Los pachucos, los ¨²ltimos dandis de M¨¦xico
Nacieron como un movimiento pandillero a finales de los a?os treinta en los Estados fronterizos de M¨¦xico y Estados Unidos. Eligieron la indumentaria como desaf¨ªo. Han abandonado la violencia y son los ¨²ltimos guardianes de un ritual est¨¦tico y una m¨²sica concebida para ser vivida en la pista de baile
La puerta del armario del dormitorio se abre de par en par dejando a la vista varias docenas de trajes de colores chillones. En los compartimentos del zapatero asoman las puntas de colores de los zapatos de dos tonos. Sobre un tocador con espejo descansan sombreros de ala ancha con pluma, relojes de cadena, tirantes y gemelos de pedrer¨ªa. Para Jos¨¦ de la Rosa, alias Pachuco Nereidas, este vestidor es su capilla particular. Viendo a Jos¨¦ de la Rosa ajustarse los gemelos y atusarse la pluma de su sombrero escrutando el espejo con expresi¨®n seria, me parece estar asistiendo a la liturgia d...
La puerta del armario del dormitorio se abre de par en par dejando a la vista varias docenas de trajes de colores chillones. En los compartimentos del zapatero asoman las puntas de colores de los zapatos de dos tonos. Sobre un tocador con espejo descansan sombreros de ala ancha con pluma, relojes de cadena, tirantes y gemelos de pedrer¨ªa. Para Jos¨¦ de la Rosa, alias Pachuco Nereidas, este vestidor es su capilla particular. Viendo a Jos¨¦ de la Rosa ajustarse los gemelos y atusarse la pluma de su sombrero escrutando el espejo con expresi¨®n seria, me parece estar asistiendo a la liturgia de un torero visti¨¦ndose antes de salir al ruedo. Aqu¨ª ocurre la transformaci¨®n que lo conecta con su yo m¨¢s real, ¡°los pachucos somos de sangre¡±. ¡°Mi abuelo era pachuco y mi padre despu¨¦s de ¨¦l. Esto no es un disfraz, es una forma de vida que trasciende a las generaciones¡±, asegura. Su pecho descubierto revela toda una historia contada a base de tatuajes y cicatrices. Sobre el estern¨®n, su nombre de guerra, Pachuco Nereidas, grabado en tinta, y sobre el pecho, el tatuaje del ¨¢guila devorando una serpiente del escudo nacional de M¨¦xico. Las cicatrices son testimonio de otras ¨¦pocas m¨¢s violentas y menos rom¨¢nticas, cuando los pachucos se mov¨ªan en las aguas turbias de los pandilleros antes de convertirse en dandis. ¡°Listo¡±, exclama, golpeando con el dedo el ala de su sombrero, en un gesto vanidoso de quien se sabe el rey del barrio. En la puerta de su casa, un espectacular Dodge blanco de 1950 y asientos gastados de cuero marr¨®n es la montura que completa la postal de una d¨¦cada a 70 a?os de distancia.
Los pachucos nacieron como un movimiento pandillero juvenil a finales de la d¨¦cada de los treinta en los Estados fronterizos de M¨¦xico y Estados Unidos. ¡°Eran los hijos de inmigrantes de segunda generaci¨®n que sufrieron en sus carnes el racismo. Marginados, hu¨¦rfanos en tierra de nadie, acabaron rebel¨¢ndose contra una sociedad americana que los exclu¨ªa¡±, me cuenta el soci¨®logo mexicano y experto en expresiones culturales urbanas Vicente Froil¨¢n Escamilla. Sin duda, no eran santo de devoci¨®n del premio Nobel Octavio Paz, que los defini¨® en uno de sus textos como ¡°clowns impasibles y siniestros¡± que ¡°a trav¨¦s de un dandismo grotesco y de una conducta an¨¢rquica se?alan no tanto la injusticia o la incapacidad de una sociedad que no ha logrado asimilarlos, sino su voluntad personal de seguir siendo distintos¡±. Distintos fueron, sin duda, y en esta b¨²squeda de su identidad eligieron la indumentaria como desaf¨ªo, convirti¨¦ndola en un altavoz para hacerse o¨ªr y, sobre todo, ver.
¡°Est¨¦ticamente, se inspiraron en otros grupos de migrantes marginados, fundamentalmente de Harlem en Nueva York, adoptando la est¨¦tica del zoot suit que exist¨ªa en los c¨ªrculos del jazz neoyorquino y convirti¨¦ndolo en su propio s¨ªmbolo de rebeld¨ªa¡±, cuenta Vicente Froil¨¢n. Pantalones holgados de tiro alto sujetos por tirantes y ce?idos en los tobillos para resaltar los zapatos bicolor, largas chaquetas con hombreras exageradas de colores chillones y sombreros de ala tocados con una pluma.
