²n las im¨¢genes, para proteger sus nucas ¡ªde no sabemos qu¨¦ amenazas.
Y los tatuajes: por lo que se ve, los cultores del ¡°delinca¡± no pod¨ªan funcionar sin un tatuaje, pero no eran los ¨²nicos. Los tatuajes eran unas marcas que las personas se hac¨ªan en los cuerpos, con formas de caras, letras, arabescos, animales. Pod¨ªan ser negros o coloridos y se los supon¨ªa indelebles: marcas de un momento que valdr¨ªa la pena recordar toda la vida, expresiones de lealtad o amor u odio o confusi¨®n eternos. Los tatuajes eran un intento de fijar lo fugitivo de sus vidas, brutos errores de c¨¢lculo ¡ªcomo si todo futuro continuara el presente. Hab¨ªan sido muy usados en distintos momentos de la historia por pueblos ¡ªm¨¢s¡ª primitivos y despu¨¦s un poco desde?ados; hasta fines de los 1980 eran privativos de marineros y de presos; se volvieron comunes con la difusi¨®n de esas modas que exaltaban lo marginal. Constitu¨ªan una forma ¡ªrelativamente¡ª f¨¢cil de mostrar un rechazo convencional por ciertas convenciones: en ese campo, como en tantos otros, la adaptaci¨®n consist¨ªa en mostrarse ligeramente inadaptado. Eran, tambi¨¦n, un modo de instalarse en su ¨¦poca: cuando se prestaba tanta atenci¨®n al cuidado y uso de los cuerpos, era l¨®gico usarlos como soporte para ciertos discursos dibujados.
La moda indumentaria era, queda dicho, solo un ejemplo: sus mecanismos se replicaban en tantos otros rubros. Los coches, las m¨¢quinas digitales, las m¨¢quinas dom¨¦sticas, incluso las comidas segu¨ªan el mismo modelo. Fue uno de los grandes logros de aquella civilizaci¨®n: ser capaz de convencer a cientos, miles de millones de personas de seguir los designios de unos pocos dise?adores y sus patrones industriales, de pensar que deb¨ªan ¡°hacer como los dem¨¢s¡± para ¡°ser plenamente ellos mismos¡±. El esp¨ªritu gregario que desde siempre distingui¨® a los hombres ¡ªla base de las patrias, de tantas religiones¡ª pocas veces consigui¨® manifestarse de forma tan completa, tan com¨²n, tan rentable.
La peste de 2020 ¡ª lapandemia, ver cap.6¡ª, con sus encierros, interrrumpi¨® los procesos de la moda. Fue revelador comprobar la disminuci¨®n de la producci¨®n y venta de ropa en ese lapso. Qued¨® del todo claro que el consumo de ropa era una funci¨®n social, un efecto de la circulaci¨®n laboral y festiva y que, sin todo ese ajetreo, las personas no necesitaban tantas y tan variadas prendas: les alcanzaba con tres o cuatro cosas que pod¨ªan usar una y otra vez. Algunos aprovechar¨ªan la lecci¨®n y, probablemente, fueron ellos los que abrieron el camino.
La fabricaci¨®n de ropa se hab¨ªa concentrado en pa¨ªses pobres, con mano de obra bien barata. Los pa¨ªses m¨¢s ricos, mientras tanto, se dedicaban sobre todo a la invenci¨®n y fabricaci¨®n de cosas m¨¢s complejas. Se repart¨ªan en cuatro grandes polos: China, Estados Unidos, Europa, Jap¨®n-Corea.
Pero se volv¨ªa cada vez m¨¢s dif¨ªcil saber qui¨¦n fabricaba qu¨¦. Durante siglos la llamada ¡°divisi¨®n internacional del trabajo¡± consisti¨® en que los pa¨ªses perif¨¦ricos produc¨ªan materias primas ¡ª lana, algod¨®n, hierro, petr¨®leo¡ª y, a partir de ellas, los pa¨ªses centrales fabricaban en su territorio los productos manufacturados que vend¨ªan en todo el mundo. En la segunda mitad del siglo XX, la famosa globalizaci¨®n ¡ªy la ca¨ªda de muchas barreras aduaneras, pol¨ªticas, sociales¡ª produjo un cambio en el sistema: los pa¨ªses ricos instalaron sus f¨¢bricas de productos m¨¢s simples, m¨¢s f¨¢ciles, en pa¨ªses pobres, para aprovechar su mano de obra barata. Esa primera ¡°deslocalizaci¨®n¡± hizo que millones de trabajadores de los pa¨ªses ricos se quedaran sin empleo (ver cap.10). Al mismo tiempo otros pa¨ªses perif¨¦ricos ¡ªsobre todo en el sudeste y sur de Asia¡ª consiguieron formar obreros m¨¢s especializados que segu¨ªan costando menos que sus pares de los pa¨ªses centrales: all¨ª empezaron a fabricar productos m¨¢s sofisticados ¡ªelectr¨®nica, maquinaria, ¨®ptica¡ª cuya venta globalizada les trajo cierta prosperidad.
