492 d¨ªas en la vida del menor n¨²mero 21
El director del centro de menores seleccion¨® a cuatro internos para un reportaje de EL PA?S, pero entre ellos recomend¨® a uno: ¡°Hay chicos que llegan en el cero y se van con un 10. En este caso, est¨¢ en un cuatro, pero es que lleg¨® con un -20¡°. ¡°Tiene una historia que contar¡±, advirti¨®, ¡°y sabr¨¢ c¨®mo hacerlo¡±. Este es el viaje de sus ¨²ltimos seis meses hacia la libertad
El director del centro de menores seleccion¨® a cuatro internos para un reportaje de EL PA?S. Pero recomend¨® a uno: ¡°Hay chicos que llegan en el cero y se van con un 10. En este caso, est¨¢ en un cuatro, pero es que lleg¨® con un -20¡å. ¡°Tiene una historia que contar¡±, advirti¨®, ¡°y sabr¨¢ c¨®mo hacerlo¡±.
?l es el n¨²mero 21. Esa es la identificaci¨®n de su taquilla, de su almohada y de toda su ropa. Muchos otros lo tuvieron antes que ¨¦l y otro chico lo heredar¨¢ cuando salga a la calle. N¨²mero 21. Ese es su dorsal aqu¨ª dentro, en el centro de menores, y tambi¨¦n los meses de internamiento a los que ha sido condenado. 29 de abril de 2022 ¨C 18 de enero de 2024, el d¨ªa que entr¨® y el que deber¨ªa marcharse; el tiempo de vida que se le augura en el interior de estos muros y que, como si fuera una l¨¢pida, tiene anotados junto a su cama. Pablo es el n¨²mero 21: autor probado de seis robos con fuerza en diversos establecimientos. Empieza su internamiento con 17 a?os, saldr¨¢ con 18.
En Espa?a hay 82 centros de menores, seis de ellos en Madrid, gestionados por la Agencia Para la Reeducaci¨®n y Reinserci¨®n del Menor Infractor. El suyo tiene 24 plazas.
Su r¨¦gimen es semiabierto, es decir, tiene derecho a permisos y a hacer actividades fuera del centro seg¨²n su evoluci¨®n. Pero las primeras semanas, hasta que se decide un plan espec¨ªfico para ¨¦l y el juez lo aprueba, el menor no puede salir. Dentro no se habla de condenas, sino de medidas. Sus habitantes no son presos, sino menores infractores. No viven en celdas, sino en habitaciones individuales que se cierran con llave y tienen una ventanita en la puerta para que se pueda ver siempre desde fuera lo que pasa dentro. Las paredes est¨¢n llenas de mensajes y palabras escritas por los chicos que han vivido en ellas. ?l es el autor de algunas:
¡°Al principio es duro, pero el tiempo pasa. Nunca se congela, soldado¡±.
Con el prop¨®sito de proteger la identidad del joven y facilitar su reinserci¨®n, su nombre ha sido cambiado y su rostro permanece oculto. Todas las ilustraciones y las tipograf¨ªas de este reportaje las ha realizado el menor. Las frases que acompa?an a las fotograf¨ªas son las que ¨¦l escribi¨® en las paredes de su habitaci¨®n. El marco que rodea este especial es una r¨¦plica de uno que ¨¦l pint¨® en su cuarto.
Pablo, sentado en la cama de su habitaci¨®n tras recibir las nuevas s¨¢banas y mantas limpias. La almohada de Pablo, etiquetada con el n¨²mero 21 al igual que el resto de sus pertenencias y objetos.
El d¨ªa que se present¨® ante los periodistas, Pablo estaba sentado en la sala de videoconferencias de la primera planta del centro. Observ¨® y analiz¨® la propuesta de acompa?arle semana tras semana ¡°hasta que ¨¦l quisiera¡±. ¡°Ya veremos¡±, coment¨®. Al final, han sido seis meses, los ¨²ltimos de su medida judicial, los que EL PA?S ha acompa?ado al menor n¨²mero 21.
