Los errores de Tamara Rojo en ¡®Raymonda¡¯
El espect¨¢culo que la core¨®grafa presenta en el Teatro Real con el English National Ballet resulta angustiosamente aburrido, con int¨¦rpretes correctos pero sin convicci¨®n
Petipa muri¨® en Crimea. Dos veces. La primera en Gurzuf el 10 de julio de 1910, geogr¨¢ficamente al lado de donde Tamara Rojo sit¨²a la acci¨®n de su ballet; la segunda, simb¨®lica y alevosa, cada vez que se pone en escena esta costosa y banal producci¨®n, el mejor ejemplo de c¨®mo conseguir un ¨¦xito fallido, valga el ox¨ªmoron. La puesta en escena de Raymonda por el English National Ballet [ENB] que puede verse en e...
Petipa muri¨® en Crimea. Dos veces. La primera en Gurzuf el 10 de julio de 1910, geogr¨¢ficamente al lado de donde Tamara Rojo sit¨²a la acci¨®n de su ballet; la segunda, simb¨®lica y alevosa, cada vez que se pone en escena esta costosa y banal producci¨®n, el mejor ejemplo de c¨®mo conseguir un ¨¦xito fallido, valga el ox¨ªmoron. La puesta en escena de Raymonda por el English National Ballet [ENB] que puede verse en el Teatro Real, no exenta de cierta ostentosidad, con una aceptable disciplina coral, va dejando a la vez una inevitable sensaci¨®n de pastiche y fracaso: m¨¢s ox¨ªmoros.
En la ¨®pera estuvo de moda hasta extenderse planetariamente la fiebre colectiva (y a¨²n sigue) del mover de ¨¦poca y ambientaci¨®n algunos t¨ªtulos se?eros. Peter Sellars encaram¨® un Mozart (Las bodas de F¨ªgaro) en un rascacielos neoyorkino. Funcion¨®, influy¨® y hoy se estudia en las escuelas de arte. A veces el laboratorio pasa por el ¨¦xito; otras, no se acierta. En ballet es diferente y la ¨®pera resiste mejor esas intrusiones o manipulaciones, como se las quiera llamar. Rara vez la transposici¨®n temporal en ballet lleva a un buen resultado perdurable. Mats Ek es la excepci¨®n con su Giselle a la cabeza.
Vivimos en las artes esc¨¦nicas una ¨¦poca en que degradaci¨®n y manipulaci¨®n del repertorio can¨®nico mantienen discursos paralelos; los modernos de pro lo condenan por muerto y reaccionario; los entusiastas se refugian en la corriente filol¨®gica (que naci¨® con G¨²sev, pas¨® por Burlaka, Medvedev y Vikharev y llega a Ratmanski). Hay que experimentar, sin duda. Hay que buscar nuevos hallazgos y sensaciones pl¨¢sticas: eso es verdad paladina. Pero no siempre se descubre la p¨®lvora. El intento de nueva dramaturgia con Raymonda es lo que enturbia todo desde el punto de partida. Es err¨¢tico. Buscando lo pol¨ªticamente correcto y cierto gui?o british todo se hace un l¨ªo que encuentra colof¨®n en la amarga realidad de hoy: la intolerable invasi¨®n de la Rusia de Putin a Ucrania. El revisionismo interesado de la historia es una tendencia peligrosa, y ni siquiera el ballet la excusa. Raymonda ya ha pasado dos veces por el canon historicista.
Debe aclararse que los grandes fragmentos de Raymonda que vemos hoy y de com¨²n atribuimos a Petipa son en realidad materiales cribados y hasta desnaturalizados, pasados por Gorski, Vag¨¢nova, Vainonen, Lavrovski y Sergueyev, en este orden. El trabajo de s¨ªntesis y modernizaci¨®n de Yuri Grigorovich en Bolshoi en 1984, as¨ª como de Zi¨¹raitis con la m¨²sica (esc¨²chense con atenci¨®n Panaderos, La Dama Blanca y Sue?o de Raymonda en la versi¨®n moscovita actual) defini¨® unos muy discutidos antes y despu¨¦s.
Por momentos, en su traj¨ªn narrativo, la Raymonda de Rojo se acerca a un dom¨¦stico MacMillan, pero despu¨¦s parece un ballet sovi¨¦tico de los tiempos del realismo socialista, esa lacra est¨¦tica que a¨²n a veces persigue al arte ruso de hoy. A ratos, la modificada historia de esta Raymonda ni se entiende, aunque hubi¨¦ramos le¨ªdo aplicadamente la biograf¨ªa de Florence Nightingale. Vale la pena repasar la vida de esta mujer, pues ella es mucho m¨¢s que sus logros con la enfermer¨ªa y su mitograf¨ªa algo aventurera.
