Un a?o de confinamiento visto por Alberto Coraz¨®n, Blanca Li y otros cuatro creadores
Soledad. Melancol¨ªa. Indignaci¨®n. Miedo... Las emociones de un a?o de pandemia concentradas en seis piezas art¨ªsticas originales. Una obra p¨®stuma de Alberto Coraz¨®n, textos de Irene Vallejo y Elvira Sastre, una fotograf¨ªa de Chema Madoz, una ilustraci¨®n de Ignasi Monreal y un baile de Blanca Li
Hubo silencios. Su salud ya le hab¨ªa dicho ¡°no¡±, pero cuando le pedimos a Alberto Coraz¨®n una reflexi¨®n sobre el confinamiento, se ilusion¨® como un ni?o, agarr¨® los b¨¢rtulos y nos dej¨® esta obra a la vez esencial y compleja, serena y tremenda. Pintura, pensamiento y denuncia. Improbable expresar m¨¢s con tan poco. Lamentablemente, ¡®Hubo silencios¡¯ se convirti¨® en su obra p¨®stuma. Alberto Coraz¨®n falleci¨® dos d¨ªas despu¨¦s de pintarla.
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Hubo silencios. Su salud ya le hab¨ªa dicho ¡°no¡±, pero cuando le pedimos a Alberto Coraz¨®n una reflexi¨®n sobre el confinamiento, se ilusion¨® como un ni?o, agarr¨® los b¨¢rtulos y nos dej¨® esta obra a la vez esencial y compleja, serena y tremenda. Pintura, pensamiento y denuncia. Improbable expresar m¨¢s con tan poco. Lamentablemente, ¡®Hubo silencios¡¯ se convirti¨® en su obra p¨®stuma. Alberto Coraz¨®n falleci¨® dos d¨ªas despu¨¦s de pintarla.
¡®Y todo lo que era humano desapareci¨®', por Blanca Li
Texto de Lola Huete Machado
Para una bailarina, mover el cuerpo lo es todo. Para una core¨®grafa, crear y montar su pieza, tambi¨¦n. Para la directora de un teatro, programar y programar para el p¨²blico. Blanca Li es todo eso y mucho m¨¢s, cineasta, modelo, cabaretera¡ Con tan largo curr¨ªculo de espect¨¢culos y obras que aqu¨ª no cabe enumeraci¨®n, pero s¨ª una nota: es, adem¨¢s, la ¨²nica core¨®grafa miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia, pa¨ªs donde cre¨® su compa?¨ªa de danza hom¨®nima. Una creadora internacional que toca tantas teclas, que cuando lleg¨® el coronavirus para trastocar el mundo, no pudo detenerla. Porque del shock, ella extrajo belleza desde el minuto uno: se puso a bailar en la ciudad desierta. Como hace ahora, en este v¨ªdeo que recuerda un a?o de pandemia, en el Madrid de madrugada, vac¨ªo. Y como hizo entonces, en la primavera de 2020, en la plaza de la ?pera cercana a su casa en Par¨ªs. ¡°Nos dejaban salir, me iba de paseo con mis hijos y all¨ª bailaba, no hab¨ªa ni un alma, ni un coche¡ Dentro del drama ten¨ªa la sensaci¨®n de estar viviendo un momento ¨²nico. Me gustaba deambular por las calles solitarias. Ese silencio repentino, tan raro, pero a la vez tan hermoso¡±.
Blanca Li, vestida de negro hasta la mascarilla, espigada, baja ahora por la calle Cea Berm¨²dez de Madrid, repleta de transe¨²ntes, y por ella retornar¨¢ despu¨¦s de la charla, camino a la oficina, ese lugar que es su hogar en Madrid desde que tomara las riendas de los Teatros del Canal all¨¢ por noviembre de 2019. Andaba justo hace un a?o, recuerda, ordenando la programaci¨®n, la heredada y la nueva, y estrenando Pulcinella en el Auditorio Nacional en colaboraci¨®n con la Compa?¨ªa Nacional de Danza, cuando todo estall¨®. ¡°Mi trabajo se vio afectado por la pandemia desde el primer d¨ªa y sigue afectado¡±. Enumera: ¡°Las compa?¨ªas fueron anulando una tras otra, las recoloc¨¢bamos y la cosa segu¨ªa y segu¨ªa. Se fue haciendo una especie de bola¡±. Todas las giras de su compa?¨ªa francesa se anularon: ¡°Pero yo tuve suerte porque preparaba ya el espect¨¢culo virtual de Le Bal de Paris con grafistas, con mucho ordenador, y pudimos seguir adelante. Trabajabas sin parar pero no te mov¨ªas del sitio, todo lo que era humano desapareci¨®¡ Era muy extra?o¡±.
