Cuento del profesor P¨ªrfano 3
La voz se corri¨® en seguida: en el nuevo peri¨®dico hab¨ªa un fulano que ten¨ªa acceso a la Corona y contaba sus avatares | Columna de Javier Mar¨ªas
Amatriain consider¨® que el riesgo era escaso y accedi¨® a la vanidosa petici¨®n de su antiguo compa?ero de colegio. De hecho lo impresion¨® su aplomo, opuesto a la inseguridad del ni?o feo y dent¨®n que hab¨ªa conocido. ¡°Pero ?de qu¨¦ vas a hablar?¡±, le pregunt¨® intrigado. ¡°De todo, ya lo ir¨¢s viendo. ?Cu¨¢ndo empiezo?¡± ¡°El peri¨®dico sale de aqu¨ª a dos semanas. Dispones de ese tiempo para prepararte. Luego no me falles ni un d¨ªa. Si la gente se ha de hacer adicta, no puedes faltar ni los domingos¡±.
P¨ªrfano de Lerma se estruj¨® la cabeza y escribi¨® multitud de borradores que invariablemente acabaron en la papelera. Lo que le sal¨ªa era convencional, indistinguible de tantas columnas hueras, nada que ver con lo prometido. Tan s¨®lo dos fechas antes de que le venciera el plazo, ya muy apurado, opt¨® por art¨ªculos ficticios y osados. En el primero cont¨® que el Rey lo hab¨ªa invitado a almorzar en una tasca de la calle de La Bola (le pillaba a mano del Palacio Real) y, disculp¨¢ndose poco por su indiscreci¨®n, relataba el contenido de la conversaci¨®n. Puso en boca del monarca frases que ¨¦ste no hab¨ªa pronunciado; lo hizo hablar de manera campechana con alg¨²n taco intercalado, lo cual no era inveros¨ªmil dada la secular mala educaci¨®n de la aristocracia espa?ola; lo hizo soltar alguna leve picard¨ªa y mostrar gran preocupaci¨®n por el futuro matrimonio de sus tres v¨¢stagos, que a¨²n eran ni?os: ¡°Me preocupa que mi hijo sea v¨ªctima de una aventurera internacional, las hay a pu?ados, no sabes, Lerma¡±. Se dirig¨ªa as¨ª a su interlocutor, por sonarle este apellido algo m¨¢s noble que P¨ªrfano, aunque tambi¨¦n se equivocaba a veces y lo llamaba ¡°Lemos¡±, por lo mismo. Parec¨ªa que se ten¨ªan gran confianza.
Aquella primera columna de la secci¨®n titulada absurdamente Para mis adentros y afueras caus¨® ya sensaci¨®n, pues los lectores fueron v¨ªctimas del espejismo de asistir a una audiencia privada del Rey y de estarle oyendo. Bien es verdad que la mayor¨ªa entendi¨® el juego y supuso que todo aquello era una figuraci¨®n, una fantas¨ªa. Pero basta que la gente tenga una versi¨®n de lo que le est¨¢ vedado para incorporarla a su ¡°conocimiento¡±, a falta de otra, de la verdadera. Y como en 1982 el Rey era a¨²n percibido como alguien envuelto en ceremonial y misterio, se dio por bueno el relato de P¨ªrfano y la voz se corri¨® en seguida: en el nuevo peri¨®dico hab¨ªa un fulano que ten¨ªa acceso a la Corona y contaba sus avatares. A la jornada siguiente las ventas de El ?nico se duplicaron, a la espera de nuevas revelaciones en aquella columna.
Amatriain, el director, hab¨ªa recibido una llamada de La Zarzuela, es decir de la Casa del Rey, inquiriendo el sentido de aquella informaci¨®n inventada. Amatriain estaba preparado y respondi¨® presto: ¡°Acl¨¢rele a Su Majestad que no se trata de informaci¨®n. Si lo fuera, el t¨ªtulo de la pieza habr¨ªa figurado en redonda, y, si bien se fijan, va en cursiva. Ello indica que es un juego literario. Como si Su Majestad apareciera en una novela¡±. La persona que llamaba, Montefoscant, le respondi¨®: ¡°Se lo comunico a Su Majestad y le digo algo en seguida¡±. Montefoscant no tard¨®, y le transmiti¨® a Amatriain este recado: ¡°A Su Majestad no le parece mal ser un personaje de novela. Dice que as¨ª la ciudadan¨ªa lo conocer¨¢ mejor, sentir¨¢ simpat¨ªa por ¨¦l y compasi¨®n por su sino: ser Rey es muy duro. Por ejemplo, a Don Juan Carlos lo que le habr¨ªa gustado es ser piloto de carreras, y eso, que est¨¢ al alcance de cualquiera con carnet de conducir, a ¨¦l le est¨¢ vedado ad aeternum¡±. ¡°?De carreras? Qu¨¦ me dice¡±. ¡°As¨ª es, se?or, de F¨®rmula 1, con su casco y su mono. El se?or De Lerma puede continuar mientras no invente nada perjudicial ni de mal gusto ni ordinario¡±.
Amatriain hizo part¨ªcipe a P¨ªrfano del contenido de la charla. Si ¨¦ste hab¨ªa picado tan alto a la primera, no pod¨ªa bajar a las cloacas de golpe, as¨ª que al cuarto d¨ªa se invent¨® una visita a la Presidencia del Gobierno y cont¨® c¨®mo era Felipe Gonz¨¢lez, que acababa de ser elegido, y c¨®mo era la decoraci¨®n del lugar, a la que puso pegas, y c¨®mo vest¨ªa el Presidente, al que elogi¨® con la salvedad de la corbata, ¡°de lunares vacunos y nudo demasiado inflado¡±. El mismo d¨ªa de la publicaci¨®n de aquella entrega, Gonz¨¢lez, reci¨¦n instalado en La Moncloa y todav¨ªa inseguro, llam¨® a cap¨ªtulo a su asesor de imagen: ¡°?C¨®mo se te ocurre comprarme corbatas de lunares vacunos? ?Y qu¨¦ es un nudo inflado? Trae ahora mismo las que tengamos en el ropero¡±. El asesor obedeci¨® y vino con quince de aquellos complementos: ¡°Vea usted, Presidente, no hay ninguna que se pudiera calificar de vacuna. Hay muchas lisas, y en cuanto a las de lunares, rojos sobre fondos azul claro y azul marino, verdes sobre fondo amarillo, etc. Ning¨²n negro sobre blanco ni a la inversa¡±. ¡°Da lo mismo¡±, le respondi¨® Felipe. ¡°Quema todas las de lunares, y tambi¨¦n las de diamantes, para que no pueda ponerme ninguna de esas caracter¨ªsticas¡±. ¡°?Puedo preguntar a qu¨¦ se debe esto?¡± ¡°A que hoy me critican por llevarlas¡±. ¡°?Qui¨¦n?¡± ¡°Aqu¨ª, un tal P¨ªfano Lerdo de Tejada, en el nuevo peri¨®dico¡±. ¡°Pero ?usted lo conoce?¡± ¡°No, pero da lo mismo. A ver si estamos m¨¢s al d¨ªa¡±.
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