Un caso de ¨¦xito: 22 ni?os tutelados por Madrid experimentan c¨®mo se vive en familia durante un curso escolar
Un programa piloto selecciona durante la pandemia a menores que viven en residencias para integrarse en hogares. Este a?o no hay casas suficientes para los 60 candidatos apuntados
Llam¨¦mosle Fede, un chico de 15 a?os, que vive en una residencia acogido por la Comunidad de Madrid, que har¨¢ de tutor, de padre y madre a la vez, hasta su mayor¨ªa de edad. Fede es uno m¨¢s entre 1.382 menores que viven en 98 residencias. En su mismo caso est¨¢ su hermana peque?a, que ha cumplido los 14. Ambos tienen que hablar. Fede debe tomar una decisi¨®n importante, si acepta vivir durante un curso escolar con una familia de acogida a la que no conoce de nada. Estudian la situaci¨®n casi como dos adultos analizan una vida: ¨¦l no quiera dejar sola a su hermana y ella prefiere que se aleje de al...
Llam¨¦mosle Fede, un chico de 15 a?os, que vive en una residencia acogido por la Comunidad de Madrid, que har¨¢ de tutor, de padre y madre a la vez, hasta su mayor¨ªa de edad. Fede es uno m¨¢s entre 1.382 menores que viven en 98 residencias. En su mismo caso est¨¢ su hermana peque?a, que ha cumplido los 14. Ambos tienen que hablar. Fede debe tomar una decisi¨®n importante, si acepta vivir durante un curso escolar con una familia de acogida a la que no conoce de nada. Estudian la situaci¨®n casi como dos adultos analizan una vida: ¨¦l no quiera dejar sola a su hermana y ella prefiere que se aleje de algunas malas compa?¨ªa en la residencia. Gana la hermana peque?a.
En las mismas fechas, hace un a?o, la familia Serrano Llabr¨¦s organiza otro c¨®nclave. Javier e Irene, de 54 y 55 a?os, mandan un mensaje a sus cinco hijos para comunicarles que hab¨ªan decidido dar el paso y abrir las puertas de su casa durante el curso escolar a uno de aquellos menores tutelados por el Gobierno regional. ¡°?Qu¨¦, qu¨¦, qu¨¦?¡±, responde por WhatsApp Juan, el mayor. ¡°Esto hay que hablarlo bien¡±, matiza. La decisi¨®n ten¨ªa que ser consensuada entre los siete porque implicaba cambios en toda la casa familiar, situada en Villanueva de la Ca?ada. Alguno tendr¨ªa que mudarse de habitaci¨®n. Y a partir de ese momento todos compartir¨ªan espacio y rutinas con un desconocido que probablemente tuviera una mochila cargada con una vida complicada.
Las dos reuniones, la de Fede con su hermana, y la de los Serrano Llabr¨¦s llegaron a la misma conclusi¨®n. Y as¨ª fue como el chico callado que suspend¨ªa casi todas las asignaturas, bailaba kpop (un baile coreano) y ten¨ªa mil cosas en la cabeza, hizo una maleta y se instal¨® en Villanueva de la Ca?ada. Su vida, en un a?o, se ha transformado.
Fede es uno de los 22 menores que han formado parte de un proyecto piloto que la Asociaci¨®n Estatal de Acogimiento Familiar propuso el curso pasado a la Comunidad de Madrid para evitar, seg¨²n dice Mar¨ªa Arauz de Robles, presidenta de esa entidad, ¡°situaciones cr¨ªticas a ra¨ªz de la pandemia¡±. Confinados todo el d¨ªa en residencias, el desastre acad¨¦mico y emocional, ya de por s¨ª bastante extendido, amenazaba con ser irreversible. ¡°Aunque tengan las necesidades b¨¢sicas cubiertas¡±, admite Alberto San Juan, director general de Infancia, Familia y Fomento de la Natalidad, ¡°les falta lo emocional y terminan teniendo carencias¡±. Naci¨® as¨ª el proyecto SOS Covid, que este a?o ha pasado a denominarse Un curso en familia.
