Un siglo de fascinaci¨®n por el Everest
De las primeras discusiones sobre el uso del ox¨ªgeno embotellado a las colas actuales en el techo del planeta
Para escalar el Everest, primero hab¨ªa que encontrarlo, empresa no tan evidente si se tiene en cuenta que en 1920 apenas un pu?ado de occidentales hab¨ªa visto con sus ojos la monta?a m¨¢s alta del planeta. Ese a?o, dos instituciones inglesas como la Royal Geographical Society y el Alpine Club crearon el Comit¨¦ del Everest para reconocer primero y escalar despu¨¦s el Everest. Pero la tradici¨®n monta?era inglesa, su tremenda inclinaci¨®n colonialista y sus dolorosas derrotas en la conquista de los dos polos empujaban con fuerz...
Para escalar el Everest, primero hab¨ªa que encontrarlo, empresa no tan evidente si se tiene en cuenta que en 1920 apenas un pu?ado de occidentales hab¨ªa visto con sus ojos la monta?a m¨¢s alta del planeta. Ese a?o, dos instituciones inglesas como la Royal Geographical Society y el Alpine Club crearon el Comit¨¦ del Everest para reconocer primero y escalar despu¨¦s el Everest. Pero la tradici¨®n monta?era inglesa, su tremenda inclinaci¨®n colonialista y sus dolorosas derrotas en la conquista de los dos polos empujaban con fuerza hacia el llamado ¡°tercer polo¡±. Un a?o despu¨¦s, la primera expedici¨®n de reconocimiento logr¨® encender definitivamente la llama de la esperanza: se logr¨® topografiar miles de kil¨®metros cuadrados de territorio, as¨ª como un mapa detallado de la vertiente norte o tibetana. La sur o de Nepal quedaba a¨²n prohibida a los extranjeros. George Mallory, antiguo estudiante de Cambridge y profesor en Charterhouse, fue in situ el motor del equipo y encontr¨® la ruta de acceso, alcanzado el collado norte, a 7.000 metros. Desde ah¨ª era f¨¢cil imaginar la ruta a seguir. Se trataba del escalador m¨¢s destacado de su ¨¦poca, pero cuando le pidieron regresar al a?o siguiente, dud¨®: ten¨ªa tres hijos y no quer¨ªa abandonar seis meses a su mujer. La posibilidad de lanzar su carrera como explorador, escritor y conferenciante decant¨® la balanza.
En 1922, nadie sab¨ªa a¨²n si el ser humano era capaz de soportar la altitud extrema de la monta?a. M¨¦dicos y fisi¨®logos mostraban su escepticismo y el debate sobre si se deb¨ªa emplear ox¨ªgeno embotellado divid¨ªa a los integrantes de la expedici¨®n. Mallory consideraba su uso una ¡°maldita herej¨ªa¡± y Arthur Hinks, secretario del comit¨¦, aseguraba que su uso no era leg¨ªtimo y que lo importante, m¨¢s que la cima, era saber hasta qu¨¦ altura pod¨ªan llegar sin usarlo. Uno de los m¨¢s curiosos era Alexander Kellas, profesor escoc¨¦s de Qu¨ªmica que realiz¨® ocho expediciones exploratorias al Himalaya entre 1907 y 1921. Fue el primer escalador en probar ox¨ªgeno embotellado en una monta?a de 7.000 metros y resolvi¨® que el engorro no merec¨ªa la pena. Fue m¨¢s all¨¢ incluso: a su juicio, alpinistas bien entrenados podr¨ªan escalar el Everest sin ox¨ªgeno si la ruta no resultaba demasiado t¨¦cnica. En 1978, Reinhold Messner y Peter Habeler le dieron la raz¨®n. Sin embargo, Kellas pas¨® a la historia como la primera v¨ªctima del Everest, durante la expedici¨®n de reconocimiento de 1921. Muri¨® de un ataque al coraz¨®n justo un d¨ªa antes de alcanzar el punto desde el que hubiera podido ver la monta?a por vez primera. Hoy, el 99% de las ascensiones al techo del globo se hacen chupando ox¨ªgeno artificial y su equipo apenas supera los tres kilos de peso. En 1922 pesaba 13.
Si comparamos una imagen de los escaladores del Everest del presente con la de 1921, la vestimenta de los pioneros parece inconcebible. De hecho, el escritor irland¨¦s George Bernard Shaw, al ver una foto del grupo, dijo que la escena le recordaba ¡°a un picnic en Connemara sorprendido por una tormenta de nieve¡±. Hace un a?o, el alpinista alem¨¢n David Goettler alcanz¨® su cima sin ayuda de ox¨ªgeno artificial vistiendo seis capas superpuestas de ropa sint¨¦tica y plum¨®n: calor sin peso con tecnolog¨ªa punta. Cuando en 1999 Conrad Anker encontr¨® por encima de los 8.000 metros el cuerpo momificado de Mallory, llevaba cuatro capas de ropa en las piernas y seis en la parte superior: prendas interiores de seda, pantalones de lana con polainas, un jersey de lana y una chaqueta Burberry de tejido de gabardina. En vez de polainas en las botas, como ahora, llevaban polainas de lana de cachemira parecidas a bufandas el¨¢sticas que envolv¨ªan las pantorrillas, seg¨²n el libro de Mick Conefrey Everest 1922.
