J¨¢vea, toda la Costa Blanca reflejada en una bah¨ªa
Con un cuidado y bonito casco antiguo, una costa escarpada id¨®nea para deportes de tierra y mar y una zona muy movida de playas y restaurantes en la que se ubica el parador, este pueblo alicantino tiene la capacidad de recibir viajeros todo el a?o y de convertir a algunos en residentes para toda la vida
Una pescadera del puesto que la cofrad¨ªa de pescadores de J¨¢vea posee en el Mercado Municipal de Abastos agarra una corvina de algo menos de un kilo que una clienta ha se?alado.
¡ª?La va a hacer al horno? ?Se la abro por la mitad?
La clienta vacila, no responde. La pescadera extiende la mano derecha y coloca la palma en perpendicular a la tabla de cortar para simular un cuchillo. La mueve hacia delante y hacia detr¨¢s a lo largo del lomo de este pescado semigraso que abunda en el litoral alicantino. Inquiere con la mirada a la clienta y suelta dos palabras en ingl¨¦s con tono interrogativo.
¡ª?Oven? ?Open?
¡ª?Ah! S¨ª, por favor.
El 48% de los censados en este pueblo de 27.604 habitantes de la Costa Blanca no nacieron en Espa?a, seg¨²n el padr¨®n municipal de 2019. Los brit¨¢nicos suman 4.616, seg¨²n el INE. Algunos se manejan bien en espa?ol; a otros les cuesta m¨¢s. En el mercado, al lado de la c¨¦ntrica iglesia-fortaleza de San Bartolom¨¦, coinciden tres perfiles bien diferenciados: extranjeros convertidos en residentes como esta clienta, habitantes de toda la vida de J¨¢vea y viajeros que se asoman atra¨ªdos por la belleza de este edificio encalado con arcadas de tosca (una piedra calc¨¢rea abundante en la zona) y en busca de puestos de pescado que se asemejan a joyer¨ªas, en las que la gamba roja brilla por fresca y por especial.
Muchos de estos visitantes se alojan en el Arenal, a tres kil¨®metros del centro, donde se encuentra la ¨²nica playa de arena del municipio y un amplio paseo mar¨ªtimo. Una zona animada con bares y restaurantes en la que se ubica el parador de J¨¢vea, un hotel ba?ado por el Mediterr¨¢neo que acoge bodas de viejos y nuevos residentes; donde se alojan en cualquier ¨¦poca del a?o visitantes atra¨ªdos por el clima templado y la cantidad de planes al aire libre que ofrece J¨¢vea; y donde se hospedan familiares que visitan a los que un d¨ªa fueron turistas y hoy est¨¢n ya empadronados.
EL PARADOR Y SU COMARCA
Segunda y tercera generaci¨®n de residentes
Mieke Narborough-Hall, que procede de Kortrijk (B¨¦lgica), vive en J¨¢vea con su marido y el m¨¢s peque?o de sus tres hijos desde hace dos a?os. Sus suegros, ingleses, compraron una casa en este pueblo que se extiende a los pies de la cara sur del Montg¨® hace 30 a?os y se asentaron, lo que hace que Narborough-Hall y su pareja sean una especie de segunda generaci¨®n de turistas convertidos en residentes. Una segunda generaci¨®n a la que le cuesta comunicarse en espa?ol a diferencia de sus hijos, la tercera, que no solo hablan castellano sino que, en muchos casos, estudian en valenciano. ¡°Cuando vienen mis padres a visitarnos se quedan en el parador¡±, asegura esta belga desde el cabo de Sant Antoni, un saliente en el que se ubica uno de los dos faros que marca el inicio de la bah¨ªa de J¨¢vea. La segunda torre luminosa emite se?ales desde el cabo de la Nau, otro bello lugar desde el que asomarse al mar y, en un d¨ªa claro, ver Ibiza al frente.
