Osad¨ªa
Quise matarla. Todo pudo haberse consumado: mi odio era tan s¨®lido como el cemento que nos rodeaba
Apoyada en el marco de la ventana de la casa en obras, a metros del socav¨®n de tierra donde preparaban la cal los alba?iles, la espalda contra la madera erizada de astillas, todav¨ªa la veo. N¨ªtida como un recuerdo inventado. Era un fin de semana (han pasado d¨¦cadas, pero lo s¨¦ porque est¨¢bamos solas y la casa en construcci¨®n, donde mis padres iban a criarme, donde ocurrir¨ªan el principio y el fin de la vida, estaba siempre repleta de alba?iles excepto los fines de semana, cuando no iban a trabajar). Era por la tarde (lo s¨¦ porque recuerdo la luz acongojada que descend¨ªa del cielo como una resa...
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Apoyada en el marco de la ventana de la casa en obras, a metros del socav¨®n de tierra donde preparaban la cal los alba?iles, la espalda contra la madera erizada de astillas, todav¨ªa la veo. N¨ªtida como un recuerdo inventado. Era un fin de semana (han pasado d¨¦cadas, pero lo s¨¦ porque est¨¢bamos solas y la casa en construcci¨®n, donde mis padres iban a criarme, donde ocurrir¨ªan el principio y el fin de la vida, estaba siempre repleta de alba?iles excepto los fines de semana, cuando no iban a trabajar). Era por la tarde (lo s¨¦ porque recuerdo la luz acongojada que descend¨ªa del cielo como una resaca met¨¢lica). Y era invierno. Lo s¨¦ porque recuerdo la ropa que se fue acumulando como una pira seca ¡ªlana roja, nailon amarillo, jean, aroma a perfume Mujercitas¡ª sobre uno de los andamios. El lugar exudaba el olor solitario y hueco del cemento. Ella se hab¨ªa mudado al barrio poco antes y se hab¨ªa hecho amiga de mi mejor amiga. Yo la detestaba por eso. Tambi¨¦n por otras cosas. Era como un shuriken, una estrella ninja: algo imparable y enardecido que ten¨ªa la capacidad de destrozar. La hostilidad la recubr¨ªa como un aura, una luz fulminante. Ara?aba, gritaba, romp¨ªa los juguetes ajenos y los propios, rasgaba la ropa, arrojaba cascotes. Todos parec¨ªan temerle o adorarla. Pero ni ella me quer¨ªa a m¨ª ni yo la quer¨ªa a ella, as¨ª que no s¨¦ por qu¨¦ est¨¢bamos juntas, a los ocho a?os, en una casa solitaria y en obras, a metros de un pozo de cal viva. Ten¨ªa el pelo bestialmente negro, construido con hebras gruesas que se le enganchaban en las pesta?as largas o se le met¨ªan entre los labios. Cuando eso pasaba, el rostro parec¨ªa bordado, atravesado por una membrana de hilos brillantes. La piel blanca, tan transparente que parec¨ªa a punto de rasgarse, le daba el aspecto de un fruto firme envuelto en una vaina tersa. Ten¨ªa la voz ronca, rocosa, con una aspereza adulta, nada infantil. Una voz que deb¨ªa ser tomada en serio. Usaba ropa que nadie m¨¢s usaba: minifaldas, tacos, abrigos con cuellos de piel. Se pintaba los labios. Era una ni?a, pero podr¨ªa haber sido un bar repleto de humo. Ten¨ªa en los gestos la languidez que dan la confianza en uno mismo o la perfidia. Esa tarde, en la casa deshabitada, empez¨® a sacarse la ropa. El su¨¦ter rojo que yo le envidiaba, los pantalones de jean ajustados que no me dejaban usar, la camisa, la camiseta, los zapatos, las medias. Qued¨® firme, helada y p¨¢lida, como si por debajo de la piel fluyera una fin¨ªsima capa de hielo. Ya casi sin ropa, corri¨® hasta el muro de ligustro que separaba la casa de la vereda, cort¨® una rama, regres¨®, se at¨® un trapo ¡ª?un pa?uelo, la camiseta?¡ª sobre el pecho a modo de soutien, tom¨® la rama entre los dedos simulando que fumaba, se recost¨® contra la madera cruda del marco y me dijo: ¡°Juguemos a que me sac¨¢s fotos¡±. Quise que se cayera al pozo. Quise matarla. Todo pudo haberse consumado: mi odio era tan s¨®lido como el cemento que nos rodeaba. En cambio, me di vuelta y me fui. La dej¨¦ sola, medio desnuda, y camin¨¦ hacia la casa contigua donde viv¨ªan mis abuelos. Pas¨¦ la tarde con ellos junto al brasero, comiendo galletitas, tomando caf¨¦ con leche, mirando la televisi¨®n, sinti¨¦ndome rotundamente triste. No s¨¦ qu¨¦ hizo ella, si se fue, si se qued¨®. Tampoco s¨¦ c¨®mo se forman las capas tect¨®nicas de una personalidad, pero es posible que aquel d¨ªa yo, que ven¨ªa de un mundo donde el miedo era una fotos¨ªntesis benigna que surg¨ªa bajo el influjo de los libros y las pel¨ªculas, haya sentido un miedo nuevo. Un miedo desgraciado y adulto. Miedo de no tener jam¨¢s su atrevimiento. De que me esperaran, agazapados en el futuro, d¨ªas grises y anodinos. D¨ªas de brasero, de televisi¨®n, de galletitas. Ella ten¨ªa ocho a?os, como yo, y ah¨ª, medio desnuda en la ventana, hab¨ªa movido el mundo, lo hab¨ªa vaciado de vulgaridad, lo hab¨ªa llenado de su audacia, de su malicia, de su malhumor, de su ira, de su estirpe col¨¦rica, de su linaje rabioso. Despu¨¦s crec¨ª, me fui de esa casa, compr¨¦ tiques muy caros para una vida intensa en la que nada supo a cenizas. Hasta que llegu¨¦ a estos tiempos yermos, vulgares, de los que toda osad¨ªa parece desterrada.