Hait¨ª, cuando colapsa un Estado
Es un pa¨ªs sin nadie al volante. Despu¨¦s de d¨¦cadas de dictaduras y desastres naturales, su capital est¨¢ gobernada por bandas criminales. Cada d¨ªa se producen 18 actos de extrema violencia. Esta es la cr¨®nica de una semana en un infierno del que todos quieren huir
Algunas ma?anas, cuando abandona su casa rumbo al trabajo, Lude debe evitar la calle y atravesar las propiedades de sus vecinos trepando los muros que las separan hasta lograr salir de Clercine, su barrio. Una vez que lo consigue, despu¨¦s de varios saltos, puede por fin caminar y tomar el tap-tap, una suerte de minib¨²s que la llevar¨¢ a su oficina. Lude, nombre ficticio de esta joven de 30 a?os, permite que sus vecinos hagan lo mismo en su casa. Es como un acuerdo solidario. Algunas ma?anas en Clercine, hombres y mujeres con camisas, corbatas y faldas saltan muros para salir de su propio...
Algunas ma?anas, cuando abandona su casa rumbo al trabajo, Lude debe evitar la calle y atravesar las propiedades de sus vecinos trepando los muros que las separan hasta lograr salir de Clercine, su barrio. Una vez que lo consigue, despu¨¦s de varios saltos, puede por fin caminar y tomar el tap-tap, una suerte de minib¨²s que la llevar¨¢ a su oficina. Lude, nombre ficticio de esta joven de 30 a?os, permite que sus vecinos hagan lo mismo en su casa. Es como un acuerdo solidario. Algunas ma?anas en Clercine, hombres y mujeres con camisas, corbatas y faldas saltan muros para salir de su propio barrio. El motivo es azaroso y cruel, tambi¨¦n representativo de la realidad de Puerto Pr¨ªncipe, la capital de Hait¨ª: el barrio de Clercine se halla en el frente de batalla, en la frontera entre dos bandas que aspiran a controlar el ¨¢rea. Chyen Mechan (que se podr¨ªa traducir del creole ¡ªidioma oficial del pa¨ªs¡ª como perros locos) y 400 Mawozo son las dos gangas (pandillas callejeras) que se disputan el territorio. A veces se l¨ªan a tiros, con fusiles y pistolas. A veces patrullan en busca de dinero. Es en estas ocasiones cuando Lude y sus vecinos trepan muros y evitan problemas.
Lude viv¨ªa en otro barrio cercano, en La Croix-des-Bouquets. Una ma?ana de 2019 caminaba con su t¨ªo cuando dos miembros de una banda se acercaron a ellos. Les robaron todo y, una vez que hab¨ªan logrado su objetivo, levantaron la pistola y dispararon en la cara al t¨ªo de Lude. ¡°Por placer¡±, dice. La madre escuch¨® los disparos desde casa. Tras aquel asesinato, Lude y su familia se mudaron a Clercine. Meses despu¨¦s, empez¨® el enfrentamiento entre los dos grupos. En concreto, la noche del 23 de abril de 2022, cuando cientos de vecinos fueron asesinados indiscriminadamente. ¡°Una masacre¡±, resume Lude.
¡°Si me dicen hace unos a?os que tendr¨ªa que hacer algo como esto, no me lo hubiera cre¨ªdo¡±, cuenta Lude sentada en el banco de una iglesia. Ella ha elegido el lugar, alejado de la vigilancia de las bandas. Para llegar hasta aqu¨ª hemos tenido que ir a buscarla a Clercine. Mientras lo hacemos, nos llama: ¡°No veng¨¢is. Esperadme dos calles m¨¢s abajo. Los bandidos han montado un puesto de control¡±. As¨ª que frenamos, Lude aparece y nos cuenta que la vida en Puerto Pr¨ªncipe es imposible. ¡°No es vida¡±, susurra. ¡°Las bandas han tomado el control, no tenemos polic¨ªa ni gobernantes. Hay violencia, secuestros, disparos¡ Yo no hago otra cosa que no sea estar en casa o trabajar. En este pa¨ªs no hay futuro¡±.