Esta est¨¦tica exuberante tuvo su propia banda sonora con los ritmos del danz¨®n, el swing, el chachach¨¢ y el mambo. Tambi¨¦n su h¨¦roe en la gran pantalla, Tin Tan, el personaje que inmortaliz¨® el actor Germ¨¢n Vald¨¦s, protagonista de cientos de pel¨ªculas en la ¨¦poca dorada del cine mexicano, y que se convirti¨® en la personificaci¨®n amable del pachuco dejando atr¨¢s su pasado pendenciero para transformarse en la imagen de vividor simp¨¢tico y parrandero asociada con los pachucos hoy en d¨ªa. En la Zona Rosa, en pleno centro de Ciudad de M¨¦xico, una estatua de Tin Tan de cuatro metros de altura parece lista para saltar desde su pedestal a la pista de baile y marcarse un paso de swing. Es precisamente la m¨²sica y el baile el pegamento que hace que los pachucos entrados en a?os salgan de sus casas y se re¨²nan los s¨¢bados en torno a una orquesta o un equipo de sonido en el parque de la Ciudadela, al aire libre, para bailar, convirti¨¦ndose en inesperada y anacr¨®nica atracci¨®n tur¨ªstica, y desgastar suela los Martes de Danz¨®n en el Sal¨®n de Baile Los ?ngeles. De alguna manera se podr¨ªa decir que los pachucos son los ¨²ltimos guardianes de una m¨²sica concebida para ser bailada, que realmente solo adquiere sentido cuando es vivida en una pista de baile. ¡°En Ciudad de M¨¦xico seremos unos 150 pachucos. Luego est¨¢n los de las ciudades fronterizas como Chihuahua y Tijuana, y tambi¨¦n los pachucos que viven en Los ?ngeles¡±, cuenta Jos¨¦.
Hoy tiene lugar un evento musical en la plaza del Z¨®calo. De camino hacia all¨ª, hacemos una breve parada en el almac¨¦n donde Jos¨¦ guarda el resto de su colecci¨®n de trajes. Atravesando un taller de reparaci¨®n con coches desguazados y un mec¨¢nico cambiando unos neum¨¢ticos se llega a un cuarto repleto de memorabilia pachuca: sombreros, zapatos y 80 trajes cuidadosamente guardados en fundas de pl¨¢stico transparente. ¡°En casa no me caben todos, por eso los tengo que almacenar aqu¨ª. El mec¨¢nico que me alquila este espacio tambi¨¦n me pone a punto los coches antiguos, as¨ª que todo perfecto¡±. Jos¨¦ elige uno de color rosa fucsia con sombrero a juego, una camisa de lunares blanca y zapatos bicolor rosa y blancos. ¡°Ya tenemos conjunto para el martes¡±, dice. El martes del que habla Jos¨¦, es el Martes de Danz¨®n, una instituci¨®n dentro de otra instituci¨®n: el d¨ªa oficial de encuentro de los pachucos en su templo, el Sal¨®n de Baile Los ?ngeles en la colonia Guerrero. Este lugar abri¨® sus puertas en 1937 ¡ªes el sal¨®n de baile m¨¢s antiguo de M¨¦xico¡ª y la m¨²sica no ha parado de sonar ah¨ª dentro desde entonces. M¨¢s que un local de baile, es una c¨¢psula del tiempo. Sus paredes est¨¢n cubiertas por cientos de fotograf¨ªas de bandas y orquestas que pasaron por aqu¨ª a lo largo de varias d¨¦cadas. En una esquina, un altar recuerda a D¨¢maso P¨¦rez Prado, el rey del mambo, quien en los cuarenta populariz¨® este estilo desde este mismo escenario. ¡°En una de las mesas, Benny More escribi¨® en una servilleta la canci¨®n Bonito y sabroso¡±, cuenta Miguel Nieto, director del sal¨®n. ¡°Sobre esa misma pista de baile que t¨² ves bail¨® Frida Kahlo con Diego de Rivera. La historia de la cultura y la m¨²sica de M¨¦xico se escribi¨® en cada uno de sus rincones¡±, apunta con el orgullo de ser due?o de un espacio tan sagrado como una catedral, pero mucho m¨¢s divertido. ¡°El lema del sal¨®n acu?ado por mi padre es: ¡®Quien no conoce el Sal¨®n Los ?ngeles no conoce M¨¦xico¡¯. Esta frase habla del sal¨®n, del barrio y de la ciudad de Los ?ngeles, porque quien no conoce esa ciudad no conoce una faceta mexicana muy importante que son los migrantes, y de esos migrantes surgi¨® precisamente el movimiento de los pachucos¡±.