De lo vivido este a?o dice que todos hemos aprendido que los amigos, la cultura y el ocio son primordiales. Que somos seres sociales. No aptos para estar aislados. ¡°Pero algo determinante han sido los m¨®viles y ordenadores. La tecnolog¨ªa nos ha salvado. Era una ventana. Nos permiti¨® tener algo de vida social, incre¨ªble todo lo que hemos hecho, desde reuniones de trabajo hasta fiestas; yo las he celebrado por una pantallita con amigos, bailando cada uno en su casa¡ Y ha servido al mundo de la creaci¨®n, para poder ver cine, leer libros pendientes¡¡±. La cultura, en general, dice, se ha puesto en valor con la crisis. ¡°Al carecer de ella nos dimos cuenta de que es una gran necesidad y en Espa?a se ha hecho bien al considerarla un bien esencial¡±.
Y el teatro, en particular, es caballo ganador para ella: ¡°Nada puede reemplazar al contacto f¨ªsico o a la experiencia, la interacci¨®n y la emoci¨®n que uno siente en persona en un sala. Antes no se le daba tanto valor a lo presencial y ahora s¨ª¡±. Insiste en ello porque su espect¨¢culo ¨²ltimo en diciembre fue en realidad virtual, Le Bal de Paris. Una casualidad. Y un ¨¦xito pleno. ¡°Se trata de una experiencia virtual pero colectiva. Se pod¨ªa asistir en grupos de diez en diez, la gente ven¨ªa en familia. Te pones las gafas virtuales y un ordenador en la espalda y de repente abres los ojos y est¨¢s en un baile incre¨ªble, eres un avatar, pero sigues siendo t¨²¡ interactuando con los bailarines de carne y hueso, fue muy divertido para el p¨²blico. Y hacerla¡±.
Confiesa que suceden adem¨¢s ahora cosas ¡°super ???raras¡± en los teatros. A saber??: ¡°Algo inimaginable antes. No hay nadie, ni una sola persona que tosa en la sala. Ni en las pausas, no hay carraspeos¡ Si toses ahora mismo en el teatro todo el mundo paniquea¡ La tos era un cl¨¢sico, sobre todo en m¨²sica¡¡±, se r¨ªe. Otro ejemplo, las reacciones del p¨²blico: ¡°Se emociona m¨¢s. Hay un cierto desgaste, una sensibilidad extrema. Y se nota. La gente se pone a llorar¡ Y al acabar la funci¨®n se produce como un subid¨®n de emoci¨®n colectiva. Incluso los artistas lloran mucho m¨¢s ahora por el valor inmenso que tiene subirse al escenario, poder actuar¡¡±.
Y cuenta la historia del cantante de ¨®pera al lado de su casa parisiense que abr¨ªa el balc¨®n y cantaba todas las tardes a las seis, cuando la gente sal¨ªa para ir al supermercado: ¡°Lo hac¨ªa tan bien que despu¨¦s de dos meses la calle estaba llena. Se convirti¨® en una cita diaria. Se hizo famoso. Yo me emocionaba mucho. Porque verle y escucharle era la evidencia de que el arte puede ser una cosa muy peque?a que te emocione en cualquier sitio, que no tiene por qu¨¦ ser solo un gran escenario. Si te toca te toca, da igual c¨®mo o donde. Esa es su fuerza¡±.
¡®Definir las jaulas¡¯, por Elvira Sastre
Siempre hemos sido presos de algo. Vivimos rodeados de jaulas, de peque?as prisiones que nos impiden, nos atrapan, nos detienen. Algunas nos hacen sentir ansiedades m¨²ltiples y otras, en cambio, nos refugian, evitan que nos enfrentemos a lo que hay ah¨ª fuera.