¡ªEcho de menos poder ir por la calle, poder salir, caminar tranquila. Echo de menos no tener miedo ¡ªdice Lude antes de despedirse.
¡ªSi pudieras, ?te ir¨ªas del pa¨ªs?
¡ªMa?ana. Perd¨®n, hoy. Me ir¨ªa hoy mismo.
En Puerto Pr¨ªncipe hay una guerra. Con sus frentes, sus grupos armados, sus civiles desplazados. Con sus mujeres y ni?as violadas y con sus vecinos muertos por miles. La ¨²nica diferencia es que esta guerra no ha sido declarada. No al menos de forma oficial. Y eso tiene unas desventajas enormes. La principal es que nadie est¨¢ ayudando a los haitianos mientras su pa¨ªs se desangra.
La ra¨ªz del problema est¨¢ en la ausencia casi total del Estado. El derrumbe comenz¨® en 2010 y lo hizo de la forma m¨¢s simb¨®lica posible: un terremoto devastador dej¨® Puerto Pr¨ªncipe en ruinas y m¨¢s de 300.000 muertos. Fue la macabra puntilla de lo que ya era una deriva heredada de los a?os sesenta, cuando Fran?ois Duvalier se erigi¨® dictador vitalicio al que sucedi¨® 20 a?os despu¨¦s su hijo. Entre ambos pusieron en marcha un r¨¦gimen de terror que, seg¨²n Naciones Unidas, dej¨® 50.000 muertos en el pa¨ªs. Su polic¨ªa secreta, conocida como Tonton Macoute, sigui¨® asesinando en los a?os posteriores al r¨¦gimen, en forma de grupos paramilitares. Pese a la llegada de la democracia, la inestabilidad y la corrupci¨®n se enquistaron.
En agosto de 2021, otro temblor volvi¨® a castigar el pa¨ªs justo un mes despu¨¦s de que Jovenel Mo?se, presidente del Gobierno, fuera asesinado por mercenarios colombianos en su casa. Un ataque donde se mezclan intrigas pol¨ªticas, intereses empresariales y asuntos que comienzan en Hait¨ª y terminan en Washington. Desde ese d¨ªa y hasta hoy Hait¨ª est¨¢ descabezado: no hay un solo miembro electo ni en el Parlamento (cuyo edificio ni siquiera existe, abandonado y derrumbado tras el terremoto) ni en el Senado. Al frente solo aparece Ariel Henry en las funciones de primer ministro rodeado de una reducid¨ªsima camarilla y con la mayor¨ªa de la poblaci¨®n en contra. En Hait¨ª no hay nadie al volante.
No hay servicios de limpieza, no hay suficiente polic¨ªa, no hay apenas sanidad p¨²blica. Casi la mitad de su poblaci¨®n est¨¢ en situaci¨®n de hambre aguda, seg¨²n el ¨²ltimo informe del Programa Mundial de Alimentos. No hay juicios: el 85% de los presos no ha pasado por unos tribunales que est¨¢n bloqueados. Por no haber, no hay ni luz. El pa¨ªs vive de generadores que obtiene de una empresa privada cuyo due?o pertenece a una de las familias de la ¨¦lite haitiana. Hait¨ª ha colapsado, pero negocio siempre se puede hacer.
Cuando uno llega al aeropuerto de Puerto Pr¨ªncipe, queda sobre aviso de la situaci¨®n: solo un avi¨®n en toda la terminal, pasillos vac¨ªos y oscuros, un funcionario de aduanas desganado que sella el pasaporte en silencio y la incertidumbre de la anarqu¨ªa que comienza donde termina el aeropuerto.
Yuri Mevs, empresaria y parte de la oligarqu¨ªa haitiana, vive desde las alturas esta situaci¨®n. Literalmente. La geograf¨ªa tambi¨¦n es metaf¨®rica en Puerto Pr¨ªncipe. Arriba, en las monta?as de P¨¦tion-Ville (el distrito donde se encuentra el barrio m¨¢s acomodado de la capital), mansiones de tres plantas y piscina se yerguen sobre barriadas de chabolas, mostrando un contraste gr¨¢fico. Unas 20 familias conforman la ¨¦lite de Hait¨ª, casi todas ellas de origen europeo y ¨¢rabe. Controlan las principales empresas y teledirigen partidos pol¨ªticos. Los fines de semana los pasan en sus segundas residencias de Miami o Nueva York, donde sus hijos suelen estudiar. Un ej¨¦rcito de empresas de seguridad privada patrulla esta zona y mantiene a distancia la realidad.
