El Maradona del futuro
?C¨®mo conciliar las contradicciones propias de la condici¨®n humana frente a una narrativa unificadora y absolutista? ?C¨®mo recordar a un hombre que supo ser varios al mismo tiempo?
¡°No saben lo que se han perdido¡±, dec¨ªa una bandera colocada en el cementerio de N¨¢poles en 1987, cuando el cuadro de la ciudad gan¨® de la mano de Maradona un scudetto que, al igual que la mayor¨ªa de los t¨ªtulos obtenidos por ¨¦l, tiene un significado que trasciende lo deportivo. La misma frase es la que hoy guardamos para las generaciones futuras, aquellas que lo revivir¨¢n a trav¨¦s de los videos, de sus picantes e inolvidables frases, a trav¨¦s de lo que les contemos. ?Qui¨¦n fue Maradona? Como sucede con esa compa?era traicionera, la memoria, cada quien recuerda lo que le resulta m¨¢s con...
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¡°No saben lo que se han perdido¡±, dec¨ªa una bandera colocada en el cementerio de N¨¢poles en 1987, cuando el cuadro de la ciudad gan¨® de la mano de Maradona un scudetto que, al igual que la mayor¨ªa de los t¨ªtulos obtenidos por ¨¦l, tiene un significado que trasciende lo deportivo. La misma frase es la que hoy guardamos para las generaciones futuras, aquellas que lo revivir¨¢n a trav¨¦s de los videos, de sus picantes e inolvidables frases, a trav¨¦s de lo que les contemos. ?Qui¨¦n fue Maradona? Como sucede con esa compa?era traicionera, la memoria, cada quien recuerda lo que le resulta m¨¢s conveniente o lo que m¨¢s le gusta.
Maradona, en la narrativa popular, ascendi¨® al nivel de dios en una tierra destinada a la coronaci¨®n de los h¨¦roes modernos. Lo hab¨ªa hecho Pel¨¦ 16 a?os antes; ahora el que saltaba a escena era el pibe destinado a ser el recept¨¢culo de todas las expectativas, cr¨ªticas y alabanzas. Lo hizo dentro del guion que ¨¦l mismo dirigi¨® permanentemente, a lo Maradona. En M¨¦xico, un pa¨ªs marcado por las grietas f¨ªsicas de la tragedia del temblor de 1985, el 10 supo habitar una grieta narrativa definida por el partido m¨¢s inolvidable de todos los tiempos, con dos goles tan distintos como las fracciones que ha marcado su figura: generando amor y odio, admiraci¨®n y animadversi¨®n; viviendo en ese espacio vol¨¢til, complejo, fracturado.
Existen quienes pueden compartimentalizar a las personas, generar un desdoblamiento en el que lo que reconocen es su inconcebible talento como futbolista, su legado como h¨¦roe popular en una ¨¦poca en la que su pa¨ªs y su pueblo necesitaban un punto de cohesi¨®n, algo con qu¨¦ cerrar la grieta. Sin embargo, ¨¦l se convirti¨® en la fractura misma y lo sigue siendo, aquel que divide ¡ªen este caso como dios mismo a trav¨¦s de Mois¨¦s¡ª las aguas. ?C¨®mo conciliar las contradicciones propias de la condici¨®n humana frente a una narrativa unificadora y absolutista? ?C¨®mo recordar a un hombre que en realidad supo ser varios al mismo tiempo?
Dentro de los feminismos existe ya, gracias a su figura, una divisi¨®n ideol¨®gica importante. Est¨¢n quienes afirman que la figura de Maradona es feminista, que las feministas maradonianas rescatan su enfrentamiento con los poderosos, por representar al pueblo, por sembrar una semilla de esperanza en los sectores m¨¢s olvidados y desesperanzados.
Del otro lado del abismo se encuentran quienes afirman que es insostenible defender a quien violent¨® a ni?as y a mujeres a trav¨¦s de la palabra y de la mano, esa mano que ¨¦l asegur¨® que le pertenec¨ªa a dios. A pesar de ser defensor de los hijos robados durante la dictadura militar argentina, de los abandonados en la pobreza, careci¨® en muchas ocasiones de la capacidad de reconocer y cobijar a los propios. La prensa deportiva habla mucho de sus excesos, de sus problemas fuera de la cancha, de sus indisciplinas. Una persona con un perpetuo sufrimiento, producto de su soledad y de un entorno que siempre lo exigi¨®. Sin embargo, ?qu¨¦ pasa cuando estas acciones ya no le hacen da?o ¨²nicamente a ¨¦l, como en el caso de las drogas? ?Qu¨¦ pasa con las vidas violentadas y la casi imposible restauraci¨®n de quienes cargaron con sus hierros? Ser¨ªa grosero caer en el manique¨ªsmo de pretender que Diego Armando Maradona es solamente una cosa o la otra.
?Hasta cu¨¢ndo seguiremos gambeteando estas conversaciones? ?Cu¨¢ndo nos permitiremos las preguntas inc¨®modas para ambos bandos? ?Cu¨¢ndo lograr¨¢n los medios hacer m¨¢s equilibrada su representaci¨®n de los ¨ªdolos populares?
La muerte de Maradona significa tambi¨¦n la muerte de un ¨ªdolo que cierra un ciclo. Aquel del tipo que, en sus propias palabras, de una patada fue de Villa Fiorito a la cima del mundo y ah¨ª se las tuvo que arreglar solo. Porque Maradona no estaba rodeado de un equipo de gente preocupada constantemente por su imagen, por sus palabras y por todo lo que deb¨ªa aparentar. As¨ª como en la mitolog¨ªa de la tierra que lo vio subir a la c¨²spide, M¨¦xico, forma parte de un grupo de dioses imperfectos, mancillados por su propia figura, incapaces de sostener por momentos su sofocante peso. Eso es parte de lo que lo hace tan fascinante y lo que signific¨® su ruina. Se le permiti¨® todo y nada a la vez, dependiendo de quien lo adorara o juzgara.
?C¨®mo sabr¨¢n de lo que se perdieron las futuras generaciones? ?C¨®mo se los contaremos? Sabr¨¢n que se perdieron de los goles, de las genialidades y las trampas, de la viveza criolla, pero ser¨¢ tambi¨¦n tarea nuestra que no se pierdan de lo que hace a este personaje: su dicotom¨ªa, su contradicci¨®n, su polaridad. Maradona, desde la grieta, nos invita a la dif¨ªcil tarea de conjugar la compasi¨®n y la admiraci¨®n con la indignaci¨®n y el repudio.
Marion Reimers es periodista y narradora mexicana.