La soluci¨®n final de Santi, el parricida indolente de Elche
El menor, que asesin¨® a su familia, actu¨® sin dudas y sin plan de fuga. Seg¨²n crimin¨®logos y psic¨®logos, la ri?a de su madre fue el detonante tras una desconexi¨®n emocional anterior
El relato del crimen que el triple parricida de Elche (Alicante) confes¨® a la polic¨ªa cuando irrumpi¨® en su casa habr¨ªa sido m¨¢s veros¨ªmil para sus vecinos si hubiera mentido. Si se hubiera inventado el asalto de unos extra?os, por ejemplo. O fabricado una buena coartada sobre la muerte de sus padres y su hermano de 10 a?os, a tiros, y sobre sus cuerpos ocultos durante tres d¨ªas en un cobertizo anexo a la vivienda. Lo ...
El relato del crimen que el triple parricida de Elche (Alicante) confes¨® a la polic¨ªa cuando irrumpi¨® en su casa habr¨ªa sido m¨¢s veros¨ªmil para sus vecinos si hubiera mentido. Si se hubiera inventado el asalto de unos extra?os, por ejemplo. O fabricado una buena coartada sobre la muerte de sus padres y su hermano de 10 a?os, a tiros, y sobre sus cuerpos ocultos durante tres d¨ªas en un cobertizo anexo a la vivienda. Lo que nadie imagin¨®, ni los agentes ni los vecinos, es que expusiera lo sucedido con frialdad, los mat¨® y los ocult¨® para no verlos, y sin remordimiento alguno, aceptando el castigo cuando pregunt¨® ¡°?cu¨¢ntos a?os me van a caer?¡± antes de entrar en el coche patrulla. Santi, ese chaval ¡°completamente normal, pero t¨ªmido¡±, que es como lo definen quienes lo conoc¨ªan, se hab¨ªa convertido en un ejecutor implacable, en un verdugo.
Nada le afect¨®. Ni siquiera el trasiego posterior de polic¨ªas que llegaron a la casa, en la partida rural de Algoda, donde apenas se suelen escuchar ruidos. No le alteraron las luces centelleantes de los veh¨ªculos policiales, las ambulancias, el ir y venir de los investigadores y los forenses, las preguntas, la confesi¨®n, el traslado al calabozo de menores de la comisar¨ªa. Nada. Durmi¨® entre rejas esa noche ¡°de un tir¨®n¡±, como desvelaron fuentes del caso. La polic¨ªa vel¨® su sue?o para evitar que se autolesionara. Pero nada perturb¨® su descanso.
El juez decidi¨® dos d¨ªas despu¨¦s su ingreso en un centro de menores con un r¨¦gimen cerrado, que supone la reclusi¨®n en las instalaciones. All¨ª ha mantenido la misma actitud ¡°normal¡±.
Su conducta es digna de estudio. Y varios son los momentos que, seg¨²n psic¨®logos y crimin¨®logos, son determinantes para analizarla. El primero que, despu¨¦s de la bronca con su madre por su bajo rendimiento escolar y la amenaza de dejarle sin internet ni videojuegos, se recluyera en su habitaci¨®n y urdiera la ¨²nica soluci¨®n que encontr¨® para seguir jugando. El segundo, clave seg¨²n los expertos, las horas que pas¨® esperando a su padre, tras matar a su madre y a su hermano. Y, el tercero, una vez ejecutada la idea, la limpieza y la espera a ser descubierto, sin un plan de fuga, jugando a la consola y comunic¨¢ndose con sus compa?eros para inventarse un confinamiento por covid.
Vicente Garrido, crimin¨®logo y catedr¨¢tico de la Universidad de Valencia, no encuentra en su actuaci¨®n ¡°ning¨²n s¨ªntoma de pensamiento confuso¡±. Puede que sus vecinos lo est¨¦n. ?l, no.
Elche (334.000 habitantes) tiene 30 pedan¨ªas. Algoda es una de ellas. Pero no se trata de un peque?o n¨²cleo urbano, son cerca de un millar de personas diseminadas en viviendas unifamiliares. No hay edificios repletos de vecinos, pero all¨ª se conocen todos. Tienen un grupo en la red social Telegram y miran con recelo si un mismo veh¨ªculo desconocido pasa varias veces por el mismo sitio. Saben lo que pasa en cada una de las casas que hay a lo largo de un camino sin arcenes que recorre la partida. O eso cre¨ªan. Unos y otros ve¨ªan pasear a la familia en bici. A la madre regando, o a los peque?os jugando en los columpios o con la canasta que tienen a la entrada de la casa. Se saludaban. A los pocos que oyeron los tiros de escopeta el martes del crimen no les extra?¨® el sonido. Tienen cerca una zona de caza menor y, entre los cultivos, es normal escuchar, de vez en cuando, disparos al aire para ahuyentar a los p¨¢jaros que se comen la fruta. Es, adem¨¢s, un ruido muy parecido al de los petardos que hacen explotar no solo en fiestas sino tambi¨¦n tras algunos partidos de f¨²tbol.
