¡®Mi sur¡¯, un relato de Brenda Navarro
Sal, sol, arena. Una pareja vive un romance contagiada por la humedad y el calor. De pronto, una grieta. La grieta del mundo roto en el que la felicidad es un concepto de poder
Pongamos que se llamaba Juan, por darle un nombre. Y que lo recuerdo por el sur de su cuerpo. Del m¨ªo. Nuestros sur, como cordilleras meci¨¦ndose por placas tect¨®nicas. Espasmos tel¨²ricos. Sudor, fluidos. El sur del sur. Toda historia tiene un inicio feliz y una desgracia que le precede.
Sol¨ªamos bromear con los t¨®picos, los estereotipos, los insultos. El insulto, esa perorata que si ocupas bien y susurras en el momento preciso, te lleva a lugares carnales no previstos. Una bomba. La aceleraci¨®n de los sentidos. Mientras m¨¢s vulgar, mejor. ?Qu¨¦ hay detr¨¢s de ese desprecio que aviva todo a su paso? ?Qu¨¦ lo motiva, qu¨¦ oculta del razonamiento? Qu¨¦ nos dec¨ªamos sin decir. Y as¨ª varios a?os. Nosotros se¨ªsmos.
Pero en el sur siempre sucede algo, demasiado de todo: sequ¨ªa, cincuenta grados, pedazos de pollo empanado que se caen en la arena y son imposibles de comer, aunque el mar siempre da demasiada hambre. La cerveza caliente, la toalla h¨²meda, el mar fr¨ªo. Los chiringuitos caros. La desigualdad. Nadie es tan desigual como el que no lo sabe. Como el que nace, crece y desayuna todos los d¨ªas m¨¢s de lo mismo y no se entera que hay algo m¨¢s. Nada tan desigual como so?ar lo que la televisi¨®n te dice que sue?es. La ausencia de originalidad. Todos desiguales, no como la ropa, sino como los que se tienen que ir para volver con el paso de los a?os a ver morir lentamente a los padres que la sanidad p¨²blica ya no quiere cuidar. Pasa de todo. Nonina. Y no hay escala Richter que lo pueda medir.
Primero fue la falta de dinero. ?C¨®mo no? Tres trabajos temporales, a veces enganchados uno a otro y otras veces simult¨¢neamente. No se vaya a creer que es porque una no quiere trabajar, sino porque si se trabaja mucho es que ya no se quiere. De querer, se quiere. De querer parar tambi¨¦n. Ahora est¨¢ de moda quejarse. Ay, que nuestros padres tuvieron algo mejor. Pero mejor a qu¨¦. Ah¨ª est¨¢ la desigualdad, pero no la que te dicen los programas o los pol¨ªticos en sus discursitos, la desigualdad de verdad. Qu¨¦ fue lo que tuvieron mejor, que yo no lo veo. ?l dec¨ªa que las expectativas. Hay que tener expectativas del apartamento, de la familia, de las vacaciones. Peor, vacaciones de verdad, no esas que te vas en un dos por tres a Huelva y te regresas al final del d¨ªa. Vacaciones, vacaciones. Comer bien, descansar bien. Que los dem¨¢s hagan las cosas por ti. Pero ?qui¨¦n hace algo por ti si no es con billete de frente? Ah¨ª est¨¢ el asunto. ?Expectativas de poder sentarte en donde te cobran a siete cincuenta la copa? Expectativas de no remendar la ropa que te pas¨® tu amiga porque ella s¨ª que puede ir al outlet ese en las afueras de la ciudad. Expectativas de qu¨¦, le preguntaba yo. De ser feliz. Y la carcajada. Mi carcajada. Porque si en la cama o en el sof¨¢ o donde sea, mientras te follan, t¨² dices, s¨ª, dale duro, dime m¨¢s. Eso de la b¨²squeda de la felicidad mientras friegas los platos, el piso o haces la colada, es un enfriador instant¨¢neo y dan ganas de gritar que vaya por la cerveza y el vinito que si en ese momento te la ponen entre las piernas, se las dejas heladas. Felicidad, qu¨¦. De qu¨¦ hablas. Ya te jodi¨® el discurso de la felicidad. Chico, no me toques m¨¢s que estoy m¨¢s fr¨ªa que la nevera. Qu¨¦ baj¨®n. Qu¨¦ pocas ganas de follarte a alguien cuando te habla de felicidad. Expectativas y felicidad. Como si las cordilleras que ¨¦ramos al inicio de la relaci¨®n fueran invadidas por una empresa que quiere explotar los paisajes naturales y poner un puente, hoteles y una estaci¨®n de esqu¨ª. Y ya no temblar de ganas, sino porque te est¨¢n haciendo fracking y te van a succionar el suelo. No el p¨¦lvico, que ojal¨¢. Sino el de la desigualdad invadida por expectativas de felicidad. Hazme el requeteimb¨¦cil favor. El pica pica destruy¨¦ndonos por dentro en pos del desarrollo. Ya te dejaste abducir, ?no? Ya te fueron con el cuento de que si est¨¢s con la empresa un d¨ªa vas a ser la empresa. Ya te hicieron creer que el fin ¨²ltimo no es temblar sino hacer temblar. Con su oficinita, su camisa manga larga y la americana compradas online en una