¡®Empieza dulce mundo¡¯, un relato de Pilar Ad¨®n
Huye. Es una fugitiva. Cruza un desierto ¨¢rido como una pesadilla. No sabe ad¨®nde va. No ha dicho adi¨®s ni pedido perd¨®n. Sus padres ya arrastraban una maldici¨®n. Est¨¢ sola, con su maleta.
Lo supo desde muy joven, que deb¨ªa estar a sus cosas. Descubrir qu¨¦ le interesaba, qu¨¦ inquietudes eran las suyas, analizarlas y aceptar que resultaban tan l¨ªcitas e importantes como las de cualquier otro mortal. Pero semejante conocimiento la hab¨ªa arrastrado al desierto, expulsada de su zona, la ¨²nica que hab¨ªa conocido hasta entonces, y ahora avanzaba por un paisaje tan mon¨®tono y hostil que deb¨ªa centrar toda su atenci¨®n en lo que ve¨ªa y no en lo que cre¨ªa ver, en lo que o¨ªa y no en lo que cre¨ªa o¨ªr.
Pronto se detendr¨ªa para descansar, pero hasta entonces deb¨ªa seguir andando, a bue...
Lo supo desde muy joven, que deb¨ªa estar a sus cosas. Descubrir qu¨¦ le interesaba, qu¨¦ inquietudes eran las suyas, analizarlas y aceptar que resultaban tan l¨ªcitas e importantes como las de cualquier otro mortal. Pero semejante conocimiento la hab¨ªa arrastrado al desierto, expulsada de su zona, la ¨²nica que hab¨ªa conocido hasta entonces, y ahora avanzaba por un paisaje tan mon¨®tono y hostil que deb¨ªa centrar toda su atenci¨®n en lo que ve¨ªa y no en lo que cre¨ªa ver, en lo que o¨ªa y no en lo que cre¨ªa o¨ªr.
Pronto se detendr¨ªa para descansar, pero hasta entonces deb¨ªa seguir andando, a buen paso a pesar de lo que le pesaba la maleta y de lo complicado del terreno, alej¨¢ndose del que hab¨ªa sido su hogar. ¡°Lo que tengo que hacer es no perder la l¨ªnea recta¡±, se dijo. Y sinti¨® a¨²n m¨¢s el rigor del sol en los labios y el tormento que le produc¨ªan los guijarros del camino entre los dedos de los pies porque el cuero crudo de las albarcas no le serv¨ªa de mucho. No se hab¨ªa llevado un sombrero ni tampoco un pa?uelo con el que cubrirse la boca y aliviar as¨ª no s¨®lo la sequedad sino tambi¨¦n los embates del viento y, cuando no se trataba del viento, los ataques de las moscas. Sab¨ªa lo que era el odio, y en ese momento la naturaleza la odiaba a ella.
Ni siquiera hab¨ªa acariciado a los perros. No se hab¨ªa despedido de sus padres. Y se preguntaba ahora, mientras segu¨ªa escuch¨¢ndose a s¨ª misma, con la respiraci¨®n desigual, el pulso en las sienes, si podr¨ªa haberse quedado con ellos, sentados todav¨ªa en el banco de piedra adherido a la pared principal de la casa, y contarles lo que hab¨ªa hecho al tanto de que iban a escucharla e iban a tratar de entenderla. Haberse aferrado a sus consejos en lugar de ponerse a vagar errante y perdida por la tierra, ocult¨¢ndose, huyendo de una culpa que era demasiado grande.
Peg¨® un nuevo tir¨®n de la maleta y se qued¨® mir¨¢ndola con la idea de deshacerse de ella, sabiendo que no iba a hacerlo. Elev¨® la cabeza al cielo:
¡ª?Por qu¨¦ me haces esto? ¡ªsusurr¨®.
Y esper¨® una respuesta de quien la observaba desde arriba y le apoyaba un gran dedo ¨ªndice en la cabeza para se?alarla, aplastarla y hundirla en el suelo. ¡°Y t¨², ?qu¨¦ has hecho?¡±, le pregunt¨®. Mientras ella se preguntaba lo mismo. ¡°Y yo, ?qu¨¦ he hecho?¡±.
2
Se hab¨ªa lesionado la mano al dar el golpe final y no llevaba ning¨²n ung¨¹ento en la maleta con el que aliviarse el dolor. Entrecerr¨® los ojos para intentar localizar alg¨²n rinc¨®n habitable en el horizonte, alguna figura que aislar y reconocer, pero todo lo que vio ante s¨ª fue m¨¢s planicie y m¨¢s desierto. Ni una cabra, ni un sembrado. Se sent¨ªa enferma y estaba sola, sin poder tratar a nadie bien ni a nadie mal porque no hab¨ªa nadie a su lado. As¨ª que se detuvo, dio un sorbo del odre de piel en el que llevaba el agua, se pas¨® el dorso de la mano sana por la frente y luego se palp¨® los bolsillos del pantal¨®n en busca de alg¨²n trapo con el que protegerse del sol. Todo lo que encontr¨® fue la nota en la que hab¨ªa escrito a l¨¢piz lo necesario para mejorar la calidad del terreno que ten¨ªa previsto trabajar cerca de su casa. Materia org¨¢nica con la que hacerlo f¨¦rtil. Minerales y nutrientes. Nitr¨®geno, magnesio. F¨®sforo y potasio. Sin piedras. Hab¨ªa dejado preparadas las sacas que conten¨ªan esa tierra y s¨®lo deb¨ªa echarla con la carretilla y distribuirla a paladas. Pero eso tendr¨ªa que esperar a que la perdonaran. A que le permitieran darse la vuelta y volver a su hogar despu¨¦s de haberse entregado a los d¨ªas de rezos y vigilia que ten¨ªa a¨²n ante s¨ª. Despu¨¦s de haber mostrado su arrepentimiento al mundo con cientos de ejemplos que incluir¨ªan la aceptaci¨®n de la sed y el agotamiento, la falta de descanso durante el sue?o, la superaci¨®n de su propio orgullo y de la ira que se le repart¨ªa por el espinazo y le hac¨ªa perder el equilibrio.