El australiano George Finch incorpor¨® un invento tan significativo como obviado por sus compa?eros en 1922: invent¨® la chaqueta de plum¨®n de oca. Hoy, ning¨²n material es capaz de aportar una mejor relaci¨®n aislamiento-peso. Adem¨¢s, Finch era un defensor ac¨¦rrimo del uso de ox¨ªgeno y desarroll¨® un equipo muy sofisticado para la ¨¦poca. Con sus bombonas a la espalda alcanz¨® una marca que durar¨ªa a?os: 8.320 metros. Sin ox¨ªgeno artificial, Mallory alcanz¨® los 8.250. El debate segu¨ªa abierto. Hoy ya no: cualquier consideraci¨®n ¨¦tica al respecto ha quedado aplastada bajo el peso del comercio.
M¨¢s que la escasa preocupaci¨®n de los pioneros por la vestimenta, asombra saber que no emplearon crampones. Al parecer, sus correas tend¨ªan a romperse, posibilidad que les horrorizaba. Se imaginaban descendiendo una pendiente helada y perdiendo de improviso toda sujeci¨®n. Cuando recuperaron parte de los restos de Mallory, una de sus botas de cuero permanec¨ªa muy bien conservada y mostraba en su suela los tacos de metal que proporcionaban cierto agarre en la nieve. En los ochenta, el Everest solo recib¨ªa la visita de alpinistas experimentados: apenas el 10% de ellos alcanzaba la cima. El d¨ªa que el Everest colaps¨® y mostr¨® una larga hilera de buzos de pluma atascados junto a la cima, casi 400 personas se colaron en lo m¨¢s alto. Las cuerdas fijas recorren todo el camino a la cima y estos d¨ªas los sherpas equipan la ruta ante la llegada inminente de la temporada. No hay misterio en el Everest m¨¢s all¨¢ de saber si habr¨¢ sitio en la cima. Los partes meteorol¨®gicos precisos, el ingente trabajo de los gu¨ªas de la etnia sherpa, el uso indiscriminado de ox¨ªgeno artificial explican tambi¨¦n que personas sin aptitudes f¨ªsicas ni t¨¦cnicas logren su sue?o. No hab¨ªa cuerdas fijas en 1922, y la sujeta a la cintura de Mallory era tan fina (5 mil¨ªmetros) y poco fiable como una cuerda de tender la ropa.
¡°Porque est¨¢ ah¨ª¡±
En 1923, el Comit¨¦ envi¨® a Mallory a dar una serie de conferencias en Estados Unidos para recaudar fondos de cara a la expedici¨®n de 1924. Al llegar a Nueva York, The New York Times quiso saber a qu¨¦ se deb¨ªan tantos esfuerzos por escalar una monta?a. Su respuesta, ¡°porque est¨¢ ah¨ª¡±, atajaba con iron¨ªa una explicaci¨®n mucho m¨¢s profunda: Mallory adoraba escalar y si en la horizontal era una persona tendente al caos, olvidadiza y vacilante, en la vertical toda su personalidad encajaba para extraer de ¨¦l su mejor versi¨®n. No era un te¨®rico del alpinismo, sino pura acci¨®n.
Fruto de esa tenacidad, el Everest conoci¨® su primera gran tragedia. Despu¨¦s de una gran nevada, Mallory se empe?¨® en lanzar un ¨²ltimo ataque a la cima en 1922. Acompa?ado por Howard Somerwell y una quincena de sherpas, empez¨® a abrir huella camino del collado norte hasta que un alud barri¨® la comitiva y mat¨® a siete sherpas. La mentalidad colonial de la ¨¦poca les hac¨ªa admirar a sus porteadores sin que les afectase la forma en la que los explotaban. Howard Somerwell: ¡°Solo murieron sherpas y bothias. ?Por qu¨¦ no compartimos su sino algunos de nosotros, los ingleses? De buena gana habr¨ªa sido yo uno de esos muertos. Aunque solo fuera para que las maravillosas personas que sobrevivieron sintieran que hab¨ªamos compartido las p¨¦rdidas, del mismo modo que compartimos los riesgos¡±, desarroll¨®. Mallory, que sirvi¨® como teniente en el Regimiento Real de Artiller¨ªa durante la I Guerra Mundial y particip¨® en la batalla de Somme (acab¨® en 1916 tras cinco meses de lucha de trincheras y un mill¨®n de bajas) escribi¨® esto a su mujer: ¡°No tengo problemas con los cad¨¢veres, siempre y cuando sean recientes¡±. Pero la p¨¦rdida de los siete sherpas le afect¨® enormemente.
Durante d¨¦cadas, los sherpas fueron la carne de ca?¨®n. Pero algo empez¨® a cambiar radicalmente en 2014, tras un alud en el Everest que mat¨® a 14 sherpas. Los supervivientes se negaron a seguir trabajando y se cancel¨® la temporada. En 2010 exist¨ªan cuatro agencias occidentales por cada una nepal¨ª. Hoy es al rev¨¦s: el negocio pertenece a los hijos de los sherpas famosos que destacaron en el siglo XX y estos no quieren que el trozo grande del pastel se lo lleve Occidente. Junto a las grandes compa?¨ªas locales, proliferan las de bajo presupuesto indias y de Nepal, lo que explica los atascos y las muertes indeseadas.
Mallory regres¨® de nuevo al Everest en 1924. Ten¨ªa 37 a?os. ?l y su compa?ero Sandy Irvine, de 20, fueron vistos por ¨²ltima vez a una altitud vecina de los 8.600 metros, ¡°avanzando con determinaci¨®n¡±. Las nubes cubrieron la estampa y Noel Odell no volvi¨® a verlos. El misterio sobre si lograron alcanzar la cima antes de morir sigue vigente.
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