El suyo fue un ingreso voluntario despu¨¦s de recibir su sentencia condenatoria. Acompa?ado de Mercedes ¡ªla madre¡ª, y de dos amigos mayores, Pablo se baj¨® de un coche azul frente al centro de menores y llam¨® al telefonillo. El chico se alejaba de una vida que todav¨ªa le gustaba. Estaba asustado porque a los antiguamente conocidos como reformatorios uno sabe c¨®mo entra pero no c¨®mo va a salir. Estaba furioso porque no sabe vivir acatando ¨®rdenes de nadie. Pablo estaba, adem¨¢s, muy colocado. Madre e hijo traspasaron la puerta roja que da entrada al edificio. Se despidieron en el recibidor, sentados en unos bancos de madera con aspecto medieval. ?l no derramar¨ªa ni una l¨¢grima hasta quedarse solo en la celda de aislamiento. Fue una tarde fr¨ªa.
A los pocos d¨ªas, en la puerta met¨¢lica de la habitaci¨®n de aislamiento escribir¨ªa una frase: ¡°No veo, no hablo, no escucho¡±.
Su primera reacci¨®n fue com¨²n y previsible: encerrarse en s¨ª mismo. Aunque hay una serie de normas comunes, cada menor tiene un plan m¨¢s o menos personalizado que se ir¨¢ adaptando seg¨²n avance por las cuatro fases del internamiento: observaci¨®n, inicial, medio y avanzado. Todos cuentan con la figura del tutor, educador, psic¨®logo y trabajador social. Algunos estudian la educaci¨®n secundaria durante el tiempo que dura su medida, otros hacen cursos o empiezan a trabajar. Los educadores y psic¨®logos saben que ponen unas herramientas, en un ambiente controlado y estable como es el centro, pero que, al finalizar la medida, los chicos regresan a su h¨¢bitat natural, donde todo depende de ellos. Los menores siempre tienen cerca a varios miembros de seguridad. Un centro no es una guarder¨ªa ni una c¨¢rcel. El desayuno se sirve en tres turnos separados entre las 8.00 y las 8.30. Las luces se apagan a las 00.00. Entre medias, hay ataques de ira, desencuentros, peleas, pero tambi¨¦n abrazos y estallidos de risa.
Seg¨²n los informes iniciales, Pablo es un joven complicado, impredecible y vol¨¢til que responde sobre todo a sus instintos. Sin embargo, goza del carisma natural de quien solo sabe ser aut¨¦ntico. Es delgado y esbelto. Un flequillo rubio y lacio endulza su rostro juvenil poblado de acn¨¦ mientras en sus ojos marrones y achinados que se clavan como dagas puede percibirse toda la tensi¨®n de sus pensamientos. En la calle siempre estuvo mejor que en casa, y la calle est¨¢ en cada una de sus palabras y de sus silencios.
¨C?Eres un delincuente?
¨CAqu¨ª me llaman menor infractor. He sido y soy un poquito delincuente. Si estoy preso, ?qu¨¦ voy a ser? Pero soy una persona igual que todos. Adem¨¢s, puedo ser un trabajador, s¨¦ hacer de todo, cosas buenas y cosas malas. Dir¨ªa m¨¢s que soy un trapichero nato, eso s¨ª.
Lleg¨® al centro con un alt¨ªsimo nivel de consumo en sustancias estupefacientes. El s¨ªndrome de abstinencia jam¨¢s le ha abandonado del todo. Estr¨¦s, ansiedad, depresi¨®n y un trastorno en su car¨¢cter feroz provocados por el mono acrecientan su violencia a causa del encierro ininterrumpido durante los primeros meses.
Pablo deambula despistado por la habitaci¨®n tras recibir una sanci¨®n de una semana despu¨¦s de un enfrentamiento con una educadora. Durante estos d¨ªas hace todas sus actividades separado del grupo. Resignado en su soledad, camina con pasos peque?os para que el trayecto de pared a pared le parezca m¨¢s largo. Unas veces lo hace descalzo, otras en chanclas y, en alguna ocasi¨®n, por darse el gusto, luciendo unas Nike TN de color negro con las que se siente ¡°potente¡±.
