Gana Tratnik, manda Almeida
El l¨ªder ataca en el repecho final y el esloveno se adjudica la 16? etapa
Mientras Jan Tratnik, otro esloveno de categor¨ªa, laminaba en el repecho final de San Daniele del Friuli a O?Connor, un australiano nacido entre los vi?edos de su familia, el pelot¨®n gritaba ?vivan las cadenas!, como el populacho recib¨ªa hace dos siglos al absolutismo de Fernando VII despu¨¦s del trienio liberal. Muera la libertad, vivan las cadenas, clamaban por las calles; ahora lo hacen por el pinganillo los ciclistas, que circulan c¨®modos cuando el equipo del l¨ªder bloquea la carrera.
Despliegan sus maillots blancos y azules en todo el ancho de la carretera, en la subida a Rag...
Mientras Jan Tratnik, otro esloveno de categor¨ªa, laminaba en el repecho final de San Daniele del Friuli a O?Connor, un australiano nacido entre los vi?edos de su familia, el pelot¨®n gritaba ?vivan las cadenas!, como el populacho recib¨ªa hace dos siglos al absolutismo de Fernando VII despu¨¦s del trienio liberal. Muera la libertad, vivan las cadenas, clamaban por las calles; ahora lo hacen por el pinganillo los ciclistas, que circulan c¨®modos cuando el equipo del l¨ªder bloquea la carrera.
Despliegan sus maillots blancos y azules en todo el ancho de la carretera, en la subida a Ragnone, rampas duras, curvas en herradura y mucha vegetaci¨®n por la que no penetra ni un rayo de sol, que por otra parte, tampoco se asoma entre las nubes de un gris octubre italiano. Neutralizan la marcha los hombres que rodean al l¨ªder de rosa, y nadie rechista. Son felices.
Ragnone, avisaban, puede ser el escenario ideal para una emboscada. Se sube tres veces. La primera sirve para reconocer el terreno. El Deceuninck marca el ritmo; la segunda, parece ideal para lanzar el cebo, pero el Deceuninck sigue marcando el ritmo. ?Resultar¨¢ definitiva la tercera ascensi¨®n? Para la cabeza de la carrera, s¨ª. O?Connor alcanza a Tratnik justo en la cima del puerto, y entre los dos consiguen una ventaja suficiente como para jugarse la victoria entre ambos. Para el pelot¨®n, no.
Tal vez los favoritos observan en la cima los trajes de camuflaje de la guardia alpina italiana, alineados sus miembros en la cuneta, aplaudiendo con cierto aire marcial y la pluma en el sombrero. De diez cent¨ªmetros, negra, de cuervo, para la tropa; marr¨®n, de ¨¢guila, para los oficiales. Blanca, como el jersey del l¨ªder de los j¨®venes, para los altos mandos. Les ven los ciclistas y evocan las grandes paredes de los Alpes, donde siempre aparece la milicia monta?era, y que ascender¨¢n en breve, y entonces se pliegan a la tiran¨ªa del Deceuninck. Piensan en los 5.000 metros de desnivel de la siguiente etapa, que termina en la estaci¨®n de esqu¨ª de Madonna di Campiglio, donde nadie se querr¨¢ alojar en el hotel Touring, maldito desde que Pantani fue deshauciado por su hematocrito alto en el Giro de 1999, que parec¨ªa triunfal. Ya no levantar¨ªa cabeza. Imaginan tambi¨¦n las paredes nevadas del Stelvio o el Agnello.
Piensan los corredores en esas cosas, y en la semana que les espera, y no les importa procrastinar, y dejar la tarea para otro d¨ªa. Todos salvo la treintena de valientes que olfatean que puede ser su etapa, y van aumentando su diferencia ante la dejadez del equipo de Almeida, que quiere seguir un d¨ªa m¨¢s vestido de rosa, para conseguir que en Portugal se hable de algo m¨¢s que del positivo de Cristiano Ronaldo, como se lamentaba durante la jornada de descanso.
El grupo de cabeza se entiende durante toda la jornada, y se desordena cuando entra en el circuito de Friuli, y cada cual empieza a mirar por sus intereses. Los m¨¢s fuertes se destapan. Se queda solo Tratnik durante muchos kil¨®metros, y parece la baza buena, y lo es, aunque despu¨¦s de que en la ¨²ltima subida a Ragnone, O?Connor, el experto en vinos, haga un esfuerzo supremo para solapar el medio minuto que llevaba de ventaja y pegarse a su rueda.
Pero en el ¨²ltimo kil¨®metro se destapa la verdad. El australiano ha gastado todas sus energ¨ªas; al esloveno todav¨ªa le queda gasolina para un kil¨®metro. Aunque O?Connor golpee con rabia el manubrio al atravear la l¨ªnea, Tratnik se lleva la gloria. Como Almeida, un d¨ªa m¨¢s durmiendo de rosa, que ya llegar¨¢n los Alpes, y que con el descaro y la ambici¨®n de los j¨®venes ciclistas de la nueva generaci¨®n, ataca en el repecho final y les coge dos segundos m¨¢s a sus rivales.