De aquellos 22 voluntarios de hace un a?o, se ha pasado a 60 este curso. Pero hay un problema: solo 30 familias se atreven a acogerlos.
Las preguntas que se hacen las familias de acogimiento son obvias ?Qu¨¦ pasa si sale mal? ?Y si no se adapta bien? Es dif¨ªcil decidirse, tienen miedo a meterse en un t¨²nel sin salida. Porque la etiqueta de ni?o problem¨¢tico persigue a estos 1.382 menores, cuya corta vida est¨¢ llena de dolor y dureza. La Administraci¨®n toma su tutela por razones diversas y extremas, como que los progenitores hayan ingresado en prisi¨®n, tengan problemas graves de salud mental, con las drogas o el alcohol, o se produzca maltrato f¨ªsico o abusos sexuales en el hogar. Han heredado una situaci¨®n l¨ªmite que no impide que, casi siempre, los ni?os renieguen de la distancia impuesta y quieran volver con sus padres. Y, a pesar de que solo son aptos para irse a una casa aquellos, como Fede, que tengan el visto bueno de los expertos con los que cuenta la Administraci¨®n, el aterrizaje en una casa de acogida tampoco suele ser un camino de rosas. Arauz admite que se necesita paciencia a raudales y dosis extra de cari?o.
Una vez que dan el paso, los ni?os agarran fuerte la segunda oportunidad.
Ese es el caso de Fede. El chico valora ahora algo tan banal como poner y quitar la mesa, como hac¨ªa en su casa cuando era peque?o, y formar parte de las cenas familiares. Asume con total normalidad repartirse con el resto de la familia qui¨¦n cocina cada noche. A ¨¦l le toca hacerlo con Javi, el peque?o de la casa, de 13 a?os, con el que se ha especializado en hacer ¡°macroensaladas¡±. Ha conseguido estabilizarse. Tranquilizarse. Integrarse. Este curso se encarg¨® de avisar a la familia Serrano de que el proyecto continuaba otro a?o porque quer¨ªa repetir. Y le ha ido de lujo. Ya ha dejado atr¨¢s la timidez (¡°al principio hablaba poco, llegaba y se encerraba en su cuarto a estudiar¡±, dice Irene) y se ha centrado tanto que despu¨¦s de repetir un curso ha descubierto que hasta le gusta el lat¨ªn y la econom¨ªa, dos peajes por los que tiene que pasar en el instituto para llegar a ser dise?ador gr¨¢fico, una meta lejana pero ya no imposible.
Otro caso fue el de Lola, de 17 a?os, a quien le emocion¨® especialmente otro detalle sin importancia aparente: tener en sus manos las llaves para entrar y salir de su casa de acogida. Era un s¨ªmbolo. La coronaci¨®n de su propia monta?a. M¨¢s que la comida, o la ropa, con las llaves en su mano pens¨® que por primera vez formaba parte de algo, que adem¨¢s le daba cierta libertad. Llevaba en la residencia desde los ocho a?os y a los 15 comenz¨® en su cabeza una cuenta atr¨¢s. A los 18 ten¨ªa que irse de all¨ª y eso le quitaba el sue?o. No estudiaba y no sab¨ªa en qu¨¦ ganarse la vida. Tampoco quer¨ªa volver con su familia biol¨®gica. Vivir en una de acogida le ha dado unas llaves y un futuro. Ha empezado a estudiar (y a aprobar) y quiere estudiar formaci¨®n profesional.
Maca, de 13 a?os, agradeci¨® que por primera vez alguien la recogiera por la noche, cuando sal¨ªa con sus amigas, que estuvieran pendiente de ella y que pudiera dejar atr¨¢s el estigma. Quer¨ªa ser ¡°normal¡±, explicaba una y otra vez al matrimonio que la acogi¨® hace un a?o, y por eso le ped¨ªa repetidamente que no revelara a sus amistades su historia real, que no era otra que su madre hab¨ªa desaparecido sin dejar rastro y dej¨¢ndola a ella y a sus seis hermanos atr¨¢s, raz¨®n por la que hab¨ªa estado viviendo en una residencia de menores. Un a?o despu¨¦s, y a pesar de sus vaivenes emocionales, ha remontado el desastre acad¨¦mico en el que estaba instalada y tiene enmarcado en su cuarto el primer examen de Matem¨¢ticas que aprob¨® con un 9,25. Su objetivo ahora: quiere ser crimin¨®loga.
