El Internet de los pobres
Ya quedan pocos locutorios y cibercaf¨¦s porque ahora todo el mundo tiene ordenador o ¡®smartphone¡¯
Si mir¨¢semos al microscopio la superficie de los ratones de los ordenadores de los locutorios encontrar¨ªamos millones de nuevas especies de microorganismos, ambientes selv¨¢ticos, nuevas civilizaciones y, probablemente, vida extraterrestre (los cient¨ªficos est¨¢n mirando en la direcci¨®n equivocada). Ya quedan pocos locutorios y cibercaf¨¦s porque ahora todo el mundo tiene ordenador o smartphone, hasta las personas que viven en la calle tienen tel¨¦fono m¨®vil y perfil en redes sociales. Pero quedan los lumpencibernautas, los ¨²ltimos olvidados, los verdaderos outsiders, que toda...
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Si mir¨¢semos al microscopio la superficie de los ratones de los ordenadores de los locutorios encontrar¨ªamos millones de nuevas especies de microorganismos, ambientes selv¨¢ticos, nuevas civilizaciones y, probablemente, vida extraterrestre (los cient¨ªficos est¨¢n mirando en la direcci¨®n equivocada). Ya quedan pocos locutorios y cibercaf¨¦s porque ahora todo el mundo tiene ordenador o smartphone, hasta las personas que viven en la calle tienen tel¨¦fono m¨®vil y perfil en redes sociales. Pero quedan los lumpencibernautas, los ¨²ltimos olvidados, los verdaderos outsiders, que todav¨ªa van al locutorio a engancharse al mundo.
Yo a veces bajo al locutorio a imprimir cosas. Antes no todo el mundo ten¨ªa ordenador, pero el que lo ten¨ªa, ten¨ªa impresora. Ahora todo el mundo tiene ordenador, pero nadie tiene impresora. Los locutorios se han convertido en imprentas. Y, cuando bajo, acaricio esos ratones en cuya superficie est¨¢ todo el genoma universal y que se me quedan pegados a la palma de la mano. Experimento comuni¨®n con todos los seres humanos, los presentes en el locutorio y los que habitan el resto del planeta.
Hace no tanto los locutorios eran verdaderos centros sociales de algunas comunidades inmigrantes, como lo son los bares donde hablan los borrachos, las peluquer¨ªas donde se juntan las familias dominicanas o las lavander¨ªas donde supuestamente se enamoran los hipsters, mirando girar sus calzoncillos sucios, como en una peli de Isabel Coixet.
El mundo ha cambiado mucho: durante la primera d¨¦cada del siglo XXI yo no ten¨ªa ordenador, y mi vida no era peor que ahora, escrib¨ªa y trabajaba en las m¨¢quinas de la universidad o de los locutorios: as¨ª, cuando estaba en casa, offline, mi vida ten¨ªa sentido. En los locutorios ve¨ªa p¨®steres de Guayaquil, mapas de Bangladesh, escuchaba otras m¨²sicas y beb¨ªa latas de refrescos hiperazucarados de marcas que parec¨ªan de ficci¨®n y de frutas que no estoy seguro de que existan.
En los locutorios yo me sent¨ªa como en casa rodeado de gente que no ten¨ªa nada que ver conmigo, pero que se sent¨ªa como en casa. Ten¨ªan algo de establecimiento comercial, pero tambi¨¦n algo del sal¨®n de una vivienda imaginada en un barrio de Barquisimeto o un suburbio de Rangpur, con los ni?os correteando por ah¨ª, la tele puesta a buen volumen y algunos juguetes estrat¨¦gicamente colocados por el suelo para provocar una ca¨ªda dolorosa.
Ahora, cuando bajo a imprimir cosas y solo a imprimir cosas, es cuando veo a los outsiders del locutorio, con su micr¨®fono de diadema, hablando en fonemas impronunciables con familiares en el otro lado del planeta, consultando los resultados del f¨²tbol, jugando a sencillos videojuegos pixelados. En alguna esquina oscura hay hombres lascivos que miran porno girando un poco la pantalla para no ser descubiertos. No tener smartphone es una genuina forma de libertad. La verdadera pobreza, la pobreza m¨¢s extrema, es no tener d¨®nde tocarse lejos de la mirada de los dem¨¢s.