Sacarte de tus casillas
La palabra ¡°desahucio¡±, con su hache intercalada como un sollozo, est¨¢ entre las m¨¢s crueles de nuestro idioma
Cada biograf¨ªa posee sus itinerarios ¨²nicos y laber¨ªnticos, una lista propia de ciudades y pueblos, portales y hogares que adquieren sentido como episodios de esa vida. Las mudanzas, las habitaciones alquiladas, las b¨²squedas, los timbres a los que ya nunca m¨¢s llamaremos evocan cap¨ªtulos de nuestra historia, una ¨ªntima sucesi¨®n de finales y comienzos. Cuando una pareja se separa, una direcci¨®n postal se vuelve dolorosa, como canta Olivia Rodrigo en Drivers License, ...
Cada biograf¨ªa posee sus itinerarios ¨²nicos y laber¨ªnticos, una lista propia de ciudades y pueblos, portales y hogares que adquieren sentido como episodios de esa vida. Las mudanzas, las habitaciones alquiladas, las b¨²squedas, los timbres a los que ya nunca m¨¢s llamaremos evocan cap¨ªtulos de nuestra historia, una ¨ªntima sucesi¨®n de finales y comienzos. Cuando una pareja se separa, una direcci¨®n postal se vuelve dolorosa, como canta Olivia Rodrigo en Drivers License, y antes C¨¦sar Vallejo en Trilce: ¡°Dobl¨¦ la calle por la que raras veces se pasa con bien, la calle ojerosa de puertas (¡) Y fui pasado¡±. Ahora, cuando la avaricia vence a la a?oranza, la vivienda no invoca idilios sino suplicios, con sus precios inalcanzables y la imposible emancipaci¨®n de una juventud que ya no es rebelde sin causa, sino sin casa.
La palabra ¡°desahucio¡±, con su hache intercalada como un sollozo, est¨¢ entre las m¨¢s crueles de nuestro idioma. La etimolog¨ªa nos revela su significado: ¡°Retirar la confianza, arrebatar las esperanzas¡±. En la antigua Grecia, cuando el propietario no cobraba el alquiler, recurr¨ªa a m¨¦todos contundentes como llevarse la puerta, quitar las tejas o cerrar el pozo, y as¨ª los inquilinos insolventes abandonaban el hogar asediado y se sumaban a la multitud numerosa de los sin techo.
Antes del Monopoly, juegos como el ajedrez y el backgammon representaban una metaf¨®rica disputa por hacerse con el control de las casas o, para ser exactos, ¡°casillas¡±. Siglos atr¨¢s, las partidas enfrentaban con frecuencia a reyes y arist¨®cratas con personas de menor rango, que en general se dejaban ganar. Pero si un sagaz movimiento del oponente plebeyo expulsaba una pieza noble, en un desahucio simb¨®lico, la indignaci¨®n y la furia ard¨ªan, y parece que ah¨ª naci¨® la expresi¨®n ¡°sacar de sus casillas¡±.
Todo lo que afecta a las viviendas nos sacude y nos transforma. Miguel A. Delgado traza en su ensayo La costumbre ensordece una historia de los cambios dom¨¦sticos, en apariencia prosaicos, que han desencadenado grandes transformaciones sociales en nuestra manera de relacionarnos. Un logro del Renacimiento fue abaratar los costes de fabricaci¨®n del vidrio. Los interiores, hasta entonces sombr¨ªos, se inundaron de luz, y muchas actividades que solo pod¨ªan realizarse en el exterior se trasladaron dentro de los muros. La gente comenz¨® a pasar m¨¢s tiempo en su hogar. La popularidad de las ventanas grandes llev¨® a la invenci¨®n, casi paralela, de visillos, cortinajes y persianas, y, con ellos, de la intimidad. La desaparici¨®n del fuego central ¡ªhoguera, chimenea o brasero¡ª y el hallazgo de sistemas que calentaban todos los cuartos disminuy¨® la vida en com¨²n, arremolinados en torno al calor, y permiti¨® a cada habitante convertir su dormitorio en el cuartel general de su existencia. Durante mucho tiempo, las noches de verano fueron sin¨®nimo de gente sentada delante de sus casas, charlando con los vecinos, hasta que el aire acondicionado silenci¨® este murmullo de voces callejeras al atardecer. El dominio tecnol¨®gico de la temperatura acab¨® con nuestra lumbre y nuestras costumbres.
Lo que no ha variado en milenios son los desvelos e insomnios provocados por el precio de los alquileres, un negocio con ganancias estratosf¨¦ricas que ya desataba airadas quejas en la literatura romana. Se cuenta que, en el siglo II antes de Cristo, un rey exiliado tuvo que rebajarse a compartir alojamiento en la urbe con un m¨ªsero artista, por no poder permitirse pagarlo a solas. Abrumados por las rentas desorbitadas, los inquilinos de las viviendas de la Roma cl¨¢sica ¡ªgentes que nunca pudieron reinar¡ª se ve¨ªan obligados a subarrendar habitaciones. A medida que se ascend¨ªa en cada edificio, aumentaba peligrosamente el hacinamiento. En altura se amontonaban muchedumbres entre el polvo, la basura, grietas y chinches. Para evitar motines, exist¨ªa un ej¨¦rcito de esclavos, intendentes y porteros vigilantes. Hoy como entonces, vivir bajo techo se ha convertido en una lucha cotidiana. Una sociedad sana debe ofrecer cobijo digno y asequible a todos. Si solo abrimos la puerta a la codicia, los abusos y c¨¢balas para encontrar casa nos sacar¨¢n de nuestras casillas.