Mevs est¨¢ al frente de Shodecosa, el parque industrial m¨¢s grande del pa¨ªs, ubicado en Cit¨¦ Soleil, el distrito m¨¢s pobre de Puerto Pr¨ªncipe. ¡°No quiero, pero si las cosas no mejoran, no me quedar¨¢ otra opci¨®n que vender lo que tengo e irme. Y mis hijas tambi¨¦n. La situaci¨®n aqu¨ª se acerca a lo insostenible¡±.
A los pies de las monta?as de P¨¦tion-Ville la ciudad es tortuosa. Hostil. Si no llueve, una capa de polvo blanco forma, bajo el sol enorme, una suerte de filtro fotogr¨¢fico que convierte las calles en un paisaje borroso y confuso, como las im¨¢genes de un sue?o. Si llueve, la ciudad es un lodazal donde la basura y el barro se funden. Las calles est¨¢n repletas de socavones donde se forman piscinas, hay monta?as de desperdicios por todas partes, cabras y cerdos que comen en ellas mientras un hombre en camisa se dirige a alg¨²n sitio. Coches destartalados, motos ruidosas, mercados callejeros irrespirables, edificios derruidos, sem¨¢foros rotos (ni uno solo funciona en la ciudad), agua verde estancada a la entrada de un supermercado¡ Nadie limpia, nadie regula el tr¨¢fico, nadie repara los desperfectos, nadie revisa los que est¨¢n por venir. Nadie cuida de Puerto Pr¨ªncipe.
¡°El Estado est¨¢ ausente¡±, sintetiza Milo Milford, de 36 a?os, periodista haitiano. Nos recibe en una peque?a y humild¨ªsima oficina donde colabora para varios medios de comunicaci¨®n. Pertenece a una clase media pr¨¢cticamente extinguida en el pa¨ªs. ¡°Se han ido casi todos. La di¨¢spora haitiana es inmensa. Los que nos quedamos lo hacemos por militancia. Tanto es as¨ª que, si ma?ana la di¨¢spora dejase de enviar dinero, Hait¨ª quebrar¨ªa en 24 horas¡±.
Un diagn¨®stico que comparte Maryse P¨¦nette-Kedar, presidenta de la Fundaci¨®n Progreso y Desarrollo. Ella es uno de los motores culturales de la ciudad y el sal¨®n de su casa est¨¢ abierto para tertulias, charlas y debates. ¡°Los m¨¢s necesarios se han ido¡±, dice. ¡°En el pa¨ªs solo quedan los pobres, que no pueden ayudar, y los ricos, que no quieren¡±.
¡°La consecuencia de la desaparici¨®n del Estado es que las bandas armadas han ocupado su lugar¡±, retoma Milo. M¨¢s del 60% de Puerto Pr¨ªncipe est¨¢ controlado por estos grupos, conocidos como gangas. En algunos de estos barrios, como Martissant y Bel Air, muy cerca del centro de la ciudad, la polic¨ªa no pone un pie desde hace meses. Los vecinos viven bajo el auspicio de la banda. Si tienen un problema, disputa o necesidad, acuden a ellos, que cobran impuestos a los negocios y adjudican permisos para edificar o reparar casas. Son un protoestado.
Otros barrios no est¨¢n estrictamente controlados por bandas y s¨ª hay presencia policial. Pero eso no significa que est¨¦n libres de incidentes, con pandillas que salen por la noche a patrullar y atacan a cualquiera que se crucen. Se estima que solo en Puerto Pr¨ªncipe hay unas 160 gangas. Apenas hay zonas libres de violencia. Seg¨²n un informe del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, entre enero y marzo de 2023 se produjeron en Puerto Pr¨ªncipe 1.634 ataques violentos, incluidos asesinatos y violaciones. M¨¢s de 18 episodios de violencia extrema al d¨ªa. Una vez que el sol baja, entra en vigor un toque de queda no verbalizado que todo el mundo respeta. Salir de casa por la noche no tiene sentido en Puerto Pr¨ªncipe.
