Hemos vuelto a vernos. Esta vez t¨ªmidamente, tras los cristales empa?ados. Ha sido m¨¢s raro. Nos sabemos a medias la vida de los otros, en el viejo Madrid se apelmazan las ventanas a escasos metros y podemos detallar de memoria los muebles del sal¨®n de enfrente.
El parpadeo de las luces navide?as saltaba hasta hace poco de unas casas a otras. Durante los aplausos nos conocimos, nos anim¨¢bamos, nos pon¨ªamos m¨²sica (¡°Agapim¨²uuuuu¡±)¡ y luego pasamos a la indiferencia de anta?o. La masa, la muchedumbre.
Pero hemos vuelto a cruzarnos las miradas, a decirnos hola sin palabras. Buscando...
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Hemos vuelto a vernos. Esta vez t¨ªmidamente, tras los cristales empa?ados. Ha sido m¨¢s raro. Nos sabemos a medias la vida de los otros, en el viejo Madrid se apelmazan las ventanas a escasos metros y podemos detallar de memoria los muebles del sal¨®n de enfrente.
El parpadeo de las luces navide?as saltaba hasta hace poco de unas casas a otras. Durante los aplausos nos conocimos, nos anim¨¢bamos, nos pon¨ªamos m¨²sica (¡°Agapim¨²uuuuu¡±)¡ y luego pasamos a la indiferencia de anta?o. La masa, la muchedumbre.
Pero hemos vuelto a cruzarnos las miradas, a decirnos hola sin palabras. Buscando ese copo de nieve, esa lluvia, ese fr¨ªo cortante. Todo por Filomena, de reojo. Hoy refugiados al son de la calefacci¨®n. Enero ha desplegado toda su ortodoxia del fr¨ªo madrile?o. Lo nunca visto. Duro, afilado, ¨¢rido, golpeador, hiriente, aguzado, cruel, despiadado. Ese que ya te escupe en cuanto abres la puerta sin compasi¨®n.
Se desliza la cartograf¨ªa sentimental del fr¨ªo capitalino, ese que llega sin rebajas y que hace temblar a la ciudad. Ese que desconocen los novatos que desembarcan en la urbe y quedan en la plaza de Espa?a. Tambi¨¦n lo has hecho. ?Error! ?Puede haber una esquina m¨¢s congelante que la de all¨ª con la calle Princesa? Puro tiritar.
Ese blanco de la nieve nos hace olvidar lo negro que est¨¢ el mundo.
Esa rasca en la rampa mec¨¢nica de Atocha para bajar a los andenes antes de coger el tren, esa garganta acongojada mientras se suben las escaleras infinitas entre el metro y la estaci¨®n de Chamart¨ªn bajo las cuatro torres, esas manos en los bolsillos cuando se deja atr¨¢s un concierto en La Riviera a la intemperie del hundido Manzanares, ese aplastante crujido en la cabeza al atravesar el cemento impasible de la plaza de Felipe II, esa ruta polar para salir de los jardines de la Universidad Complutense, ese correr desesperado para refugiarse en el intercambiador de Moncloa, esos nudillos al borde de la petrificaci¨®n al esperar que se ponga en verde el sem¨¢foro de Conde de Casal.
Fr¨ªo, fr¨ªo. El que sienten ahora los vecinos de la olvidada Ca?ada Real, el que se nos mete en el cuerpo cuando recordamos en silencio el Palacio de Hielo, el que revienta al leer que Madrid est¨¢ a la cola en vacunaci¨®n, el de ver c¨®mo se multiplican los casos en esta tercera ola, el que se apodera de la enfermedad invisible del siglo XXI de la soledad en las grandes ciudades, el que tienen las personas sin hogar que abarrotan los bajos en la glorieta de Ruiz Jim¨¦nez, el que enfurece por la subida de la factura el¨¦ctrica.
Pero tambi¨¦n ese fr¨ªo nos hace sacar alguna sonrisa en esta peque?a edad de hielo. Los ni?os que ven por primera vez la nieve en Madrid, los patos patinando sobre el estanque helado del Retiro, los v¨ªdeos que mandamos como un abrazo con nuestras tejas cuajadas, las palas de los vecinos abriendo caminos. Ese blanco que nos hace olvidar lo negro que est¨¢ el mundo, ese reencuentro bajo cero en las ventanas. Asediemos los copos y no los parlamentos. Enero.