La avalancha retr¨®grada
Aunque, con la que est¨¢ cayendo, es un mito que cada vez resulta m¨¢s dif¨ªcil de aceptar, todav¨ªa hay gente que piensa que la historia humana es una flecha que siempre camina hacia delante; que hay altibajos moment¨¢neos en el devenir del mundo y sobre todo diferencias por pa¨ªses, pero que, en conjunto, el progreso existe y es imparable. E incluso aunque no creas en la inevitabilidad del progreso, resulta dif¨ªcil imaginar una involuci¨®n radical; que la esclavitud volviera a ser legal en la mayor¨ªa de los pa¨ªses, por ejemplo, o que las mujeres perdieran otra vez todos sus derechos. Pues bien, la ...
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Aunque, con la que est¨¢ cayendo, es un mito que cada vez resulta m¨¢s dif¨ªcil de aceptar, todav¨ªa hay gente que piensa que la historia humana es una flecha que siempre camina hacia delante; que hay altibajos moment¨¢neos en el devenir del mundo y sobre todo diferencias por pa¨ªses, pero que, en conjunto, el progreso existe y es imparable. E incluso aunque no creas en la inevitabilidad del progreso, resulta dif¨ªcil imaginar una involuci¨®n radical; que la esclavitud volviera a ser legal en la mayor¨ªa de los pa¨ªses, por ejemplo, o que las mujeres perdieran otra vez todos sus derechos. Pues bien, la mala noticia es que los imperios se hunden, las civilizaciones se colapsan y el ser humano es capaz de olvidarlo todo. Hasta qui¨¦n es o qui¨¦n fue. Basta con recordar, por ejemplo, el brillo intelectual y cultural de la Grecia de Pericles, en el siglo V antes de Cristo, y el desbarate retr¨®grado de la Alta Edad Media. En el transcurso de mil a?os, Europa perdi¨® mucho.
As¨ª que, qui¨¦n sabe, puede que nuestro futuro se parezca a una de esas tenebrosas distop¨ªas tan de moda. Pero lo importante es tener claro que estamos en guerra. Y no hablo de esa nueva Guerra Fr¨ªa global que se est¨¢ articulando contra Rusia y China, sino de una Guerra Tibia cotidiana. De luchar d¨ªa tras d¨ªa en defensa de unos derechos humanos esenciales que le han costado a Occidente siglos de sacrificios, sangre y sufrimiento, y que ahora mismo est¨¢n siendo amenazados por diversos frentes. Una avalancha retr¨®grada se nos echa encima; por un lado est¨¢ el dogmatismo isl¨¢mico ultra, en franca expansi¨®n, que quiere acabar con la democracia y degollar a los dem¨®cratas, y por el otro est¨¢n nuestros propios fan¨¢ticos involucionistas, tambi¨¦n muy crecidos y feroces.
Pienso en todo esto a ra¨ªz de la restrictiva y b¨¢rbara ley del aborto que ha sido aprobada en Texas, una batalla m¨¢s dentro de la gran guerra. Pero una batalla muy simb¨®lica, visible y ejemplar. Porque, adem¨¢s de poner el l¨ªmite en las seis semanas de embarazo (lo cual se calcula que impedir¨¢ entre el 85% y el 90% de las operaciones que se hacen en el Estado), se decreta, cosa extraordinaria, que el cumplimiento de la ley no sea ejercido por las autoridades, sino que sean los mismos ciudadanos, residan o no en Texas, quienes demanden a cualquiera que ¡°ayude o sea c¨®mplice¡± de un aborto posterior a las seis semanas de gestaci¨®n. Si la demanda triunfa y hay condena, el demandante puede recibir 10.000 d¨®lares de ayuda del Estado para pagar sus costes legales. Ni que decir tiene que los acusados no reciben ni un c¨¦ntimo aunque sean declarados inocentes. Esta ley ins¨®lita y salvaje est¨¢ hecha as¨ª, dicen los expertos, para evitar que los tribunales federales la revisen por su flagrante inconstitucionalidad. Pero yo creo que lo de convertir a los ciudadanos en la avanzadilla de la represi¨®n, y la sociedad en un sistema de delaciones bien pagadas, forma parte esencial de la estrategia b¨¦lica; es una consecuencia de lo que he dicho antes: de la Guerra Tibia, cada d¨ªa m¨¢s caliente. Todos los reg¨ªmenes totalitarios apoyaron su poder en los matones de barrio; todos los populismos ultras hacen lo mismo. V¨¦ase a los amigos de Trump que asaltaron el Congreso; y a los antiabortistas que se plantan delante de las puertas de las cl¨ªnicas a hacer fotos, a insultar y amenazar a las mujeres. Pues bien, tengamos algo claro: esto no se queda en Texas. Esta es una oscuridad que se mueve y crece. Por cierto que esos antiabortistas tejanos tan preocupados por preservar la vida tambi¨¦n han aprobado, al mismo tiempo, una norma que autoriza a los ciudadanos a llevar armas de fuego en p¨²blico sin necesidad de tener permiso. Esta es la medida de su hipocres¨ªa y de su belicismo.
Yo, que nac¨ª en una dictadura carente de derechos, s¨¦ lo que es vivir con las manos atadas. Por ejemplo, hasta mayo de 1975, en Espa?a las mujeres casadas no pod¨ªan comprar un coche, abrir una cuenta en el banco ni sacarse el pasaporte sin el permiso del marido; tambi¨¦n necesitaban su autorizaci¨®n para trabajar, y el esposo pod¨ªa cobrar el sueldo de la mujer. Quiero decir que el ayer est¨¢ pegado a nuestros talones y puede convertirse con demasiada facilidad en el ma?ana. Vigilancia, orgullo de lo logrado y resistencia.