Por momentos se detiene, aparta las cosas del suelo y realiza unas 30 o 40 flexiones en tandas de 10 que va contando en alto. Vuelve a caminar de esquina a esquina en la ¡°celda¡± donde sus ideas giran sin descanso. Luego volver¨¢ a tumbarse en el colch¨®n, pensando, oyendo los ruidos, los pasos que se alejan y vuelven a acercarse; viendo c¨®mo los d¨ªas van y vienen alrededor de este lugar donde el tiempo, sin expectativas, es eterno. En ocasiones, como anoche, reza un par de veces el Padre nuestro ¡°por ver qu¨¦ sale¡±. ¡°Si Dios existe de verdad, aqu¨ª tambi¨¦n tiene que estar¡±, afirma.
Tiene una frase en la cabeza que no es suya: ¡°No existe libertad sin c¨¢rcel ni c¨¢rcel sin libertad¡±. Pertenece al libro que tiene abierto boca abajo en la encimera para no olvidar por qu¨¦ p¨¢gina se ha quedado. Es La c¨¢rcel, de Jes¨²s Z¨¢rate, premio Planeta en 1972. Ser¨¢ a la postre una de sus mayores compa?¨ªas.
Pablo fue hu¨¦rfano muy pronto, antes de nacer. Su progenitor se march¨® y nunca regres¨®. Las ausencias han cincelado su car¨¢cter extremo. La del padre, al que ha tratado de localizar sin ¨¦xito en varias ocasiones, la encara desde la rabia y la frustraci¨®n. ¡°Este se?or, ?por qu¨¦ no me quiere conocer? ?Por qu¨¦ no quiere saber de m¨ª? ?Qu¨¦ le he hecho?¡±, se cuestiona. ¡°Da igual, las respuestas que t¨² necesitas al fin y al cabo nadie te las puede dar. Puedes imaginar un por qu¨¦, te haces una idea, pero no sabes la verdad¡±, confiesa. ¡°Es que eso no se le hace a un hijo. Creas un agujero en m¨ª¡±, sentencia.
En cambio, a la abuela Rosa ¡ªfallecida cuando Pablo ten¨ªa siete a?os¡ª la busca en sus recuerdos desde el amor incondicional que esta le profes¨®. Un viejo zapato ortop¨¦dico con motas de yeso incrustadas en el velcro le acercan a ella. Primero perteneci¨® a la abuela, que sufr¨ªa problemas en los tobillos; el verano pasado fue heredado por el joven tras una rotura en esa misma articulaci¨®n. Hay d¨ªas que el joven olvida su existencia. Muchos otros, en cambio, lo agarra fuerte con las manos, y con los ojos cerrados lo aprieta contra sus labios resecos para encomendarse as¨ª al que dice ser su ¨¢ngel de la guarda. Es un objeto sagrado que nadie salvo ¨¦l puede tocar. Ella es su foto de perfil de WhatsApp. Con ella durmi¨® unos a?os en el sof¨¢ cama del sal¨®n. Unos d¨ªas antes de la publicaci¨®n de este reportaje se atrevi¨® a visitarla por primera vez en el cementerio.
La madre de Pablo acumula deudas que no es capaz de saldar con su propio sueldo. Con frecuencia acude a las colas de los bancos de alimentos. Vive en un bajo que hered¨® de la abuela Rosa junto a sus tres hijos, cada uno de un padre distinto. ?l es el mediano. La casa, de unos 50 metros cuadrados, casi siempre ha sido cobijo de m¨¢s familiares. All¨ª vivi¨® una t¨ªa con sus hijos, sus primos. De cuando en cuando, en mitad de la madrugada, aparec¨ªa otro t¨ªo, que pasaba por casa solo para saludar a Rosa. El hombre fue un atracador de bancos de cuyos robos se hizo eco la prensa de la ¨¦poca. Falleci¨® en la c¨¢rcel de Zamora.
