Amor eterno al f¨²tbol de barrio
Muchos aficionados han encontrado en las hist¨®ricas canchas populares como el Europa o el Sant Andreu una identidad a salvo del universo cada vez m¨¢s impersonal y pervertido del negocio del f¨²tbol
Un fantasma recorre Europa, el fantasma del f¨²tbol de barrio. Un f¨²tbol como el de antes, donde los clubes pertenecen a sus socios, no es necesario comprobar la resistencia del mobiliario de un bar en la cabeza de otro hincha y el estadio es el epicentro de una comunidad social al servicio de los vecinos, y no un arma sonora contra ellos. Un f¨²tbol donde entidades como el Club Esportiu Europa pueden definirse en sus estatutos como antifascista, feminista y contrario al bullying y a la homofobia. El domingo, el equipo del barrio de Gr¨¤cia de Barcelona se hizo con el liderato del tercer grupo de la Segunda RFEF contra el Terrassa. Pero eso, que no era poca cosa, podr¨ªa ser lo de menos. Lo interesante, a menudo, sucede en las gradas y en el barrio.
Muchos aficionados han encontrado en las hist¨®ricas canchas populares ¡ªel Europa es uno de los fundadores de la Liga espa?ola¡ª una identidad a salvo del universo cada vez m¨¢s impersonal y pervertido del negocio del f¨²tbol. A los abonos inasumibles, al maltrato de los clubes a sus socios, a los fondos de inversi¨®n, a las fantasmadas de superligas, al dinero de Emiratos y Arabia Saud¨ª, al racismo o a no poder ver una maldita final de tu equipo sin comprar un billete a la Meca. No es lo mismo, claro, y algunos siguen de reojo a sus equipos de siempre, pero otros han ido perdiendo poco a poco el inter¨¦s en su versi¨®n televisada.
El f¨²tbol popular ha crecido en los ¨²ltimos a?os iluminado por ese faro rom¨¢ntico del Odio Eterno al F¨²tbol Moderno. Tambi¨¦n por algunos mitos como el Red Star parisino o, sobre todo, el St. Pauli, el peque?o equipo de Hamburgo que lleva el nombre de su barrio y que encarna qu¨¦ puede hacer un club por su comunidad, como cuentan en St. Pauli, otro f¨²tbol es posible (Capit¨¢n Swing, 2019) Natxo Parra y Carles Vi?as. El equipo, que hoy milita en la Bundesliga, fue el primero en Alemania en prohibir la entrada a su estadio a aficionados de extrema derecha y en tener un presidente abiertamente gay y militante de la causa LGTBIQ+, el empresario teatral Corny Littmann. Gracias a decisiones de este tipo, generalmente sin grandes resultados deportivos, el club pas¨® de una media de 1.600 espectadores (1981) a los actuales 30.400.
El fen¨®meno identitario se expresa tambi¨¦n en la revuelta de los aficionados, que logr¨® en Alemania imponer el modelo en el que los socios deben tener el 51% de las acciones del club. O en entidades como Football Club United of Manchester, fundado por aficionados descontentos tras la compra de la familia Glazer del Manchester United. Pero tambi¨¦n otros fen¨®menos de barrio como el Sant Andreu o incluso el Rayo Vallecano, aunque le pese a su presidente Mart¨ªn Presa: una historia tan bien contada en No es fiera para domar, de Ignacio Pato (Altamarea, 2024).
La paradoja de este f¨²tbol, como toda empresa rom¨¢ntica, se expresa a trav¨¦s de su ¨¦xito, en la obligaci¨®n de obtener m¨¢s dinero para cumplir la normativa que impone el f¨²tbol profesional. La imposici¨®n de crecer. El Europa, por ejemplo, atraves¨® ese dilema existencial el a?o pasado, a punto de subir a Primera Federaci¨®n. La RFEF exige campos de hierba para poder jugar en esa divisi¨®n. El Nou Sardenya, una cancha encajonada entre enormes edificios de la zona alta de Gr¨¤cia y la calle de las Camelias, no puede cumplir con los requisitos y el club se ver¨ªa obligado a buscar refugio en alg¨²n estadio lejano, despojando a sus socios y a la entidad de su cord¨®n umbilical con el barrio. Hubo runr¨²n en la grada. En el bar y en la panader¨ªa. Y una gran parte de los aficionados lleg¨® a la conclusi¨®n de que era mejor no ascender para preservar la identidad del Europa. Este a?o, depende de a quien le preguntes, vuelve a pintar bien. O tambi¨¦n mal.
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