Ha pasado un a?o desde que un virus de tintes casi ficticios nos pillara desprevenidos y cambiara lo ¨²nico que no puede cambiar la humanidad a pesar de sus empe?os: el mundo. Este virus, geogr¨¢fico y pol¨ªtico, ha logrado extenderse por todas las urbes y contaminarlas hasta el punto de no poder habitarlas. Ha arrasado con tantas vidas que es imposible homenajearlas en tiempo y palabras. Ha cambiado nuestra manera de relacionarnos, de trabajar, de crear, de comunicarnos. Ha transformado el amor y el contacto, lo ha convertido en una cosa distinta que a¨²n no somos capaces de definir, por desidia y por miedo, porque todo lo que se nombra autom¨¢ticamente existe y es real. Se ha cargado parte de la generaci¨®n m¨¢s generosa: la de los abuelos, esos ni?os callados que a¨²n viven en guerra y mueren en el m¨¢s absoluto de los silencios, el mismo que llevan arrastrando d¨¦cadas. No puedo dejar de pensar en todo lo que perdemos al perderlos. Ha distorsionado las cartas de amor, que ahora solo hablan de distancias impuestas y ciudades valladas. Ha evitado los reencuentros, ha provocado disputas, nos ha sumido en el hast¨ªo, nos ha creado miedo. La covid-19, en definitiva, nos ha enfrentado de cara al peor de nuestros temores, ese del que no nos hablan, que parece siempre lejano, que nadie nos explica: el de la muerte.
Pienso en los ni?os que crecen ahora junto a la muerte como lo que es a pesar de nuestros empe?os: una noticia com¨²n y corriente. Pienso en los que crecimos protegidos por una burbuja de aire que cre¨ªmos nunca se pinchar¨ªa. Esos a los que nos enga?aban cuando se mor¨ªan nuestros animales o nuestros abuelos. A los que nos dec¨ªan ¡°cielo¡± cuando quer¨ªan decir ¡°tumba¡±. Quiz¨¢ estos ni?os expuestos de ahora sean adultos protegidos en el futuro, justo al rev¨¦s que nosotros. Quiz¨¢ esto los arme con unas herramientas que agradecer¨¢n tener cuando otras causas se lleven por delante la vida de sus familiares y amigos. Quiero creerlo as¨ª.
Considero que la ¨²nica manera de sobrevivir a esta situaci¨®n es definir las jaulas en las que vivimos. Hay que definir las jaulas. Hay que saber c¨®mo se llaman; si nos cobijan o nos mantienen presos; si, como escribi¨® Galeano, alguien ah¨ª afuera sigue creyendo en nosotros o, por el contrario, no queda nadie; si llamamos celda a lo que en verdad debemos llamar hogar o es justo al rev¨¦s. Debemos abrir los ojos, abrir las manos, abrir el pecho, y entender que la burbuja ya no est¨¢: se ha convertido en una jaula que simplemente nos mantiene con vida sin escondernos del mundo. Quiz¨¢ esto nos convierta en ancianos protegidos y conscientes, a pesar del ni?o temerario / inconsciente / invidente que todos llevamos dentro.
Elvira Sastre es poeta y novelista. Gan¨® el Premio Biblioteca Breve con su novela D¨ªas sin ti.
¡®La versi¨®n del minotauro¡¯, por Irene Vallejo
Este a?o hemos aprendido a vivir en el laberinto, desorientados, sin mapas ni br¨²julas, zarandeados por la incertidumbre. El confinamiento nos ha convertido en modernos minotauros, rendidos a cierta monstruosidad perezosa y a una est¨¦tica n¨¢ufraga: desali?ados, en pijama a todas horas, el pelo selv¨¢tico, las mollas de nueva adquisici¨®n, los ojos enrojecidos por el abuso de pantallas, las canas asomando bajo el tinte como testimonio de la desidia. Seg¨²n el mito griego, el h¨¦roe Teseo se aventur¨® en aquel d¨¦dalo de encrucijadas, bifurcaciones y pasillos cegados, temeroso de la legendaria fiera. Ahora, en tiempos de angustia y encierro, somos nosotros los habitantes del laberinto.
