Tecnopaletismo y coca¨ªna
La proliferaci¨®n de est¨ªmulos y pantallas provoca en el cerebro efectos similares a los de ciertas drogas estimulantes. El ajetreo puede ser placentero y queda bien cuando la prisa, y no el ocio, es lo que da estatus
David Beckham, medio en bolas, repantigado con todos los tatus, tratando de venderme unos calzoncillos. Me apela insistentemente desde las tropecientas pantallas que hay en la estaci¨®n de Sol. Al parecer, el futuro era esto.
(Todav¨ªa no me he comprado los calzoncillos, aunque no lo descarto, porque soy de voluntad d¨¦bil).
Hace casi un a?o se anunci¨® a bombo y platillo la creciente ¡°digitalizaci¨®n¡± del Metro de Madrid. Llegaban unos dispositivos ¡°muy atractivos para los usuarios¡±, dijo el consejero de la Comu...
David Beckham, medio en bolas, repantigado con todos los tatus, tratando de venderme unos calzoncillos. Me apela insistentemente desde las tropecientas pantallas que hay en la estaci¨®n de Sol. Al parecer, el futuro era esto.
(Todav¨ªa no me he comprado los calzoncillos, aunque no lo descarto, porque soy de voluntad d¨¦bil).
Hace casi un a?o se anunci¨® a bombo y platillo la creciente ¡°digitalizaci¨®n¡± del Metro de Madrid. Llegaban unos dispositivos ¡°muy atractivos para los usuarios¡±, dijo el consejero de la Comunidad, Jorge Rodrigo. ¡°Una imagen vanguardista¡±, a?adi¨®. ¡°Lugares totalmente inmersivos con columnas LED y mupis digitales¡±, volvi¨® a a?adir. ¡°El metropolitano m¨¢s digitalizado de Europa¡±, concluy¨®, triunfal. Qu¨¦ gran ¨¦poca para estar vivo.
?Para qu¨¦ serv¨ªa ese prodigio? Para poner anuncios. Deslumbrante, pero en el mal sentido.
El prometido provenir era esto: la publicidad masiva. El ciberpunk como profec¨ªa autocumplida. El gran progreso eran 500 pantallas m¨¢s, como si hubiera pocas, como si nos rodearan pocas, para vendernos todo tipo de art¨ªculos y experiencias. Como si tuvi¨¦ramos necesidad de tenerlas, dinero para comprarlas o tiempo para disfrutarlas. La gente quiere irse a currar tranquila, que ya tiene bastante, y que no le coman la cabeza con mierdas en cualquier mil¨ªmetro de realidad donde pose la vista.
Podr¨ªamos definir el tecnopaletismo radical como la furia porque el metro, la plaza de Callao, el sal¨®n de tu casa o tu cerebro sean el nuevo Times Square neoyorquino. La percepci¨®n de cualquier innovaci¨®n tecnol¨®gica como progreso. Pantallas que nos atacan por doquier, que nos agarran por el cuello y nos atraen con sus cantos de sirena. Mira esto, flipa mucho, esto es ¨¦pico. Donde podr¨ªa haber un simple papel, un cartoncillo, una pizarra garabateada con el men¨² del d¨ªa, ya hay una pantalla. Un tel¨¦fono que es m¨¢s inteligente que t¨² y que se ha convertido en un ¨®rgano m¨¢s de tu cuerpo, pero que lo domina entero. Los c¨ªborgs no vienen, somos nosotros. Aquel chip controlador de los conspiranoicos, lo llevamos con gusto. Detr¨¢s de cada tr¨¦mula notificaci¨®n se esconde la promesa de una vida mejor que nunca llega.
¡°Vive usted su vida en un estado de excitaci¨®n que sus antepasados solo conocieron en la batalla¡±, escribe el autor Mark Helprin, seg¨²n recoge Stefan Klein en El tiempo. Los secretos de nuestro bien m¨¢s preciado (Pen¨ªnsula). Es una sobrecarga de est¨ªmulos que, dice Klein, act¨²a sobre nuestras v¨ªas nerviosas de la misma manera que algunas drogas, como la coca¨ªna. Y no es solo que la coca¨ªna sea tan ampliamente denostada como consumida (los restos de droga en los billetes o en los ba?os de los parlamentos), sino que la sensaci¨®n general de la poblaci¨®n, se ponga o no se ponga, es de estar puesta. ¡°Seguimos los acontecimientos del mundo exterior como un perrito adiestrado que obedece al silbato¡±, a?ade Klein.
Quien viene de sitios m¨¢s pl¨¢cidos lo dice: es que vais todos como un tiro. Aqu¨ª, sin contraste, tampoco nos damos cuenta. Lo parad¨®jico es que esa sensaci¨®n drogadicta, como saben los consumidores, resulta placentera. Y como todas las drogas, no sale gratis: nuestra atenci¨®n es pur¨¦, nuestro estr¨¦s aumenta, pero ni tan mal. El ajetreo y la falta de tiempo se consideran males distinguidos, propios de quien parte el bacalao. La tradicional ociosidad de las clases altas, la indolencia arist¨®crata, el dolce far niente, ya no est¨¢n bien vistos en tiempos acelerados.
Probablemente, alguna vez, haya usted sentido cierto regusto aristocr¨¢tico al decir eso de: ¡°Joder, es que no me da la vida¡±.