tienda china. Cu¨¢nta mierda, de verdad. Ya te cre¨ªste que s¨ª vas a tener pensi¨®n, que vas a ser igual que tus pap¨¢s. Pero cu¨¢nto tiene de pensi¨®n tu pap¨¢. ?T¨² crees que esos se?ores que apenas y pueden moverse del sof¨¢ y toman un gazpacho fresquito fueron felices? ?Qu¨¦ es lo que vamos a hacer ahora? ?Pagar por ver a nuestros amigos casarse? ?Aspirar a follar para tener hijos y que luego que no puedes y que el tratamiento y que la neurosis y el agotamiento y todo eso porque ya te cre¨ªste que te vas a convertir en empresa? Juan ¡ªpor decirle de alguna manera¡ª, S.A. Que porque te abrieron la cuenta n¨®mina, ya, empresita. No como yo, claro. Que un mes aut¨®noma y al otro tambi¨¦n. Y haz como quieras mientras se te paga con dos meses de retraso. Ay no, qu¨¦ risa y qu¨¦ desolaci¨®n porque cuando te hablan de dinero e inversi¨®n de tu tiempo y de tu vida en busca de la gloria es como la gangrena, cuesti¨®n de tiempo de que se te pudra todo. Todo. Y si acaso te puedas ba?ar, que ya dicen que va a haber cortes de agua, como en los noventa. Como cuando ibas corriendo a la playa y te met¨ªas al mar y te gritaban que no tardaras, que todos ten¨ªan que ducharse antes de las ocho que nos cortaban toda el agua en las casas. Mutilaci¨®n de la rutina. Qu¨¦ ¨ªbamos a saber, de verdad, no de especulaci¨®n, de verdad, que hab¨ªa quienes no solo no se quedaban sin agua sino que no ten¨ªan nuestros tipos de preocupaciones.
La felicidad se invent¨® para los pobres, pero solo la poseen los libros. ?O t¨² has visto felices a los que salen en la tele, o a los reyes, o al presidente? Poderosos s¨ª, pero felices no. Ahora, esc¨²chame bien. Le dije, claro. Esc¨²chame, ?t¨² quieres algo m¨¢s? Piensa en poder. No en poder de yo puedo, y si quiero puedo. No, piensa en poder, en acumular poder, en ir por la calle y que piensen, ese, as¨ª como lo ves, tiene poder. Y quien tiene poder, puede. No de poder, no insistas en la literalidad, hablo de poder de verdad. De que la gente afirme, ese tiene poder. Y te teman. Porque m¨¢s que ser querido, hay que ser temido. Porque si la felicidad nos est¨¢ negada, imag¨ªnate el poder. El poder es para unos pocos. Un pu?adito nom¨¢s. Si t¨² vas a aspirar a algo distinto, a algo fuera de tus manos, a la situaci¨®n que nadie espera de ti, entonces busca el poder, porque no es felicidad, pero c¨®mo se le parece y quien te diga que es mentira, es porque nunca ha podido poder.
Y as¨ª fue ese verano. ?Y qu¨¦ era el poder? No sab¨ªamos. Qu¨¦ pod¨ªa ser el poder si nunca lo hab¨ªamos tenido. Si nuestros ¨²nicos momentos salvajes eran cuando nuestros sur se tocaban y se rozaban y mezclaban uno con otro. Y ah¨ª no hab¨ªa poder, ni lucha, sino acoplamiento, consenso, acuerdo. Dime una guarrada, ay. Mu¨¦vete as¨ª. Ay. Ahora esto y luego aquello y luego la paz de por medio. El sue?o. Los cuerpos calmados y abrazados perdiendo la juventud. Y ¨¦l, que vale, que s¨ª, que lo que yo dijera y se puso a buscar el poder. Y dejamos de tocarnos, porque si eso no te va a ense?ar qu¨¦ es el poder, no pierdas el tiempo. Y si el box, correr cuarenta y cinco minutos diarios a lo loco por el parque. Y si el f¨²tbol y si salir con esos que ya no son tus amigos desde que salieron del instituto, pero quiz¨¢ ah¨ª, como manada, como comunidad, como machos. Entonces, empez¨® a salir todas las noches. Y nos dejamos de ver. ?ramos dos cordilleras, de la misma tierra, con los mismos materiales. Ramplones, simples, transparentes y casi que nobles. Lo digo con la seguridad de que nunca hicimos ni nos hicimos da?o. Ni cuando nos conocimos de chiquitos porque nuestras madres amasaban mazap¨¢n de temporada y jug¨¢bamos con las dem¨¢s cr¨ªas. Da?o, no. Ni cuando su madre se puso enferma y yo comenc¨¦ a ayudarle. Quedarme en su casa fue tan sencillo que ni mi madre pidi¨® explicaciones. Ayudar, se ayuda, hasta las ¨²ltimas consecuencias. Luego, su madre muri¨® y lleg¨® la inquietud de la felicidad, el estar inconforme del verano, de la quietud, del sol quemando. Y claro, la b¨²squeda de la felicidad te lleva al poder. El maldito poder. Se acab¨® el verano. Nos acabamos nosotros. ?l dej¨® de ser sur, mi sur y se fue al norte, donde todo est¨¢ industrializado y nada tiembla.
CUATRO PUNTOS CARDINALES | ¡®Tormentazo¡¯, un relato de Juan Tall¨®n
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