Por la Costa Blanca
Esta parte del litoral alicantino cuenta con acantilados y calas de rocas, una zona abrupta y salvaje que recuerda al norte de Catalu?a. La cala del Portitxol o cala Barraca ¨Cnombre que reciben las casas de pescadores¨C acapara las fotos de j¨®venes como Miriam L¨®pez y Gorka Guridi, que se acaban de casar en O?ati (Gipuzkoa) y han emprendido un viaje de 20 d¨ªas en furgoneta camperizada por zonas c¨¢lidas. ¡°Estaba empezando a nevar ya por all¨ª arriba¡±, cuentan. Las barracas blancas y sus puertas azules no descansan en Instagram en ninguna ¨¦poca del a?o.
Para los que prefieren planes m¨¢s activos, por la costa transcurren numerosas rutas de senderismo aptas para aficionados a caminar con bastones de trekking y para los que cada ma?ana salen a andar en sus ciudades de origen y as¨ª retrasar el uso de otro tipo de bastones. Entre los primeros se encuentra Claire Chance, una gran deportista. Nacida en el norte de Londres, lleva 21 a?os afincada en J¨¢vea, donde trabaja como dise?adora web. Ha quedado con un grupo de amigas para caminar, un entrenamiento suave con vistas a la media marat¨®n que va a correr al d¨ªa siguiente. El grupo lo forman seis mujeres: una compatriota suya, una argentina, dos chinas y una h¨²ngara. Se conocen porque sus hijos estudian juntos en el colegio. ¡°J¨¢vea es ideal para llevar un estilo de vida sano¡±, afirma una de ellas. Al plan de caminar, correr o montar en bici por lugares hermosos y poco transitados, se le suman actividades acu¨¢ticas como el buceo y el snorkel, que triunfa en verano.
Club de amigos
Si los turistas utilizan el parador como el hotel de playa que es, los residentes extranjeros en J¨¢vea, en especial los ingleses, lo convierten en un lugar de reuni¨®n o de celebraci¨®n de actos ben¨¦ficos o deportivos. Andr¨¦s Contreras, que ostenta el puesto de jefe de Recepci¨®n desde 2008, enumera los diferentes clubes que utilizan el parador como sede: el de Bridge (un juego de cartas ingl¨¦s), el Green Bowls (una modalidad de bolos que se juega todo vestido de blanco sobre c¨¦sped), una asociaci¨®n llamada la Tercera Edad y que se agrupa bajo las siglas U3A...
Dentro del parador
Contreras, un baezano de 42 a?os, explica: ¡°Los ingleses tienen una vida social diferente a los espa?oles. Tienden mucho a agruparse en este tipo de asociaciones¡±. En muchos casos son clubes orientados al entretenimiento y, a veces, los eventos tienen un car¨¢cter ben¨¦fico. ¡°Organizamos una fiesta que se llama dinner and dance (cenar y bailar), tambi¨¦n una cosa que llamamos el t¨¦ de las 4 y mercadillos solidarios¡±, cuenta Contreras mientras recomienda a unos clientes tomar unas alcachofas de Benicarl¨® (donde se ubica uno de los tres paradores de la Comunidad Valenciana), un tomate rosa de Altea (un pueblo muy bonito y muy visitado de la zona que se encuentra a 40 minutos en coche) y un arroz, porque hay platos que uno no se puede ir sin probar. J¨¢vea, con dos restaurantes con estrellas Michelin y un producto de gran calidad que se obtiene del mar y de los arrozales, constituye en s¨ª un destino gastron¨®mico.
TRES SALIDAS DE IDA Y VUELTA EN EL D?A
No solo los residentes extranjeros se benefician de las amplias y agradables instalaciones del parador. Los lugare?os de toda la vida han asistido a celebraciones. Jaime Pons y Carmen Garreta, un matrimonio de J¨¢vea, han recibido la visita de unos amigos que viven en el Pirineo leridano y les est¨¢n llevando a lo largo de la ruta de los miradores. Garreta cuenta que su hermano se cas¨® en el parador y recuerda que el hotel regalaba noches en otros establecimientos de la red a los novios en funci¨®n de los invitados que asistieran al convite. ¡°A J¨¢vea, en lugar de venir gente de despedida de soltero, vienen a casarse¡±, se enorgullece Contreras. El parador ha pasado de organizar cuatro bodas hace una d¨¦cada, en la etapa m¨¢s baja, a nada menos que 40 en el ¨²ltimo a?o.