¡ª?Era este tu destino, la c¨¢rcel?
¡ªT¨² eliges ser este tipo de persona, pero claro que no es casualidad. Nada lo es. Hay situaciones que te obligan, o no ves otra salida en ese momento. ?C¨®mo va a conseguir dinero un ni?o de 13 a?os si sus padres no se lo dan? ?A qu¨¦ se tira un chaval de mi perfil? Que yo iba al instituto con agujeros en las zapatillas¡ No soy malo, he hecho cosas malas, a veces porque te gusta y a veces por necesidad.
A ra¨ªz de la muerte de Rosa, y sobre todo con el inicio del instituto con 13 a?os, su personalidad salta por los aires. Comienza a trapichear y a cometer los primeros hurtos. Poco a poco se atrever¨¢ con misiones m¨¢s importantes hasta que a los 16 se asienta en un punto de venta de droga y desde ah¨ª suministra a todo el barrio, incluidos los padres de sus amigos. No ser¨¢ la droga quien le condene. La obsesi¨®n por el dinero y la adrenalina del poder que le aportan los robos acabar¨¢n siendo sus verdugos:
¡ªRobar es adictivo cuando te sientes capaz de ello. Ser¨¢ una semilla que crezca dentro de ti y no te abandone. Si te sientes capaz, siempre est¨¢ el riesgo de volver a hacerlo. Te transformas por completo cuando tienes el poder. Ah¨ª, yo soy otro. Otro que debe de estar dentro de m¨ª. Eso s¨ª, ahora me tendr¨ªan que rugir las tripas para hacerlo.
Desde la entrada al centro, la fidelidad de algunas amistades se tambalea por completo. Un mal com¨²n entre la mayor¨ªa de chavales, que se mueven en c¨ªrculos donde las relaciones se sustentan en el inter¨¦s. ¡°El que te quiere te busca¡±, reconoce con aparente indiferencia.
Saca de entre unos papeles arrugados cuatro cuartillas del tama?o de un DNI que cualquiera tirar¨ªa a la basura. ¡°Es la carta de mi colega Alberto. Solo me han escrito dos personas desde que llegu¨¦. ?l sabe por lo que estoy pasando. Y yo s¨¦ que es mejor estar aqu¨ª que donde est¨¢ ¨¦l: preso en una c¨¢rcel de Madrid¡±, explica. Antes de leer en voz alta la contestaci¨®n que le tiene preparada, revela con osad¨ªa que no est¨¢ dispuesto a pasar otro verano m¨¢s encerrado, y est¨¢ muy cerca de tomar una gran decisi¨®n: la fuga. Algo que supondr¨ªa vivir con una orden de busca y captura o bien regresar pasado un tiempo y retrasar a¨²n m¨¢s el momento de pedir la libertad vigilada.
A Pablo le sorprende formar parte de una estad¨ªstica. Concretamente la que se?ala que en el a?o 2022, 14.026 menores recibieron una sentencia judicial condenatoria en Espa?a, de los cuales m¨¢s de 2.000 corresponden a la Comunidad de Madrid. ¡°Nos han pillado a un huevo¡±, apunta con sorna. El objetivo de estos centros es la reeducaci¨®n. Muchos de los menores encuentran aqu¨ª por primera vez en su vida horarios que cumplir y rutinas que seguir. Pablo, por ejemplo, finaliz¨® a finales de abril sus pr¨¢cticas en un taller de motos en Entrev¨ªas y despu¨¦s se sacar¨¢ el carnet de carretillero que le habilite para trabajar de mozo de almac¨¦n.
Geli es la psic¨®loga del centro que ha trabajado con Pablo desde el primer d¨ªa. ¡°Es uno de los chicos con el que hemos realizado una de las intervenciones m¨¢s intensas. Se sale de todas las clasificaciones, habr¨ªa que inventar un nuevo manual para ¨¦l¡±, asegura. Para la experta, el chico tiene ¡°altas capacidades que nunca se han diagnosticado¡±. Geli explica que hasta que lleg¨® al centro, el chico nunca hab¨ªa tenido un ¨¦xito formativo y en su estancia en ¨¦l ha ido encaden¨¢ndolos. Primero en los talleres y los cursos y luego en las pr¨¢cticas en el taller. ¡°Pero ha sido a base de mucho trabajo, los primeros cinco meses apenas hubo avances¡±, recalca.