Cuenta la leyenda que el minotauro vivi¨® confinado desde su m¨¢s tierna infancia. Lo llamaron Asterio quiz¨¢ porque pasaba largas horas en los patios contemplando los astros. El rey de Creta Minos hab¨ªa ofendido a los dioses, y ellos se vengaron en cabeza ajena. Inspiraron a su esposa, Pas¨ªfae, un deseo irresistible de aparearse con un toro blanco. De este adulterio naci¨® un ser quim¨¦rico, medio hombre, medio animal, a quien encerraron en una mansi¨®n tan intrincada que jam¨¢s encontrar¨ªa la salida. A principios del siglo pasado, el arque¨®logo Arthur Evans reconstruy¨® el palacio de Cnosos con su enrevesada estructura y sus sinuosos corredores, e imagin¨® all¨ª el germen del mito. Despu¨¦s de todo, el laberinto siempre fue eso: una casa de la que no puedes escapar.
Durante meses, nuestros hogares y nuestras ciudades se han convertido en fortalezas rodeadas de invisibles murallas, inmersas en una extra?a pesadilla. En La vida es sue?o, de Calder¨®n de la Barca, Segismundo vive prisionero desde que naci¨®. Su padre, rey de Polonia, lo encarcel¨® en un torre¨®n porque, seg¨²n el or¨¢culo, ser¨ªa un monarca cruel. Un d¨ªa se le concede la libertad y, en venganza, responde con ira, violencia y esp¨ªritu desafiante, confirmando as¨ª el vaticinio. Encerrado de nuevo ¡ªcomo en nuestros par¨¦ntesis de confinamientos y cuarentenas¡ª, le convencen de que todo ocurri¨® mientras dorm¨ªa. Un amigo le aconseja: ¡°Segismundo, aun en sue?os no se pierde hacer el bien¡±. El joven reflexiona y, finalmente, logra encauzar su desasosiego, serenarse y desafiar todas las profec¨ªas: ¡°Llegu¨¦ a saber que toda la dicha humana, en fin, pasa como un sue?o, y quiero hoy aprovecharla el tiempo que me durare¡±. Por muy loco que nos parezca el mundo, m¨¢s vale cuidar de nuestros compa?eros de manicomio.
Enredados en una espiral repetitiva d¨ªa a d¨ªa, sufrimos el aislamiento con hast¨ªo y nostalgia. A veces, en tediosa soledad; otras, asfixiados por las argollas del teletrabajo y la conciliaci¨®n dom¨¦stica. Sin embargo, en esa aparente pasividad hemos tomado importantes decisiones: nuestros dilemas cotidianos implican proteger a personas queridas y salvar vidas. Hemos gru?ido y rezongado, pero, incluso a rega?adientes, hemos tratado de ayudar. En Atrapado en el tiempo, dirigida por Harold Ramis, un c¨ªnico y avinagrado meteor¨®logo enviado a cubrir el D¨ªa de la Marmota en el pueblecito de Punxsutawney se ve condenado a repetir una y otra vez el 2 de febrero en un bucle interminable. Todas las ma?anas la radio le martillea la misma canci¨®n, hunde el pie en un charco y sufre el abordaje de un pelmazo en la calle. Sus retransmisiones televisivas se vuelven cada vez m¨¢s delirantes y apocal¨ªpticas. Atraviesa por varias fases an¨ªmicas: incredulidad, rebeld¨ªa, enfado, euforia, des¨¢nimo, aburrimiento. Cuando fracasa en sus intentos suicidas, desesperado, ahoga sus penas en tareas tan absurdas como la cultura y el amor. Estudia idiomas y piano, hace esculturas de hielo; ayuda a la gente del lugar y se enamora de una joven periodista. En un desenlace digno de Frank Capra, su bondad logra descongelar el tiempo. Incluso en la monoton¨ªa m¨¢s alienante, las cosas se pueden hacer mejor o peor. Hoy vivimos separados, quietos, a la espera de recuperar nuestra vida. Pero en Creta, Polonia o en lugares de nombre impronunciable, siempre es ahora mismo, y los minotauros m¨¢s sabios son los que aprenden a domesticar sus laberintos.