Xena, de nueve a?os, supo lo que era llevar al colegio su fruta favorita metida en un t¨²per o dormir con una luz encendida en su cuarto. Tambi¨¦n lo que es una noche de viernes con peli y palomitas en el sof¨¢. Y asume ya con m¨¢s naturalidad que cuando va a ver a su familia biol¨®gica (las visitas se mantienen siempre) puede tener bajones que ha aprendido a gestionar gracias a la mujer que la acogi¨® temporalmente y que ha empezado los tr¨¢mites para que sea de forma permanente.
Jes¨²s Palacios, catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Evolutiva en la Universidad de Sevilla, ha estudiado cientos de casos de menores como Fede, Lola, Maca o Xena y asegura que las consecuencias de la estancia en residencias, a largo plazo, no se pueden separar del hecho concreto que les hizo acabar ah¨ª, es decir, de cu¨¢nto sufrieron en sus hogares y durante cu¨¢nto tiempo. Tambi¨¦n depende de las caracter¨ªsticas del ni?o, ¡°porque los hay muy fr¨¢giles y los hay muy resilientes¡±. ¡°Hay que tener cuidado de no generalizar y no generar el perfil de que son inadaptados o peligrosos¡±, insiste Palacios sobre estos chicos, cuyo estigma les persigue pese a ser v¨ªctimas colaterales.
Lo que se ha encontrado, por lo general, son menores que con el paso del tiempo sufren ¡°fragilidad emocional¡±, que desconf¨ªan de los adultos, ¡°los cuales han sido fuente de peligros y no han estado a su lado de forma incondicional¡±. En la parte intelectual, contin¨²a, suelen tener problemas de atenci¨®n sostenida o focalizada, por eso les cuesta tanto concentrarse en los estudios, sumado a que no han aprendido el control voluntario de los impulsos.
Esa es la raz¨®n por la que un ambiente familiar, estable, donde emocionalmente se sientan seguros, se convierte en una especie de ant¨ªdoto. ¡°De repente florecen cuando se sienten queridos y protegidos¡±, avisa Palacios, que recuerda tambi¨¦n que los menores ¡°no son plantitas¡±. Eso requiere una capacidad educativa adecuada. ¡°No buscamos h¨¦roes en las familias, necesitamos gente emocionalmente fuerte con mucho cari?o que dar y que recibir¡±.
Irene no se plante¨® si era fuerte. Cuenta que ella hab¨ªa fantaseado varias veces con el hecho de ayudar a uno de estos chicos, pero Javier, su marido, hab¨ªa cerrado la posibilidad porque no era el momento vital adecuado. Sin embargo, algo cambi¨® hace un a?o, cuando se enteraron del proyecto que se iba a poner en marcha para menores de entre 6 y 17 a?os y que duraba justo el curso escolar. ¡°El hecho de que hubiera un espacio temporal concreto ayud¨® mucho. Porque piensas que el compromiso que adquieres, si algo no funciona, tiene fecha de caducidad¡±, explica ¨¦l. Despu¨¦s se llevaron a Fede en verano, de vacaciones, y la uni¨®n se intensific¨®.
No son adopciones
Lo mismo le pas¨® a la familia Feo Recio. Javier y Reyes, de 50 y 49 a?os, se animaron el curso pasado porque el compromiso estaba acotado en el tiempo y a largo plazo ¡°da un poco de miedo¡±. La experiencia para ellos ha sido ¡°muy positiva¡±, aunque este curso no han podido repetir. Se vieron obligados a alquilar una de las habitaciones de la casa por temas econ¨®micos y se quedaron sin espacio. ¡°?l no lo entendi¨®, nos dec¨ªa que no hab¨ªa hecho nada malo, y nos daba mucha pena. Pero ahora le recogemos los fines de semana para hacer planes familiares¡±, explica Reyes, que reconoce que han comprobado que estos chicos demandan mucha atenci¨®n aunque ¡°tienen m¨¢s madurez para otras cosas¡±.
