As¨ª que pasen treinta a?os
Uno teme que los rostros y voces de las personas queridas se nos vayan difuminando hasta no ser capaces de rememorarlos | Columna de Javier Mar¨ªas
Uno se da cuenta, al cabo del tiempo, de que algunas tristezas nunca se pasan y algunas personas nunca se olvidan. Cuando uno sufre esas tristezas, conf¨ªa en que los meses y los a?os las vayan atenuando, hasta que finalmente se curen y desaparezcan. Lo primero es cierto, ninguna quemadura conserva la intensidad de cuando el fuego abras¨® la carne. Lo segundo es falso, porque hay heridas que jam¨¢s sanan del todo o que dejan una cicatriz indeleble a modo de recordatorio continuo. En cuanto a las personas queridas y perdidas, uno teme lo contrario: que sus rostros y sus voces se nos vayan difumina...
Uno se da cuenta, al cabo del tiempo, de que algunas tristezas nunca se pasan y algunas personas nunca se olvidan. Cuando uno sufre esas tristezas, conf¨ªa en que los meses y los a?os las vayan atenuando, hasta que finalmente se curen y desaparezcan. Lo primero es cierto, ninguna quemadura conserva la intensidad de cuando el fuego abras¨® la carne. Lo segundo es falso, porque hay heridas que jam¨¢s sanan del todo o que dejan una cicatriz indeleble a modo de recordatorio continuo. En cuanto a las personas queridas y perdidas, uno teme lo contrario: que sus rostros y sus voces se nos vayan difuminando hasta no ser capaces de rememorarlos. Eso ocurre sin duda con quienes no tuvieron tanta importancia, o con quienes conocimos intensa pero superficialmente, o con quienes nos decepcionaron y tratamos de borrar aposta para sacudirnos la amargura. Pero no con los individuos cruciales, no con quienes nos marcaron. De ¨¦stos no s¨®lo seguimos acord¨¢ndonos as¨ª que pasen treinta a?os, sino que prolongamos su vida a base de preguntarnos qu¨¦ habr¨ªan pensado de lo que hoy sucede, nos atrevemos a interpretarlos calladamente, pues nada tan irrespetuoso como proclamar que Lorca, o Machado, o Cernuda, o Aza?a, habr¨ªan estado en la actualidad a favor o en contra de tal cosa, habr¨ªan apoyado a tal partido, se habr¨ªan opuesto a tal ley o Gobierno. Afirmar eso (y demasiados no tienen empacho en hacerlo) es tan arrogante como pretender que Dios le habla a uno y que obedece sus ¨®rdenes. Eso s¨ª es apropiarse y arrimar el ascua a su sardina: cu¨¢ntos imb¨¦ciles en los ¨²ltimos a?os han asegurado que Shakespeare, de haber vivido en esta ¨¦poca, se habr¨ªa dedicado a escribir series¡, como si a ¨¦l le hubieran importado s¨®lo los argumentos, y nada el estilo.
Pero volviendo a lo concreto: el pr¨®ximo 5 de enero se cumplir¨¢n tres decenios de la muerte de Juan Benet, quien, aparte de gran escritor al que a¨²n los medianos zahieren p¨®stumamente, fue un amigo y un maestro. No tanto literario cuanto vital. ?l, junto con mis padres, me ense?¨® qu¨¦ eran la rectitud y la decencia, sin que sus contradicciones biogr¨¢ficas (qui¨¦n no las tiene) mermaran en absoluto sus lecciones: ¨¦l ve¨ªa los conceptos claros, aunque de vez en cuando decidiera no atenerse a ellos. Tambi¨¦n me ense?¨® a ver y o¨ªr mejor (pintura y m¨²sica), y a leer mejor, a saber distinguir lo valioso de lo pretencioso y los recursos de buena ley de los de mala. Muri¨® una noche de invierno de hace casi treinta a?os, y calibro lo lejos que est¨¢ esa noche si pienso en lo que he escrito yo desde entonces. La ¨²ltima novela m¨ªa que ley¨® fue Coraz¨®n tan blanco, de 1992, y despu¨¦s han venido nueve m¨¢s, la mayor¨ªa extensas. No s¨®lo cuando las vi publicadas, tambi¨¦n mientras las escrib¨ªa, me result¨® imposible no tener a Don Juan presente, como si su fantasma me mirara las p¨¢ginas por encima del hombro. A veces he pensado que me habr¨ªa re?ido: ¡°No, hombre, no, no pongas esto¡±, y aun as¨ª lo he puesto, porque era s¨®lo yo el que decid¨ªa. Otras me ha parecido que murmuraba: ¡°L¨¢stima que te hayas inclinado por ese adjetivo, porque no iba mal del todo este p¨¢rrafo¡±, lo cual deb¨ªa entenderse casi como un aplauso; suprim¨ª el adjetivo, en consecuencia, y me qued¨¦ medio tranquilo.
Pero, m¨¢s all¨¢ de nuestra relaci¨®n, Benet tambi¨¦n era alguien que escrib¨ªa art¨ªculos muy l¨²cidos y originales y que opinaba sobre las cosas del mundo. No siempre estuve de acuerdo con sus posturas, pero estaba seguro de que val¨ªa la pena tomarlas en consideraci¨®n y atenderlas. De entre las piezas que public¨® de ese g¨¦nero, y dejando de lado las luminosas sobre asuntos literarios, recuerdo una ocasi¨®n en que se dej¨® llevar por las emociones, algo en ¨¦l infrecuente. El art¨ªculo se titulaba ¡°Ryan¡± y en ¨¦l maldijo con vehemencia a ETA (los consideraba ya cad¨¢veres, seres muertos) despu¨¦s de que ¨¦sta secuestrara y asesinara a sangre fr¨ªa (fue una vileza precursora de la de Miguel ?ngel Blanco) al ingeniero vasco Jos¨¦ Mar¨ªa Ryan, en 1981. No lo he rele¨ªdo: si mal no recuerdo, ten¨ªa algo de exabrupto, pero, al venir de una pluma tan singular y eficaz, conmov¨ªa pese a su car¨¢cter.
Si ahora me pregunto qu¨¦ le habr¨ªan suscitado los bombardeos sobre Ucrania, la invasi¨®n injustificada y feroz de Putin, creo (no me arrogo saberlo, estar¨ªa incurriendo en soberbia) que podr¨ªa haber escrito otra pieza como aquella lejana, en la que las maldiciones habr¨ªan ido destinadas al actual tirano del Kremlin, al cual habr¨ªa visto como a un cad¨¢ver suicida. Y alguna maldici¨®n menor les habr¨ªa ca¨ªdo a los esp¨ªritus muertos que lo defienden, o miran para otro lado, en sus c¨®modos sillones de nuestro Parlamento, o de nuestras tertulias, o simplemente de nuestros salones. ?l hab¨ªa estudiado a fondo la II Guerra Mundial tras vivirla de lejos entre sus doce y sus dieciocho a?os. Tambi¨¦n la Guerra Civil, tras vivirla muy de cerca entre sus nueve y sus doce. Sab¨ªa bien lo que era un ser implacable. Esa es otra de las cosas que me ense?¨® a discernir: qui¨¦n tiene piedad, incluso en la guerra o tras la victoria, y qui¨¦n no la tiene. Qui¨¦n mata s¨®lo lo necesario y qui¨¦n mata m¨¢s de la cuenta, tan de sobra.