Usar la madrugada en el centro de menores para aprender a ser panadero
Los adolescentes que cumplen medidas judiciales en el Teresa de Calcuta en Madrid pueden trabajar en una panificadora dentro de las instalaciones en la que aprenden un oficio y cotizan
Por los ventanucos a¨²n no asoma la luz del sol, cuando Alberto, con pantal¨®n y camiseta blanca, se coloca una redecilla en el pelo y empieza con la liturgia del pan. Desde hace tres meses, aprende el oficio. Cada d¨ªa, elabora 500 barras de pan para sus compa?eros de medida judicial. Y tambi¨¦n tartaletas, cruasanes y ca?as de crema en d¨ªas alternos. ¡°La primera noche no pude dormir¡±, dice ¨¦l con una amplia sonrisa mientras no quita el ojo a las barras reci¨¦n salidas del horno. Hace algo m¨¢s de un a?o que ingres¨® en el centro de menores infractores Teresa de Calcuta, en Brea de Tajo (Madrid), para cumplir su sentencia y nunca pens¨® que acabar¨ªa con las manos en la masa.
Junto a ¨¦l trabaja un empleado externo y el empresario que gestiona la panificadora del centro, Javier Alc¨¢zar. ¡°En seguida se ve cuando un chaval tiene ganas y actitud y a ¨¦l se le va bien¡±, dice por lo bajini. Mientras el chico rasca las barras para quitar los restos de harina, Javier le recomienda, desde su experiencia: ¡°Este trabajo fuera te vendr¨ªa bien, porque se gana dinero y adem¨¢s as¨ª ocupas la noche en esto¡±. Alberto vuelve a sonreir mientras el hombre a?ade: ¡°Que yo tambi¨¦n he disfrutado mucho la noche eh¡±. El joven no sabe si cuando recupere su libertad seguir¨¢ con el oficio o se dedicar¨¢ a otro: ¡°Yo solo quiero trabajar, no me importa en lo que sea¡±.
La panificadora de este centro de menores, ubicado en el l¨ªmite entre la Comunidad de Madrid y Castilla La-Mancha, abri¨® poco tiempo despu¨¦s de que fueran inauguradas las propias instalaciones, en 2006. Desde el principio, se concibi¨® como un espacio en el que los internos pudieran aprender un oficio y tener un contrato de trabajo para favorecer su inserci¨®n laboral cuando vuelvan a salir a la calle. Se rigen por el convenio del sector, como cualquier otro empleado y cobran unos 800 euros al mes.
Pero aqu¨ª no trabaja cualquiera. ¡°Existen una serie de requisitos como haber tenido buen comportamiento, una progresi¨®n, y que sea lo m¨¢s adecuado para el chico en base a las necesidades que establecemos para cada uno con criterios sociales y educativos¡±, apunta Jos¨¦ Antonio Morales, director del centro. ¡°Procuramos tambi¨¦n que sean chavales que van a estar un tiempo porque necesitan un periodo para aprender y sacar la producci¨®n adelante¡±, agrega. En estos 16 a?os, han pasado por este horno una docena de j¨®venes.
Todos los menores infractores que vienen a trabajar aqu¨ª, quieren hacerlo, es un puesto codiciado porque dota de mayor independencia y supone un voto de confianza para el que designan para este puesto. Para Alberto, es su primer contrato de trabajo en toda su vida. Ese no es su nombre real, sino uno elegido por ¨¦l para garantizar su privacidad y seguridad. Como se repite en muchas de las historias de los j¨®venes que acaban aqu¨ª, su curr¨ªculo est¨¢ marcado por el fracaso escolar. ¡°A m¨ª no se me daba bien y no quer¨ªa estar ah¨ª calentando silla¡±, reconoce. Antes de los 16, ya hab¨ªa abandonado las clases. ¡°Me met¨ª en l¨ªos, apenas pisaba mi casa. Pero ahora estoy enfocado en hacer las cosas bien¡±, asegura.
Las horas aqu¨ª dan para mucho y, aunque la elaboraci¨®n del pan tiene que ser precisa como un reloj suizo, a veces hay tiempo para la charla, con el zumbido constante de las m¨¢quinas como hilo de fondo. ¡°Nosotros ni sabemos ni tenemos por qu¨¦ saber lo que han hecho los chavales que vienen aqu¨ª, a veces surgen conversaciones y te das cuenta de que no todo es blanco o negro, que la vida le lleva a cada uno por donde puede¡±, comenta Alc¨¢zar. Si todo va bien, el chico designado para la panificadora puede permanecer en este trabajo hasta el final de su medida judicial.
El Teresa de Calcuta cuenta con una capacidad para 140 menores, aunque ahora mismo hay 121 internos, la mayor¨ªa de ellos, en r¨¦gimen cerrado. Se encuentra en medio de la nada, junto a un pueblo de apenas 500 habitantes. Adem¨¢s de la panificadora, en estas inmensas instalaciones de 80.000 metros cuadrados, cuentan con talleres de formaci¨®n profesional. Est¨¢ el mec¨¢nico, otro de peluquer¨ªa, el de fontaner¨ªa, otro de pasteler¨ªa, cer¨¢mica, dise?o gr¨¢fico, electricidad, montador de equipos inform¨¢ticos... Cuando salgan a la calle, depender¨¢ de los chicos aprovechar lo que hayan aprendido durante su medida de internamiento.
La rutina diaria de Alberto no ha hecho m¨¢s que empezar. Mientras barniza con alm¨ªbar los cruasanes, y el calor del horno inunda la peque?a estancia, el chico repasa su jornada. Cuando acaba con su trabajo, sobre las siete, puede volver a su habitaci¨®n a descansar un rato. A continuaci¨®n desayunar¨¢ con sus compa?eros, dedicar¨¢ la ma?ana a estudiar, y por la tarde puede hacer deporte o disfrutar de un tiempo de ocio. Sobre las nueve volver¨¢ a su habitaci¨®n para dormir y esperar¨¢ a que a las dos y media de la ma?ana, un empleado del centro vuelva a llamar a su puerta para despertarlo. ¡°Aqu¨ª siempre est¨¢ la cabeza ocupada¡±, indica Alberto. Para muchos de estos chicos, la llegada a un centro de menores representa la primera vez que alguien les pone l¨ªmites y rutinas.
El cielo clarea a trav¨¦s de las ventanas y las decenas de barras de pan ya est¨¢n metidas en las cajas en las que luego se distribuir¨¢n por el centro. Parte del producto se va para el pueblo, donde se vender¨¢ en la tienda de alimentaci¨®n. ¡°Los compa?eros dicen que desde que las hago yo est¨¢n malas¡±, bromea el chico. Es hora de apagar las luces, la masa madre del d¨ªa siguiente espera en el frigor¨ªfico y los internos del centro tendr¨¢n en breve el pan reci¨¦n hecho en sus platos.
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