Y Kempes volvi¨®
El autor de la exitosa novela ¡®Noruega¡¯ y socio del Valencia CF rememora la figura del gran jugador de f¨²tbol con motivo de la distinci¨®n de la Generalitat que recibi¨® el pasado martes
Muchos comprendieron tarde que el mejor jugador del mundo entre 1976 y 1980 jugaba en nuestro equipo. La luz cegaba. Lo sigue haciendo. Hay una forma muy valenciana de estar en la realidad que consiste en vivir a ciegas. Octavio Paz lo advirti¨® en una visita a Valencia: donde la luz se hace punto. Tuve la suerte de ser muy ni?o entonces, y eso me salv¨® del ruido de sables. En 1976 yo ten¨ªa cinco a?os y era la mascota del sector 6, el fill del forner, el forneret. El forner era mi padre, un i...
Muchos comprendieron tarde que el mejor jugador del mundo entre 1976 y 1980 jugaba en nuestro equipo. La luz cegaba. Lo sigue haciendo. Hay una forma muy valenciana de estar en la realidad que consiste en vivir a ciegas. Octavio Paz lo advirti¨® en una visita a Valencia: donde la luz se hace punto. Tuve la suerte de ser muy ni?o entonces, y eso me salv¨® del ruido de sables. En 1976 yo ten¨ªa cinco a?os y era la mascota del sector 6, el fill del forner, el forneret. El forner era mi padre, un irreductible, uno de esos kamikazes que se apuntaba a todas las guerras si su Valencia estaba por medio. Me llev¨® a Mestalla la noche del debut de Kempes y a la media hora ya me hab¨ªa dormido. Ajeno al nacimiento del mito, improvisaron una peque?a cama sobre un colch¨®n de piedra. Lo que so?¨¦ esa noche en la vieja Numerada es mi pasaporte literario. Llevo toda la vida escribiendo sobre Kempes. Es mi gran tema, mi ¨²nico tema. Todo son variaciones sobre ¨¦l, sobre la Valencia que encontr¨®, sobre la ciudad que agonizaba alrededor de la discoteca Sami, sobre lo que vino tras su marcha en 1984. Un par de semanas despu¨¦s del ¨²ltimo partido de Kempes en Mestalla le diagnosticaron a mi padre la enfermedad que se lo llevar¨ªa por delante. La felicidad se congel¨® en la memoria. A esa memoria me aferr¨¦. Qui¨¦n ha sido feliz siempre encuentra la manera de volver a serlo. A Kempes le vi taladrar redes, amasar goles desde la media luna del ¨¢rea, arrancar imparable desde el centro del campo, emerger como un gigante en la frontal, sacudirse rivales con aquella potencia imperial que le adornaba, celebrar como nadie los goles m¨¢s incre¨ªbles que imaginarse pueda, ser icono Pop en tiempos de hojalata y habas contadas. El mejor jugador del mundo se llamaba Mario Alberto Kempes y jugaba en el Valencia CF. El mejor jugador del mundo se llamaba Mario Alberto Kempes y viv¨ªa en la Plaza Honduras, en el coraz¨®n de la ci¨¦naga. Muchos d¨ªas cruz¨¢bamos los campos y las acequias para llamar a su puerta y pedirle un gol. Jam¨¢s fallaba. Incluso despu¨¦s de su partida siempre hab¨ªa alg¨²n loco que se acercaba al portal donde hab¨ªa vivido El Matador para repetir el ritual. ¡°Mario volv¨¦¡±, se escuchaba entre sirenas. Odi¨¢bamos a los viejos de tribuna porque no hab¨ªan sabido quererle como merec¨ªa. Crecimos con esa dial¨¦ctica, crecimos para colgar pancartas en la grada que dijeran: ¡°Mario volv¨¦¡±. Y Mario volvi¨®. Y ya no se ir¨¢. Est¨¢ en la fachada de Mestalla, en la bandera del Centenario, en la naturaleza ¨¢grafa y pirot¨¦cnica del club. Por una vez no hemos llegado tarde al festejo del relato, o no tan tarde como solemos hacer en nuestro peque?o Reino cainita. Mario Alberto Kempes Chiodi nos regal¨® la felicidad que no prescribe, pero sobre todo nos leg¨® una inmejorable receta para ir por la vida: nunca hay que tomarse demasiado en serio a uno mismo, ni siquiera cuando has sido el mejor futbolista del mundo. Quiz¨¢ por eso, lo sigue siendo.