Las dos gangas m¨¢s poderosas son la G-PEP y la G9 an Fanmi. Esta ¨²ltima es una alianza de varias bandas comandada por Jimmy Ch¨¦rizier, alias Barbecue, un personaje muy conocido en Hait¨ª que da ruedas de prensa, amasa millones de d¨®lares y lleg¨® a bloquear el puerto de la ciudad impidiendo la entrada de mercanc¨ªas y alimentos. Barbecue es visto por muchos como el futuro alcalde de la ciudad y, en p¨²blico, llama a distinguir entre bandas criminales y grupos armados movidos por la ideolog¨ªa. Estos segundos son cuerpos bien organizados, fuertemente armados y con discurso pol¨ªtico. Barbecue, m¨¢s que el cabecilla de una banda, es un caudillo casi militar.
Para entrar en un barrio controlado por una banda se necesita el permiso de su jefe. En Boston, un barrio del castigad¨ªsimo distrito de Cit¨¦ Soleil, manda Matias, un joven bien vestido que conduce un todoterreno blanco de lunas tintadas sobre calles de tierra y baches y cuya banda forma parte de la G9. Gracias al p¨¢rroco salesiano del barrio, Matias nos da luz verde para recorrer su territorio. Lo hacemos acompa?ados de Daniel, su lugarteniente. Boston, como casi toda Cit¨¦ Soleil, es un barrio de chabolas y casitas humildes donde la basura desperdigada por las calles, en algunas partes, llega hasta la rodilla. Hace dos a?os que un polic¨ªa no pone un pie aqu¨ª. ¡°Si lo hiciese, lo matar¨ªan. Al momento¡±, explica Daniel con serenidad. De fondo, sinton¨ªa de disparos provenientes de Brooklyn, el barrio de al lado controlado por la G-PEP, la banda rival. Tres muros separan ambas ¨¢reas. Si alguien siquiera se acerca a la frontera, es muy probable que reciba un disparo.
En Boston encontramos a sor Pa?sie, una monja francesa que lleva m¨¢s de 20 a?os viviendo aqu¨ª. Ha alquilado una casa en plena barriada y, gracias a donaciones privadas, se dedica a rescatar a ni?os de la calle y a acogerlos en hogares y colegios que ella misma ha construido con su misi¨®n Famille Kizito. Sor Pa?sie intenta que el jefe de la G-PEP nos admita en Brooklyn, pero la respuesta es negativa. Si antes has estado en territorio rival, no es factible cruzar la frontera.
Sor Pa?sie habla con los jefes de las bandas porque all¨ª son el Estado. ¡°Aqu¨ª no entran ni las agencias internacionales, ni las ONG, ni siquiera las ambulancias. Cuando hay un cad¨¢ver me avisan a m¨ª para que lo lleve fuera del barrio y lo puedan recoger¡±, explica. Despu¨¦s a?ade: ¡°Es verdad que de un tiempo a esta parte los queman. No te creas que por salubridad. Lo hacen porque seg¨²n sus creencias m¨¢gicas si no lo quemas pueden vengarse en otra vida. Adem¨¢s de en Dios, todos aqu¨ª creen profundamente en el vud¨²¡±.
Sor Pa?sie nos ense?a una de las casas de acogida. A la entrada, decenas de mujeres se agolpan esperando para pedir ayuda. ¡°Cada d¨ªa tengo no menos de 10 peticiones de madres que quieren dejar aqu¨ª a sus hijos¡±. En la casa, sor Pa?sie nos presenta a una joven sonriente. ¡°Lleva escondida aqu¨ª dos a?os: el jefe de la banda quiere que sea su esposa y la estamos protegiendo¡±. La ¨²ltima amenaza para la chica se la hizo llegar el jefe a trav¨¦s de la hermana: la viol¨® y le dijo que no se hab¨ªa olvidado de ella. ¡°Algunas familias venden a sus hijas a las gangas para que las mantengan. Es pura supervivencia¡±, completa sor Pa?sie.