Levant¨® la mirada de nuevo para preguntar si iba a poder volver. Dirigi¨¦ndose a quien la observaba en todo momento despu¨¦s de haber desaparecido justo en el instante en que tendr¨ªa que haber estado m¨¢s presente. Elev¨® las manos y las mantuvo de esa manera, alzadas hacia el cielo: ¡°?Voy a poder regresar o no?¡±.
Esta vez no obtuvo respuesta.
3
?Cu¨¢ndo iba a dejar de humillarla?
Llev¨® los ojos hacia un agujero que se abr¨ªa en una de las pocas elevaciones del terreno, y decidi¨® que era all¨ª donde se iba a detener para comerse un trozo de torta y tenderse un rato. Dej¨® la maleta abajo, entre dos columnas de roca, y ascendi¨® por la ladera descubriendo alrededor unas sombras que ella no proyectaba, y torpe, como si le hubieran atado unos pesos a los tobillos con cuerdas enmara?adas y fuertes nudos. La cueva no era profunda, y desde all¨ª se fij¨® en lo anaranjado del atardecer que ya comenzaba y que se ir¨ªa convirtiendo en un rojo poco apropiado para su estado de ¨¢nimo. Un rojo que le har¨ªa recordar las convulsiones y los espasmos que hab¨ªan llegado despu¨¦s del golpe y justo antes de la quietud absoluta, cuando ambas se quedaron paralizadas en una postura que hac¨ªa pensar en dos cuerpos que se protegen tras la lucha. Ah¨ª estaba su hermana, derribada, sin decir nada, derramando su sangre en un suelo que iba a convertirse en un material de desecho espeso e incultivable. Y ella de pie, contempl¨¢ndola, con la quijada a¨²n en la mano, queriendo llamar a su padre y sinti¨¦ndose a¨²n m¨¢s sola. Con un rencor que le recorr¨ªa la piel sudada de los brazos que eran ya del color de la arcilla y la parte posterior del cuello, tambi¨¦n sudado, por donde le ca¨ªa una coleta recogida con un lazo.
¡°?Por qu¨¦ te enfureces¡±, le hab¨ªan pre?guntado desde arriba. Y la respuesta, de haber existido, habr¨ªa aludido a su primogenitura y a los privilegios que deber¨ªan serle inherentes.
¡ªPero ni un cumplido, ni una felicitaci¨®n. Ni una palabra amable. S¨®lo la voz de mi hermana en vuestros o¨ªdos. S¨®lo sus ofrendas expuestas a vuestra consideraci¨®n. Su manera de bailar por las tardes entre las ovejas. ?La favorita? ?Ten¨ªa que haber una favorita?
Ella hab¨ªa querido ponerla de rodillas, tirarla al suelo boca abajo, hacerle abrir la boca y que masticara su tierra, que se tragara su tierra (?notas el sabor, la textura?), pero dio con la quijada, al alcance de la mano, y si estaba ah¨ª era porque alguien as¨ª lo hab¨ªa dispuesto. Al fin y al cabo, todo estaba escrito, y contra lo escrito no hab¨ªa nada que hacer. S¨®lo acatarlo y someterse. De modo que ?hab¨ªa sido suya la elecci¨®n? ?Pod¨ªa se?alarse a s¨ª misma como responsable de aquel acto? En ese ahora en el que se encontraba, en ese segundo que daba forma a su vida, no pod¨ªa precisarlo.
4
Empezaba a hacer fresco. Abri¨® la maleta y sac¨® una pelliza de piel de oveja que no le pertenec¨ªa porque era de su hermana muerta, pero que le iba a servir de abrigo para la noche que se acercaba. Aquello fue lo primero que escondi¨® en su equipaje, despu¨¦s de envolver en ella la quijada de asno a¨²n manchada. Con una prisa que har¨ªa que quien la observaba creyera que estaba en presencia de una mujer inclemente. Impaciente y retorcida. De todo menos bondadosa. De todo menos compasiva. Un ser irracional al que no le quedaba ni una chispa de cordura en el cuerpo. Col¨¦rica y solitaria. Y eso que a¨²n no hab¨ªa pedido explicaciones. Y eso que a¨²n no se hab¨ªa puesto a gritar como pod¨ªa gritar para preguntar por qu¨¦ sus ofrendas de los frutos del suelo hab¨ªan resultado menos apetecibles que las de su hermana. Por qu¨¦ ten¨ªa que ser ella la primera fugitiva, la primera asesina. La primera en nacer fuera del jard¨ªn tras la expulsi¨®n de sus padres, y la primera en huir y vagar por el mundo marcada por una se?al que har¨ªa que todo el que se cruzara con ella la temiera. Arrastrando una maleta, dirigi¨¦ndose siempre hacia el punto del horizonte por el que aparece el sol hasta dar con el que pudiera llegar a ser su sitio. Tal vez esa zona conocida como la tierra de Nod, ubicada, como sab¨ªa, al este del lugar llamado Ed¨¦n. Ese para¨ªso en el que habitaban todas las bestias del campo y todos los p¨¢jaros del cielo.