Hubo un hecho puntual que propici¨® un cambio de rumbo. En su investigaci¨®n sobre el entorno y el camino de Pablo hasta llegar aqu¨ª, Geli contact¨® con una orientadora que hab¨ªa trabajado con Pablo en su centro escolar desde los cuatro hasta los nueve a?os. Le cont¨® que en ese tiempo hab¨ªa sido imposible trabajar con ¨¦l en clase y que hab¨ªa llegado a pincharle las ruedas. ¡°Y aun as¨ª, me lo habr¨ªa llevado a casa sin dudarlo¡±, concluy¨® aquella llamada. Ese d¨ªa, antes de la consulta con el psiquiatra, Geli le dio a Pablo recuerdos de su antigua orientadora. Esa conexi¨®n con la infancia fue fundamental. Fue el primer d¨ªa en el que el chico reconoci¨® que necesitaba tratamiento. Poco despu¨¦s fue admitiendo m¨¢s cosas, como que a veces se encontraba triste o que le costaba mucho confiar en nadie. ¡°Si ¨¦l hubiera tenido desde el principio el apoyo que ha tenido aqu¨ª y la atenci¨®n a sus altas capacidades...¡±, reflexiona la psic¨®loga. Se nota el cari?o que ha cogido al chico en este tiempo, algo que confiesan otros trabajadores del centro. ¡°Es mi favorito¡±, confiesa una educadora un d¨ªa en voz bajita.
En su habitaci¨®n, Pablo escucha m¨²sica, sobre todo rap italiano, franc¨¦s y las ¨²ltimas canciones de los mejores chavales de su barrio, con un viejo MP3 cubierto de inscripciones a boli. El chico vuelca ah¨ª su creatividad desbordante y los pensamientos que recorren su mente a la velocidad del rayo. Es capaz de improvisar versos que lanza al aire y rara vez deja por escrito. Algunos, sin embargo, sobreviven al olvido entre decenas de folios sobre su escritorio:
La calle me rob¨® mi inocencia,
Se qued¨® con mi esencia.
Sin quererlo, tal vez,
Me empuj¨® a la delincuencia.
El escritorio de Pablo, pintado con un Charles Chaplin que el joven dibuj¨® inspirado en una imagen similar que encontr¨® del artista. La televisi¨®n de la sala com¨²n del grupo II al que pertenece Pablo. Sus programas preferidos son los relacionados con investigaciones policiales y cr¨ªmenes.
Tiene una lucidez que confronta con el sistema y sus c¨®digos de justicia. ¡°Aqu¨ª lo que pasa es que tienes que aceptar la autoridad por obligaci¨®n. Acostumbrado a hacer y deshacer lo que me apetezca, aqu¨ª todo lo hago en contra de mi voluntad. Siempre voy acompa?ado, siempre necesito el permiso de alguien. No eliges nada, ni siquiera el silencio. Hay quien lo acepta antes y quien lo acepta despu¨¦s, como yo¡±, confiesa.
¡ª?C¨®mo te llevas contigo mismo?
¡ªAyer lo habl¨¦ con mi psic¨®loga. Que no estoy a gusto. ?Por qu¨¦ soy as¨ª?, le digo a veces. Tengo tristeza dentro de m¨ª, estoy triste muchos d¨ªas. Tambi¨¦n me medican por eso, por la depresi¨®n. Doy mi palabra de que es as¨ª. Aqu¨ª no est¨¢s bien. Encerrado en la habitaci¨®n se te saltan las l¨¢grimas. Aqu¨ª todos lloran, y el que diga que no, miente. Piensas, recuerdas, ves lo que pierdes. Yo qu¨¦ s¨¦. Aunque te obliguen las circunstancias, aunque no lo tuvieras f¨¢cil, eres el responsable. Soy el responsable.