En Waf Jeremie, otro barrio olvidado al sur de Cit¨¦ Soleil, Elio, un misionero brasile?o de la Misi¨®n Belem, nos muestra el hospital que est¨¢n construyendo. ¡°Esto solo lo puedes hacer si te da permiso Mikan¨®¡±, explica. Mikan¨® es el jefe de la banda que controla Waf Jeremie y que nos ha autorizado a entrar. Es c¨¦lebre en la ciudad: seg¨²n explica un periodista local, hace semanas se autoproclam¨® rey, orden¨® construir un castillo en el barrio y fabricar un trono en el que se sienta. Mikan¨® impuso, adem¨¢s, un derecho de pernada: exige que todas las adolescentes de Waf Jeremie pierdan la virginidad con ¨¦l. ¡°Puede decirse que este tipo ha violado a todas las ni?as del barrio¡±, dice el periodista.
Le pedimos una entrevista, pero se niega. Despu¨¦s accede, pero a cambio quiere 10.000 d¨®lares. ¡°Estos jefes son millonarios. Conducen coches de alta gama, calzan las mejores zapatillas y graban videoclips. Los chavales se fascinan con ellos¡±, explica Elio tras comunicar al jefe que declinamos la propuesta.
Joseph Inerrimen tiene 19 a?os y pertenece a la ganga G-PEP. Est¨¢ ingresado en un hospital de M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF) porque hace unos d¨ªas le dispararon mientras circulaba en moto. Le preguntamos si, cuando se recupere, regresar¨¢ a su barrio. ¡°?A d¨®nde quieres que vaya?¡±. Su expresi¨®n es de enfado y asqueo. ?Desde cu¨¢ndo pertenece a la banda? ¡°Desde que nac¨ª¡±.
¡°Aqu¨ª no hay ning¨²n tipo de autoridad ni control¡±, dice Elio. De nuevo, la ausencia del Estado. ¡°La mayor¨ªa de los vecinos come una vez al d¨ªa y es rar¨ªsimo encontrarse a una ni?a de 17 a?os que no haya sido madre. Mucha gente ni siquiera tiene certificado de nacimiento: oficialmente no existen¡±.
El simbolismo m¨¢s expl¨ªcito del poder de las bandas se halla en el centro de la capital, coraz¨®n pol¨ªtico y financiero de Hait¨ª. Desde hace meses lo controla la G9 y es intransitable. En una visita a sus l¨ªmites, marcados por la plaza Champ de Mars, vemos las calles cubiertas de basura y vac¨ªas de gente, como en una escena de w¨¦stern en la que los presentes huyen cuando llega el forajido. Los vecinos hace meses que se han ido. La paradoja es brutal: aqu¨ª est¨¢n las sedes de los ministerios y el Ayuntamiento. Todos vac¨ªos, es inviable acercarse. Est¨¢ tambi¨¦n la oficina del primer ministro, que ofrece la imagen m¨¢s simb¨®lica: hace tiempo que el mandatario no puede acudir. El ¨²nico edificio en funcionamiento es el Banco de la Rep¨²blica. La polic¨ªa lo mantiene accesible para evitar el colapso total de Hait¨ª y, para ello, todos los d¨ªas de lunes a viernes, entre las ocho de la ma?ana y las cinco de la tarde, los agentes forman un corredor a lo largo de la calle Casernes para permitir a los trabajadores del banco acudir a sus puestos. Hait¨ª ha perdido su coraz¨®n. Lo controlan las bandas desde hace meses.
El problema ¡ªuno de ellos¡ª es que la mayor¨ªa de estas gangas est¨¢n en guerra, por lo que han convertido Puerto Pr¨ªncipe en un campo de batalla literal. Los tiroteos son constantes. Es rar¨ªsimo recorrer la ciudad sin escuchar cada cierto tiempo disparos. Uno llega a acostumbrarse en pocos d¨ªas. Los vecinos ni se inmutan.
