Cuando se corren las cortinas
Quiz¨¢ no solo estemos perdiendo esa parte de la intimidad sino que estamos ganando confianza
Creo que hemos perdido algo importante durante estas semanas de aislamiento: la intimidad. Y no hablo de lo que es de uno y no debe ser de nadie m¨¢s, sino de esa celos¨ªa con la que guardamos algunos aspectos fr¨ªvolos de nuestra vida, esa necesidad auto impuesta de la brocha, el brillo y la camisa planchada cuando uno sale ¨Cno ahora¨C a la calle.
El otro d¨ªa Flavita Banana compart¨ªa una ilustraci¨®n de una mujer sin depilar en la que se cuestionaba lo que hacemos por cuidado propio y lo que hacemos por cumplir con lo establecido. Reconozco que me gusta la ropa de estar por casa. No soporto descansar con unos vaqueros o ponerme deportivas para recorrer el pasillo. Paso del maquillaje ¨Caunque agradezco alg¨²n que otro filtro¨C y me importa un bledo c¨®mo tengo el pelo. Sol¨ªa sacar a los perros en ch¨¢ndal y me siento igual de guapa. Ahora, adem¨¢s, estoy en casa, nadie me juzga ¨Ctampoco yo¨C y esa es una sensaci¨®n agradable. Porque eso no significa que no me cuide o que me d¨¦ igual, es mucho m¨¢s simple que todo eso: es una cuesti¨®n de hacer lo que a una le hace sentirse bien. Sea una cosa o sea la otra.
Tengo una nueva costumbre. Los s¨¢bados y los domingos salgo a desayunar a la terraza. Tal y como me levanto: en pijama y con el pelo revuelto. Siempre veo a mi vecino de enfrente apoyado en la barandilla hablando por tel¨¦fono. Alzo la taza y nos saludamos. ?l tambi¨¦n est¨¢ en pijama, uno azul oscuro que le queda muy bien. Unos pisos m¨¢s abajo, siempre puntual, sale mi vecina a aplaudir. Suele hacerlo con los rulos y en bata, aunque siempre lleva las u?as pintadas de un rosa fosforito que creo que puede verse desde Atocha.
Miranda es la que se encarga de sacar a los perros y se ha convertido en mi ventana a otras calles. Siempre que vuelve me cuenta lo que ha visto. Las ventanas de los primeros, antes siempre cubiertas por recelo, lucen ahora despejadas en busca del vecino que pasa y charla brevemente. Ya no molesta que el de la acera mire hacia dentro con curiosidad ni sorprende que el de dentro busque los ojos del de fuera. Los perros de las casas ladran a los de las calles, que les devuelven el ladrido mientras sus humanos se sonr¨ªen con la complicidad de los que saben que tienen, por suerte, la soledad bien cubierta. Algunos se cortan las u?as y otros bailan en el sal¨®n. Suele ver ni?os disfrazados, padres y madres con pintura en la cara, j¨®venes con ropa de deporte que poco o nada se parecen a los modelos deportivos que vemos anunciados pero que sudan felices mientras intentan mantener la coordinaci¨®n.
Quiz¨¢ no solo estemos perdiendo esa parte de la intimidad sino que estamos ganando confianza, tanto con nosotros mismos como con los que tenemos cerca. Peque?os triunfos en mitad del horror. Madrid me mata.
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