Las puertas a¨²n no han abierto al p¨²blico y los pachucos son los primeros en llegar. Aqu¨ª se juntan los que son residentes del sal¨®n, convertidos pr¨¢cticamente en animadores de la fiesta, con los pachucos que llegan por libre. La media de edad es de unos 60. A sus 69 a?os, Carlos Bueno, impecable en su traje marfil, camisa dorada, colgantes, broche de color oro y sombrero bordado, es uno de los m¨¢s veteranos. ¡°Llevo 40 a?os viniendo aqu¨ª. Para m¨ª ser pachuco significa ser libre, hacer lo que te plazca y disfrutar del baile y de la vida sin importar la edad que tengas¡±, asegura. No hay pachuco sin rumbera (o jainas, como tambi¨¦n se les denomina). Carmen, su compa?era sentimental y pareja de baile, enfundada en un bodi el¨¢stico plata y verde con pedrer¨ªa y un penacho de plumas verdes, podr¨ªa pasar por una trapecista de circo antiguo. ¡°Para m¨ª es algo m¨¢gico el poder vestirme con el traje de las rumberas de los a?os treinta. La fascinaci¨®n por esta ropa la tengo desde peque?a¡±, explica. ¡°Los pachucos y las rumberas de Ciudad de M¨¦xico somos como una familia. Todos nos conocemos y cuando alguno llega a faltar se le extra?a mucho¡±. Dada la edad de los pachucos, ese ¡°llegan a faltar¡± destila un aire tr¨¢gico que hace pensar que podr¨ªamos estar ante la ¨²ltima generaci¨®n de estos dandis, observando el ¨²ltimo baile de una especie en v¨ªas de extinci¨®n.
Mi pensamiento sombr¨ªo se disipa con la entrada por la puerta del sal¨®n de Zaira y Joshua, una pareja de pachucos decididamente j¨®venes, perfectamente conjuntados en sendos trajes azul met¨¢lico. ¡°Mi abuelo era pachuco de los de anta?o. Para m¨ª es un gusto, un privilegio y se ha convertido en parte de mi vida. Se trata de seguir buscando nuestra identidad. No somos de all¨¢, no somos de ac¨¢, pero estamos aqu¨ª¡±, explica Joshua, aludiendo al desarraigo de sus antepasados. ¡°Nosotros, los j¨®venes, somos un poquito ajenos a los ritmos antiguos como el chachach¨¢ y el danz¨®n; sin embargo, cuando entras y te prendes de estos g¨¦neros, es algo muy m¨¢gico, te atrapa. El hecho de vestirse para la ocasi¨®n, el baile¡, todo es un ritual¡±, asegura Zaira.
Con la orquesta en el escenario, el sal¨®n empieza a llenarse de gente. En este democr¨¢tico espacio, las clases se diluyen y gente de todo tipo de estrato social comparte la tarima. En una de las mesas situadas junto a la pista de baile, un elegante se?or con esmoquin y pajarita negra bebe una copa de champ¨¢n junto a su mujer, ataviada con un traje de noche de tul amarillo. Tres mesas m¨¢s all¨¢, un grupo de mujeres celebran un cumplea?os con quesadillas, mole y una tarta casera tra¨ªdas en tupperwares. En la pista, los pachucos se mezclan con los cientos de parejas alineadas para comenzar el siguiente danz¨®n. M¨¢s tarde suena una conga, y los pachucos toman el centro de la pista presumiendo de coreograf¨ªas y formando un corro de gente a su alrededor tratando de imitar la destreza en el baile de estos veteranos.
Bajando la amplia escalera de caracol del sal¨®n aparece Pachuco Nereidas en su flamante zoot suit rosa con un aire de gal¨¢n antiguo que le va abriendo paso entre la gente de forma casi reverencial. Un r¨¢pido movimiento de hombros, exacerbado por las grandes hombreras del traje, y una combinaci¨®n de fren¨¦ticos pasos de baile sobre las baldosas ajedrezadas dejan claro a los all¨ª presentes el pedigr¨ª de este bailar¨ªn en solo dos movimientos. A lo largo de la noche ser¨¢n muchas las parejas que pasen por sus brazos en danzones cadenciosos sacados de otra ¨¦poca. ¡°Nuestra cultura va a sobrevivir, no va a morir nunca¡±, asegura Jos¨¦ antes de invitar a una se?ora a bailar el pr¨®ximo danz¨®n. ¡°El pachuco es elegancia, el pachuco tiene dignidad. En pocas palabras, el pachuco vive y el baile sigue¡±, sentencia, antes de desaparecer en la pista, fundido en un elegante abrazo, difumin¨¢ndose con cada vuelta, entre el resto de parejas de baile.