Cuando dos bandas enfrentadas controlan barrios colindantes se generan fronteras problem¨¢ticas, como Boston y Brooklyn. En ocasiones, estas fracturas son f¨ªsicas: numerosos barrios de Puerto Pr¨ªncipe est¨¢n separados por muros, barricadas y check-points controlados por miembros de las bandas armados con fusiles. Sin permiso no se puede entrar. Un vecino de un barrio no puede acceder a otro: si lo hiciese ser¨ªa asesinado, acusado de esp¨ªa o colaborador. Ese es el d¨ªa a d¨ªa de la capital haitiana.
Richemor tiene 18 a?os y es alumno de un curso de formaci¨®n profesional perteneciente a la misi¨®n salesiana Don Bosco de Hait¨ª. La escuela est¨¢ situada en La Saline, un barrio muy pobre controlado por una banda integrada en la alianza de la G9. El problema es que ¨¦l vive en otro barrio controlado por la G-PEP, los rivales. Cada d¨ªa debe atravesar tres fronteras, tres controles de hombres armados, para llegar a la escuela. El trayecto le lleva m¨¢s de dos horas. ¡°En los puestos de paso me conocen y por eso me dejan seguir. Pero hay muchos d¨ªas que no puedo porque hay batalla y disparos. Esos d¨ªas me quedo sin ir a clase¡±, cuenta en la escuela.
Todos los vecinos de Puerto Pr¨ªncipe tienen un mapa muy claro en la cabeza. Saben qu¨¦ barrios son accesibles y cu¨¢les no. En d¨®nde hay polic¨ªa y en d¨®nde pandilleros. Saben hasta qu¨¦ calle pueden avanzar, d¨®nde girar, d¨®nde no continuar. Suelen dividir la ciudad en zonas rojas (prohibidas), amarillas (hay bandas, pero tambi¨¦n hay presencia policial) y verdes. Un vecino replica: ¡°?Verdes? Hace a?os que en Puerto Pr¨ªncipe no hay zonas verdes¡±. Memorizar este mapa es una aut¨¦ntica cuesti¨®n de vida o muerte.
El propio Milo, el periodista, cuenta que en no pocas ocasiones le resulta imposible regresar a casa desde la oficina. ¡°Tengo todo preparado aqu¨ª en la redacci¨®n para poder pasar hasta dos semanas. Ya me ha ocurrido varias veces¡±, explica ense?ando una peque?a cocina y una cama. No es un caso extraordinario. Much¨ªsimos vecinos de la ciudad duermen en sus puestos de trabajo porque el fuego cruzado les impide el camino de vuelta.
Los episodios de violencia de las gangas alcanzan su pico de tensi¨®n cuando alguna decide ocupar un barrio. En estas entradas no hacen prisioneros. Los pandilleros consideran a los vecinos potenciales enemigos y asesinan a cuantos pueden. Puerto Pr¨ªncipe ha vivido masacres propias de una guerra.
El pasado 24 de mayo, Danielle Lamothe, de 54 a?os, viuda, estaba durmiendo en su casa. En la habitaci¨®n de al lado se encontraba su hijo, de 18 a?os. Eran en torno a las dos de madrugada en el barrio de Canape Vert, una zona tranquila al sur de la capital. Como sacado de un guion de terror, de pronto, Danielle escuch¨® ruidos a lo lejos. Con forma de ola, el murmullo se fue acercando hasta que entr¨® en su cama: motores, disparos, gritos terribles. Danielle se incorpor¨® y, mientras sal¨ªa de su habitaci¨®n, un estruendo de cristales estall¨® en su propio sal¨®n. ¡°Mi hijo sali¨® de su cuarto y nos abrazamos mientras golpeaban la puerta para intentar echarla abajo. Como no pod¨ªan derribarla, dispararon a la cerradura¡±, cuenta Danielle desde la cama de un hospital de MSF. Una de esas balas impact¨® en el hombro de Danielle, que muestra su herida. Junto a ella, decenas de hombres, mujeres y ni?os tumbados en las camas del hospital, todos alcanzados por disparos.
