El barrio
Si algo es Madrid de verdad (que a saber) en esta ¨¦poca de barber¨ªas ultramodernas y pisos para turistas son los barrios bastardos sin identidad
Me sent¨¦ en la terraza del Docamar de Quintana y pens¨¦ en Zemmour, el candidato ultraderechista a la presidencia de la Rep¨²blica de Francia. Vino el camarero, me pregunt¨® que qu¨¦ quer¨ªa, le contest¨¦ que una de bravas, claro, y record¨¦ lo que Zemmour asegura en sus entrevistas de campa?a: que cuando era ni?o, en los a?os cincuenta y sesenta, en la periferia de Par¨ªs, los barrios de emigrantes ¨Ccomo el suyo¨C eran distintos. Habitado por italianos, espa?oles...
Me sent¨¦ en la terraza del Docamar de Quintana y pens¨¦ en Zemmour, el candidato ultraderechista a la presidencia de la Rep¨²blica de Francia. Vino el camarero, me pregunt¨® que qu¨¦ quer¨ªa, le contest¨¦ que una de bravas, claro, y record¨¦ lo que Zemmour asegura en sus entrevistas de campa?a: que cuando era ni?o, en los a?os cincuenta y sesenta, en la periferia de Par¨ªs, los barrios de emigrantes ¨Ccomo el suyo¨C eran distintos. Habitado por italianos, espa?oles, argelinos y portugueses, el barrio humilde recordado por Zemmour constitu¨ªa una especie de para¨ªso integrador y franc¨¦s que, adem¨¢s, brindaba las oportunidades necesarias para que tipos como ¨¦l escaparan de all¨ª a base de sobresalientes en Sciences Po. Ahora, seg¨²n Zemmour, es distinto: esos mismos barrios, todos islamizados, representan un peligro disgregador que amenaza la idea de Francia, que a saber qu¨¦ es eso.
Pensaba yo en Zemmour y sus cosas mientras el camarero me tra¨ªa las bravas ba?adas en esa salsa de tomate cuya f¨®rmula debe de valer tanto como la de la Coca-Cola. Hac¨ªa mucho que no pasaba por Quintana. Record¨¦ algunas tardes de domingo de los setenta en las que, de ni?o, mis padres nos tra¨ªan a mis hermanos y a m¨ª desde San Blas dando un paseo. Hab¨ªa por entonces una tienda de zapatos llamada Los Guerrilleros que era muy barata y otra de pantalones vaqueros, Los Catalanes, que te ofrec¨ªa dos pantalones por uno. Yo le ped¨ªa a mi madre unos Wrangler o unos Lois, pero mi madre, cabezota, era m¨¢s partidaria de Los Catalanes.
Ya no est¨¢n Los Catalanes. Ni Los Guerrilleros. A lo mejor lo ¨²nico que perdura en el barrio despu¨¦s de tantos a?os es la famosa salsa de tomate del Docamar. Pero algunas tiendas de ropa regentadas por chinos de la zona se parecen mucho a la que vend¨ªa birrias de vaqueros dos por uno y que yo detestaba. El local de pollos asados del peruano de enfrente tiene el mismo aire entre rural y desamparado de los bares de emigrantes segovianos o abulenses de a?os atr¨¢s. Y el principio econ¨®mico del tira p¡¯alante de la canci¨®n de Carlos Cano sigue siendo el mismo que empuja a los habitantes de estas calles, antes llegados de Andaluc¨ªa o de Castilla (como mis padres) y ahora de Ecuador o Ruman¨ªa. Mientras me termino las patatas bravas pienso ahora en Lampedusa (me ha dado intensa la ma?ana) y en que si algo es Madrid de verdad (que a saber) en esta ¨¦poca de barber¨ªas ultramodernas y pisos para turistas en Malasa?a son estos barrios bastardos sin identidad que se metamorfosean cada d¨¦cada, pero que en el fondo no cambian nunca. Pasan por delante de m¨ª dos ni?os de 12 o 13 a?os, de pelo liso y oscur¨ªsimo, de rasgos indios, cargados con mochilas. Vienen o van al instituto. Llevan los faldones de la camisa por fuera. Se r¨ªen de algo. Los conozco. Somos mi amigo Alberto y yo.
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