Jan Ullrich, v¨ªctima de s¨ª mismo
El gran rival de Lance Armstrong intenta rehabilitarse en una cl¨ªnica psiqui¨¢trica de su adicci¨®n al alcohol y las drogas
Lance Armstrong parte en misi¨®n humanitaria y se hace una foto con Jan Ullrich, v¨ªctima de s¨ª mismo, un hombre solo.
Son las dos grandes figuras del ciclismo del cambio de siglo. Dominadores del Tour justo en el momento en el que el dopaje comenz¨® a ser condenado por la misma sociedad que lo propicia como una pr¨¢ctica, una adicci¨®n, moralmente perversa. Fueron ¡°los a?os de mierda¡±, como los denominan, ya sin complejos y sin remordimientos, los ciclistas de la ¨¦poca.
Ellos, Armstrong y Ullrich, son dos cuarentones con un pasado, dos que han sufrido una crisis aparentemente similar, y a cada uno le ha machacado a su manera.
Armstrong, tan narcisista, asumi¨® entusiasmado el papel de gran h¨¦roe americano, que lo mismo destrozaba el c¨¢ncer y todas sus met¨¢stasis que los r¨¦cords de la ascensi¨®n al Alpe d¡¯Huez. Era feliz con su carisma, lo abrazaba y le daba besos al acostarse por las noches, y despu¨¦s de su ca¨ªda, sellada con una confesi¨®n televisiva que bati¨® r¨¦cords de audiencia, sigue buscando la notoriedad.
Ullrich era un chaval de Rostock bien tierno criado en las escuelas deportivas del Este desde los nueve a?os, desarraigado de su familia, que ten¨ªa 23 a?itos cuando cuando gan¨® el Tour de 1997, ocho a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del muro. Era el primer alem¨¢n que lo consegu¨ªa (y a¨²n es el ¨²nico) y fue saludado no solo como h¨¦roe deportivo, sino como s¨ªmbolo de la nueva Alemania reunificada. Un peso tan excesivo para una persona tan t¨ªmida que en 2002, a los 28 a?os, cuando ya hab¨ªa ganado tambi¨¦n una Vuelta y los Juegos Ol¨ªmpicos de Sidney, abandon¨® Alemania. No aguantaba vivir en un pa¨ªs en el que era famoso. Un joven con una cabeza que no estaba a la altura de un f¨ªsico privilegiado y que se entreg¨® para entender la vida a su director deportivo en el T-Mobile, Rudy Pevenage. Y su relaci¨®n con el t¨¦cnico belga era tan estrecha que cuando Eufemiano Fuentes le busc¨® un apelativo para identificar sus bolsas de sangre y las sustancias que le vend¨ªa le pareci¨® perfecto llamarle ¡°hijo de Rudicio¡±.
Cruz¨® el lago Constanza y se fue a vivir a Suiza, y all¨ª nacieron sus cuatro hijos y all¨ª pretendi¨® llevar una vida familiar tan normal que, aparentemente, ni siquiera fue turbada por su ca¨ªda en la Operaci¨®n Puerto, en 2006. Unos meses despu¨¦s, reci¨¦n cumplidos los 33 a?os, se retir¨® del ciclismo con una conferencia de prensa tranquila y casi privada en Hamburgo. Los periodistas que le hicieron reportajes a?os m¨¢s tarde, y el terremoto ya era pasado, hablaban de una vida casi envidiable. De un joven sano que se hab¨ªa ido a vivir una vida pl¨¢cida en Mallorca, donde sus hijos aprender¨ªan idiomas y ¨¦l sal¨ªa, sano, en bicicleta. ¡°A m¨ª en la escuela solo me ense?aron ruso¡±, dec¨ªa suave y sonriente. ¡°Y no quiero que mis hijos no manejen varios idiomas. Y aqu¨ª, tambi¨¦n me visitan mis amigos. Y todos, tan felices¡±.
Los mismos periodistas que transmitieron aquella realidad recuerdan ahora que las apariencias enga?an, que la realidad verdadera era otra. La lenguas comenzaron a liberarse hace tres semanas, cuando la polic¨ªa comunic¨® que le hab¨ªan detenido ebrio, hasta arriba de coca¨ªna y anfetaminas y violento por saltar la valla que separaba su chalet mallorqu¨ªn del jard¨ªn de la casa de su vecino, compatriota y amigo, el famoso actor Til Schweiger. Ullrich ya viv¨ªa solo entonces. Hab¨ªa echado de su vida a su mujer y a sus hijos, y a todos sus amigos, que ya se hab¨ªan desesperado y se negaban a volver a visitarle.
Y una semana m¨¢s tarde, cuando la polic¨ªa alemana le detuvo en un hotel de Fr¨¢ncfort despu¨¦s de que una prostituta lo denunciara por intentar asfixiarla, comenzaron a contarse historias m¨¢s t¨¦tricas. La forma en que se acercaba a la barra de los bares y agarraba el vaso de vino que vaciaba de un trago y ped¨ªa al camarero que se lo rellenara dos y tres veces; el h¨¢bito de disparar a la pantalla de su televisor con una carabina de perdigones cuando sal¨ªa alguien que cre¨ªa que le hab¨ªa hecho da?o, y al d¨ªa siguiente se comparaba otra tele. De su adicci¨®n a las drogas habl¨® ¨¦l mismo desde la cl¨ªnica de rehabilitaci¨®n alemana en la que est¨¢ internado. Tambi¨¦n habl¨® de un futuro luminoso, reunido de nuevo con sus hijos y liberado de sus fantasmas, y de una cl¨ªnica milagro en Colorado de la que le habl¨® su amigo Armstrong.
¡°No aguantaba a los amigos que le dec¨ªan lo que no quer¨ªa o¨ªr¡±, dice un excompa?ero de equipo que, como todo el mundillo ciclista en la Vuelta recuerda, aun sin querer, los casos desgraciados de Chava Jim¨¦nez, Frank Vandenbroucke o Marco Pantani, ciclistas magn¨ªficos y personas fragil¨ªsimas, y todos muertos . ¡°Pero los amigos ya no pueden ayudarle. Solo una ayuda profesional puede salvarle¡±.
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