La loter¨ªa de las sirvientas: iglesias de Madrid sortean empleos para inmigrantes en precario
Cada mes miles de extranjeras optan a conseguir una entrevista de trabajo por mediaci¨®n de parroquias
Teresa Michel cierra los ojos. Todav¨ªa tiene la luz de la mesilla encendida cuando, recostada en el colch¨®n, aprieta fuerte sus manos gruesas, encomend¨¢ndose a Dios para que la suerte, a sus 59 a?os, cambie por fin. A la una de la madrugada, en el piso que comparte con unas amigas en el barrio madrile?o de Usera, el d¨ªa que est¨¢ por venir no le deja conciliar el sue?o. Sigue sin trabajo, el ¨²ltimo fue hace tres meses, y su futuro depende ya de la suerte. Y su suerte, a estas alturas, depende de unas monjas.
A las ocho de la ma?ana, con los ojos enrojecidos de sue?o, esta espa?ola de ori...
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Teresa Michel cierra los ojos. Todav¨ªa tiene la luz de la mesilla encendida cuando, recostada en el colch¨®n, aprieta fuerte sus manos gruesas, encomend¨¢ndose a Dios para que la suerte, a sus 59 a?os, cambie por fin. A la una de la madrugada, en el piso que comparte con unas amigas en el barrio madrile?o de Usera, el d¨ªa que est¨¢ por venir no le deja conciliar el sue?o. Sigue sin trabajo, el ¨²ltimo fue hace tres meses, y su futuro depende ya de la suerte. Y su suerte, a estas alturas, depende de unas monjas.
A las ocho de la ma?ana, con los ojos enrojecidos de sue?o, esta espa?ola de origen boliviano, llega a la iglesia de las Religiosas de Mar¨ªa Inmaculada ¡ªoriginariamente llamada Hermanas del Servicio Dom¨¦stico¡ª, a pocos metros de la c¨¦ntrica Glorieta de Bilbao. La mujer, que ha cuidado sobre todo a ancianos, se mantiene estos meses gracias a sus ahorros y dedica sus tardes a estudiar para sacarse cursos que le exigen en determinados trabajos. Con su mochila de tela al hombro, en la que guarda todos sus documentos, Michel se pierde enseguida en una cola en la que aguardan otras 60 mujeres, la mayor¨ªa de ellas latinoamericanas sin papeles. Todas llevan semanas de puerta en puerta persiguiendo una oportunidad, a veces la primera, y han o¨ªdo que en la iglesia celebran un sorteo gracias al que podr¨¢n trabajar. El premio es un empleo clandestino de limpiadoras, de sirvientas, de cuidadoras¡ de lo que sea.
¡°No dejan de llegar. Pero la realidad es que no hay trabajo para nadie¡±, murmura la monja que ejerce de recepcionista y que ve desde su garita el pelot¨®n de mujeres que cada lunes llena el recibidor de la congregaci¨®n.
Ese d¨ªa, la suerte la gestionan sor Lourdes y sor Isidora en una sala de reuniones de la planta baja en la que hay tantas candidatas que una parte de ellas debe sentarse en el suelo. Esta no es una cita a la que pueda venirse con prisa. Antes de nada, las monjas explican la misi¨®n de la orden y la historia de su fundadora, Santa Vicenta Mar¨ªa L¨®pez Vicu?a. Esta santa colocaba a las chicas humildes y analfabetas que ven¨ªan del campo en las casas de las familias pudientes de la capital, una misi¨®n que no es muy distinta de la de sus sucesoras. La charla dura media hora, pero el sorteo que viene a continuaci¨®n es r¨¢pido, menos de dos minutos.
¡ªQue salgan las que su nombre empiece por G de gato¡ª, grita la hermana Isidora.
¡ªAhora las que su nombre empiece por L.
