Sin medalla: Los 40 gritos de Uta o el miedo a perder
En el deporte de ¨¦lite hay un miedo a perder del que no se habla. No es la tristeza posterior a la derrota ni la decepci¨®n que engendra el fracaso. Es algo m¨¢s turbador y shakesperiano
Juguemos a que les pasa a otros. Por ejemplo el miedo.
Qu¨¦ har¨ªas si no tuvieras miedo.
Esa pintada cerca de casa me impresiona. Qu¨¦ har¨ªas; de qu¨¦ ser¨ªas capaz; ad¨®nde llegar¨ªas. Pero tambi¨¦n: por qu¨¦ abismos te despe?ar¨ªa la ausencia de miedo; a qu¨¦ pozos te abocar¨ªa.
En el deporte de ¨¦lite hay un miedo a perder del que no se habla. No es la tristeza posterior a la derrota ni la decepci¨®n que engendra el fracaso. Es algo m¨¢s turbador y shakesperiano: un sentimiento infinitamente m¨¢s complejo que el af¨¢n de victoria que ...
Juguemos a que les pasa a otros. Por ejemplo el miedo.
Qu¨¦ har¨ªas si no tuvieras miedo.
Esa pintada cerca de casa me impresiona. Qu¨¦ har¨ªas; de qu¨¦ ser¨ªas capaz; ad¨®nde llegar¨ªas. Pero tambi¨¦n: por qu¨¦ abismos te despe?ar¨ªa la ausencia de miedo; a qu¨¦ pozos te abocar¨ªa.
En el deporte de ¨¦lite hay un miedo a perder del que no se habla. No es la tristeza posterior a la derrota ni la decepci¨®n que engendra el fracaso. Es algo m¨¢s turbador y shakesperiano: un sentimiento infinitamente m¨¢s complejo que el af¨¢n de victoria que tantas pupilas enciende en Par¨ªs. Es el miedo a la derrota. El otro d¨ªa se vio. Cuatro minutos de terror ol¨ªmpico donde uno sufre viendo a la judoca Uta Abe. Pobre Uta.
Es japonesa. Tiene veinticuatro a?os. Su palmar¨¦s refulge como el oro. Oro ol¨ªmpico en Tokio. Oro en cuatro mundiales. Oros y m¨¢s oros en los campeonatos internacionales de judo desde los diecisiete a?os. Uta tiene una sonrisa bella y es preciosa su historia familiar: su hermano Hifumi Abe es campe¨®n ol¨ªmpico de judo. Campeones los dos. El relato ideal, y ah¨ª nace lo siniestro.
Uta Abe personificaba la Victoria, aquello que P¨ªndaro retrat¨® hace dos mil quinientos a?os en sus Odas ol¨ªmpicas al inmortalizar las proezas atl¨¦ticas de legendarios campeones como Hier¨®n de Siracusa o Di¨¢goras de Rodas. En su poes¨ªa, que impregn¨® el relato ol¨ªmpico hasta nuestros d¨ªas, la victoria confiere honor eterno, fama y prestigio, gloria resonante y perdurable, admiraci¨®n ajena, felicidad infinita: todo a cuanto aspira un mortal. Porque la victoria, escribe P¨ªndaro, es resultado del esfuerzo supremo, el sacrificio desmedido, la superaci¨®n personal; la excelencia. El que triunfa, escribe P¨ªndaro, evita volver a su patria oculto entre las sombras; evita un odioso regreso entre desprecios.
Ah¨ª est¨¢ lo temible del paradigma.
No es ganar. Es evitar perder.
No es la alegr¨ªa de vencer. Es el alivio de evitar la deshonra.
No es conseguir lo que uno desea. Es impedir lo que uno teme.
Qu¨¦ har¨ªas si no tuvieras miedo.
Y lo que tem¨ªa Uta Abe, siempre reluciente de oro, era la derrota. Solo falta un minuto para que termine su combate contra la uzbeka Keldiroyova. Solo es segunda ronda. Va ganando Uta. Se supone que ganar¨¢, como siempre. Pero la uzbeka sorprende a Uta y la vence con un ippon. Derrota fulminante. Entonces comienza la catarsis.
Uta se tira al suelo. Los dedos en la cara. Los ojos de p¨¢nico. La boca desencajada. Saluda a su rival sin mirarla. Se queda al margen del tatami. Las manos a la cabeza. Primero el silencio del shock. Luego llora. El llanto adquiere intensidad, enseguida rebosa dramatismo. Cae al suelo. No puede mantenerse en pie. Comienza a gritar. Un alarido nervioso. Un grito detr¨¢s de otro. La escena es insoportable, pero a¨²n quedan dos minutos y medio de largu¨ªsimo terror. Uta dice que no con la cabeza. Vuelve a caer al suelo. Se echa en brazos de su entrenador. Un miembro de la organizaci¨®n les pide que abandonen el pabell¨®n. Que el combate se ha acabado. Todo ha terminado, Pero Uta sigue gritando. Una vez, otra, hasta cuarenta gritos de p¨¢nico. Da igual que el p¨²blico, conmocionado por la escena, la ovacione. Da igual que coreen su nombre: UtaUtaUta. Ella ara?a con los dedos los brazos de su entrenador. Est¨¢ aterrorizada. Cae de rodillas. Sigue gritando. Cuarenta gritos largos son muchos. Su entrenador la arrastra. La saca del pabell¨®n. Sus gritos se escuchan hasta el final. A saber cu¨¢ndo se acabar¨ªan. Y c¨®mo.
Uno esperaba emocionarse con las victorias de Simone Biles y su redenci¨®n dorada. Mientras, a su lado ve¨ªa a peque?as gimnastas de diecis¨¦is y diecisiete a?os llenas de presi¨®n. Una presi¨®n seguramente insana, quiz¨¢ inhumana. Unos rostros de absurdo pavor. Sin embargo, nada en Par¨ªs ha sido tan emocionante hasta ahora como esos cuatro minutos a solas con Uta Abe y su miedo a la derrota.
Es el precio del oro: el miedo a que te lo roben. Un miedo atroz. En el deporte y en la vida.
(Posdata: El hermano de Uta gan¨® el oro el mismo d¨ªa que la catarsis de su hermana. Qu¨¦ extra?a medalla).
Puedes seguir a EL PA?S Deportes en Facebook y X, o apuntarte aqu¨ª para recibir la newsletter diaria de los Juegos Ol¨ªmpicos de Par¨ªs.