Al mismo tiempo otras f¨¢bricas ¡ªo las mismas¡ª empezaban a ensamblar piezas fabricadas en los pa¨ªses ricos. En ?am¨¦rica se llamaron ¡°maquilas¡± y as¨ª pudieron completar productos m¨¢s complejos. El mecanismo se fue complicando hasta que dio lugar a la caracter¨ªstica m¨¢s definitoria de aquellos a?os: que cada objeto sol¨ªa incluir partes fabricadas en muchos lugares. Los autom¨®viles, por ejemplo ¡ªlos terrestres¡ª, ten¨ªan unas 4.000 piezas, que pod¨ªan ser producidas en varios pa¨ªses y ensambladas en varios otros. Cuatro elementos fueron centrales para permitir este nuevo sistema: la evoluci¨®n de las t¨¦cnicas de producci¨®n, la posibilidad de circulaci¨®n instant¨¢nea de la informaci¨®n, el aumento de las grandes flotas de transporte mar¨ªtimo y la bajada de sus precios (ver cap.14). Algunos analistas de entonces lo llamaron ¡°nueva divisi¨®n internacional del trabajo¡± o ¡°divisi¨®n internacional del proceso productivo¡±.
As¨ª, por ejemplo, uno de los objetos-estandarte de esos d¨ªas, un peque?o ordenador m¨®vil de bolsillo llamado ¡°iPhone¡±, fabricado por la corporaci¨®n m¨¢s cara del mundo ¡ªApple¡ª, inclu¨ªa dise?o y tecnolog¨ªa de Estados Unidos y piezas producidas en Jap¨®n, Alemania, Corea del Sur y China, pero terminaba siendo ensamblado en ¡°iPhone City¡±, Zhengzhou. Lo cual hac¨ªa, entre otras cosas, muy dif¨ªcil definir qu¨¦ pa¨ªs lo produc¨ªa y, por lo tanto, el monto real de las exportaciones de cada uno. As¨ª, cuando se dec¨ªa que la China era el principal exportador mundial de bienes de tecnolog¨ªa ¡ª750.000 millones de euros en 2020¡ª tan por encima de Estados Unidos ¡ªsolo 140.000 millones¡ª, la cuenta, siendo cierta, no dejaba de ser falsa: med¨ªa los env¨ªos de productos terminados sin considerar todos esos pasos anteriores. La nueva divisi¨®n internacional del trabajo hac¨ªa muy dif¨ªcil saber qui¨¦n hac¨ªa qu¨¦, cu¨¢nto ganaba cada uno. Esa confusi¨®n era, para las compa?¨ªas globales, una ventaja adicional.
(La producci¨®n de aquel ordenador de bolsillo fue estudiada por una soci¨®loga de la ¨¦poca, Mariana Mazzucato, para desmontar otro mito muy extendido: el de la superioridad de la iniciativa privada. En un ensayo cl¨¢sico mostr¨® que casi todas sus tecnolog¨ªas hab¨ªan sido desarrolladas en instituciones p¨²blicas. El protocolo de comunicaci¨®n HTTP se hab¨ªa creado en el Centre Europ¨¦en pour la Recherche Nucl¨¦aire ¡ªCERN¡ª de Ginebra, la inter-net en el Departamento de Defensa de Estados Unidos, que tambi¨¦n encarg¨® y pag¨® los inventos del localizador llamado Global Positioning System ¡ªGPS¡ª, los discos duros, los microprocesadores, los chips de memoria y las pantallas LCD. La pantalla t¨¢ctil que usaban hab¨ªa sido concebida con fondos de la National Science Foundation y la CIA, y as¨ª de seguido. Era un ejemplo: estaba claro, dec¨ªa Mazzucato, que la mayor¨ªa de esas corporaciones privadas se nutr¨ªa del gasto p¨²blico ¡ªy despu¨¦s constru¨ªa el mito tan rentable de la supremac¨ªa de la iniciativa privada y, con la ayuda de sus pol¨ªticos amigos, hac¨ªa todo lo posible para no pagar sus impuestos.)
Tanta compra ¡ªy el lugar central que esa actividad ocupaba en muchas vidas¡ª dieron lugar a una definici¨®n social novedosa: cada vez m¨¢s personas se pensaban como ¡°consumidores¡±, sujetos cuyos derechos se basaban en el hecho de que hab¨ªan pagado por una mercanc¨ªa y merec¨ªan sentirse satisfechos con lo que recib¨ªan o, si no, pod¨ªan unirse para defender su dinero. Asociaciones y medios ¡°para consumidores¡± abundaban en esos d¨ªas en que tan pocos se sent¨ªan ¡°ciudadanos¡±.
Era otro efecto de aquel mundo desbordado de cosas. Y muchas de esas cosas eran m¨¢quinas. Las personas, entonces, viv¨ªan en un mundo de m¨¢quinas. Unas d¨¦cadas antes no era as¨ª: una persona com¨²n pod¨ªa evitarlas casi por completo. Pero a lo largo del siglo XX sus entornos se fueron llenando de aparatos mecanizados: ya en 2022 sus vidas depend¨ªan de todos esos aparatos, hab¨ªan perdido la capacidad de vivir sin ellos.