Conseguir trabajo desde una tienda de campa?a
El sue?o de Abel, que a las puertas de la pandemia cay¨® en el hoyo del paro y se estren¨® como sin techo, es incorporarse el d¨ªa 1 a su nuevo empleo
Una tienda de campa?a en un bosquecillo a orillas del r¨ªo Henares es su casa. El ba?o de minusv¨¢lidos de un centro comercial, su lugar de aseo. Una hamburgueser¨ªa, su enchufe para el m¨®vil. Y Youtube, la banda sonora con la que combate la aplastante soledad de las noches de insomnio. Catar el amargo trago del paro y de la pobreza por vez primera es duro. Pero hacerlo durante una pandemia, m¨¢s. Las consecuencias de la covid-19 han escupido a la calle ...
Una tienda de campa?a en un bosquecillo a orillas del r¨ªo Henares es su casa. El ba?o de minusv¨¢lidos de un centro comercial, su lugar de aseo. Una hamburgueser¨ªa, su enchufe para el m¨®vil. Y Youtube, la banda sonora con la que combate la aplastante soledad de las noches de insomnio. Catar el amargo trago del paro y de la pobreza por vez primera es duro. Pero hacerlo durante una pandemia, m¨¢s. Las consecuencias de la covid-19 han escupido a la calle un nuevo perfil de vulnerable. Abel, un especialista en climatizaci¨®n de 43 a?os, nunca antes hab¨ªa ca¨ªdo en el hoyo. Sabe que puede rodar m¨¢s abajo todav¨ªa. Por eso combate a diario para sanar su vida gangrenada y que no acabe en una amputaci¨®n sin marcha atr¨¢s. Los pateos cotidianos tienen un objetivo: volver a trabajar. ¡°Si paro pienso. No quiero pensar¡±.
El 3 de febrero fue despedido de su empresa en Getafe. No sab¨ªa que esa era la fecha en la que su vida se iba a resetear. Hasta entonces, desde los 16 a?os, cuenta que ha trabajado de forma casi ininterrumpida. ¡°Nunca me hab¨ªa faltado m¨¢s all¨¢ de una semana o diez d¨ªas¡±. Como muchos otros, viv¨ªa al d¨ªa y no contaba con apenas margen de maniobra. Ya esas primeras semanas se vio sin casa. ¡°Pas¨¦ hambre incluso¡±. Fueron el pr¨®logo de lo que se le ven¨ªa encima, el terremoto sanitario, social y econ¨®mico del coronavirus. Bofetada de realidad: fin de los escasos ahorros, comedor ben¨¦fico para llenar el est¨®mago y un hostal para personas sin hogar durante el confinamiento facilitado por los Servicios Sociales de Alcal¨¢ de Henares.
Ah¨ª estuvo hasta el 10 de julio. Vuelta al raso. Acab¨® compartiendo el sinsabor de la calle con perros viejos del asunto. ¡°Un buen d¨ªa se fueron sin decir adi¨®s. Menos mal¡±. Abel no echa de menos a ese compa?ero que ¡°hab¨ªa pasado quince a?os en prisi¨®n por dar el palo a una tienda de pieles¡± y a su pareja, a la que describe como una mentirosa compulsiva. ¡°Yo dorm¨ªa con los ojos abiertos¡±. Su relato es el de alguien que a toda costa trata de no encadenarse a una existencia animalizada sin luz al final del t¨²nel. No quiere verse rodeado de los que, sin otra opci¨®n, se limitan a sobrevivir aferrados a las ayudas del sistema o de la caridad. ¡°Nunca he puesto la mano para pedir¡±. Huye tambi¨¦n de los que no quieren o no disponen ya de fuerzas para seguir adelante. Por eso un d¨ªa de agosto cogi¨® una de las dos tiendas de campa?a que dej¨® abandonadas el ex presidiario, la m¨¢s peque?a, y se alej¨® hacia la soledad del Henares. ¡°Estoy en la calle pero no soy de la calle. Estoy por cojones¡±.
Una vez aterrizada la noche, la luz de una linterna hace de gu¨ªa a trav¨¦s del descampado donde los alcala¨ªnos pasean de d¨ªa a sus perros. La niebla se hace m¨¢s espesa al llegar a la arboleda que rodea el margen del r¨ªo. Miles de hojas mojadas tapizan el terreno sobre el que se levanta medio camuflado entre el follaje el peque?o igl¨² de lona azul. Una silla de playa plegada junto a uno de los troncos es el ¨²nico mobiliario. Dentro, dos sacos de dormir, una manta y la mochila. Todo el vestuario lo conforman dos pantalones de ch¨¢ndal, tres camisetas y una muda. Los calcetines que lleva son de los invisibles, por eso va con los tobillos al fresco. Cuando lava los ¨²nicos calzoncillos que tiene van sin ellos hasta que se secan. Una guita de ¨¢rbol a ¨¢rbol hace de tendedero.
Las apariencias son una de sus prioridades. Sabe bien que enga?an. No quiere que nadie detecte a este nuevo Abel. Lucir la careta de la normalidad, esa que evita el rechazo y abre las puertas a la normalizaci¨®n, lleva su tiempo cuando apenas se dispone de medios. ¡°Ahora llevo dos semanas sin ducharme y he llegado a estar hasta tres. En verano es mortal¡±. Cuesta creerlo pues no hay rastro de desali?o, de falta de higiene o de mal olor.
