La eterna gatera del f¨²tbol espa?ol
El inicio del juicio por el caso Rubiales nos recuerda, de un modo casi traum¨¢tico, que el f¨²tbol nuestro no se parece en nada al de ellos, que poco tiene que ver la pasi¨®n de nuestro abuelo con las sonrisas de bellaco que se gastan muchos de los personajes que estos d¨ªas desfilan por el juzgado
Huele el f¨²tbol espa?ol a cerrado, a casa sin ventanas, a sal¨®n de fumadores y a un mont¨®n de cosas m¨¢s, casi ninguna de ellas agradable. Apenas lo notamos de lunes a domingo, el tiempo medio que solemos dedicar a lo m¨¢s importante de lo menos importante. Y es una l¨¢stima porque, si la semana tuviese dos o tres d¨ªas m¨¢s, ser¨ªan otros dos o tres d¨ªas que dedicar¨ªamos al f¨²tbol, de eso no tengo casi ninguna duda.
Nos encanta este juego de once personas corriendo detr¨¢s de un bal¨®n, que es la cl¨¢sica reducci¨®n al absurdo de quien no comprende nada. ...
Huele el f¨²tbol espa?ol a cerrado, a casa sin ventanas, a sal¨®n de fumadores y a un mont¨®n de cosas m¨¢s, casi ninguna de ellas agradable. Apenas lo notamos de lunes a domingo, el tiempo medio que solemos dedicar a lo m¨¢s importante de lo menos importante. Y es una l¨¢stima porque, si la semana tuviese dos o tres d¨ªas m¨¢s, ser¨ªan otros dos o tres d¨ªas que dedicar¨ªamos al f¨²tbol, de eso no tengo casi ninguna duda.
Nos encanta este juego de once personas corriendo detr¨¢s de un bal¨®n, que es la cl¨¢sica reducci¨®n al absurdo de quien no comprende nada. Crecimos con el f¨²tbol bajo el brazo, como una barra de pan, al tiempo que trat¨¢bamos de imitar a nuestros ¨ªdolos, imaginando los goles m¨¢s sencillos y los imposibles, so?ando con vestir los colores de ese ¨²nico equipo agarrado a la entra?a y militando en las zonas m¨¢s nobles de cualquier club: la grada, el barrio, el sal¨®n de casa, la carpeta del instituto... Buscamos bronca por qui¨¦n tiraba el penalti definitivo, por diez minutos m¨¢s en la plaza antes de subir a cenar, por profanar los s¨ªmbolos sagrados de otros. Y todo lo hicimos con la nobleza pura del hincha que estos d¨ªas necesita taparse la nariz, y hasta los ojos, para no mandarlo todo al carajo y probar con el voleibol.
El inicio del juicio por el caso Rubiales nos recuerda, de un modo casi traum¨¢tico, que el f¨²tbol nuestro no se parece en nada al de ellos, que poco tiene que ver la pasi¨®n de nuestro abuelo y su bocadillo en el bolsillo con las sonrisas de bellaco que se gastan muchos de los personajes que estos d¨ªas desfilan por el juzgado. Tampoco resulta un episodio especialmente novedoso en cuanto al formato, pues no es la primera vez que un presidente de la RFEF se sienta en el banquillo de los acusados y todo parece indicar que tampoco ser¨¢ el ¨²ltimo. Lo que sorprende ¡ªo quiz¨¢s no¡ª del caso es la constataci¨®n, por puro aplastamiento, del n¨²mero ingente de personas que se mostraron dispuestas a aportar su grano de arena en la construcci¨®n de un muro de contenci¨®n que dejase impune al hombre que decidi¨® festejar una Copa del Mundo agarrando de la cabeza a una de las futbolistas, plant¨¢ndole un beso en los morros a la vista de todo el mundo y tejiendo, a posteriori, un velo de presiones y amenazas que disfrazase todo aquello de normalidad.
No es el ¨²nico episodio que estos d¨ªas ensucia el legado comunitario que desde sus puestos de relevancia debieran proteger los m¨¢ximos responsables. Ah¨ª est¨¢n el caso Negreira, todav¨ªa en fase de instrucci¨®n; los brotes tolerados de racismo en funci¨®n de qui¨¦n sea el agraviado; la homofobia latente en gradas, palcos y vestuarios; la proliferaci¨®n de grupos violentos al amparo de la moda global; el ama?o de partidos y las apuestas, legales e ilegales; el acoso y derribo al f¨²tbol mismo, en todos sus estamentos, cuando el resultado de un simple partido no favorece a los intereses de alguno de los implicados. Tambi¨¦n un cierto tipo de periodismo que degrada las pasiones m¨¢s leg¨ªtimas hasta convertirlas en pura estupidez.
Solo el f¨²tbol puede resistir tanto pisot¨®n, posiblemente porque los tacos ya no son de aluminio y los callos del aficionado est¨¢n recubiertos de leyendas. Nos queda responder a la pregunta de si noventa minutos de ventanas abiertas resultan suficientes para espantar tanta mugre y de c¨®mo es posible que, una y otra vez, se nos cuele tanto indeseable por las mismas gateras.