Otros, como la familia Rodr¨ªguez Dotor, lo tuvieron claro desde el principio. Raquel, la ¨²nica hija que tienen Juan Carlos y Mar, hab¨ªa encontrado la horma de su zapato en el colegio. Tiene una discapacidad motora y se uni¨® como nunca antes lo hab¨ªa hecho a Lola, la chica que se emocion¨® con las llaves de su casa, con otra discapacidad. U?a y carne, se pasaban el d¨ªa juntas, as¨ª que la familia empez¨® primero a incluirla en sus planes y cuando se enteraron del plan piloto no dudaron en meterla en su casa.
Lola se recuesta en el sof¨¢ con la confianza que ha adquirido con el tiempo y respira tranquila porque ha congelado su cuenta atr¨¢s con la edad. Comparte con Raquel habitaci¨®n, horas, vida y hasta escapadas por el barrio antes vetadas. Act¨²an como hermanas sin serlo.
Por eso mismo, porque no lo son, ni lo ser¨¢n, Palacios y Arauz, como psic¨®logo y presidenta de la Asociaci¨®n Estatal de Acogimiento Familiar, insisten en que estos acogimientos no son adopciones, sino un tr¨¢nsito vital que sirve para que estos chicos crezcan con otros modelos familiares o referentes mientras esperan a que la situaci¨®n en su casa mejore y puedan volver con sus padres. ¡°Los ni?os son conscientes de lo que ocurre y sienten esa ambivalencia, quieren volver y viven los encuentros con sus familiares con alegr¨ªa¡±, explica el psic¨®logo. La idea, por tanto, es ayudarles a establecerse, a evolucionar y a quitarse el estigma. ¡°Luego, las personas no funcionamos como si fu¨¦ramos un metro, que dejan atr¨¢s paradas como si fueran cap¨ªtulos cerrados de una vida. Si se ha creado un v¨ªnculo es bueno mantenerlo despu¨¦s y que haya sentido de continuidad. Que vean que el cari?o no ha sido temporal o impostado¡±.
"Muchos viven en una residencia toda su vida"
El desconocimiento de los programas de acogimiento es una de las trabas con las que se encuentran los menores. Y eso que la modificación de la normativa en 2015 contempla por primera vez de manera expresa la prioridad del acogimiento familiar frente al residencial, en especial para los menores de hasta seis años.
Antes de que el programa Un curso en familia se pusiera en marcha en Madrid el año pasado a propuesta de la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar (con el trabajo de otras como Familias para la Acogida y la Asociación de Acogedores Menores de Madrid —ADAMCAM— y la Fundación Soñar Despierto), en la región ya había 2.304 menores en acogimiento. De ellos, 1.357 están en lo que se denomina “familia extensa”, es decir, con personas que guardan un grado de parentesco con el menor, y 947 en “familia ajena”. Lo normal, en este último caso, es que encuentren esa suerte los más pequeños. Los demás (1.392), una vez que entran en un centro encuentran complicaciones para salir, a pesar de que los especialistas no recomiendan que vivan en una residencia más de dos años. “Muchos acaban allí toda su vida”, lamenta María Arauz de Robles, la presidenta de la asociación.
Dentro de las familias ajenas también existen diferentes modelos. Los de urgencia, destinados para que los menores de tres años no entren en una residencia. Los permanentes, cuando por la situación familiar se contempla la estancia indefinida. Y los temporales, en principio, pensados para dos años. Madrid fue pionera con el programa del curso escolar, más acotado en el tiempo aún. Galicia y Valencia lo están estudiando ahora.
En verano y los fines de semana hay otros programas más laxos para que los menores disfruten con familias.
Las personas interesadas en Un curso en familia pueden preguntar en aseaf@aseaf.org y acogimientos.familiares@madrid.org.
Suscr¨ªbete aqu¨ª a nuestra newsletter diaria sobre Madrid.