El diccionario del caos
Madrid es una ciudad con unos prejuicios de clase m¨¢s viejos que el amor y unas redes clientelares m¨¢s fuertes que el odio
Cuando llegu¨¦ a vivir a Madrid empec¨¦ a trabajar en un nobil¨ªsimo palacete de la Castellana donde todo el mundo quer¨ªa aparentar ser de clase media-alta, aunque aquellos historiados portones los atraves¨¢ramos por igual mileuristas que compart¨ªamos piso y altos ejecutivos con chalet en Fuente del Berro. En esos primeros d¨ªas madrile?os me llam¨® mucho la atenci¨®n hasta qu¨¦ punto mis compa?eros criados en la ciudad eran capaces de desmontarse los unos a los otros haci¨¦ndose una sencilla pregunta: ¡°?T¨² a qu¨¦ colegio fuiste?¡±.
El Rolex falso comprado a un mercader chino en el Soho neoyorquin...
Reg¨ªstrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PA?S, puedes utilizarla para identificarte
Cuando llegu¨¦ a vivir a Madrid empec¨¦ a trabajar en un nobil¨ªsimo palacete de la Castellana donde todo el mundo quer¨ªa aparentar ser de clase media-alta, aunque aquellos historiados portones los atraves¨¢ramos por igual mileuristas que compart¨ªamos piso y altos ejecutivos con chalet en Fuente del Berro. En esos primeros d¨ªas madrile?os me llam¨® mucho la atenci¨®n hasta qu¨¦ punto mis compa?eros criados en la ciudad eran capaces de desmontarse los unos a los otros haci¨¦ndose una sencilla pregunta: ¡°?T¨² a qu¨¦ colegio fuiste?¡±.
El Rolex falso comprado a un mercader chino en el Soho neoyorquino despu¨¦s de un viaje low cost y el traje de chaqueta acr¨ªlico de Zara adquirido en rebajas pod¨ªan haber dado el pego un rato, pero aquella pregunta era capaz de desarmar la parafernalia simb¨®lica del sujeto interrogado en cuesti¨®n de segundos: ¡°?T¨² a qu¨¦ colegio fuiste?¡± Despu¨¦s de obtener la respuesta, el interrogador usaba una mirada de polic¨ªa bi¨®nico que parec¨ªa estar diciendo: ¡°Ahora ya puedo ubicarte: nivel de ingresos, filiaci¨®n pol¨ªtica, genealog¨ªa familiar, gustos culturales¡±. El observado ya ser¨ªa eso para siempre en la cabeza del observador y poco pod¨ªa hacer para cambiarlo.
Al principio yo no comprend¨ªa aquel determinismo. No porque en la peque?a ciudad en la que crec¨ª no hubiese colegios concertados (yo acud¨ª a uno) sino porque, en mi generaci¨®n, este dato biogr¨¢fico no marcaba el destino de cada individuo de forma inexorable y si lo hac¨ªa, era m¨¢s en favor del que hubiese asistido a un centro p¨²blico, donde daban clase los profesores que hab¨ªan conseguido su puesto por oposici¨®n (y por lo tanto hab¨ªan sometido sus conocimientos y su val¨ªa a la aprobaci¨®n de un tribunal superior) que del que hubiese ido al privado, que era donde en muchas ocasiones asist¨ªan los ¡°repetidores¡± y ¡°maleantes¡± de familias con dinero.
En esos momentos me gustaba pensar que el prop¨®sito ¨²ltimo de la primera socialdemocracia -prestigiar las instituciones pagadas por todos- s¨ª se hab¨ªa alcanzado en lugares peque?os, donde las bibliotecas del socialismo ochentero hab¨ªan igualado a los ciudadanos por la v¨ªa cultural. Mientras tanto, en la capital a¨²n funcionaban las viejas ideas del franquismo feudal. Esas que dictan que los ricos estudian con los ricos, y viven en el Norte y los pobres estudian con los pobres y viven en el Sur. Los primeros son ¡°pijos¡±. Los segundos ¡°obreros¡±. Madrid es una ciudad con unos prejuicios de clase m¨¢s viejos que el amor y unas redes clientelares m¨¢s fuertes que el odio. Su diccionario cultural es ¨²til para cualquier pol¨ªtico en periodo electoral (por eso Pedro S¨¢nchez sol¨ªa decir que se crio en Tetu¨¢n, un barrio de trabajadores con elevad¨ªsima poblaci¨®n inmigrante y que estudi¨® en el Ramiro de Maeztu, el instituto de la progres¨ªa radical). Si este diccionario cae en manos conservadoras puede ser un arma letal: usando sus simplones c¨®digos es posible crear estigmas r¨¢pidamente, polarizar a la gente y, por arte de magia, desatar el caos social.