Matar la muerte
La cultura no deber¨ªa ser una nota al pie de p¨¢gina en nuestras vidas, algo que sobra cuando nada falta. Deber¨ªamos dejar de ir a los mercadillos, dejar de enzarzarnos en los hemiciclos, apagar m¨¢s a menudo las pantallas y leer, ver y escuchar para volver a la vida
Los ministros duran apenas un telediario. No valen para la lidia: no saben matar la muerte. Pero ellas, las obras, perduran, ellas s¨ª que entran en el ruedo del tiempo y a veces triunfan, se hacen inmortales. No necesitan tributar, pagar el peaje de los algoritmos, encajar en las redes, ni tampoco tropezarse con toda la chatarra que abunda, m¨®viles, ordenadores, tabletas, piruletas, cada vez m¨¢s fugaces.
El poeta franc¨¦s ...
Los ministros duran apenas un telediario. No valen para la lidia: no saben matar la muerte. Pero ellas, las obras, perduran, ellas s¨ª que entran en el ruedo del tiempo y a veces triunfan, se hacen inmortales. No necesitan tributar, pagar el peaje de los algoritmos, encajar en las redes, ni tampoco tropezarse con toda la chatarra que abunda, m¨®viles, ordenadores, tabletas, piruletas, cada vez m¨¢s fugaces.
El poeta franc¨¦s Christian Bobin, que acaba de tropezar en la alfombra, de dar con el grandull¨®n que nos tragar¨¢ a todos, segu¨ªa escribiendo a mano, incluso en este siglo XXI. Nunca se dedic¨® a teclear, ni tampoco a enviar mails. Pero ahora su obra est¨¢ ah¨ª, ha comenzado a crecer, como la de Juli¨¢n Mar¨ªas, como la de Joan Margarit, de este otro lado de los Pirineos. La libanesa Etel Adnan tampoco se ha codeado con el aparatoso mundo y ah¨ª siguen sus lienzos, m¨¢s coloridos, m¨¢s vivos que nunca, code¨¢ndose con los de su querido Vincent van Gogh.
Todos ellos, pues, est¨¢n m¨¢s vivos que muertos: han matado la muerte. Y la buena noticia, que no deja de sorprender, es esta: este milagro est¨¢ al alcance del primero que se nos cruza por la calle. Sale barato, apenas un pu?ado de billetes, ni siquiera. Se necesitan millonarios, muchos cohetes para extraerse de la gravedad de la tierra, pero casi nada para vencer, para domar el tiempo. Solo un par de latigazos, un libro, un lienzo, una partitura basta y el le¨®n deja de rugir. Y as¨ª, de pronto, estamos, de vuelta, en el Siglo de Oro, o corriendo por los montes, como en un romancero gitano.
El turismo del espacio es, por ahora, solo para un pu?ado de billonarios bravucones, de los que patalean como ni?os rabiosos, de los que quieren todav¨ªa m¨¢s. Pero cada lectura, cada lienzo, cada sinfon¨ªa, est¨¢ a la vuelta de la esquina, al alcance de cualquiera que se lo proponga. Basta con leer una novela, de las grandes, basta con plantarse delante de un vel¨¢zquez, para levitar en el cielo. No se necesitan rampas de lanzamiento costosas ni aparatosas. Los embarcaderos los tenemos al lado, en nuestra mesita de noche, ah¨ª, del otro lado de la acera, en esas casonas que llamamos museos y que todav¨ªa abundan en esta vieja, repleta, Europa.
Y los dem¨¢s lo saben, por eso en Abu Dabi o en Doha hacen salir de tierra, de la arena, de la nada, media docena de museos, acu?ados, estampados, porque ese sello es el ¨²nico nombre que dejaremos atr¨¢s. Por eso los jeques en los Emiratos construyen esos templos a pu?ados, los siembran a diestra y siniestra, en medio del desierto, quiz¨¢s para eso, para llenar esa nada, ese vac¨ªo, ese desierto que llevamos dentro. En Francia, los presidentes se esmeran tambi¨¦n para ser monarcas, para dejar huella m¨¢s all¨¢ de sus mandatos, por eso mandan construir bibliotecas con sus nombres. S¨ª, esos mismos cubos donde, todav¨ªa, algunos, muy cabezudos, se empe?an en meter libros, de los de verdad, de los que nunca escuchar¨¢s hablar en un telediario en Espa?a, ni leer¨¢s en ninguna primera p¨¢gina, ni har¨¢n el titular de ning¨²n peri¨®dico, por muy serio que sea.