Santi duerme a pierna suelta mientras ha dejado un rastro de confusi¨®n a su alrededor. Miembros de la familia, amigos, vecinos, alumnos del colegio al que iba el hermano peque?o, profesores y compa?eros del instituto al que acud¨ªa el parricida confeso est¨¢n recibiendo atenci¨®n psicol¨®gica. Porque nadie da cr¨¦dito a lo sucedido. Santi no presentaba ning¨²n signo externo de rebeld¨ªa, ni en su forma de peinarse, vestir o actuar.
En el trayecto del chico normal al parricida se habla de un detonante, la ri?a de la madre por sus malas notas y el castigo sin wifi y videojuegos. Para Enric Carbonell, doctor en Psicolog¨ªa y miembro del Instituto Universitario de Investigaci¨®n en Criminolog¨ªa y Ciencias Penales de la Universidad de Valencia, la adicci¨®n es una cuesti¨®n fundamental y ¡°vive el castigo como una agresi¨®n. Es como si a un cocain¨®mano le tiraran por el v¨¢ter su reserva de coca¨ªna delante suya¡±. Pero no es suficiente. Para Paz Velasco, crimin¨®loga y jurista, ¡°tiene que haber habido peque?as prohibiciones anteriores¡±. Vicente Garrido cree que ese detonante ¡°es un elemento que pone en marcha la secuencia, pero con anterioridad se ha tenido que ir acumulando un profundo proceso de doble v¨ªa. Por un lado, de desconexi¨®n emocional con los padres, por leve que fuera, y, por otro, de expectaci¨®n acerca de la violencia como posible soluci¨®n a los problemas, el sentimiento de agravio y el atractivo de una soluci¨®n definitiva¡±. Para el psic¨®logo Carbonell, exist¨ªan ¡°mil respuestas intermedias, incluso una agresi¨®n, pero el asesinato es un salto cualitativo¡±, dictamina.
El muchacho descerraj¨® dos tiros a su madre, uno de ellos por la espalda, otro a su hermano de 10 a?os y se sent¨® a esperar a que su padre llegara a casa. Su progenitor era un hombre alto, de cerca de dos metros, y corpulento, probablemente pesara m¨¢s de 100 kilos. El chaval es alto pero delgado. Sin embargo, no encontr¨® impedimento para trasladar el cuerpo hasta el cobertizo en el que guardaban la maquinaria para trabajar la tierra, donde arrincon¨® tambi¨¦n los de su madre y hermano.
No tuvo dudas para, posteriormente, limpiar la sangre de su familia. Vicente Garrido y Enric Carbonell sostienen que su intenci¨®n, posiblemente, no fuera esconder el crimen y los cuerpos, sino poder ¡°hacer vida en esa casa¡±, ¡°organizarse para poder vivir en ella y seguir jugando¡±. Sin plan de fuga.
Y eso es lo que hizo, jugar con su consola, liberado del castigo. Aliviado. ¡°Es del todo l¨®gico. Si la raz¨®n pr¨®xima (que no la profunda o causa primera) es la prohibici¨®n del juego por internet, en su mente lo m¨¢s l¨®gico es reafirmarse en que esa soluci¨®n era la ¨²nica posible si quer¨ªa seguir jugando. Si no hubiera jugado ser¨ªa el equivalente a haber matado a sus padres por nada¡±, explica Garrido. Carbonell sostiene que pudo vivir una realidad paralela pero no de forma permanente, porque hizo desaparecer de su vista los cad¨¢veres, limpi¨® el rastro del crimen y, ante la polic¨ªa, no hizo ninguna referencia a ¡°su mundo¡±. Ni se mostr¨® confuso. Y despu¨¦s pregunt¨® cu¨¢nto le iba a caer, consciente de que su acci¨®n iba a tener consecuencias.
El objetivo ahora es volver a la ¡°normalidad¡±. A la de la ciudad reposada, a la del instituto blanco e impoluto reci¨¦n estrenado, a la tranquilidad del camino del barranco en el que la presencia de una furgoneta activa los radares del vecindario. ?l lo intentar¨¢ hacer desde un centro de menores, desde el que, como en todos los casos, lo primero ser¨¢ asumir lo que ha hecho, algo que le acompa?ar¨¢ toda su vida. Desde el primer d¨ªa cumple con el orden impuesto: levantarse, asear su habitaci¨®n, desayunar, ir a clase, salir al recreo, volver a clase, comer y participar en las actividades deportivas, de ocio o estudio. Ducharse, cenar y, algunos d¨ªas, ver la tele. Lo har¨¢ desde el m¨®dulo de adaptaci¨®n, en el que ingresan los reci¨¦n llegados. Desde el primer d¨ªa tiene asignado un grupo de observaci¨®n y, para su reinserci¨®n, ser¨¢ fundamental el apoyo de la familia que le queda, tal como asegura el director de uno de estos centros. Parte de esa familia, las hermanas de su madre, ya ha manifestado su inter¨¦s por saber c¨®mo se encuentra. Mientras, en la reja de la casa P1 144 A del camino del barranco de Algoda, entre naranjos, granados y palmeras, se colocan flores. Y una luz sigue encendida.