Poco antes de partir a Crimea, Florence Nightingale hab¨ªa publicado Cassandra, y deteng¨¢monos en este librito porque, de alguna manera, all¨ª encontraremos las claves y motivaciones del personaje, la firme convicci¨®n prefeminista y la claridad de sus muchas cargas de profundidad a la sociedad victoriana y al concepto tradicional de sumisi¨®n a la familia. Cassandra a¨²n se puede leer hoy con vigencia y atenci¨®n y es un arma fundacional de la mujer moderna en lucha por sus derechos y lugar social. Cuando Virginia Woolf ley¨® Cassandra a mediados de los a?os veinte, no dud¨® en glosarla y decir que ¡°estaba m¨¢s cerca del grito que de la escritura¡±.
Raymonda tiene uno de los libretos m¨¢s flojos y torpes de todo el ballet decimon¨®nico, aunque no es verdad que Lidia Leshkova, la argumentista original, fuera una alocada diletante, y Petipa trat¨® de mejorarlo para facilitarle las cosas a Glazunov. Alexander Gorski se plant¨® en 1900 en Mosc¨², y dijo que simplificar¨ªa al m¨¢ximo el guion. En 1938 en Leningrado Vainonen y el escritor Yuri Sloninski transportaron la acci¨®n a Hungr¨ªa y a ¡°la rec¨®ndita Arabia¡±, convirtiendo a Jean de Brienne en un tal Koloman; la partitura tambi¨¦n sufri¨® lo suyo esa vez, aunque no tanto como ahora en ENB. Abderram¨¢n se rebautiz¨® varias veces como Abdurachman o algo parecido. Ante tal relajo, despu¨¦s cada cual hizo lo que quiso y es verdad que una de las pocas cosas que permanecieron casi intactas fueron las escenas del tercer acto. En 1985 Maya Plisetskaia, que dirig¨ªa el Ballet de la ?pera de Roma, produjo una versi¨®n integral de la obra para los festivales de verano de las Termas de Caracalla; era su respuesta a la versi¨®n de Grigorovich, su archienemigo, en Mosc¨² un a?o antes, y recuper¨® estilo y coreograf¨ªas de las versiones moscovitas antiguas. En Madrid, cuando la CND se llamaba Ballet del Teatro L¨ªrico, asistida por Valentina Savina y Azari Plisetski, la gran diva rusa mont¨® el divertissement final; lo estren¨® Arantxa Arg¨¹elles y lo vino a bailar al Teatro de La Zarzuela Carla Fracci.
Tamara Rojo demostr¨® en sus a?os del ENB ser no s¨®lo una bailarina notable y con momentos de gran brillantez (cosas sabidas) sino tener don de mando y convertirse en una firme directora de compa?¨ªa; ella reflot¨® el nivel de la segunda agrupaci¨®n del Reino Unido, le dio una personalidad acorde a los tiempos y un camino promisorio. Supo escoger a core¨®grafos y repertorio, adem¨¢s de consolidar una plantilla de bailarines pujante y competitiva. En ENB Rojo se equivoc¨® poco; Raymonda no es el broche deseado a su carrera brit¨¢nica. Claro que a los ingleses les gusta este invento, y obvio que ha tenido cr¨ªticas elogiosas, pero tampoco ha habido unanimidad. Por mucho que llueva, el cr¨ªtico no tiene que practicar la hidromancia; no sabemos cu¨¢nto resistir¨¢ en cartelera este nuevo ballet angustiosamente aburrido. No es el primero sobre Nightingale, y ahora, tras este trabajo de ENB, hay varias secuelas publicit¨¢ndose en las islas.
Los bailarines de ENB son correctos y tratan de labrar sus personajes, pero sin firmeza ni convicci¨®n. La japonesa Shiori Kase (Raymonda) no acierta con los acentos de majestad que pide el rol y su actuaci¨®n es irregular; el mexicano Isaac Hern¨¢ndez (John de Bryan) se expresa con limpieza ejecutoria, decidido y aunque no tuvo su noche m¨¢s inspirada, cumpli¨® con profesionalidad. El espa?ol Fernando Carratal¨¢ Coloma (Abdur Rahman) resulta dubitativo, necesitado de control y ajuste, llegando a provocar fallos alarmantes en el baile en pareja. Otros solistas y el cuerpo de baile funcionan discretamente, aunque con cierto batiburrillo colectivo. Vestuario y escenograf¨ªa son de oficio, pero yerran; el primero disparata desde todo orden formal con su guerra sorda al tut¨², y la segunda, resulta pobre y esquem¨¢tica. No se sostiene que la gran variaci¨®n del echarpe se baile en camis¨®n y un revoltijo de enaguas tape el b¨¢sico trabajo de piernas, pero esas son cosas menores al lado de otros pecados est¨¦ticos mayores que metaf¨®ricamente Petipa, estoico, aguanta desde el cielo de Crimea.
Ficha t¨¦cnica
'Raymonda'. Coreografía: Tamara Rojo; música: Alexander Glazunov; escenografía y vestuario: Antony McDonald: luces: Mark Henderson; dramaturgia: Lucinda Coxon. English National Ballet. Director artístico: Aaron S. Watkin. Orquesta titular. Director musical: Gavin Sutherland. Teatro Real, Madrid. Hasta el 13 de mayo.