Al mismo comp¨¢s
En mi calle hay de todo: banderas de Espa?a con un cresp¨®n negro, camisetas blancas con mensajes en defensa de la sanidad p¨²blica, carteles hechos a mano con arco¨ªris llenos de colores
Es complicado despegar la mirada de las pantallas ya que se han convertido en la ¨²nica ventana al exterior. El otro d¨ªa me preguntaba una amiga qu¨¦ tal lo llevaba y le cort¨¦ de ra¨ªz: no estoy escribiendo. Mi creatividad ahora mismo es inexistente, excepto por los art¨ªculos de El Pa¨ªs que son los ¨²nicos que encienden las palabras. Para m¨ª es sencillo: necesito de la vida para poder escribir. Y ahora mismo la vida est¨¢ parada, casi muerta, y escribir sobre la vida cuando esta est¨¢ enferma es un choque asegurado.
Por eso, la informaci¨®n que me dan las pantallas alimenta un poco el pensamie...
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Es complicado despegar la mirada de las pantallas ya que se han convertido en la ¨²nica ventana al exterior. El otro d¨ªa me preguntaba una amiga qu¨¦ tal lo llevaba y le cort¨¦ de ra¨ªz: no estoy escribiendo. Mi creatividad ahora mismo es inexistente, excepto por los art¨ªculos de El Pa¨ªs que son los ¨²nicos que encienden las palabras. Para m¨ª es sencillo: necesito de la vida para poder escribir. Y ahora mismo la vida est¨¢ parada, casi muerta, y escribir sobre la vida cuando esta est¨¢ enferma es un choque asegurado.
Por eso, la informaci¨®n que me dan las pantallas alimenta un poco el pensamiento de que ah¨ª afuera todo est¨¢ igual que aqu¨ª. Me permite ver el pelo blanco y precioso de mi abuela, el gato que acaban de adoptar Paola y Valeria en Buenos Aires, la risa de Chris que con tanta facilidad me devuelve lo sencillo y lo guapa que estuvo mi hermana el d¨ªa que se visti¨® de blanco y brindamos desde el sof¨¢. La vida sigue, me repito cada d¨ªa. El mundo avanza, aunque sea despacio, pero existe movimiento.
Las pantallas tambi¨¦n guardan otros lugares m¨¢s inc¨®modos donde la ansiedad campa a sus anchas y los debates se resumen en un ?est¨¢s conmigo o contra m¨ª?. Esos intento evitarlos. Ah¨ª s¨ª que levanto la mirada. Tomo aire, observo la calle que solo se despierta a las ocho de la tarde, me fijo en los detalles que ya me s¨¦ de memoria. Y me he dado cuenta de algo: los balcones y las ventanas se han convertido en un muro de Twitter donde cada uno expresa sus emociones, sus luchas o sus reivindicaciones de una manera extra?amente pac¨ªfica.
En mi calle hay de todo: banderas de Espa?a con un cresp¨®n negro, camisetas blancas con mensajes en defensa de la sanidad p¨²blica, carteles hechos a mano con arco¨ªris llenos de colores. Hay persianas bajadas y ventanas que ya no se abren, y eso me da tanto miedo como el sonido de las ambulancias que rompe la tarde en dos. Tambi¨¦n hay plantas que no han dejado de regarse y almohadas colocadas estrat¨¦gicamente en el alf¨¦izar para apoyarse sobre ellas cuando llega el aplauso. En las ventanas de mi calle hay amor, hay miedo, hay rabia y hay tristeza. Hay silencio y hay ganas de partir el ruido y sacar un sonido amable. Hay monedas que caen de canto y hay bandos que se desintegran cuando nos miramos a los ojos. Hay de todo menos bloqueos, insultos o desprecios que se amparen en la protecci¨®n de una pantalla.
En mi calle, y en todas las calles del pa¨ªs, somos distintos y esa diferencia nos mantiene unidos, equilibrados. Porque no somos esos que discuten en las redes sociales. Somos esos que nos miramos cada tarde y nos preguntamos qu¨¦ tal lo llevamos, que nos ofrecemos a hacer la compra o que aplaudimos de un bloque a otro mientras suena una canci¨®n que nos mueve al mismo comp¨¢s.
Madrid me mata.