¡ª?Existen aqu¨ª d¨ªas felices?
¡ªBueno¡ Supongo que cuando te olvidas de d¨®nde est¨¢s. El d¨ªa que me sale un buen partido de baloncesto me voy m¨¢s satisfecho. S¨ª que hay veces que me digo: ¡°?Ol¨¦ tus huevos, Pablito!¡±
¡ª?Como cu¨¢les?
¡ª Pues aqu¨ª dentro cuando logro controlar la ira, que no pasa muchas veces. Ah¨ª fuera me pasa si llevo dinero a casa¡ Sin hacer da?o. Cuando entr¨¦ no quer¨ªa que nadie me tocara ni me mirara, pero les dije una cosa: ¡°Quiero trabajar¡±.
A principios de junio, los d¨ªas, las horas, los minutos pesan en la moral de Pablo casi tanto como el calor sofocante del exterior hasta socavar su aparente confianza en s¨ª mismo. En estos momentos ya es el menor m¨¢s veterano. ¡°Estoy cansado de ver c¨®mo llegan chavales que se van antes que yo. Todos te piden que progreses, que avances. Yo solo quiero avanzar hacia mi casa¡±, reconoce.
Sin embargo, tras sacarse el carnet de carretillero y empezar una b¨²squeda de empleo a trav¨¦s de portales de internet, un destello de ilusi¨®n se percibe en sus ojos cuando cuenta la ¨²ltima conversaci¨®n con Fernando, el director del centro. ¡°En cuanto consigas un curro pedimos la libertad vigilada y te mando a casa¡±, le dijo. Pero las buenas noticias no llegan solas y a los d¨ªas se le notifica una nueva vista judicial, lo que provoca varios episodios de crisis de ansiedad en el menor por el temor de que se ampl¨ªe la medida en base a nuevos robos de los que se le acusa.
Dos silbidos al final de la calle avisan de que Pablo respira aire libre. Ha salido del centro para un fin de semana. Desbloquea r¨¢pido su m¨®vil y al m¨¢ximo volumen empieza escuchar a su rapero italiano de referencia: Baby Gang. En una peque?a mochila lleva algo de ropa ¡°buena para el finde¡± y otro par de zapatillas.
¡ª?Sabes? He querido llevarme el libro, el de La c¨¢rcel, me est¨¢ interesando. Pero casi no entraba en la bolsa y para que no se estropeara prefer¨ª dejarlo.
¡ª?En tu casa has le¨ªdo alguna vez?
¡ª Nunca lo hab¨ªa pensado¡ La verdad es que no. ?Me imaginas con un libro leyendo en el barrio como un intelectual? Mis amigos dir¨ªan: ¡°Y a este, ?qu¨¦ le han hecho?¡±
Debe vivir con prisas para exprimir el tiempo. ¡°Estoy recuperando la velocidad de la calle, de cuando siempre hab¨ªa algo que cobrar o algo que pagar¡±, explica. Al bajarse en la parada de su casa, se encuentra por sorpresa en la acera con su madre. Comparte con ella un cigarro. Ella le avisa:
¡ªTu hermano est¨¢ en casa, en el sof¨¢.
Tuerce el gesto, entra al portal, deja su mochila en la habitaci¨®n, coge 35 euros y vuelve a salir de inmediato visiblemente enfadado. El hermano mayor, que durante toda su vida ha desempe?ado el rol del padre ¡ªpag¨¢ndole incluso la cuota mensual del equipo de baloncesto¡ª no est¨¢ atravesando un buen momento. Algo que le aflige y desanima. ¡°Es alguien que quieres y no quieres que le pase lo que le pasa. Ya estoy acostumbrado¡±, alcanza a decir.