¡°Ahora llevo dos semanas sin ducharme y he llegado a estar hasta tres. En verano es mortal¡±.
El tap¨®n burocr¨¢tico lo tiene todav¨ªa sin cobrar la prestaci¨®n de desempleo. Tan solo le lleg¨® un mes, 402 euros, de los seis que asegura le correspond¨ªan. Se ha cansado de llamar a la puerta de la administraci¨®n. Ahora prefiere llamar a la puerta de las empresas. Hace kil¨®metros y kil¨®metros presentando su curr¨ªculum. La humedad de las lluvias de noviembre y unas zapatillas de deporte m¨¢s que explotadas le han dejado de recuerdo unas llagas en los pies de las que se resiente en sus caminatas diarias. ¡°Adem¨¢s de toda mi experiencia en climatizaci¨®n, fontaner¨ªa o calefacci¨®n, tengo el carn¨¦ de carretillero¡±. Gracias al m¨®vil accede a portales de empleo como Infojobs o consulta las ofertas de Adecco. Tambi¨¦n se dirige a grandes empresas como Inditex o Decathlon a trav¨¦s del correo electr¨®nico. No lo ha logrado con Amazon. Abel describe un mercado laboral saturado de mano de obra. ¡°Ya no hay aprendices. Quieren gente con experiencia. Piden para lo que sea m¨ªnimo dos tres a?os¡±.
A mediod¨ªa la parada para el almuerzo es en la Casa de Acogida Virgen de las Angustias. All¨ª coincide con algunos a los que no quiere parecerse porque viven sumidos en una espiral de exigencias: ¡°?Otra vez macarrones como hace dos d¨ªas?¡±. Abel lo tiene claro, lo primero es agradecer a los que le est¨¢n ayudando. ¡°Para m¨ª hoy todo es comida¡±. Las tardes le sirven para acudir a un McDonalds donde recarga su tel¨¦fono y una bater¨ªa externa. Es una herramienta importante para mantenerse en contacto con su entorno familiar en Catalu?a y que apenas conoce su batacazo. Su ex mujer, con la que estuvo casado ocho a?os, y su hermano est¨¢n al tanto. Su hijo de 15 a?os, su madre, su t¨ªa y su abuela viven enga?ados detr¨¢s de las frecuentes llamadas desde Madrid. No quiere suponer un lastre para ellos ni hacerles sentir que es un fracasado. Solo una amiga, en cuya casa se ducha de vez en cuando, ha visitado la tienda de campa?a. ¡°Ella no me ha fallado¡±, reconoce, aunque su discurso est¨¢ en todo momento libre de culpables y de lamentos. En la estrechez del refugio, Abel llena el vac¨ªo del desvelo nocturno escuchando m¨²sica en el m¨®vil sin dejar de vigilar el nivel de la bater¨ªa. Navega muchas aguas, de Muse a Manuel Carrasco, y en estos meses ha descubierto a Carla Morrison.
Esta semana arranc¨® sin embargo con un sobresalto positivo. El lunes escap¨® satisfecho de su primera entrevista cara a cara con una gran empresa de servicios y mantenimiento. Ese esperanzador ¡°vuelva el mi¨¦rcoles¡± lo tuvo m¨¢s en vilo de lo habitual noche del martes. Por la tarde se hab¨ªa afeitado una vez m¨¢s en el ba?o del centro comercial como ritual preparatorio. Muy de madrugada se escurri¨® fuera de la tienda carcomido por los nervios y, todav¨ªa de noche, se dirigi¨® a la capital con una tarjeta para transporte p¨²blico facilitada por Cruz Roja. Esa segunda cita confirm¨® sus mejores expectativas. El 1 de diciembre vuelve a trabajar. Y, dem¨¢s, de lo suyo. ¡°Esta noche he dormido del tir¨®n. Hab¨ªa d¨ªas que pensaba que no iba a salir nunca de aqu¨ª. Ahora todav¨ªa no me lo creo, hasta que no me vea equipado, con el uniforme y en la furgoneta¡±.
Cruz Roja ha supuesto desde el verano un importante punto de apoyo. Abel es uno de los beneficiarios de su programa de atenci¨®n integral de personas sin hogar. Gracias a ¨¦l Abel ya hab¨ªa realizado un par de entrevistas de trabajo por v¨ªdeoconferencia. La trabajadora social Raquel Zafra y los voluntarios dan por buena la noticia de que en breve van a perderlo como usuario. Este mismo jueves le han facilitado con cargo al programa algo de dinero para ropa y calzado. Ya le preparan tambi¨¦n el abono transporte para cuando se incorpore el d¨ªa 1.
El sue?o de Abel es hoy una habitaci¨®n de 300 euros al mes en un piso compartido del casco viejo de Alcal¨¢ de Henares. Eso y un viaje a Catalu?a para sentir de cerca el calor de esos a los que oculta su bajada a los infiernos del sinhogarismo. Su hijo, su madre, su t¨ªa o su abuela ¡°ya muy mayor¡±. Suficiente para que la tienda de campa?a junto al meandro del Henares, el ba?o del centro comercial y el enchufe del McDonalds se conviertan en una tragedia pand¨¦mica del pasado.
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