As¨ª hasta elegir 20 agraciadas. Lo siguiente ser¨¢ una entrevista personal con las monjas, que a lo largo de la semana cruzar¨¢n los perfiles de las mujeres con sus contactos. El resto se marchar¨¢ para seguir buscando y, quiz¨¢, intentarlo de nuevo la semana siguiente.
Cada mes son miles las extranjeras que, como Michel, acuden a las puertas de algunas iglesias de Madrid para participar en esta loter¨ªa de las sirvientas. No ganan un trabajo, solo la posibilidad de tenerlo. El premio es una entrevista, una ficha en la que registrar¨¢n sus habilidades y con la que, con fortuna, la iglesia le conseguir¨¢ un empleo gracias a los contactos con los fieles que buscan personal de servicio. Lo habitual es que lo que surja, especialmente si no tienen papeles, sea un trabajo como interna, sirviendo a una familia o cuidando a personas mayores.
Las iglesias llevan a?os ejerciendo informalmente de agencias de empleo con los inmigrantes en toda Espa?a. Con cita previa, con listas, con diferentes sistemas, pero, en Madrid el n¨²mero de inmigrantes y refugiados que llegan cada d¨ªa les desborda. La ocurrencia del sorteo puede parecer peregrina, pero, para quienes los organizan, tiene su l¨®gica. Cuando han querido seleccionar a los candidatos por orden de llegada se les ha llenado la acera de gente desde la noche anterior. Cuando lo han hecho con cita previa, ha florecido el mercado negro que trapicheaba con ellas. ¡°Lo hacemos por sorteo porque hemos aprendido una cosa y es que en Latinoam¨¦rica, cuando hay una fila, hay mafia¡±, suelta Paco Blanco, el p¨¢rroco, desde el amb¨®n de la parroquia de Nuestra Se?ora del Sagrado Coraz¨®n. ¡°Por eso, este sistema. Quiz¨¢ es un poco m¨¢s lento, pero es m¨¢s seguro. Hemos intentado que sea el m¨¢s digno¡±.
Cada martes, la cola ante esta iglesia rodeada de embajadas en el norte de Madrid congrega unas 300 personas. Allen, un venezolano de 20 a?os reci¨¦n llegado a la capital, recorre la fila con una mochila cargada de trufas de chocolate que vende de dos en dos por un euro. Le quedan dos meses de ahorros para mantenerse, pero necesita un empleo cuanto antes. ¡°Voy a trabajar de lo que sea. He ido a restaurantes a muchas partes y todo va bien hasta el momento en que me preguntan si tengo papeles¡±, explica. Los venezolanos en Espa?a pueden beneficiarse de un permiso de residencia y trabajo por razones humanitarias, pero no hay citas para hacer el tr¨¢mite, as¨ª que Allen y miles como ¨¦l est¨¢n condenados a quedarse en la irregularidad durante meses.
A partir de las nueve de la ma?ana todos entran ordenadamente en el templo, se ajustan la mascarilla y toman un peque?o papel con un n¨²mero impreso. No cabe nadie m¨¢s en los bancos. El p¨¢rroco les da la bienvenida, los invita a rezar en pie un padrenuestro y un avemar¨ªa, y da paso a la rifa sin abandonar el tono de liturgia.
¡ªLa verdad es que la cosa no est¨¢ f¨¢cil aqu¨ª, no les vamos a enga?ar. Nuestro prop¨®sito no es darles un trozo de pan, sino darles un trabajo y sostener a sus familias.
Concluidos los pre¨¢mbulos, comienza el sorteo. Este ya no depende de la imaginaci¨®n de una monja, sino de una aplicaci¨®n, que muestra, de uno en uno, los 40 n¨²meros de la suerte. El 222, el 90, el 10¡ Los agraciados se van levantando y son dirigidos al piso de abajo, donde les espera sor Pilar, una religiosa intuitiva y enjuta que parece rondar los 70 a?os. La mujer arrolla con su energ¨ªa y, al principio, intimida con su car¨¢cter. No est¨¢ para tonter¨ªas ni mentiras, advierte, y observa con recelo el trabajo de los periodistas.