A 20 minutos caminando de su bloque se encuentra la zona donde se concentra casi todo el tr¨¢fico de drogas del municipio. All¨ª es donde mejor se mueve. Es viernes por la tarde y como el resto de chavales de su edad, se coloca en la cola de la peluquer¨ªa y espera su turno en la calle. Por un momento, todo el all¨ª presente lleva un porro encendido. A pocos metros, un control policial que tiene a 10 hombres retenidos les mantiene a todos en tensi¨®n. ¡°Estoy de permiso, ?nos vemos luego?¡±, le dice a un conocido que pasa por delante del local antes de que llegue su turno.
Le recortan las puntas del flequillo y le pasan la maquinilla. Sale de la peluquer¨ªa para caminar sin rumbo. Comienza a realizar llamadas para ver qui¨¦n est¨¢ ¡°activo¡± en la zona. Finalmente localiza a un amigo algo m¨¢s peque?o que ha comenzado a pasar hach¨ªs. Ambos se emplazan a quedar de nuevo por la noche. La plaza es un desfile de rostros conocidos, un paisaje de establecimientos que Pablo atrac¨® en el pasado. ¡°El barrio no cambia, y yo no quiero ser el mismo¡±, comenta relajado. Cuando empieza a sentirse mareado, pide permiso para poner una base de rap en Youtube como si a¨²n estuviera en el centro. Un deje que se le ha quedado grabado por lejos que est¨¦ del reformatorio. Cierra los ojos, da una ¨²ltima calada e improvisa versos y estrofas que por pudor prefiere que no se publiquen. Durante cinco minutos escupe sus pensamientos, creando met¨¢foras e im¨¢genes po¨¦ticas donde habla de la inestabilidad de la calle, del d¨ªa que le detuvieron, de su madre, de su abuela, de las amistades que se rompieron. Una oda de pareados a su propia soledad que termina cuando la m¨²sica llega a su fin.
Estas ¨²ltimas ma?anas el pelo de Pablo huele a coco cuando sale de la ducha. Lo acaban de ascender a nivel medio por buena conducta y ahora s¨ª puede decidir el champ¨² que quiere utilizar. El 31 de julio le citaron para una entrevista de trabajo y en la jornada siguiente ya montaba pal¨¦s en un almac¨¦n de mec¨¢nica de coches. Cuando vieron que apenas tardaba 20 minutos por cada bloque, todos le preguntaron d¨®nde hab¨ªa aprendido a hacerlos. Estuvo tres d¨ªas porque era temporal, pero r¨¢pido encontr¨® otro empleo a media jornada en una nave del Alcampo de Alcobendas por 700 euros de los que una parte se los dar¨¢ a la madre.
Durante su d¨ªa de descanso, desde una sala com¨²n del centro, el chico esboza una media sonrisa de las cosas que se consiguen por primera vez. Se asoma a la ventana. ¡°?Ma?ana salgo!¡±, le grita emocionado a un compa?ero que va por la acera de enfrente. ¡°Me veo m¨¢s fuera que dentro. Como que me siento realizado. Estoy m¨¢s en la calle que aqu¨ª, huelo un poco el final¡±, cuenta.
¡ª Y ah¨ª fuera, ?qu¨¦ crees que te espera?
¡ªLo de siempre. El barrio es el mismo, las cosas solo cambian de manos, pero nada m¨¢s. Yo quiero trabajar, ser¨¦ un currela con mis trapicheos. Me gustar¨ªa grabar canciones, hacer rap. Habr¨¢ quien se lo hayan dado todo mascado, yo no he tenido esa suerte. ?T¨² ves a la madre de un p¨¢jaro c¨®mo le da masticada la comida a sus hijos? Ojal¨¢ me la hubieran masticado a m¨ª.
Un mes despu¨¦s, al comprobar que se estaba mostrando aplicado y responsable en su trabajo, el director del centro decide cumplir con su promesa de emitir un informe favorable para que se le conceda la libertad vigilada. La cita con el juez ser¨¢ el 18 de septiembre a las 11.40.
Pablo aparenta estar tranquilo los d¨ªas previos. Desde el centro reconocen que se encuentra de los nervios. Prefiere no recoger nada, no preparar nada, no imaginar nada por si al final fracasa. Se ha levantado congestionado, lleno de mocos, y no para de pedir papel higi¨¦nico para sonarse la nariz. Ha desayunado dos yogures y un caf¨¦, nada s¨®lido como de costumbre.
