Desamparados, confinados y hacinados
En un mismo edificio de Barcelona pueden convivir muy distintas maneras de pasar el confinamiento: desde las personas sin hogar hasta pisos atestados de gente
Nunca antes hab¨ªa hecho yoga. No por nada, seguramente mi mente lo hab¨ªa evitado al imaginar mis patitas de alambre temblar al hacer la postura del guerrero o del avi¨®n. Lo que hace el confinamiento. Dos semanas encerrado para darme cuenta de que el tiempo es una cosa muy extra?a: cada nuevo d¨ªa es casi exactamente igual al anterior, pero han ido mutando los humores, los temores y las conversaciones sobre el coronavirus dichoso, y ya somos muy distintos de lo que ¨¦ramos. Las horas han moldeado este piso de 70 metros cuadrados, que comparto con otro chico y una chica, hasta convertirlo en un cu...
Nunca antes hab¨ªa hecho yoga. No por nada, seguramente mi mente lo hab¨ªa evitado al imaginar mis patitas de alambre temblar al hacer la postura del guerrero o del avi¨®n. Lo que hace el confinamiento. Dos semanas encerrado para darme cuenta de que el tiempo es una cosa muy extra?a: cada nuevo d¨ªa es casi exactamente igual al anterior, pero han ido mutando los humores, los temores y las conversaciones sobre el coronavirus dichoso, y ya somos muy distintos de lo que ¨¦ramos. Las horas han moldeado este piso de 70 metros cuadrados, que comparto con otro chico y una chica, hasta convertirlo en un cuchitril. Y me han obligado a cosas impensables, como a juntar las manos decir namast¨¦ una vez al d¨ªa.
El confinamiento le pill¨® a cada uno exactamente como estaba: viviendo solo, con gente, en pareja o con hijos; con trabajo, en el paro o ¡ªya que gustan tanto las met¨¢foras b¨¦licas¡ª siendo un soldado m¨¢s del Precariado Nacional; con algunas dudas de la vida resueltas o con muchas por solventar. Sin la posibilidad de coger la puerta e ir al cine o a tomar ca?as para airear tantas cuestiones vitales, nos hemos confinado con nuestras preguntas, y aqu¨ª estamos, dando vueltas por el piso. Se a?aden otras angustias, como la de ser productivo. ?Por qu¨¦ no leer todos esos libros pendientes?; ojal¨¢ tuviese un bajo el¨¦ctrico, ahora lo aprender¨ªa a tocar; ?no te apetece hacer un pastel? De la masa de sugerencias para un entretenimiento productivo sobresale uno de los tuits que se hicieron virales al principio: ¡°Si necesit¨¢is motivaci¨®n para estos d¨ªas, Shakespeare escribi¨® Macbeth y el Rey Lear durante cuarentenas por la peste¡±. Me alegro mucho por ¨¦l, y por la Humanidad. Yo he empezado a ver The Office por tercera vez.
Hay que airearse, as¨ª que salimos al rellano, a subir y bajar escaleras, tambi¨¦n para hacer algo de deporte. Una excusa para ver que en el edificio donde vivimos, en el Raval, hay muchos confinamientos, no solo el nuestro. En los bajos de la finca est¨¢ la Fundaci¨®n Arrels. Todos los d¨ªas hacia las dos de la tarde se acercan personas sin hogar esperando a que abra. ¡°Lo est¨¢n pasando mal, tienen miedo del contagio, hay mucho nerviosismo, tambi¨¦n por la comida¡±, explica el director, Ferran Busquets.
Entre ellos est¨¢ un hombre a quien conozco de hace a?os. Con la barba larga, gorra y gafas, estaba siempre en la puerta de un super, dispuesto a contarte una y otra vez c¨®mo un d¨ªa pudo ver en directo a Luis Enrique y le cant¨® las cuarenta por alg¨²n penalti fallado. ¡°Esto es una mierda, sobre todo por la polic¨ªa, que te para por la calle cada dos por tres¡±, dice mientras otros discuten sobre la falta de mascarillas. Son muchos los que no han ido al pabell¨®n que se ha habilitado en la plaza de Espa?a para acoger a las personas sin hogar. ¡°Cuando vives en la calle, cada vez que intentas salir y no lo consigues, se siente como un fracaso muy bestia. Est¨¢ muy bien acoger a la gente, pero cuando esto acabe volver¨¢n a la calle¡±, explica Busquets.
Uf, hay que seguir subiendo escaleras, de dos en dos, que as¨ª cansa m¨¢s. Tambi¨¦n est¨¢n Rosa y su marido, una pareja mayor a la que solo veo cuando salen al balc¨®n cada tarde a aplaudir por una sanidad p¨²blica. Echo de menos verlos por la calle trajeados y elegant¨ªsimos, ahora entiendo por qu¨¦: salir es una ocasi¨®n social. Tambi¨¦n hay un piso tur¨ªstico ilegal que, por fin, est¨¢ vac¨ªo, y un vecino que al principio de la epidemia me dijo que los virus no exist¨ªan, que todo era un montaje, y que c¨®mo pod¨ªa no saberlo.
Escaleras arriba viven varias familias de paquistan¨ªes y algunos apartamentos compartidos por m¨¢s gente de la necesaria para una convivencia f¨¢cil. ¡°No hay problema, nos apa?amos¡±, esquiva la pregunta el vecino. En el barrio se augura un confinamiento duro para mucha gente que vive hacinada, y que adem¨¢s ha perdido ingresos y no tiene a qui¨¦n pedir ayuda.
Al final est¨¢ la azotea, donde nos atrincheramos los d¨ªas que hace bueno para acumular horizontes un poco m¨¢s lejanos que las paredes del cuarto. Adivino a lo lejos el piso de mi abuela, casi m¨¢s preocupada por no tener instalado el canal de la ¨®pera en la tele que por el virus. Creo ver las casas de mis amigos, con los que las videollamadas nunca ser¨¢n suficientes. Y la redacci¨®n del peri¨®dico: echo de menos el ajetreo y los gritos del cierre, ahora reducidos a un insistente grupo de whatsapp. De vuelta al piso, toca yoga, con un v¨ªdeo de YouTube en ingl¨¦s. ¡°Put a smile¡±, dice la t¨ªa, mientras sudas las lentejas en medio de la quinta plancha de abdominales. Pues eso, put a smile, porque quedan muchos d¨ªas todav¨ªa.
EL CINE
Lugar de cuarentena: un piso en el Raval de setenta metros cuadrados.
N¨²mero de personas: dos chicos y una chica.
Carencias del confinamiento: no poder ir al cine ni a la piscina.
Libro y serie: El Jarama, de Rafael S¨¢nchez Ferlosio, y Los alimentos terrenales, de Andr¨¦ Gide; y The Office, siempre.