Nunca he mirado a alguien y lo primero que he visto ha sido su raza. Cuando era peque?a, mi amiga Rub¨ª era Rub¨ª, no era la rumana. Christian ten¨ªa un acento distinto, pero Ecuador era solo su pa¨ªs de nacimiento y no su cartel de presentaci¨®n. Aprend¨ª que Sof¨ªa era la capital de Bulgaria porque Drago era de all¨ª, pero eso solo fue un truco nemot¨¦cnico y en ning¨²n caso algo que le hiciera diferente. Con pocos a?os, les miraba y lo ¨²nico que ve¨ªa era a ni?os luchadores, tristes en algunas ocasiones, pero conscientes siempre. Nunca apreci¨¦ la distancia entre nosotros porque nunca nadie nos situ¨® e...
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Nunca he mirado a alguien y lo primero que he visto ha sido su raza. Cuando era peque?a, mi amiga Rub¨ª era Rub¨ª, no era la rumana. Christian ten¨ªa un acento distinto, pero Ecuador era solo su pa¨ªs de nacimiento y no su cartel de presentaci¨®n. Aprend¨ª que Sof¨ªa era la capital de Bulgaria porque Drago era de all¨ª, pero eso solo fue un truco nemot¨¦cnico y en ning¨²n caso algo que le hiciera diferente. Con pocos a?os, les miraba y lo ¨²nico que ve¨ªa era a ni?os luchadores, tristes en algunas ocasiones, pero conscientes siempre. Nunca apreci¨¦ la distancia entre nosotros porque nunca nadie nos situ¨® en lugares distintos, pero ellos ya ven¨ªan de otro lugar, uno que te marca cuando debes dejar tu pa¨ªs y que te convierte en una persona con una visi¨®n injusta del sacrificio. Creo que tard¨¦ en entender de d¨®nde ven¨ªa todo aquello: su manera de comportarse tan complaciente, la voz quieta de algunos, la rabia contenida de otros. Pienso en ellos ahora como ni?os e imagino la complejidad del asunto, y me pregunto si alguna vez les hicimos da?o, si pudimos hacer algo m¨¢s por ellos y no ocurri¨®, si supimos leerles por dentro y no quedarnos solo con la historia de fuera.
No he podido ver el v¨ªdeo de la agresi¨®n racista en el Metro de Madrid. No por la violencia y crueldad de las agresoras ¨Ca eso ya estamos todos acostumbrados¨C, sino por el dolor que rezuma en el v¨ªdeo, un dolor absoluto y punzante que se convierte en una especie de neblina persistente: el dolor de los agredidos, que reciben los insultos casi sin sorpresa, que asumen el ataque como si fuera uno m¨¢s. Debemos condenar la agresi¨®n, pero debemos hacernos cargo tambi¨¦n del dolor provocado, de la emoci¨®n partida. Algunos de nosotros seremos afortunados y no llegaremos nunca a empatizar con una situaci¨®n semejante porque la vida nos ha colocado en un lugar m¨¢s afortunado, pero no podemos clamar el amor por esta ciudad, ese Madrid es de todos y todas, la ciudad que acoge a todo el mundo cuando eso no es cierto. No lo es.
Algunos medios y pol¨ªticos exponen la raza antes que el nombre. Con eso lo que consiguen es que nosotros, en la calle, veamos razas y no nombres. La manipulaci¨®n es sutil, el cambio es lento, es un proceso estudiado. Nada queda ya en nosotros de esos ni?os limpios que ve¨ªan el mundo del mismo color. Nos est¨¢n convirtiendo en seres individuales que ven molinos donde solo hay gigantes y viceversa. Nuestras manos est¨¢n vac¨ªas y ellos se encargan de ponernos fantasmas en ellas para que creamos que algo nos pertenece.
Y no. Lo ¨²nico que nos pertenece es el dolor que causamos en el otro y si no hacemos algo, pronto, nos va a arrastrar y cuando queramos darnos cuenta nos habremos convertido en esas personas que neg¨¢bamos ser. Hag¨¢monos todos cargo de ¨¦l: es demasiado grande para uno solo.
Madrid me mata.