Don V¨ªctor, el juez de menores de Madrid, tiene vista con dos chicos antes de ¨¦l.
La vista durar¨¢ apenas unos minutos. Intervendr¨¢n la abogada de oficio, los t¨¦cnicos y el juez, con la presencia del director del centro en la sala. Tras una fr¨ªa intervenci¨®n de don V¨ªctor despu¨¦s de leer los informes, Pablo, sentado frente a la pantalla telem¨¢tica, le pregunta:
¡ªEntonces, ?me puedo ir?
¡ªS¨ª, Pablo, puedes marcharte¡ª, responde don V¨ªctor.
Hasta que lleguen los papeles, deber¨¢ almorzar con el resto de menores de su grupo en el segundo turno de comidas. Todos, compa?eros y profesionales del centro, le despiden con felicidad y tambi¨¦n la mirada esc¨¦ptica de no saber qu¨¦ puede suceder en el futuro cuando se asiente en el barrio.
Sube a la habitaci¨®n, mete todas sus cosas en dos bolsas, decide regalar algunas prendas a los chavales de su planta y, antes de cerrar la puerta met¨¢lica por ¨²ltima vez, le da un beso m¨¢s al zapato de la abuela Rosa. A continuaci¨®n enciende el m¨®vil, que al recuperar la conexi¨®n le notifica el ¨²ltimo mensaje que lleg¨® anoche:
¡ªSuerte hermano, lleg¨® tu hora¡ª, le escribi¨® un amigo.
Tras llamar varias veces a su madre y a su hermano mayor sin que ninguno se lo coja termina por desistir.
¡ª?Pod¨¦is llevarme?¡ª, pregunta.
En el trayecto, Pablo vuelve a rapear. Baja la ventanilla. Respira. La semana pasada avisaba que estaba ¡°preparado para marcharse solo¡±. Tal vez no fuera del todo sincero en ese momento o tal vez debajo de su armadura de guerrero esperara que la libertad fuera otra cosa ¡ªun poco m¨¢s feliz¡ª, pero de repente se muestra vulnerable como nunca y sorprende con un ¨²ltimo pensamiento: ¡°Tal vez lo vaya a echar de menos (el centro)¡±.
Por el cielo se cruzan dos aviones a baja altura que llegan al aeropuerto Adolfo Su¨¢rez Madrid-Barajas. Pablo nunca mont¨® en avi¨®n. Mientras tanto en los arcenes de la carretera se suceden los grafitis de anta?o en las noches de adrenalina y acci¨®n. ¡°?Ah¨ª, ah¨ª!¡±, grita mientras los se?ala con el dedo. Por ejemplo, aquel en el contador el¨¦ctrico de una f¨¢brica, ese otro en la valla del Maxi China o este de la ¨²ltima glorieta antes de llegar a casa. Dice que del barrio que ama y odia al mismo tiempo solo salen los que se marchan lejos.
¨C?D¨®nde te ir¨ªas si pudieras?
Antes de ofrecer una respuesta, el chico guarda el m¨®vil, revisa la ri?onera, agarra las bolsas y saca las llaves de casa para bajarse cuanto antes del coche.
¨CCreo que a Estados Unidos. S¨ª, tal vez a Nueva York.
A d¨ªa de hoy, Pablo vuelve a vivir en su barrio. Encaden¨® varios trabajos que expiraron a los pocos meses. Un amigo le ha preparado un sencillo estudio de grabaci¨®n para hacer rap. ¡°Vale mucho m¨¢s que el resto. Si no lo intenta con ese talento, dejar¨¦ de hablarle¡±, comenta el colega. Hay otro miembro del grupo que, cuando Pablo tira a la basura alguno de sus dibujos, ¨¦l los recoge y les hace una foto con el m¨®vil. ¡°Alg¨²n d¨ªa valdr¨¢n algo¡±, apunta.
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