Explica MSF que solo en su hospital atienden a m¨¢s de 10 heridos por bala cada d¨ªa. ¡°En mi barrio jam¨¢s hubo bandas. Yo pensaba que eso era en otras zonas de la ciudad¡±. Pero ocurri¨®: la banda de Ti Makak, Laboule 12, intent¨® aquella noche tomar el control de Canape Vert y asesin¨® a cientos de vecinos. Hoy, muchas partes del barrio permanecen vac¨ªas. ¡°No pienso volver¡±, afirma Danielle. Bel Air, Martissant, Delmas 6, Bicentenaire¡ Decenas de barrios parecen hoy decorados abandonados, fantasmas donde no hace tanto bull¨ªa actividad. Zonas sin Estado, sin vecinos. Sin vida.
En realidad, las bandas que controlan estas barriadas olvidadas y las mansiones de las monta?as no est¨¢n tan lejos. Seg¨²n Milo Milford, algunas de las familias de la oligarqu¨ªa haitiana financian a las gangas, las proveen de armas y las usan a su antojo para desestabilizar el pa¨ªs. ¡°La seguridad no es algo prioritario para ellos. Antes est¨¢n las luchas por el poder. Y en esas luchas los brazos armados son las bandas¡±.
Pero el monstruo ha sido alimentado en exceso y amenaza con devorarlos a todos. ¡°Hace meses que las bandas est¨¢n fuera de control. Ni las familias m¨¢s ricas est¨¢n a salvo¡±, explica Patrice Dumont, exsenador que nos recibe en su casa. Una lluvia de secuestros salpica Puerto Pr¨ªncipe desde hace meses. Solo entre enero y marzo de 2023 se produjeron en el pa¨ªs 389 secuestros, seg¨²n datos del Centro de An¨¢lisis e Investigaci¨®n de Derechos Humanos (CARDH). Casi cinco secuestros al d¨ªa, en lo que supone una fuente de financiaci¨®n enorme. Cient¨ªficos, profesores, periodistas, empresarios o m¨¦dicos recorren la ciudad a toda velocidad en coches de lunas tintadas y con el mapa mental presente. ¡°El target de los secuestros son, precisamente, la gente que m¨¢s necesita Hait¨ª. Y se est¨¢n yendo todos¡±, completa Dumont.
El c¨ªrculo de la violencia lo cierra, desde finales de mayo, el movimiento Bwa Kale. Se trata de una reacci¨®n vecinal organizada en algunos barrios, especialmente aquellos que nunca convivieron con bandas y que hoy se ven amenazados. El movimiento naci¨® en Canape Vert, precisamente la noche que atacaron la casa de Danielle Lamothe. Aquella jornada de violencia acab¨® con una marabunta de vecinos sacando a los pandilleros de la comisar¨ªa donde estaban retenidos para lincharlos y quemarlos. Desde entonces, grupos de vecinos controlan el barrio e instalan puntos de paso con barricadas. Son los llamados vigilantes.
El movimiento de vigilantes se extendi¨® a los barrios cercanos. En el de Pacot nos topamos con uno de estos controles. Un ¨¢rbol y una camioneta a medio desguazar impiden el paso mientras nos dan el alto a gritos. Un grupo de j¨®venes se acercan y nos pasan un detector de metales. Hacen preguntas, pero el sonido de unos disparos distrae su atenci¨®n. Unas calles m¨¢s arriba han abatido a lo que ellos consideran un pandillero. Arrastran el cuerpo atado a una moto y lo queman a la entrada de un supermercado. El cad¨¢ver permanecer¨¢ ah¨ª 24 horas, como aviso, mientras vecinos y coches pasan a su lado con sus quehaceres cotidianos.
Otra vez, la en¨¦sima, ausencia del Estado. Vecinos que se autoorganizan para defenderse ante la inoperancia policial. M¨¢s violencia en una ciudad que ha llegado a su l¨ªmite. Puerto Pr¨ªncipe es tierra sin ley. Y, de momento, a nadie parece importarle. El derrumbe de Hait¨ª contin¨²a.