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Garreta y Pons conocen a extranjeros que residen en J¨¢vea pero no hasta el punto de considerarlos de su panda. ¡°Mis hijos s¨ª tienen muchos amigos en el colegio que son de padres ingleses, holandeses, alemanes...¡±, afirma esta trabajadora de una f¨¢brica de velas. Junto con su marido, que se desempe?a como administrativo en la cofrad¨ªa de pescadores, representan esa poblaci¨®n local cada vez m¨¢s escasa pero todav¨ªa vinculada a las actividades de siempre como la pesca o la agricultura. ¡°No hay relevo generacional¡±, avisa Pons. Industrias que cada vez tienen menos peso en favor del sector inmobiliario, impulsado por el ininterrumpido inter¨¦s de extranjeros de renta alta en vivir de septiembre a junio en J¨¢vea ¨Cen verano suelen irse a sus pa¨ªses, momento en el que m¨¢s visitantes nacionales llegan¨C.
La zona del Arenal
Al abrigo del parador, a lo largo de la playa del Arenal se ubican restaurantes y bares, algunos con mucho ambiente, que cierran tarde todo el a?o, que sirven comida a todas horas y que consiguen que el visitante que se acerca a J¨¢vea en temporada baja salga a tomar una pinta o a cenar y sienta que el pueblo est¨¢ en lo m¨¢s alto. Uno de esos establecimientos es el Geographic, donde se mezclan aficionados al f¨²tbol o al rugby con visitantes que, aunque sea de noche, no quieren que su d¨ªa termine a las seis de la tarde. Por la sala se mueve como si llevara patines Carolina Pemberty, una colombiana de Medell¨ªn con antepasados ingleses. Esto ¨²ltimo es mera coincidencia. Ella representa a otro tipo de extranjeros que residen en la zona, los que se asentaron en busca de trabajo, no en busca de retiro. Los que se desplazan al trabajo en bicicleta o en transporte p¨²blico, los que salen a bailar cuando sus clientes se van a acostar.
Que el parador sea un lugar de celebraciones no es suficiente para Contreras, que en los ¨²ltimos a?os, junto con sus compa?eros, ha intentado abrirlo m¨¢s a los habitantes de J¨¢vea. Han organizado conciertos en el jard¨ªn de palmeras que se asoma al mar, y en verano crearon un cocktail bar y una barbacoa para convertir el parador en un espacio no solo en el que estar y descansar, sino en el que vibrar. ¡°Abrimos una puerta lateral para evitar que los clientes tuvieran que pasar por la recepci¨®n. Es la forma de que la gente que no est¨¢ alojada pierda el miedo a entrar en un hotel¡±, asegura Contreras. Los nuevos espect¨¢culos se daban a conocer por el boca a boca en el pueblo y se publicitaban en una radio local en ingl¨¦s que se llama Bay Radio porque saben que los brit¨¢nicos cumplen y porque ya son tan de J¨¢vea como los descendientes de Jaime I.
El puerto pesquero
Al casco antiguo y a la zona del Arenal se le suma, como tercer v¨¦rtice, el puerto. Presidido por la lonja, supone un buen punto de partida para tomar un esmorzaret (almuerzo a media ma?ana) en La Cantina de J¨¢vea o un desayuno m¨¢s internacional en Cala Bandida antes de comenzar la ascensi¨®n al cabo de Sant Antoni, desde donde contemplar la esplendorosa bah¨ªa y el mar en calma, un espejo tumbado. O antes de, en un plan menos exigente, visitar la iglesia del Mar, un templo vanguardista construido en 1967 en hormig¨®n armado con forma de barco, como una enorme escultura enclavada entre las casas bajas del puerto. Un recuerdo imperecedero para los que est¨¢n y para los que llegan, un recuerdo junto con los barcos de trasmallo y de pesca de arrastre de que el mar se mira y se disfruta pero tambi¨¦n se trabaja para obtener corvinas, lubinas y gamba roja.