Libros de los que no titubean, de los de para siempre, de los de como nunca. De los que hacen que, a veces, tu propia vida te parezca, pues eso, m¨¢s digna, m¨¢s llena, como si tambi¨¦n, de pronto, de repente, hubiese valido la pena vivirla. Cuando arranca un C¨¦line, o un Camar¨®n, ya sabemos d¨®nde estamos, en qu¨¦ mundo vivimos, y esa gloria no se acaba incluso cuando termin¨®, se queda en nosotros, manchando como el tanino. Los libros son a veces eso, p¨®lvora, dinamita, los enciendes en la primera p¨¢gina y la mecha arde, te hace volar, te descuelga un instante del mundo, para luego, al recaer, habitarlo de nuevo, siendo algo mejor que cuando lo empezaste. Inventan mundos, hacen que el realismo se vuelva m¨¢gico y que la magia se haga, a veces, m¨¢s que real.
Aqu¨ª no hay bot¨®n del p¨¢nico que valga, por mucho que aprietes, por mucho que cambies la contrase?a, por mucho que te olvides. Ellos, los libros, har¨¢n que no te salgas con la tuya. Sobre todo, har¨¢n que la vida no sea del todo un ox¨ªmoron, que la peque?a m¨²sica de todos los d¨ªas no sea solo eso, ruido, dodecafon¨ªa, chatarra. Y ah¨ª est¨¢n ellos, con sus lienzos, con sus tablaos, con sus r¨¦quiems, con toda su artiller¨ªa, toda su inteligencia, su emoci¨®n. De pronto entramos en Macondo, de pronto nos topamos con la Maga, o somos Julia, o somos el que lee estos versos de Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo: ¡°La vida es bella, ya ver¨¢s, / como a pesar de los pesares / tendr¨¢s amigos, tendr¨¢s amor. / Un hombre solo, una mujer / as¨ª tomados, de uno en uno / son como polvo, / no son nada¡±.
Cada uno deber¨ªa tener su biblioteca ¨ªntima, su capilla ardiente en el pecho, en la retina. La cultura no deber¨ªa ser una nota al pie de p¨¢gina en nuestras vidas, algo que sobra cuando nada falta. Deber¨ªamos dejar de ir a los mercadillos, dejar de enzarzarnos en los hemiciclos, apagar m¨¢s a menudo las pantallas, dejar de sangrar as¨ª, por todos los costados, deber¨ªamos dejar de morir a fuego lento. Una novela no es solo una intriga, una trama, es algo m¨¢s, es sobre todo estilo. Un lienzo no es solo lo que representa sino como se presenta, su arte est¨¢ sobre todo en el trazo.
Si escribir, pintar, componer, es otra manera m¨¢s para volver a la vida misma, entonces leer, ver, escuchar, es tambi¨¦n eso, vivir m¨¢s, vivir mejor, vivir a secas. Las obras, las artes, cuando son grandes, te hacen despegar a la vertical, te tumban, te levantan. A menudo, ellas nos ayudan a ser menos fantoches, menos burlescos, o machotes, e incluso despistados, maniatados, poco libres. Nos obligan, al contrario, a no hincar la rodilla, a no darnos por enterados y entender que la vida era eso, que iba en serio, que cada d¨ªa era una vida.
Javier Santiso es escritor y editor, ha fundado la editorial La Cama Sol. Su ¨²ltimo libro publicado es una novela en torno a la vida de Camar¨®n de la Isla, ¡®El sabor a sangre no se me quita de la voz¡¯, Madrid, La Huerta Grande, 2022. Es consejero de PRISA, editora de EL PA?S.