¡ªA ver qu¨¦ vas a escribir al final. No es por m¨ª, pero no quiero que esta gente tenga problemas.
Sor Pilar lleva m¨¢s de 20 a?os cruzando oferta y demanda, extranjeras en precario, con familias que buscan internas. Madres que dejaron a sus hijos a miles de kil¨®metros, con matrimonios que necesitan ayuda para cuidar de sus beb¨¦s. O inmigrantes sin papeles con ancianos que ya no pueden valerse por s¨ª mismos. El tel¨¦fono de su despacho no deja de sonar.
La monja entrevista a los candidatos y a los empleadores y les marca sus normas. En estos a?os, asegura, ha colocado a m¨¢s de 8.000 personas, aunque, ¨²ltimamente, tiene m¨¢s trabajo que nunca.
Los ganadores del sorteo est¨¢n separados. Los hombres aguardan en una sala, las mujeres en otra. Sor Pilar rompe el silencio y entra en la de ellas. No olvida una cara y descubre enseguida si alguien espera su turno sin haber ganado el premio. Manda a una mujer a la calle sin dudarlo. Se ha colado.
¡ªAqu¨ª somos serios, ?est¨¢ claro? Piensen bien a qu¨¦ han venido a Espa?a, si a trabajar o a pasear. Si hay algo de externa tienen prioridad las personas casadas y con ni?os, no me traten de enga?ar porque yo tampoco quiero estropear sus vidas. Para interna tienen que ser solteras y sin hijos... Y las que tienen permiso de trabajo tienen que entender que deben ser estables porque hay poca gente que quiera gente con permiso¡
Todas asienten. Para algunas es su primera vez, pero otras llevan a?os acudiendo a sor Pilar cada vez que se quedan sin trabajo. Hablan de ella con devoci¨®n y gratitud.
La monja impone las condiciones que el mercado del trabajo negro no regula. Si el empleado est¨¢ en situaci¨®n irregular, los jefes deben pagar igualmente el salario m¨ªnimo (1.080 euros) y ofrecer un seguro privado. Tambi¨¦n comprometerse a contratar al candidato en cuanto la ley lo permita, generalmente tres a?os despu¨¦s de su llegada a Espa?a. La religiosa les hace seguimiento, les ofrece formaci¨®n y se asegura de que unos y otros cumplen con sus obligaciones. Tambi¨¦n marca las libranzas.
¡ªNo me pidan librar s¨¢bado y domingo. Aqu¨ª se sale los jueves por la tarde para venir a la formaci¨®n de la iglesia y los domingos y festivos.
Evelyn de Le¨®n, una maestra de educaci¨®n infantil de Guatemala, aguarda su turno. Empez¨® su vida en Espa?a con 25 a?os, sin dinero y sin papeles. ¡°Puf, estos seis meses aqu¨ª han sido dur¨ªsimos. Porque aparte del permiso de residencia y trabajo, te piden experiencia y referencias, y si no has tenido un trabajo antes es imposible¡±, explica. A ella le prometieron un empleo al venir y una habitaci¨®n, pero al llegar a Madrid, no hab¨ªa nada de eso. Desde entonces ha trabajado limpiando pisos y chalets a 4,70 euros la hora, empleos precarios con los que sacaba 90 euros a la semana. Tambi¨¦n ha trabajado como externa cuidando ni?os y haciendo las labores del hogar por 1.000 euros al mes. ¡°Pero sin librar¡±, advierte. Ahora, espera que sor Pilar la coloque como interna. ¡°Es pesado, pero es la ¨²nica manera de estabilizarme¡±, mantiene.
Los candidatos pasan la ma?ana en la iglesia toqueteando sus m¨®viles. Muchos pierden el tiempo porque no hay trabajo para todos, pero nadie rechista. No parece haber muchas m¨¢s opciones ah¨ª fuera.
En la sala de los hombres, el joven de las trufas de chocolate, que guardaba el n¨²mero 222, espera su turno para que la monja y sus voluntarias le hagan una ficha. De repente, irrumpe sor Pilar. ¡°A ver, ?alguien para irse a Galicia? Me acaban de llamar que necesitan un chico en una finca¡±. Cinco hombres levantan la mano, aunque a Germ¨¢n, colombiano, se le abren los ojos mirando a la religiosa. ¡°Yo, por favor, yo nac¨ª en el campo¡±, le ruega. ¡°No s¨¦, quiz¨¢ eres demasiado joven¡±, le responde sor Pilar. ¡°Los j¨®venes¡±, murmulla ella, ¡°quieren salir por ah¨ª¡±.
Un d¨ªa despu¨¦s del sorteo, los empleadores acuden a la parroquia. ¡°Ya saben que no mando a trabajar a nadie si no vienen aqu¨ª a buscarlo¡±, advierte sor Pilar. La monja escucha las peticiones, entra en la sala y elige con el dedo a la candidata. ¡°Yo ya s¨¦ qui¨¦n puede funcionar para cada trabajo¡±, explica. Enseguida, junta a los interesados en una salita, les deja claras las condiciones y se marcha para dejar que se conozcan. El 15 de marzo hubo varios acuerdos de empleo. Por all¨ª aparecieron Jos¨¦ Mar¨ªa, un consultor financiero, y su padre, que buscaban un hombre para que se haga cargo de su pazo en Galicia, ese al que quiere ir Germ¨¢n; una se?ora que necesitaba a alguien que cuide de su madre; otra que quiere una mujer que se ocupe de sus hijos; un matrimonio de empresarios j¨®venes con dos ni?os que ese mismo d¨ªa se lleva a una mujer colombiana a vivir a su casa...
Aqu¨ª no se utiliza el verbo contratar, o conocer, o fichar, aqu¨ª se usa el verbo ¡°llevar¡±. ¡°Conocimos a sor Pilar porque dos amigas de La Moraleja la ten¨ªan siempre de referencia y en 10 o 15 a?os nos hemos llevado ya dos o tres matrimonios¡±, explica el consultor financiero. ¡°Me la llevo ya a ense?arle la casa¡±, dice la se?ora, que acaba de encontrar a la nueva cuidadora de su madre. ¡°Est¨¢ muy bien que sor Pilar haga el filtro de qui¨¦n es una persona seria y trabajadora, porque necesitamos llevarnos a alguien de confianza¡±, celebra el matrimonio.
Los patrones no muestran mucho apuro por llevarse a casa a inmigrantes sin papeles, pero as¨ª funciona el sistema en Espa?a. La v¨ªa m¨¢s sencilla para que un inmigrante consiga una autorizaci¨®n de residencia y trabajo consiste en esperar tres a?os y presentar un contrato de al menos un a?o. El sistema asume que el extranjero en situaci¨®n irregular o vive del aire todo ese tiempo o, como realmente ocurre, trabaja en negro, en el campo o en casas, en una obra o en la cocina de un restaurante. Los c¨¢lculos de trabajo informal en las actividades de trabajo del hogar revelan que cerca de un 30% de las ocupadas podr¨ªan estar trabajando irregularmente, seg¨²n el Observatorio Espa?ol del Racismo y la Xenofobia. La iglesia pone orden en el desorden.
Sentada en un banco de la calle Fuencarral, Teresa Michel abre su peque?a mochila en busca de lo ¡°m¨¢s importante¡± de su vida: su agenda. ¡°Necesito parar unos segundos y organizarme para saber ahora d¨®nde ir¡±. No ha sido elegida, as¨ª que el resto del d¨ªa lo emplear¨¢ en deambular de iglesia en iglesia y pedir ayuda. Por la noche volver¨¢ a encomendarse a Dios para que una letra o un n¨²mero consigan dejarla dormir tranquila.